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  Félix Peña

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 Diario El Cronista | 1 de julio de 1997

Ideas comunes para la inserción mundial


Entre la Argentina y Brasil existe una relación inevitable. Se funda en la geografía, la historia, los mercados. Podría estar signada por el conflicto, la desconfianza y los celos. Pero se optó por una relación de confianza, intereses comunes y visiones compartidas de un lugar en el mundo. El genio político, intérprete de fuerzas profundas, ha orientado en ese sentido la relación bilateral en los últimos diez años. En el pasado, fue la visión de estadísticas como Federico Pinedo y Arturo Frondizi. Ha sido el aporte de Raúl Alfonsín y luego de Carlos Menem. Percibieron claramente que la única opción racional era trabajar para construir un relacionamiento recíproco orientado a crecer, competir y negociar en un mundo inhóspito para solitarios. Tuvieron en Tancredo Neves, José Sarney, incluso en Fernando Collor e Itamar Franco, pero sobre todo en Fernando Henrique Cardoso, contrapartes que no sólo compartieron, sino que estimularon en su país la visión del trabajo común entre las dos naciones.

Los fantasmas del pasado, muchas veces nutridos en realidades, aún existen. Reaparecen de tanto en tanto. Pero gradualmente se han ido desmantelando los arsenales de la rivalidad. La ratificación por Brasil del Tratado de No Proliferación agrega un elemento clave al olvido de reflejos del mundo de las desconfianzas.

Más allá de la economía, el Mercosur simboliza una relación recíproca basada en la idea que compartir recursos y mercados, limitar los reflejos condicionados al unilateralismo y generar gradualmente disciplinas colectivas, es la forma racional y madura de encarar desafíos y oportunidades del mundo del fin de siglo. No implica desconocer diferencias, ni siquiera conflictos de intereses y de puntos de vista. Implica, como en los años setenta propusimos con Celso Lafer, colocarlos en la perspectiva amplia de una idea común sobre la inserción en el mundo.

La visión política de los Presidentes es condición necesaria pero no suficiente para una arquitectura de integración entre naciones vecinas. Una arquitectura que trascienda a flujos de comercio y paridades cambiarias, por más importantes que ellos sean para la salud de una relación constructiva de ganancias mutuas. Se requiere también la labor diaria, a veces silenciosa, siempre delicada, de los que encarnan la diplomacia de integración. Los de raza son constructores. Practican sistemáticamente el arte de defender los intereses nacionales, buscando a la vez, con conocimiento, respeto e incluso pasión por el otro, lo que une más allá de lo que separa. Tienen ojo clínico para distinguir lo deseable de lo posible. No son improvisados. Son permanentes. Sus nombres no se olvidan fácilmente. Suelen ser figuras que, como en la Argentina, para mencionar paradigmas, Carlos Muñiz o Lucio García del Solar, han dedicado su vida a la cosa pública y a entender las relaciones entre naciones.

Marcos Castrioto de Azambuja pertenece a esa estirpe. Se va rodeado de una admiración, cariño y respeto, difícilmente alcanzados por otro diplomático extranjero en el país. Como embajador del Brasil contribuyó con fervor a la construcción de la alianza estratégica bilateral y del Mercosur. Cuando fue necesario defendió duramente lo suyo. Eso es lo natural. Pero lo hizo siempre con la calidad de un amigo y con la lealtad de un socio.

También ha acertado el Gobierno cuando designó a Jorge Hugo Herrera Vegas como embajador en Brasilia. Conoce a fondo al Brasil y a su gente. Es un profesional dedicado que goza buscando opiniones e ideas en todos los que las pueden aportar. Ha hecho del Mercosur no una religión, pero sí una oportunidad para el desarrollo de democracias cohesionadas, abiertas al mundo, optimistas, sin mufas ni miedos.

En la relación bilateral se está pasando de la etapa más simple de generar interdependencia, a la más compleja de administrarla. La agenda de negociaciones económicas tiene temas complejos, como los del régimen automotriz, la inclusión de los servicios y las compras gubernamentales a las normativas del Mercosur, la restricción de comportamientos unilaterales contrarios a lo pactado, la conciliación de necesarias y múltiples alianzas externas. Es una agenda que requerirá la difícil combinación de genio político y visión estratégica, con diplomacia profesional de estirpe.


Félix Peña es Director del Instituto de Comercio Internacional de la Fundación ICBC; Director de la Maestría en Relaciones Comerciales Internacionales de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF); Miembro del Comité Ejecutivo del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI). Miembro del Brains Trust del Evian Group. Ampliar trayectoria.

http://www.felixpena.com.ar | info@felixpena.com.ar


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