Consensos básicos en la Argentina de comienzos del siglo XXI
Al comenzar el siglo XXI, se observan ciertos consensos económicos y sociales básicos en la sociedad argentina. Cómo traducir tales consensos en políticas públicas eficaces y en comportamientos sociales funcionales, es quizás uno de los desafíos más fuertes que enfrentan hoy los argentinos.
Tales consensos son evidentes, más allá de los naturales ruidos de la vida política que se intensifican, naturalmente, en los frecuentes y prolongados períodos pre-electorales y electorales.
Son consensos basados, por un lado, en las experiencias, muchas veces dolorosas y traumáticas, acumuladas por los argentinos en las últimas décadas. Son experiencias marcadas por un choque continuo entre grandes expectativas y bajas realizaciones, y por una permanente sensación de marginalidad con respecto al resto del mundo.
Pero también están sustentados en una lectura correcta de algunas de las grandes tendencias del mundo del comienzo del nuevo siglo:
- creciente e inexorable globalización, no sólo en cuanto a lo que implica en términos de reducción drástica de todo tipo de distancia –física, económica y cultural-, pero también en cuanto a la homogeneización de los problemas sustantivos –y del espectro de respuestas posibles- que enfrentan la mayoría de los países, a la hora de insertarse activamente en los cada vez más competitivos mercados mundiales de bienes y de servicios;
- creación de entornos económicos regionales favorables a la competitividad, través del desarrollo de bloques comerciales, sea adoptando las distintas modalidades de forma de zona de libre comercio, de unión aduanera, o incluso de unión económica y monetaria;
- desarrollo de complejas redes transnacionales de producción y comercialización, tanto de bienes como de servicios, facilitadas por la mayor apertura relativa de los mercados, por los cambios en las culturas empresarias y por el impacto de nuevas tecnologías de información, especialmente en el acceso a inteligencia económica necesaria para competir, en los flujos financieros, y en el transporte y la logística.
Fue en la pasada década del ochenta, en la que surgen en la Argentina –como por lo demás en buena parte de América del Sur- los consensos políticos fundadores, en torno a la democracia y la sociedad abierta. La cultura de la estabilidad política está hoy fuertemente instalada en la sociedad argentina, como en su entorno regional inmediato, especialmente en el Brasil, Chile y Uruguay. Es uno de los rasgos distintivos de lo que se ha dado en llamar la “marca Mercosur”. A diferencia de lo que ocurriera en los años sesenta y setenta, nadie entiende que sea posible ser un ganador, en términos políticos, jugando fuera de la legitimidad democrática y de sus instituciones formales.
Al inicio de este siglo, y sobre la base de los consensos políticos fundacionales, al menos cinco consensos básicos, económicos y sociales, se están poniendo en evidencia en la sociedad argentina. Ellos se refieren a los requerimientos mínimos de una Argentina que necesita navegar con éxito el mundo de la globalización y de la regionalización.
Son ellos los consensos sobre:
- las disciplinas macroeconómicas, expresadas en la aceptación de la convertibilidad como una realidad imposible de contornear en el corto plazo –salvo a costos inaceptables-, producto de circunstancias históricas propias del país y dificilmente reproducibles en otras latitudes –por eso también, tan dificil de entender fuera del país-, y en la necesidad de preservar equilibrios fiscales, tanto en el orden federal como en las provincias y los municipios;
- la construcción negociada de un entorno regional que permita competir y negociar, expresado en la clara valoración de un Mercosur de escala sudamericana, como piedra angular para el necesario desarrollo del ALCA y de la alianza con la Unión Europea, todo ellos consistentes con una OMC fortalecida;
- la solidaridad prioritaria con quienes enfrentan más dificultades para adaptarse a las nuevas condiciones de la economía nacional y mundial, expresado en el reconocimiento de políticas específicas para las pequeñas y medianas empresas, y en agresivas políticas sociales en beneficio de los más pobres y de los desocupados;
- la educación como poderoso instrumento para atender a la vez los requerimientos de igualdad de oportunidades y de competitividad de la economía nacional y, finalmente,
- la necesidad de profundizar las condiciones sistémicas que permitan atraer inversiones y facilitar las estrategias empresarias para competir en nuestro país, en la región y en el mundo.
En torno a estos grandes consensos, el debate se desplaza gradualmente hacia el cómo, es decir, hacia las formas más eficaces, más equitativas y más rápidas, para alcanzar objetivos estratégicos valorados. Se expresa en el mensaje que unos y otros en el sector político envían a los ciudadanos: lo podemos hacer mejor, tenemos los mejores equipos, aseguramos la mayor calidad ética en la gestión de la cosa pública, podemos movilizar mejor a los argentinos en torno a objetivos comunes.
El debate se desliza hacia el plano de instituciones, políticas públicas, reglas de juego, calidades humanas y organizativas. No es un debate sobre un modelo, si por tal se entienden definiciones sustantivas sobre opciones fundamentales y, eventualmente, excluyentes. Es un debate más centrado en metodologías y en cualidades, en eficacias y efectividades.
