La Comisión Europea ha efectuado una propueta estratégica
para desarrollar, entre la Unión Europea y el Mercosur, un proceso
que deberá conducir en el largo plazo a una vasta área de
libre comercio transatlántica. No es una iniciativa aislada. Debe
ser interpretada en el cuadro más amplio de la dinámica
competitiva que se observa en la tríada del mundo industrializado
-el Nafta, la Unión Europea y la APEC-, y que adquiere todo su
sentido económico e histórico en la puja por el acceso prefernete
a los grandes mercados emergente del este asiático, del este europeao
y del sur americano. La agenda mundia de este fin de año tiene
en las Cumbres de Jakarta, de Miami y de Essen, hitos de tres procesos
de conformación de grandes espacios de libre comercio, en lo s
que por un lado interactúan los Estados Unidos, el Japón
y Alemania, y por el otro, se percibe el creciente valor estratégico
económico que tienen las regiones emergentes, especialmente en
torno a los polos de atracción de comercio e inversiones que representan
los megamercados de China, Rusia y Brasil.
Para nuestro país, esta dinámica competitiva del mundo
industrializado por los mercados emergentes abre enormes oportunidades
que debemos aprovechar. En primer lugar, afirmando la idea original de
un Mercosur abierto a Sudamérica y al mundo, como eje de nuestra
inserción en la economía mundial. Ello implica continuar
desarrolland una metodología heterodoxa de unión aduanera,
en la que queden claras para todos los socios las ventajas de la membresía,
pero a la vez suficientemente flexible como para que la necesaria disciplina
colectiva no inhiba un adecuado aprovechamiento de las oportunidades de
negocios que existen más allá del Mercosur. En segundo lugar,
impulsando desde el Mercosur ampliado con la participación de Chile
-sea como miembro pleno o como asociado privilegiado que luego será
un miembro pleno, pero no como una free rider que goza de las ventajas
sin someterse a las necesarias disciplinas comerciales colectivas-, las
negociaciones para abrir a nuestros productores un acceso cierto -¿no
es la certeza hoy en día la principal preferencia?- a los mercados
del Nafta, la APEC y la Unión Europea. En tercer lugar, bregando
también -a partir de nuestra pertenencia Mercosur- por la entrada
en vigencia y la posterior consolidación de la organización
Mundial del Comercio.
El hecho de que la Comisión Europea proponga una aproximación
gradual, por etapas progresivas, hacia el objetivo de libre comercio recíproco,
es buena noticia. La idea es comenzar primero por un acuerdo marco interregional
y luego, a medida que el Mercosur perfeccione su Unión Aduanera,
concluir con una asociación de libre comercio. En la medida en
que, desde el comienzo, tenga algún contenido concreto para facilitar
comercio e inversiones, este enfoque reflejaría realismo y un reconocimiento
de otras prioridades estratégicas de la propia Unión Europea,
como son Europa del Este y el Mediterráneo. Da tiempo para preparar
nuestra industria a una competencia abierta con la industria europea.
Da tiempo, además, para que madure en la propia europa la creciente
erosión de la política agrícola común, abriendo
así camino para una negociación equilibrada en la que sean
incluidos tanto biens industriales y agrícolas, como servicios
e inversiones.
El 24 de noviembre en Bruselas, los cancilleres del Mercosur tendrán
una excelente ocasión para transmitir una reacción positiva
frente a la propuesta de la Comisión, pero colocándola en
la perspectiva de un Mercosur valorizado por la entrada en vigencia de
la Unión Aduanera, tonifiado por las expectativas de crecimiento
de sus economías -ya hoy uno de los factores más dinámicos
para la expansión de las exportaciones tnto de los Estados Unidos
como de los países europeos- y dispuesto a negociar tanto con la
Unión Europea como con el Nafta y la APEC.
La activa participación del sector privado en la preparación
de las negociaciones externas del Mercosur, en este caso con la Unión
Europea, será no sólo una garantía de realismo, sino
de compromiso de nuestros empresarios ante los desafíos que plantea,
para la competitividad regional y global, la dinámica de la interacción
entre grandes espacios económicos.
Queda la impresión de que se requerirá en el futuro un
esfuerzo de organización empresaria muy superior al que estamos
acostumbrados.
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