Casi diez años después de lanzada en Buenos Aires, en julio
de 1990, la idea del actual Mercosur, existe consenso político
sobre la necesidad de darle un nuevo impulso. Lo importante ahora es cómo
instrumentarlo, y ése será el tema dominante en las cumbres
de fines de este mes y de diciembre próximo.
Ciudadanos, inversores y terceros países observarán con
cuidado sus resultados. Buscarán señales sobre políticas
e instrumentos que permitirán para avanzar.
Los ciudadanos, pues, aspiran a tener un horizonte de futuro y una identidad
regional en un mundo globalizado. De ellos depende la legitimidad social
del Mercosur.
Los inversores, pues quieren saber si efectivamente tendrán acceso
garantizado a los mercados prometidos. De ellos depende en mucho su eficacia
económica.
Y los terceros países, pues querrán saber con quién
y qué negocian. De eso depende, en gran medida, su eficacia internacional.
En una región con tradición de integración-ficción
-especie de realismo mágico latinoamericano en el que se combinaron
utopías fascinantes, palabras sonoras y concreciones escasas-,
el impulso político del Mercosur penetró en la realidad
porque el Tratado de Asunción previó instrumentos fuertes
(arancel cero y acceso irrestricto a los mercados).
Las políticas económicas y comerciales de la Argentina
y Brasil ayudaron mucho. Difícil es saber cuánto de la expansión
del comercio se debió realmente al Mercosur.
Lo cierto es que generó una imagen positiva. Fue creíble.
Luego vinieron los tiempos de cólera , cuando a partir de mediados
de 1998 ambas economías dejaron simultáneamente de crecer.
Afloró una sensación de crisis, alimentada por una acumulación
de problemas no resueltos a tiempo.
Antes y ahora, la credibilidad del Mercosur cruza por la de las políticas
económicas de sus socios. Seguirá siendo percibido como
la resultante de procesos nacionales de transformación productiva
e inserción competitiva en el mundo en un contexto democrático.
No hay Mercosur creíble, si no lo son también sus principales
socios, la Argentina y Brasil.
Tres aspectos
Pero también depende de la calidad de las políticas comunes
y de sus instrumentos operacionales. Es en ellas que ciudadanos, inversores
y terceros países fijarán su atención. En tres planos
sustantivos se concentrarán los ojos clínicos.
En primer lugar, en cómo se fortalece la preferencia Mercosur.
Implica señalar cómo se logrará el acceso efectivo
a los respectivos mercados de bienes y servicios, y el tratamiento a los
originados en terceros mercados.
En segundo lugar, en cómo se desarrollarán disciplinas
colectivas que se cumplan. Implica señalar cómo se avanzará
hacia la coordinación macroeconómica, la defensa comercial
y de la competencia económica, y la neutralización de distorsiones
artificiales a las competitividades relativas.
En tercer lugar, en cómo se proyectará el bloque al mundo.
Esto implica señalar cómo se logrará la inserción
competitiva conjunta de sus países miembros, y especialmente de
los sectores con problemas estructurales que han originado conflictos
comerciales.
En la misma línea, también resulta necesario definir cómo
se articularán las estrategias de negociación en la Organización
Mundial de Comercio (OMC), la Asociación Latinoamericana de Integración
(Aladi), el Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA) y
la Unión Europea (UE).
Traducir impulso político en realidades creíbles implica,
además, abordar la cuestión de la calidad institucional
del Mercosur. En este plano más que innovaciones audaces se requiere
utilizar bien lo existente.
Las metodologías para lograr consensos y para administrar conflictos
demandan atención prioritaria. Eso significa reforzar la preparación
técnica de las decisiones y otorgar más eficacia al mecanismo
de solución de controversias.
Puede lograrse con un fortalecimiento de las secciones nacionales del
Grupo Mercado Común (GMC), como mecanismo de coordinación
interministerial y de participación de provincias y del sector
privado.
Eventualmente, también puede hacerse con una gerencia técnica
del GMC o por medio de reuniones mensuales informales de los coordinadores
nacionales.
Asimismo, también puede llevarse adelante con una mejor utilización
del comité técnico (con expertos independientes) de la Comisión
de Comercio y la introducción del consenso negativo en la consideración
de sus recomendaciones, y con la selección cruzada de los árbitros,
como en la Zona de Libre Comercio del Atlántico Norte (Nafta).
Reglas claras
Tiene que ver, finalmente, con lograr reglas de juego de calidad. Es
mejor tener pocas, pero cumplibles, y no acumular reglas que no son internalizadas.
Ni abusar la discutible vía de darle vigencia a lo acordado, por
el sólo efecto de su "protocolización en la Aladi".
Es de dudosa constitucionalidad, al menos en la Argentina, si se tiene
en cuenta tanto la verdadera implicancia de la figura de los acuerdos
de alcance parcial de la Aladi (institucionalizar la doble velocidad ),
como lo que establecen el artículo 1º del decreto 415/91 y
los artículos 75, inciso 24, y 99, inciso 3, párrafo 2 de
la Constitución Nacional.
No contribuiría a la calidad de las reglas de juego el insistir
-por ejemplo, en el caso automotor, donde un acuerdo podría implicar
modificar el Tratado de Asunción y la Decisión CMC29/94,
que adquirió valor de tratado por el artículo 53 del Protocolo
de Ouro Preto-, en el camino seguido por la Argentina para la vigencia
y la publicación del acuerdo de libre comercio con Chile y de sus
protocolos.
Es un camino que afecta a la seguridad jurídica, a la credibilidad
y, por ende, a la eficacia económica del Mercosur.
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