En este nuevo contexto de cultura política y económica, se inserta el debate sobre lo que la Argentina debe hacer para mejorar sustancialmente su perfomance en el campo del comercio internacional, tanto de bienes como de servicios. El debate está centrado en cómo debe hacer la Argentina para mejor aprovechar las oportunidades del mundo del comienzo de este siglo, potenciando sus atractivos para quienes invierten, utilizando a pleno las conexiones internacionales enhebradas a partir del Mercosur, en particular pero no exclusivamente, a nivel hemisférico con el desarrollo del ALCA y en el transatlántico, con la concreción de una relación especial con la Unión Europea. El debate incluye el tipo de políticas públicas y tecnologías organizativas –públicas y privadas- que mejor pueden contribuir a potenciar la capacidad para proyectar al mundo y a la región, lo que el país puede desarrollar con eficiencia en la producción de bienes y en la prestación de servicios. E incluye, asimismo, el cómo proteger al competidor local, de los efectos de estructuras y prácticas de competidores localizados en otros países, que producen como efecto, el distorsionar artificialmente competitividades relativas. Es decir, cómo desarrollar instituciones y políticas públicas en materia de competencia económica y de defensa comercial, que no tenga por objetivo proteger ineficiencias, pero sí proteger la lealtad en la competencia, conforme a principios y reglas consistentes con los de la Organización Mundial del Comercio, en el plano global y con los del Mercosur, en el plano regional.
El objeto de estas notas, es efectuar algunas contribuciones al debate sobre cómo mejorar, en el nuevo entorno de la globalización y del regionalismo, la capacidad del país para negociar condiciones más favorables de acceso a los mercados mundiales y para desarrollar políticas públicas y modalidades organizativas, favorables a su comercio exterior y a sus intereses nacionales.
Oportunidades de la globalización y necesidad de superar la marginalidad relativa de la Argentina en el mundo
Las tendencias actuales de la economía globalizada y de regionalismo organizado en un marco multilateral, abren una oportunidad para que en su inserción económica internacional, la Argentina pueda superar la marginalidad relativa que la ha caracterizado al menos en la segunda mitad del siglo que concluye.
En efecto, en cuatro planos la Argentina ha sido un país de alta marginalidad relativa en el sistema comercial mundial de las últimas décadas. Ellos son:
- el de la importancia en los flujos comerciales globales;
- el de su distancia económica con respecto a los mercados de mayor dinamismo y mayor poder de compra;
- el de su capacidad para ofrecer bienes y servicios diferenciados de alto valor agregado intelectual, y
- el de su incidencia en la definición de reglas de juego que condicionan el acceso a los principales mercados y el desarrollo de la competencia económica mundial.
En 1999 la participación de la Argentina en las exportaciones mundiales fue sólo el 0.3% del total; su participación en las importaciones mundiales representó sólo el 0.4% del total. Las importaciones de origen argentino representan un ínfimo porcentaje de lo que importan los Estados Unidos y la Unión Europea. La participación argentina en las importaciones del Sudeste Asiático es de sólo el 0.15% del total. El cuadro no cambia sustancialmente si se toman en cuenta las importaciones de esos países y regiones de origen Mercosur. En su mayor parte las exportaciones argentinas son commodities agrícolas e industriales: productos no diferenciados sin marca propia. Incluso en materia de alimentos es dificil encontrar hoy en los supermercados del Brasil -un mercado cercano y en el que el país tiene un acceso preferencial- productos con marca argentina, resultantes de una capacidad propia para incorporar conocimiento a la elaboración de recursos naturales. Los productos argentinos entran sólo marginalmente, en dos importantes puertas de entrada de los alimentos diferenciados a los mercados mundiales de alto nivel de consumo: las góndolas y el “catering”.
En el pasado, la marginalidad relativa ha conformado una especie de círculo vicioso: cuanto más marginal era el país en la realidad de los mercados mundiales, más se acentuaba una cultura de introversión que a su vez alimentaba la marginalidad. Lejanía, desconocimiento del mundo y voluntarismo en políticas económicas y externas, formaron por mucho tiempo parte de la realidad argentina, al menos hasta que sus costos se tornaron insoportables para una sociedad que percibió claramente ya no sólo el espectro de la irrelevancia externa, pero sobretodo el de su disolución interna.
A su vez el comportamiento voluntarista y errático se tradujo en una crisis de credibilidad internacional, que pesa aún en la percepción que el mundo tiene de la Argentina cada vez que la inestabilidad vuelve a aparecer en el horizonte, aumentando el riesgo-país.
El mercado de los argentinos ha sido por muchos años prioritariamente el local, de tamaño relativamente pequeño. Subsidiariamente han sido los mercados mundiales, y aún así en la medida que no fuera más rentable vender dentro de las fronteras nacionales. Incluso por años los inversores extranjeros vinieron fundamentalmente para aprovechar el mercado local. Las exportaciones de la Argentina no superan los 600 dólares per-capita. Las importaciones llegan apenas a 700 dólares per-capita. Corea un país con una población del orden de los 40 millones y un producto bruto de 400 mil millones de dólares, supera los 2000 dólares per-capita, tanto en exportaciones como en importaciones. El mercado de los coreanos es prioritariamente el de los consumidores de más alto nivel de ingreso del mundo, los de los países de la OECD. Igual comparación puede hacerse con un país con ventajas comparativas similares a la Argentina, que es Australia.
Un efecto de la marginalidad relativa ha sido el desarrollo de una actitud cultural pasiva con respecto al resto del mundo, especialmente el más desarrollado. La actitud ha sido por mucho tiempo la de esperar que el mundo venga a nosotros (inmigrantes, capitales, ideas, compradores) más que nosotros ir al mundo, extrovirtiendo o derramando hacia otros países ventajas competitivas en materia de producción de bienes y de prestación de servicios. Por ello tampoco se ha valorado la noción de mejor conocer y mejor entender el resto del mundo, en particular, aquellas regiones o países de mayor importancia relativa para nuestra inserción internacional. No han existido, ni existen en el país "think tanks" especializados en los Estados Unidos, en Europa ni en Brasil, en Chile o en América del Sur. Menos aún en el Asia. La presencia de bancos nacionales en el exterior estuvo limitada al negocio financiero. Hay pocos corresponsales de diarios argentinos en el exterior.
