Esta es una semana importante para el Mercosur. Los ministros deberán
adoptar
definiciones cruciales para su credibilidad. Para los mercados la credibilidad
política es indivisible: si no se puede creer lo que se compromete
en el plano
regional, tampoco tendría por qué creerse en lo que se sostiene
en otros
planos, por ejemplo en materia cambiaria.
La opción es clara. O se confirma que el Mercosur es en serio,
o se deja instalada la impresión de que el doble discurso en materia
de integración ha vuelto a predominar. Se sabe que por años
nuestros países, de hecho, banalizaron su retórica y sus
compromisos de integración económica. Por eso, ciudadanos
e inversores tendieron a ser escépticos frente a iniciativas en
la materia.
El Mercosur introdujo nuevo oxígeno a la idea de integración.
Tuvo un efecto equivalente al de la convertibilidad en la Argentina. No
tiene aún la solidez jurídica de la integración europea.
Pero sí un grado razonable de juridicidad. Gracias a ello existe
un embrión de disciplina colectiva entre los socios, tanto en materia
de políticas comerciales como de políticas macroeconómicas.
Es éste un valor central de procesos como el NAFTA y la Unión
Europea. Bloquea la tentación de los gobiernos de actuar unilateralmente.
Es un aporte del Mercosur que hay que preservar.
El problema con la reciente medida brasileña, es precisamente
que debilita la idea de una disciplina comercial colectiva. Erosiona el
principio de que todo lo que se relaciona con la unión aduanera
en materia de interés común de los socios, afecta el principio
de preferencia comercial inherente al concepto de unión aduanera.
Desde un punto de vista técnico, hay soluciones relativamente
simples al alcance de la mano. Puede ser una normativa Mercosur en materia
de financiamiento de importaciones provenientes de terceros países,
que encuadre legalmente la medida unilateral del Brasil y restablezca
la preferencia que los socios formalmente se han prometido en materia
comercial. La existencia de la unión aduanera facilitaría
su compatibilidad con las disciplinas de la OMC. Y es el Mercosur el que
debería defender luego tal normativa común en el foro mundial.
La palabra la tiene el Brasil. De su voluntad política depende
ahora, en gran medida, que los ministros en Asunción puedan demostrar
que el Mercosur va en serio. Sería ello una oportuna contribución
del gobierno de Fernando Henrique Cardoso al profundo sentido estratégico
de la alianza entre la Argentina y el Brasil. Fortalecería la imagen
del Mercosur en vísperas de la reunión ministerial de Belo
Horizonte.
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