Es hora de definiciones políticas en el Mercosur. La próxima Cumbre Presidencial a realizarse a principios de agosto, en Buenos Aires, es una buena oportunidad para adoptarlas. Son necesarias, pues los inversores esperan señales claras acerca de cómo se va a continuar, una vez que el 1° de enero de 1995 se inicie la etapa definitiva hacia el pleno funcionamiento de un mercado común.
No son sólo definiciones instrumentales o de estrategia para el desarrollo industrial, referidas por ejemplo, al nivel del arancel externo común, y a los sectores o productos temporariamente exceptuados. Ellas son por cierto, cruciales para nuestros empresarios. Pero sí cabe insistir en que no son éstos los únicos elementos centrales de la estrategia del Mercosur.
Desde sus orígenes, sea en la etapa iniciada en las conversaciones entre Alfonsín y Tancredo Neves o en la que iniciaran luego Menem y Collor de Mello, el foco principal de la estrategia del actual Mercosur ha estado centrado en el plano de la política internacional. El Mercosur adquiere su pleno sentido histórico, en la medida que se lo concibe como una modalidad de llevar a la práctica la alianza estratégica entre nuestros países, para competir y negociar mejor en un mundo en proceso de cambio revolucionario.
El Mercosur es en tal sentido, uno de los ejes principales de nuestra política de inserción en el mundo. Tanto desde el punto de vista económico como del político. No es el único. Compatibilizar los distintos ejes de la inserción externa es hoy un gran desafío para la política exterior del país.
También lo es para Brasil. La política exterior requiere conciliar necesidades internas con posibilidades externas. Es más difícil en momentos de grandes cambios internos y mundiales. Este es el tema central que aborda el último libro de Celso Later ex canciller de Brasil, titulado “A insercao internacional do Brasil’” recientemente publicado por Itamaraty. Señala que ello requiere, para la política exterior brasileña, un continuo ejercicio de adaptación creativa y de visión de futuro: adaptación creativa significa que estamos dispuestos a trabajar dentro de la realidad internacional vigente, con todas sus limitaciones, para encontrar nuevos niveles de convivencia, superiores a los existentes: visión de futuro es el elemento que nos inspira ir mas allá de la acción pragmática y actuar sobre ella para aproximar las realidades a los ideales que nos mueven.
Un mundo en profundo y continuo cambio requiere actualizar constantemente el diagnóstico sobre las fuerzas profundas que se mueven en el escenario internacional. Es tarea difícil, pues los marcos teóricos que permitieron interpretar el mundo de la guerra fría, también han caducado. El error seria —como con razón nos ha recordado Jorge Castro— caer nuevamente en la tentación histórica de los argentinos de concebir al mundo que nos rodea con la mentalidad de un cazador de blanco fijo. Es la actitud y la agilidad mental del cazador del blanco móvil la que se requiere para tratar de seguir y entender la dinámica de cambio que se ha desalado en los últimos años en todas las latitudes. El orden internacional no es algo ya alcanzado. Es una tarea que superada la euforia del fin de la guerra fría, recién comienza.
Es en una perspectiva de la política exterior en un mundo en continuo cambio, en la que hay que colocar análisis y praxis en torno del Mercosur. En momentos en que se avecinan elecciones cruciales en tres de los socios, la tensión entre continuidad y cambio en la estrategia y en la instrumentación del Mercosur, debe ser una cuestión prioritaria para los gobiernos y las respectivas comunidades académicas. Libros como el de Lafer o de Rosario, son apones valiosos para este continuo ejercicio de entender, en función de la acción, los cambiantes desafíos internacionales.
Las definiciones de la Cumbre de Buenos Aires tienen que estar orientadas a reafirmar la orientación estratégica del Mercosur. Ello implica confirmar: a) El objetivo original establecido de conformar un mercado común —no una simple zona de libre comercio— a ser perfeccionado en un plazo aún indefinido; b) el derecho adquirido por los cuatro países al acceso irrestricto al mercado de cada uno de los socios, sin aranceles ni ningún tipo de restricciones, para todo el universo arancelario —ello no excluye la posibilidad de negociar excepciones a partir de enero de 1995 temporarias y de eliminación automática—, y c) la vocación de apertura a otros horizontes de integración y libre comercio, especialmente con Sudamérica, los Estados Unidos y el NAFTA, y la Unión Europea.
Limitar el debate sobre sí el Mercosur debe ser una zona de Libre comercio o una unión aduanera, sería un doble error. Los cuatro países —ejecutivos y parlamentos— ya definieron la cuestión en el Tratado de Asunción. Desconocer ahora esta definición afectaría nuestra credibilidad externa. Muchos inversores ya han tomado en serio lo que se les prometió cuando se estableció el Mercosur. Y recordemos que la credibilidad externa es indivisible; no podríamos pretender que crean sobre la voluntad política de defender la convertibilidad, sí pusiéramos en duda —sin mediar circunstancias excepcionales— los compromisos asumidos en el Mercosur.
Pero el Mercosur en el plano instrumental no debe ser rígido. Es posible interpretar en forma amplia lo que se entiende por arancel externo común e incluso por unión aduanera. Salvo el artículo XXIV del GATT —por cierto que muy poco respetado— no existen normas jurídicas internacionales que limiten nuestra capacidad de imaginación en la materia. Y el Tratado de Asunción, por suerte, es sumamente flexible al respecto. |