Concentrados casi siempre en el corto plazo, los argentinos hemos tenido serias dificultades para encontrar tiempo y espacio para interrogarnos sobre lo que puede ofrecernos como oportunidades el mundo que nos rodea, ni sobre cuáles son las fuerzas de cambio que operan en nuestro entorno internacional, y que pueden desplazar a nuestro favor o en contra nuestra, ventajas competitivas. Incluso al proyectarnos al mundo hemos desarrollado por años más actitudes de cazadores de blancos fijos (período de sustitución de importaciones) que de cazadores de blancos móviles, atentos a hechos cargados de futuro -normalmente originados en innovaciones tecnológicas- que preanunciaban nuevos desplazamientos de ventajas competitivas.
El cuadro antes descripto suscintamente -y por todos conocidos- está cambiando radicalmente. Las experiencias de los años ochenta golpearon duramente en los argentinos. Crearon las condiciones para cambios estructurales y culturales muy profundos. El optimismo nos inclina a creer que son cambios duraderos.
La Argentina como el mundo se encuentran inmersos en una transición hacia nuevas realidades que dominarán probablemente las primeras décadas de este tercer milenio.
En lo interno –ya se señaló-, existe consenso en la sociedad argentina al menos con respecto al plano de los objetivos estratégicos: la necesidad de consolidar la democracia, de superar la obsolescencia mental y tecnológica a través de una radical transformación productiva con mayor equidad social, y de una inserción competitiva en la economía global. Las diferencias están más en el plano de políticas e instrumentos -el cómo- que con respecto a los objetivos estratégicos. E incluso parece reconocerse crecientemente que los objetivos compartidos dejan un margen muy estrecho a la hora de definir políticas e instrumentos. Nadie serio piensa en la Argentina en métodos autoritarios para definir preferencias sociales, ni en el rechazo al progreso tecnológico, ni en cerrar la economía y la sociedad al mundo que nos rodea.
La globalización resultante de la amplia caída de los costos y del incremento de la velocidad del transporte y de las comunicaciones, así como de la desregulación de los sistemas financieros, se ha transformado en un dato inevitable de la realidad económica y política de cualquier el país, incluyendo por cierto a la Argentina. No es un "producto" al que uno pueda optar si quiere. La opción real es o aprender a aprovechar sus ventajas, o quedarse aislado con todos los costos sociales que ello implica.
Para un país como la Argentina esta realidad emergente, implica la posibilidad de superar en los próximos años el factor de la lejanía física, de la distancia económica y por momentos cultural con los principales mercados industrializados, una de las causas de su marginalidad relativa. Producir y competir desde la Argentina, integrándose en las grandes redes de producción y distribución mundial de bienes, aprovechando ventajas de recursos naturales y ecológicos, incluso recursos humanos y experiencia empresaria -escasa en otras regiones emergentes- será cada más atractivos para inversores y empresas.
¿Cuáles son las oportunidades que la globalización de la economía mundial plantea para un país como la Argentina?. ¿Cómo aprovechar las ventajas del regionalismo y de la relación entre las grandes regiones económicas, para obtener los objetivos posibles de un país que optó por la sociedad abierta, con valores e instituciones democráticas, con modernización tecnológica y cohesión social, con vocación a insertarse competitivamente en el mundo?. ¿Cómo organizarse como sociedad para mejor aprovechar las oportunidades de la globalización, compitiendo y negociando en base a la calidad de lo que el país puede ofrecer?.
Son estas algunas de las preguntas que en la primera década del nuevo se plantean hoy a la sociedad argentina. A favor de respuestas optimistas se visualiza la dotación de recursos naturales y humanos, la experiencia acumulada en años de industrialización, la pertenencia a una de las regiones que puede tener en los próximos años un mayor potencial de crecimiento económico y una mayor capacidad para atraer inversiones productivas. La reversión del ciclo de bajo valor de los recursos naturales, la superación de la dicotomía agro e industria determinada por el valor del conocimiento agregado que se necesita para exportar hoy cualquier tipo de bienes o de servicios, la calidad de los recursos humanos y sus muy diferentes orígenes culturales, brindan una oportunidad única a nuestro país para alcanzar niveles de competitividad global y regional próximos a algunos de los países más avanzados.
El verdadero desafío argentino en este fin de siglo, es desarrollar su espíritu industrial y comercial, especializándose en la incorporación creciente de valor agregado intelectual a la producción de ciertos bienes y a la prestación de ciertos servicios -aquellos en los que es razonable aspirar a competir- aprovechando al máximo el activo productivo acumulado en años, los recursos naturales y humanos disponibles, y su pertenencia regional sudamericana, para integrarse a redes de producción y comercialización de alcance regional y global. Como ya lo están haciendo empresas del país, ello supone definir como campo estratégico empresario la región y el mundo, y cuando sea necesario, también invertir y operar en otros países.
La calidad de las respuestas a las preguntas antes planteadas y su consiguiente traducción al plano de la acción concreta, es lo que finalmente determinará la capacidad nacional para aprovechar o no, las oportunidades abiertas en el horizonte por el siglo XXI.
La creación de un entorno externo favorable a la competitividad global
Las negociaciones comerciales internacionales de la Argentina han estado orientadas en los últimos años, fundamentalmente, al objetivo de crear un "habitat" externo más favorable a la competitividad, de todo tipo de bienes y de servicios argentinos, en los mercados mundiales.
