La ruidosa crisis del Mercosur ha sido natural, profunda, confusa y aleccionadora.
Natural: pues la integración entre naciones con economías
volátiles no es lineal. Cambian los gobiernos y las circunstancias
y ello puede tener un impacto sobre los acuerdos logrados con anterioridad.
Profunda: por la importancia del sector automotriz en el desarrollo industrial
de ambos países. Con más razón si se tiene en cuenta
que el automotriz será, en los próximos años, uno
de los sectores de mayor dinamismo en el Mercosur. Ello explica las fuertes
inversiones anunciadas por distintas empresas multinacionales en los últimos
meses. Lo que está en juego en esta ocasión no es necesariamente
el comercio automotriz entre la Argentina y el Brasil, este año
o el próximo. Lo medular de la crisis son las nuevas inversiones
automotrices. Implica lograr un régimen automotriz común,
una transición hacia su vigencia plena y estrategias de inversión
orientadas a la especialización intrafirma, con facilidades productivas
en los dos países.
Confusa: pues los textos jurídicos básicos de la controversia
no son precisos. La decisión N° 29 y la medida provisoria del
gobierno brasileño -especialmente su artículo 8o- se prestan
a múltiples interpretaciones.
Es fácil entonces perder la perspectiva sobre qué es lo
que se está discutiendo. Primero, pues la discusión comenzó
con mucho ruido. La originó una decisión brasileña
que parecería inspirada en un estilo Rambo. No es inédita:
reconoce precedentes argentinos en el caso de la tasa estadística
y del arancel cero para los bienes de capital. Segundo, pues de ambos
lados aparecieron argumentos, más inspirados en fantasmas del pasado
que en alguna racionalidad económica o política. Tercero,
pues por momento parecía que lo que se buscaba era utilizar la
crisis en función de futuras competencias electorales: las fuertes
declaraciones de Ciro Gomes sobre el Ministro José Serrá
dan una pista al respecto. Cuarto, pues se comenzó a generarla
impresión de que lo que se estaría cuestionando no era sólo
el acuerdo automotriz, sino la propia existencia del Mercosur, o al menos
de la Unión. Aduanera. Es como si se quisiera aprovechar esta ocasión
para relajar la disciplina interna y colectiva, que implica una Unión
Aduanera. Esto sería grave pues afectaría la credibilidad
externa de los socios del Mercosur. Por lo demás, desde una perspectiva
del interés nacional argentino, retroceder a una mera zona de libre
comercio nos dejaría expuestos a los cambios unilaterales que Brasil
pudiera introducir en su política comercial externa. Como lo insinúa
con razón Alieto Guadagni en El Cronista del viernes pasado, ello
desestimularía la inversión externa en el país.
Aleccionadora: pues de toda crisis es posible extraer conclusiones útiles.
La primera lección es que tanto Gobierno como empresarios deben
asimilar la idea de que el Mercosur es un proceso muy complejo y dinámico,
sujeto a cambios imprevistos de circunstancias, internas y externas. No
hay espacio para visiones simples o ingenuas. Ello implica dos cosas.
Por un lado, un gran esfuerzo de organización gubernamental para
seguir junto con el sector privado la dinámica del proceso y para
encarar las negociaciones con los socios. En el plano gubernamental, se
requiere de un negociador único. Nuestra multiplicidad de negociadores
y voceros es una ventaja que concedemos a nuestros socios. Lo natural
es que pertenezca a la Cancillería que es el tutor del cumplimiento
de los compromisos asumidos por el país. Le corresponde la responsabilidad
de asegurar la calidad jurídica de los acuerdos y de las decisiones
del Mercosur. El Ministerio de Economía debe ser, en cambio, el
formulador de las estrategias comerciales y sectoriales. Debe tener a
su cargo liderar la estrategia argentina para aprovechar el Mercosur y
monitorear su impacto sobre la economía nacional.
Por otro lado, implica perfeccionar la estructura institucional del Mercosur.
No son necesarios costosos órganos supranacionales. Se requiere,
en cambio, una instancia simple que pueda arbitrar los intereses en juego
antes que se configure una situación conflictiva. Sólo puede
lograrse desde una visión de conjunto y con rigor técnico.
La figura del director general de la Organización Mundial del Comercio
podría servir de inspiración. La diplomacia presidencial,
por más efectiva que ella haya sido en esta oportunidad, debe ser
utilizada excepcionalmente para no desgastarla. En adelante, el Mercosur
requerirá mucho de visión política y de disciplina
colectiva entre los socios. El encuentro presidencial del 8 de julio es
la oportunidad ideal para relanzar políticamente el Mercosur, con
nuevos horizontes y metas que trasciendan lo comercial.
Limitar el margen para las acciones unilaterales discrecionales es lo
que en realidad convencerá a los inversores sobre la seriedad y
solidez del Mercosur.
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