En un proceso de integración entre naciones lo que importa es preservar la visión estratégica y el sencido de dirección. Lo instrumental es en esta perspectiva accesorio, en la medida en que no se afecte la seguridad jurídica, esencial para estimular la inversión.
Esto es válido por cierto para el Mercosur. Fue concebido como una plataforma para competir a escala global; como un habitat para consolidar la democracia, lograr la transformación productiva e insertarse competitivamente en la economía mundial.
Desde el comienzo Chile fue percibido como un participante natural en la ambiciosa pero posible tarea histórica de crear un espacio de paz y cooperación en el sur de las Américas. Por razones geográficas por cierto. Pero sobre todo por proximidad cultural y existencial: por compartir su renovada democracia la idea central de trabajar juntos para modernizarnos y mejor insertarnos en un mundo de mutación continua.
De allí que el gobierno de Chile participara en la reunión ministerial de fin de julio de 1990, en Brasilia, punto inicial del camino que llevará —como dos caras de una misma moneda— a concretar el Mercosur y el "4 + 1" con los Estados Unidos, entendido como un primer paso hacia una futura negociación conjunta con el principal mercado hemisférico. La disparidad de niveles de protección externa y de políticas comerciales que en aquel entonces tenía con los principales socios del Mercosur, fue la causa aparente para que Chile se automarginara. Luego en 1991 se le planteó a Chile la posibilidad de concluir un "4 + 1", entendido como un acuerdo marco que tuviera como objetivo mediato y programado, la conformación de una zona de libre comercio con el Mercosur. Los cuatro estaban de acuerdo en efectuar la propuesta. Chile prefirió no aceptarla, probablemente por influencia del entonces ministro de Hacienda. Se perdió una oportunidad.
Debe ser bienvenida ahora la idea de una vinculación sistemática e institucionalizada entre Chile y el Mercosur. Enriquece al Mercosur y fortalece su sentido estratégico. Hace un año lo sostuvimos en estas mismas páginas: "la necesaria participación de Chile en el Mercosur es condición para que alcance la plenitud que requiere su calidad de plataforma para la competitividad global de nuestras empresas. Sólo así podrá desarrollar todo su potencial de alianza estratégica entre naciones conscientes a la vez de sus individualidades, como de los requerimientos planteados por un mundo de incertidumbres y desafíos".
La propuesta del ALCSA brindaría el marco adecuado para una negociación 4" + 1" de libre comercio con Chile. Sin embargo, habría que intentar ir más lejos. La vinculación de Chile con el Mercosur debería ser encarada con audacia. No implica ello desdibujar el perfil del Mercosur ni consagrar la idea de una integración a la carta, en la que Chile elija lo que prefiere y le conviene, y deja de lado lo que cuesta.
Lo importante al respecto es preservar lo esencial y flexibilizar lo que no lo es. En el Mercosur, el derecho garantizado al acceso irrestricto a los respectivos mercados con arancel cero para todo el universo arancelario, incluyendo todos los productos agrícolas, es esencial para definir su perfil y estimular la inversión productiva. Para ello, hay que establecer antes del 1o de enero de 1995, mecanismos y reglas de juego que permitan nivelar el campo de juego, a fin de que factores artificiales no distorsionen las condiciones de competencia en el espacio económico común. Válvulas de escape transitorias son además necesarias para permitir el ajuste de sectores aún afectados por asimetrías artificiales. También es esencial el que cada socio perciba ventajas claras entre ser miembro o no del Mercosur. Es decir que en aquello en que sea eficiente y competitivo, tenga diferencias ciertas de tratamiento con respecto al aplicado a terceros. Los métodos que se utilicen para diferenciar entre socios y no socios pueden estar entre lo accesorio, en la medida en que sean confiables y compatibles con los compromisos asumidos en el GATT. Puede ser un arancel externo común. Es el método elegido por el Tratado de Asunción. No estuvo previsto sin embargo, en el ACE 14 entre la Argentina y el Brasil que fuera firmado casi simultáneamente y que aún sigue vigente. Pero el Tratado de Asunción tampoco define qué debe ser el arancel externo común. El espacio para la imaginación creadora es amplísimo. Nada impediría, por ejemplo un sistema de bandas arancelarias que brinde a los socios un margen de discrecionalidad para fijar ó modificar determinadas posiciones arancelarias dentro del marco de un techo y un piso preestablecido. En tales casos sería necesario aplicar reglas de origen. Aún habría tiempo para utilizar modalidades que faciliten: la incorporación plena de Chile al Mercosur, aunque no sea inmediata y ello parece ser esencial considerando el sentido estratégico de la integración. Reflejarían además la idea de una integración flexible y abierta a otras alianzas económicas por ejemplo con el NAFTA y con la Unión Europea, necesarias para atender con realismo la amplia gama de intereses económicos externos de los socios del Mercosur.
Los datos del comercio y de la inversión así como el comportamiento de los operadores económicos, confirman la impresión de que en los hechos la economía chilena ya está integrada al Mercosur. Ignorarlo sería un error. La presencia de Chile permitiría además encarar con más eficacia las dimensiones principales de un Mercosur entendido como plataforma de modernización y competitividad, que hoy no siempre aparecen en el primer plano: la educación, la ciencia y la tecnología, la energía, la infraestructura física, la laboral, el transporte, el turismo y, sobretodo, la reconversión productiva de la inmensa debilitada red de pequeñas y medianas empresas que existe en los cinco países.
La integración plena de Chile al Mercosur es lo natural. Facilitarla contemplando todos los intereses en juego y fortaleciendo el perfil del Mercosur como pieza central de un sistema de alianzas múltiples de cada uno de los asociados, es también lo natural. Es hoy un desafío para nuestra diplomacia de integración. Una diplomacia inteligente es precisamente la que permite conciliar necesidades y posibilidades, articulando en forma armoniosa agendas aparentemente divergentes. Es la que en todo momento sabe distinguir entre lo esencial y lo accesorio. Es la que sabe definir objetivos y tiempos con visión de futuro, en función de necesidades internas y de desafíos globales.
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