Tendría que seguir siendo ella la orientación de los próximos años, si es que se quiere en el futuro contar con entorno externo que facilite al máximo la capacidad existente, y la que se pueda desarrollar en la Argentina para producir bienes y para prestar servicios, que por su calidad, originalidad y precio, sean atractivos no sólo para los consumidores internos, sino que también para los externos, especialmente los de mayores ingresos.
Con respecto a los consumidores externos, el objetivo prioritario deberían ser los de la región contigua (Mercosur y el resto de Sudamérica), los de los países de mayor potencial de crecimiento económico (especialmente el Este y el Sudeste Asiático) y los de los de mayor ingreso per capita, que son también los de mayor nivel de exigencia (los de la OECD). Son todos ellos, sin embargo, los más atractivos para todos los demás países y por lo tanto los que presentan un cuadro más competitivo.
La eficacia de una estrategia activa de negociaciones comerciales internacionales, que abra y asegure a las empresas que operan en el país mercados altamente competitivos, dependerá en gran medida de la calidad y de la sustentabilidad social del esfuerzo interno de estabilización macroeconómica, y de la profundidad e inteligencia de un proceso de transformación productiva orientado a la continua incorporación del progreso técnico. Son ellos supuestos inevitables a la hora de competir con otras naciones en la atracción de inversiones productivas, especialmente de competidores globales, y a la hora de concretar el trazado de alianzas de la Argentina con otros países o grupos de países, especialmente los de la OECD, que impliquen una mayor fluidez en el acceso a sus mercados.
Sólo así pueden generarse las condiciones sistémicas necesarias para el aprovechamiento por parte de empresas localizadas en el país, de las ventajas y oportunidades que pueden resultar de acuerdos globales o regionales. Existe ya suficiente consenso además, que un factor interno crucial, es el desarrollo, con visión de largo plazo, de políticas educativas, de ciencia y tecnología, y de calidad y productividad, funcionales a los objetivos de competir en los mercados mundiales, en base al valor agregado intelectual en la producción de bienes y en la prestación de servicios. Son ellos ejes centrales de las políticas activas de transformación productiva en muchos de los países que compiten con la Argentina en los mercados mundiales y regionales.
La estrategia de negociaciones comerciales internacionales ha tenido en los últimos años varios puntos de concentración. Sobre ellos la sociedad argentina deberá seguir trabajando duro y, en muchos casos, habrá que mejorar incluso la eficacia tanto de la acción gubernamental como de la del sector empresario, si es que se quiere lograr la meta de tener en plazos razonables, una participación en el comercio mundial superior en calidad y valor a la actual.
Como toda política exterior, la comercial internacional implica el arte de correlacionar necesidades y requerimientos internos en relación al mundo, con las posibilidades efectivas que existen de obtenerlos dada la realidad internacional del respectivo momento histórico. En buena medida tal correlación depende del valor real que el resto del mundo atribuye a un país en términos de seguridad, mercados y cultura. En este plano ha existido en la Argentina, particularmente en el pasado, una tendencia a sobrevalorizar la importancia real del país en el resto del mundo, particularmente en el industrializado, y ello se ha traducido muchas veces en sobreactuaciones de la política exterior.
Pero tal correlación depende también de la calidad de la organización nacional para articular demandas internas en relación al frente externo, y de la precisión de los diagnósticos tanto sobre las necesidades domésticas como de las posibilidades externas. En los países que mejor compiten a escala global, ello se refleja en la cantidad de recursos asignados para el accionar externo, tanto por el gobierno como por el sector empresario, en la eficacia de la coordinación dentro del gobierno y con el sector privado, y en la importancia de los centros e institutos dedicados a los estudios de las realidades internacionales, especialmente en el campo económico y comercial. Es mucho lo que habrá que avanzar aún en la Argentina ese respecto.
Teniendo en cuenta la dotación de recursos naturales y humanos, así como la ubicación geográfica de la Argentina, en el mediano y largo plazo las principales necesidades y requerimientos internos con respecto al entorno económico internacional del país, seguirán siendo:
- la atracción de inversiones productivas y de tecnologías modernas;
- la posibilidad de abastecerse de insumos, equipamiento y partes, donde sea más conveniente;
- la obtención para los productores localizados en el país de un acceso cierto y fluido al número más amplio de consumidores con buen nivel de ingreso per capita;
- la inserción estable de la oferta interna en las redes de producción y de comercialización de escala global y regional;
- el continuo desarrollo de una infraestructura física y de una logística, más eficientes y orientadas a los requerimientos del comercio exterior del país, y
- la atracción de inmigrantes calificados tecnicamente.
En esta perspectiva, la presencia de un mayor número de competidores globales con operaciones en el país seguirá siendo un objetivo muy valorado. Su función puede ser clave en el acceso a terceros mercados. La vinculación –cualquiera que sea su modalidad- a una red de producción y de comercialización organizada por una corporación internacional, es una forma de tener un acceso privilegiado a los mercados mundiales de bienes y de servicios. El comercio intra-firma de las corporaciones transnacionales, y el comercio dentro de las redes de comercio y producción por ellas organizadas, representan hoy casi el 70% del comercio mundial de bienes y de servicios.
