El Mercosur está en el medio de un frente de tormenta. Es común en la integración entre naciones soberanas.
Periódicamente se producen conflictos. Normalmente permiten dar saltos adelante. No hay que exagerar la alarma. Los resultados en el comercio y las inversiones, la fluidez en la comunicación gubernamental y la firme voluntad política, colocan al Mercosur fuera de una situación de peligro mortal.
No es crisis terminal, pero sí es crisis. No hay que subestimar la seriedad de los problemas actuales. Afectan la percepción de ganancia mutua que sustenta al Mercosur. Está en juego la solidez del compromiso de garantizar el acceso irrestricto a los respectivos mercados -productos alimenticios y farmacéuticos- y la efectividad de una disciplina colectiva en materia de promoción de inversiones. Son dos pilares centrales de la integración económica. Hay otros, pero sin estos dos el Mercosur pierde credibilidad ante los inversores y los ciudadanos. Los problemas actuales reflejan, intereses económicos y realidades políticas de los socios. Son consecuencias naturales de la dinámica de transformación desatada en cada socio y que el Mercosur estimula. Pero también reflejan serias debilidades metodológicas e institucionales. Es decir, fallas en los métodos de trabajo, en la calidad y precisión de las reglas de juego, en su valor como orientadoras de comportamientos, y en la mecánica de creación normativa y de aplicación efectiva de las reglas pactadas. Los ejemplos abundan: restricciones no arancelarías, realidad dé libre comercio y de la unión aduanera, ausencia de válvulas de escape, reglamentación automotriz. Hay al respecto dos posiciones extremas. Una, considera que la integración es un proceso de negociación continua, que requiere de un mínimo dé instituciones simples y controladas por los gobiernos -hasta aquí no hay problema-, en el qué las reglas de juego son sólo indicadores de avances encías negociaciones y qué su aplicación depende de la voluntad de cada gobierno -y aquí está el problema-. Esta idea de la horma como "instrumento descartable" se reflejó en la posición del fisco en el caso "Cafés La Virginia" (1994), cuándo señaló que los compromisos de la Aladi eran de carácter ético y no imperativo, y que por lo tanto los acuerdos parciales celebrados en su marco instituían mecanismos flexibles en donde los países podían modificar unilateralmente los beneficios, negociados. Por suerte el fallo da la Corte Suprema fue contrario a tan hiperpragmática tesis. Ella implicaría enviar a los mercados la señal de que las reglas se cumplen mientras sí se pueda: si la realidad lo requiere, se cambian. Son de baja precisión jurídica, casi constancias en actas, poco claras y controvertibles. En términos de relaciones de poder, ideales para el más fuerte.
La otra posición es maximalista. Pretende encarrilar la integración a través de normas rígidas custodiadas por complejas instituciones, casi siempre inspiradas en una visión juridicista de la construcción europea y recurriendo a conceptos confusos- corno el de la supranacionalidad- que evocan transferencias de competencias a burocracias irresponsables desde un punto de vista de la institucionalidad democrática.
Ni tanto, ni tan poco. Es hora de encararla cuestión del valor délas reglas de juego, de su custodia jurisdiccional, dé los procesos/de decisión de la visión de conjunto y de la reciprocidad de intereses que sustentan el pacto social, con un criterio práctico y funcional. El Mercosur necesita reglas de juego simples pero creíbles dimensión normativa-, custodiadas por expertos dimensión jurisdiccional y que sean la resultante de una eficaz concertación de intereses nacional que trascienda los canales exclusivamente diplomáticos y burocráticos -dimensión política-. En caso contrario, los problemas se van a multiplicar. Los inversores empezarán a imaginar que el Mercosur tiende a "aladificarse", de tanto recurrir á métodos propios de la Aladi. Saben de los resultados. Preferirán entonces invertir en el país que tiene el mercado más grande.
Las declaraciones recientes del presidente de Toyota Argentina, en el sentido de que la manipulación de las reglas de juego del Mercosur podría comprometer la permanencia de su empresa en el país con todo lo que ello significaría en la perspectiva de otros inversores japoneses demuestra que no estamos frente a un problema banal. Más aún sabiendo, como lo constató Germán Sopeña en Francia, que son muchos los inversores que vienen hacia nuestras latitudes atraídos por el Mercosur que se les prometió. No aquel en él que todo es negociable y precario. Si aquel sólido y creíble, que evoca otros animales de la misma especie, como por ejemplo el Nafta y la Unión Europea.
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