Además de la presencia de competidores globales, la creciente internacionalización de empresas locales serán un factor crucial en relación a las necesidades internas antes mencionadas. Es un proceso que sería facilitado con un activo apoyo del sector público y de los bancos. La internacionalización -o quizás "mercosurización" en una primera etapa- se concretará a través de inversiones, de alianzas estratégicas con socios externos, y acuerdos estables de proveedores -en muchos casos con competidores globales que operan en el país-, y contribuirá al desarrollo de redes de producción y de comercialización a escala global y regional, facilitando así la penetración de mercados externos de los bienes y de los servicios originados en la economía local, incluyendo sobretodo los originados en empresas medianas y pequeñas, y en las que operan en las economías regionales.
A su vez las posibilidades externas en el campo de las negociaciones comerciales internacionales dependerán, entre otros factores, de:
- la tasa de crecimiento y la continua apertura de los otros mercados del mundo, especialmente los de la región y los de la OECD;
- la evolución de la Organización Mundial del Comercio y de las nuevas negociaciones que en su marco se encaren, una vez que se supere el estancamiento producido por el fracaso, en diciembre de 1999, de la conferencia ministerial de Seattle, y
- la consolidación del concepto de regionalismo económico abierto, especialmente en el propio Mercosur y en América del Sur, en el Nafta y en el plano hemisférico, el ALCA, en la Unión Europea y en la APEC.
Los ejes de concentración en negociaciones y acciones para la inserción económica internacional de la Argentina
En la perspectiva de la correlación entre necesidades internas y posibilidades externas, es previsible que los ejes de concentración en el frente externo de las relaciones comerciales internacionales de la Argentina, continúen siendo básicamente similares a los de los últimos años.
Los principales ejes han sido y probablemente seguirán siendo los siguientes:
- la credibilidad internacional del país. El punto de partida del esfuerzo de los últimos años era al respecto casi dramático. No se creía en el país ni en sus posibilidades. No se creía por momentos ni en su palabra, ni en sus instituciones, ni en sus reglas de juego, ni en su moneda. El país no tenía crédito en el sentido más amplio de la palabra. Su imagen era la de un "maverick", malcriado, voluntarista, imprevisible e indisciplinado. La palabra decadencia era con frecuencia utilizada al referirse a la Argentina. La imagen no se correlacionaba sin embargo con la autoapreciación que los argentinos teníamos de nuestro valor como país en el resto del mundo. De allí una cierta soberbia en nuestra aproximación a otros países y un cierto complejo de "potencia mundial".
Mucho es lo que se ha avanzado en el restablecimiento de la imagen externa de la Argentina y de los argentinos. Pero es natural que los retrocesos sean apreciados en el resto del mundo con más severidad que en el caso de países con larga tradición de credibilidad internacional. Es preciso tener en cuenta que la credibilidad externa y la confianza son bienes públicos esenciales a la competitividad a escala global. Su logro y su preservación trascienden a la labor de un gobierno: es responsabilidad de toda la sociedad y en particular de sus sectores dirigentes.
No se trata sólo de la credibilidad y la confianza con respecto a las grandes cuestiones políticas y estratégicas. Por cierto que ellas son indispensables para ser percibido como un protagonista responsable y racional en las relaciones internacionales contemporáneas. Por ejemplo, con respecto a las políticas e intenciones en el campo nuclear y misilístico. Se trata también de cultivarlas en el plano micro, reflejándose por ejemplo, en la confiabilidad en los exportadores como proveedores estables y de calidad.
- la participación activa en la Organización Mundial del Comercio. La
Argentina es un "global trader". Sus intereses comerciales externos están diversificados en todo el mundo. El arco de sus exportaciones e importaciones, tanto de bienes como de servicios, se extiende a las Américas, Europa, el Oriente Medio y - por ahora en menor medida- al Este Asiático (exportaciones 1999: 28% Mercosur; 18% resto Sudamérica; 12% NAFTA; 22% Unión Europea; 8% Sudeste Asiático; 12% resto del mundo). Esta diversificación se acentua, si se proyectan hacia el mediano y largo plazo, las oportunidades que el Este Asiático –especialmente tras el ingreso de China en la OMC- y los otros países del Sur del Mundo (Sudáfrica, Australia y Nueva Zelandia) presentan para las posibilidades de producción y exportación del país.
De allí que acertadamente la Argentina ha actuado como un protagonista activo en la pasada Rueda Uruguay del GATT, y en la puesta en funcionamiento de la OMC. Ha suscrito y puesto en vigencia la mayoría de los acuerdos de Marrakesh, con la excepción significativa por el momento del acuerdo multilateral de compras gubernamentales. La posición nacional ha sido favorable al fortalecimiento de un marco multilateral efectivo del comercio mundial en torno a la OMC.
Ello implica la aceptación de disciplinas comerciales multilaterales similares para todos los países, que permitan nivelar el campo de juego de la competencia económica mundial, restringiendo además la natural tendencia al comportamiento unilateral de los países con los mayores mercados; la inclusión efectiva de la agricultura y de las nuevas áreas (servicios, propiedad intelectual, inversiones, medio ambiente) en su agenda de negociaciones, y en particular, el fortalecimiento de su capacidad de monitoreo y de solución de controversias. La democratización del sistema multilateral del comercio mundial, es del mayor interés nacional dada la dimensión relativa del país, y ella cruza por el fortalecimiento de la OMC. Por ello debe ser respetuoso ortodoxo de los compromisos asumidos en su ámbito, e ir más allá de ellos sólo cuando le conviene o por estricta negociación.
- El desarrollo mediante negociaciones, del Mercosur y de una red sudamericana de libre comercio en el marco de la ALADI; del libre comercio hemisférico en el marco del ALCA y del libre comercio en el marco de una asociación interregional con la Unión Europea. La región sudamericana y dentro de ella, el área definida por el actual Mercosur y Chile, ocupa un lugar prioritario en el comercio exterior argentino y, en especial, en sus exportaciones industriales. Representó en 1999 el 49% de las exportaciones argentinas. Ha sido en los últimos cuarenta años objeto de distintos esfuerzos de organización en torno a las ideas de cooperación e integración económica. La ALALC primero y luego la ALADI fueron resultantes de estos esfuerzos. En todos ellos la Argentina tuvo fuerte iniciativa. Si el 80% del comercio exterior argentino está vinculado con regiones con mayor o menor grado de organización intra-bloque, y con condiciones de acceso y reglas de juego diferenciadas (NAFTA, UE, Sudeste Asiático, Sudamérica), es el sudamericano el único ámbito de negociaciones comerciales internacionales en el cual los negociadores argentinos tienen una capacidad significativa para incidir en las condiciones de acceso a los mercados y en la definición de sus reglas de juego.
En 1986 la Argentina modificó sustancialmente su estrategia en el ámbito sudamericano. Gracias al cambio en la hipótesis de trabajo -del conflicto potencial a la cooperación activa- en la relación con el Brasil, introducido por el acuerdo tripartito sobre los recursos hídricos de 1979 y potenciado por el retorno de ambos países a la democracia, el Programa de Integración y Cooperación entre la Argentina y el Brasil (PICAB) introdujo, en el marco de permisibilidad brindado por la ALADI, una nueva metodología. Su esencia consistió en reducir el ámbito de la integración, al menos en una primera instancia, sólo a las dos principales economías del área, y avanzar por pasos incrementales, sector por sector, a través de negociaciones directas entre los dos gobiernos, sin intermediarios ni la necesidad del consenso de otros países. La idea era generar comercio equilibrado por sectores, especialmente en alimentos, bienes de capital y automotriz. El objetivo desde el punto de vista argentino era crear condiciones externas favorables a su transformación productiva, a través del cambio de escala que para las inversiones industriales podía significar el acceso preferencial asegurado a un mercado de la dimensión del brasilero.
En 1990 la metodología se adapta a las nuevas realidades de apertura económica y comercial de la Argentina y del Brasil, al lanzamiento simultaneo de las ideas del NAFTA y de libre comercio hemisférico, a los avances previsibles en la Rueda Uruguay y a los cambios revolucionarios en el Este europeo, con su consiguiente impacto en la integración económica de Europa. Surge así el concepto del Mercosur, incorporando como era natural al Uruguay y al Paraguay, y abierto desde su inicio a Chile. Los plazos se acortan, los instrumentos se adaptan a la figura elegida de instalar una unión aduanera primero y luego desarrollar un mercado común, pero se mantienen elementos centrales de la metodología anterior, como son la negociación directa entre los respectivos gobiernos y la idea de razonables equilibrios intra-sectoriales (o de limitar el alcance de los desequilibrios).
Tanto la Argentina como el Brasil visualizaron siempre el Mercosur como una plataforma para mejor competir y negociar en el mundo. Ello se manifiesta desde el comienzo mismo con el acuerdo "4 + 1" con los Estados Unidos, con el primer acuerdo de cooperación con la Unión Europea y con el planteamiento de renegociación conjunta de las preferencias comerciales con los demás países sudamericanos. El cómo desarrollar esta estrategia de alianzas múltiples fue desde el comienzo y quizás seguirá siendo en el futuro, uno de los puntos más delicados de la estrategia del Mercosur, dado que como es natural no siempre las perspectivas, las prioridades temporales y los ritmos de avances en los distintos frentes externos son similares entre la Argentina y el Brasil. Pero la idea central de negociar como bloque se ha mantenido a pesar de circunstanciales disparidades o percepciones de disparidades. Ella ha salido fortalecida de las últimas cumbres presidenciales. Las dudas que existían antes en algunos sectores argentinos parecen al menos dejadas de lado, si bien no está claro si ello se debe al hecho que los Estados Unidos no han estado interesados o en condiciones de impulsar la apertura de negociaciones para nuevas adhesiones al NAFTA, como lo prueba el caso chileno.
- la sinergía pública-privada en la promoción de comercial y negocios en el exterior. El trabajo conjunto entre el gobierno y el sector privado para la promoción de comercio y negocios argentinos con el exterior, es uno de los aportes más positivos de los últimos años.
Además de la acción de las instituciones empresarias, como la propia UIA, la Bolsa de Comercio y la Sociedad Rural Argentina, con tradicional presencia en la defensa de intereses empresarios en el plano de las relaciones comerciales internacionales, en los años recientes se ha reflejado esta tendencia en otras múltiples formas, entre las cuales cabe destacar la creación de instituciones mixtas, destinadas o a la promoción de exportaciones como la Fundación Export-Ar o a la de las inversiones como la Fundación Invertir; la creación de instituciones privadas pero que desarrollan sus actividades en estrecho contacto con el gobierno, como son la Fundación Okita, para el Japón y el Sudeste Asiático; lo fue el Club Europa-Argentina, para Europa, y los entes similares que actúan en el campo hemisférico como el CEAL.
Cabe destacar otra modalidad -ya iniciada durante la presidencia del Raúl Alfonsin, utilizada intensamente en la presidencia de Carlos Menem, continuada ahora en la de Fernando de la Rua-, que es la de la organización de misiones empresarias en ocasión de viajes presidenciales al exterior, a través de la acción eficaz que la Cancillería ha desarrollado en los años muy recientes. Este trabajo conjunto Cancillería-empresas, se ha desarrollado también en años recientes a través de las periódicas reuniones sobre oportunidades de comercio y negocios en áreas y países específicos, organizadas por la Fundación Export-Ar, especialmente destinada a pequeñas y medianas empresas, y empresas del interior, con trabajos previos y la presencia de los consejeros económicos del país en el área respectiva. Es una modalidad sumamente positiva.
Finalmente cabe mencionar la transformación de consejerías comerciales y consulados, en centros de promoción de comercio y negocios, en algunas de las ciudades claves de países seleccionados por su importancia en el comercio exterior del país.
Como lo señala el citado informe Okita 2, en sus conclusiones para el área del Sudeste Asiático, pero que aparecen como válidas para el resto del mundo, en los próximos años este esfuerzo conjunto debería reforzarse, en cuanto a los recursos asignados, los que deberían estar en proporción directa a las metas perseguidas de crecimiento del comercio exterior y a los que destinan los países similares con los cuales la Argentina compite en cada área. Además debería acentuarse la coordinación entre los distintos esfuerzos, tanto en el sector público en el que se observa una cierta dispersión de instituciones y programas, como en el sector empresario, en el que la dispersión y el subdimensionamiento de los esfuerzos en relación a las metas perseguidas parece aún mayor. Parece necesario articular una acción empresaria más sistemática en el campo de las relaciones comerciales internacionales y de la promoción del comercio exterior, con la activa participación de los sectores de la industria, del campo y del comercio, pero sobretodo de las instituciones financieras, que pueden desarrollar -como en otros países- un activo papel en la proyección internacional de las empresas del país.
- la aplicación eficiente de políticas e instrumentos orientados a neutralizar los efectos de prácticas desleales de comercio. En un contexto de apertura comercial y de inserción activa en los mercados globales y regionales, resulta fundamental a la protección de los legítimos intereses industriales del país, la administración eficiente de políticas e instrumentos orientados a detectar y neutralizar los efectos de prácticas desleales de comercio originadas en terceros países y en sus empresas, especialmente a través del dumping y de los subsidios.
Al respecto, en los últimos años se han efectuado significativos progresos en la modernización del marco regulatorio acorde con los compromisos de la OMC y del Mercosur, como así también en dotar al Estado de una organización más eficiente en la materia, incluyendo el funcionamiento de la Comisión Nacional de Comercio Exterior, como ente autónomo.
- la utilización de la cooperación financiera e industrial internacional. En términos relativos son significativos los fondos que se han canalizado al país para sustentar el esfuerzo interno y externo de promoción del comercio exterior, y de la competitividad internacional de sus empresas. Ellos se originan en proyectos del Banco Interamericano de Desarrollo y del Banco Mundial; en programas de cooperación técnica como los de la Unión Europea y sus países miembros; así como en múltiples lineas de financiamiento de pre-inversión y de proyectos, y de programas de cooperación industrial originados en países industrializados.
Un relevamiento y evaluación de los recursos canalizados al respecto en los últimos años, permitiría extraer algunas conclusiones acerca de la forma de asegurar el máximo aprovechamiento de los recursos invertidos, y su efectiva utilización por el sector empresario interesado en proyectar al plano regional y global, su capacidad para producir bienes y para prestar servicios, especialmente las pequeñas y medianas empresas, y las empresas del interior.
Requerimientos en materia de organización para el comercio exterior
En la gestión de su comercio exterior la Argentina está invertebrada. Fragmentación, discontinuidad y precariedad, son rasgos dominantes tanto en el gobierno como en las instituciones empresarias. En materia de negociaciones comerciales, por ejemplo en la OMC y en el plano bilateral, y de construcción del Mercosur, así como en el de la promoción del comercio y de las inversiones, ésta es una clara ventaja que innecesariamente el país otorga a otros países mejor organizados o con una tradición de centralización del ejercicio de su poder negociador.
Nadie tiene suficiente masa crítica a su disposición como para ser realmente efectivo en su acción. Los mecanismos de coordinación, cuando existen, no siempre funcionan en la realidad. Por el contrario, la dispersión de esfuerzos, la excesiva diseminación de los recursos disponibles, su precariedad (por ejemplo, el número significativo de personal contratado en áreas claves, como la defensa comercial, con contratos renovables pero de corto plazo), la baja coordinación y la insuficiencia organizativa, son factores que afectan la eficacia del planeamiento estratégico, incidiendo además en la calidad de la definición y gestión de políticas públicas.
Sin perjuicio de transformaciones más de fondo, que requerirían tiempo y recursos, sería posible obtener en cortos plazos un mejor rendimiento de los limitados recursos disponibles con mayor concentración, coordinación y sistematización.
En el plano gubernamental nacional existen tres niveles de acción que requieren ser a la vez, claramente distinguidos y fuertemente coordinados:
- el de la formulación y gestión de políticas e instrumentos del comercio exterior, así como el de los requerimientos en materia de negociaciones comerciales, incluyendo el Mercosur. El foco institucional debe estar concentrado en lo que es hoy el Ministerio de Economía, a través del área de Comercio Exterior, con responsabilidad que sea efectiva –no solamente nominal- en la coordinación de los requerimientos que en la materia surjan de las actuales áreas de Industria, Minería, Agricultura, Energía, Turismo (que suele contar en la práctica con autonomía en comercio exterior y en su promoción), Pymes y Comercio Interior. Debe ser además el punto focal de la coordinación con las Provincias y la Ciudad de Buenos Aires, a través del Consejo Federal de Comercio Exterior, y con el sector privado, a través del Consejo Asesor de Comercio Exterior (o, en ambos casos, de mecanismos similares). Debe tener además participación efectiva en los mecanismos de financiamiento de exportaciones, lo que no necesariamente ocurre en la actualidad.
- el de las negociaciones comerciales internacionales, incluyendo el Mercosur. El foco institucional debe ser la Cancillería a través de lo que es hoy el área de relaciones económicas internacionales. Conviene concentrar el seguimiento efectivo de las negociaciones del Mercosur (y de las que se realizan como Mercosur en la OMC, en la ALADI, en el ALCA y con la UE) en un funcionario permanente de alto nivel dedicado “full-time” al tema, junto con las representaciones permanentes en Ginebra, Bruselas y Montevideo. Es muy importante institucionalizar la Sección Nacional del Grupo Mercado Común, a fin de que efectivamente funcione como el ámbito colegiado de coordinación con las áreas de política económica y de comercio exterior, y con el Banco Central. Se precisa, a tal fin, reglamentar sus competencias y funcionamiento. Ello es más importante aún, si se tienen en cuenta sus crecientes responsabilidades con relación a los mecanismos de solución de controversias y al acceso a ellos del sector privado.
- el de la promoción comercial, incluyendo inversiones desde y hacia el exterior, e internacionalización de las Pymes. El foco debería ser un organismo descentralizado, que concentre todos los recursos que se usan en la materia en distintos ámbitos gubernamentales (Fundación Exportar, Invertir, Promex, etc). El punto de partida podría ser la actual Fundación Exportar, asegurando su estrecha y efectiva vinculación, a la vez, con Cancillería y Economía. De ese organismo descentralizado, debe continuar dependiendo operativamente la red de oficinas y consejerías comerciales. Sin perjuicio de su carácter mixto y de su necesaria vinculación con los exportadores, sus funciones ejecutivas deben estar a cargo de un funcionario que reporte tanto a la Cancillería como al área de Comercio Exterior del Ministerio de Economía. El Banco Nación y el actual BICE, tienen que ser parte del Directorio de esta especie de agencia de promoción comercial y de inversiones.
Los funcionarios con responsabilidad efectiva en estos tres niveles de acción, constituyen la triada del comercio exterior e inversiones, y de las negociaciones comerciales del país, participando en un ámbito de coordinación inter-ministerial, tal como el que con acierto, fuera creado en el ámbito de la Presidencia de la Nación por el gobierno del Presidente De la Rua –el Consejo Interministerial de Comercio Internacional-.
Con base a la experiencia de los últimos años, lo que aquí se propone es una mayor sistematización de lo ya existente. Ello permitiría ganar en eficiencia en la gestión de los complejos requerimientos que el país tendrá en los próximos años, para proyectar al exterior su capacidad para producir bienes y prestar servicios.
Similar sistematización de esfuerzos tendría que operarse en el sector empresario organizado. Un primer paso podría ser la constitución de un grupo de coordinación para políticas y negociaciones internacionales. Su tarea inicial, podría ser un diagnóstico de los requerimientos que el país tiene en el campo del comercio exterior y de las negociaciones comerciales internacionales, incluyendo un mejor aprovechamiento del Mercosur. A partir de las realidades actuales, la agenda externa (Mercosur, ALADI, ALCA, Unión Europea y “el resto” -que es el área más demandante de pensamiento estratégico y de acción-) de los próximos cinco años, permitiría enhebrar una hoja de ruta para el necesario esfuerzo conjunto gobierno-empresas para mejor competir y negociar a escala global y regional.
Algunas conclusiones
Estas notas han estado centradas en torno a la idea de que a la Argentina y a sus empresas, no sólo les conviene sino que deben desarrollar sus estrategias de inserción comercial internacional, asumiendo que es posible ahora lograr a través de un proceso continuo e incremental de negociaciones, tanto a nivel de la región contigua (Mercosur y Sudamérica), como a escala global (OMC) y en los principales ejes de su inserción interregional (Hemisferio, Europa y Asia), una mayor fluidez en los flujos de comercio e inversión, y una mayor igualdad de oportunidades para penetrar terceros mercados, aprovechando ventajas competitivas que se desarrollen.
Sin embargo, aún en el escenario más optimista imaginable, la posibilidad efectiva de proyectar a escala global y regional la capacidad de competir con bienes y servicios, dependerán:
- en primer lugar de los esfuerzos internos que la sociedad en su conjunto y sus empresas efectúen para mejorar sustancialmente su productividad, sus disciplinas económicas y sociales, y por ende su competitividad global, y
- en segundo lugar, de la habilidad con que en forma conjunta, gobierno y sector privado, se organicen para diseñar y concretar sus estrategias negociadoras para lograr las condiciones más favorables en terceros mercados, y para penetrarlos con bienes y servicios de calidad y competitivos.
En base a los grandes consensos políticos, económicos y sociales, logrados en las dos últimas décadas del siglo pasado, los mayores esfuerzos tendrán que desarrollarse en los próximos años en el plano de las tecnologías organizativas -a nivel gubernamental, empresario y de sus instituciones- para extrovertir agresivamente y con éxito la economía argentina, que al promediar la década de los noventa presenta signos muy fuertes aún de la cultura de la introversión con respecto a los mercados y a la realidad internacional, que por tantos años marcara el carácter nacional. Es un Estado moderno y eficiente, condición necesaria para que empresas modernas y eficientes, derramen hacia el resto del mundo su capacidad para competir. |