Cómo relacionarnos con Nafta es un tema de actualidad en nuestro
país. Incluso se ha señalado que tal relación podría
ser una alternativa al Mercosur. Planteada como alternativa no sería
sólo una cuestión económica. Tendría profundas
implicancias políticas, especialmente en la relación con
el Brasil. Se transformaría entonces en una cuestión mayor
de nuestra política exterior.
Tres hechos no pueden ser ignorados en cualquier análisis serio
sobre esta cuestión.
El primer hecho es que hemos celebrado, básicamente por iniciativa
argentina, un acuerdo internacional con el Brasil, el Paraguay y el Uruguay,
para establecer en plazos determinados las bases de un mercado común,
a partir del establecimiento de una unión aduanera. Fue concebido
y debe seguir siendo, un acuerdo flexible que permite conciliar realidades
cambiantes con seguridad jurídica. Pero requiere de nosotros y
de nuestros socios un comportamiento predecible en materia de alianzas
económicas internacionales y, sobre todo, una cierta disciplina
macroeconómica y comercial colectiva. Caso contrario afectaríamos
nuestra imagen internacional de socios confiables.
El segundo hecho es que Nafta no hay entrado todavía en vigencia.
Debe sortear aún el difícil paso por el Congreso Americano.
Hay claras resistencias y cuestiones a resolver en materia laboral y de
medio ambiente. Cuesta imaginar que antes de 1994 pueda dialogarse seriamente
sobre una eventual ampliación. Las condiciones de acceso tampoco
son claras.
El tercer hecho es que no se conocen evaluaciones sobre los efectos que
podría tener un eventual acceso de la Argentina al Nafta. El excelente
libro publicado recientemente por Roberto Bouzas y Nom Lusting, sobre
Liberalización comercial e integración regional: de Nafta
a Mercosur, aporta elementos de juicio valiosos sobre la cuestión
y constituye una base indispensable para un análisis más
de fondo.
Estos tres hechos llevan a recomendar mucha prudencia en el manejo del
tema. Por eso es acertada la forma en la que la reciente Cumbre del Mercosur
abordara la cuestión. Los presidentes acordaron proponer a los
Estados Unidos realizar en el ámbito del acuerdo 4+1, conversaciones
preliminares para dar inicio cuando las partes lo consideren oportuno,
a negociaciones entre el Mercosur y los Estados Unidos, "sobre las
opciones comerciales que se abren a partir de la nueva realidad hemisférica
de acuerdo a la iniciativa de las Américas y a la firma del Tratadod
e Libre Comercio de América del Norte, del cual son signatarios
asimismo México y Canadá".
La redacción es muy cuidadosa y deja abiertas todas las opciones.
Centra el diálogo en los Estados Unidos que es lo que importa desde
el punto de vista económico. Nada excluiría en efecto, que
primero se encarara un acuerdo de libre comercio con los Estados Unidos
y recién luego, un acuerdo más amplio con Nafta. Es una
opción como puede haber otras.
La próxima reunión del 4+1, en abril en Washington, es
una excelente oportunidad para avanzar en la preparación de las
negociaciones que propusieron los presidentes. La naturaleza de los temas
a tratar, torna indispensable involucrar activamente al sector privado
en la preparación de la reunión y luego en su desarrollo.
Ello está previsto en el artículo 4to. del Acuerdo 4+1.
Parece conveniente encarar en nuestro país un debate con la participación
del sector privado, sobre opciones y consecuencias en la relación
con Nafta, que parta de los hechos antes apuntados y en el que colaboren
los centros académicos especializados.
En tal debate y sin perjuicio de otras, tres preguntas merecen una respuesta
fundada, a fin de permitir la articulación de una estrategia negociadora
con los Estados Unidos y luego con Nafta.
La primera pregunta es sobre si no convendría centrar las negociaciones
con los Estados Unidos en torno de las restricciones no arancelarias y
a la previsibilidad en el acceso al mercado americano, dejando de lado
por el momento, mecanismos de desgravación arancelaria. En el sector
siderúrgico ha quedado evidenciado recientemente que la administración
Clinton continuará recurriendo a medidas unilaterales restrictivas
del comercio. Y esto es lo que realmente nos afecta, pues la precariedad
en el acceso al mercado americano puede desestimular en algunos sectores
la inversión y los esfuerzos de transformación productiva.
Quizás una negociación orientada a establecer en el ámbito
del 4+1, mecanismos de revisión de medidas comerciales unilaterales
por paneles independientes, siguiendo los lineamientos del capítulo
XIX del Acuerdo de Libre Comercio entre los Estados Unidos y el Canadá,
retomados en Nafta, podría ser de mayor interés para nuestros
países. Esta negociación podría estar vinculada a
compromisos de disciplina colectiva macroeconómica en el Mercosur
y a la calidad de las legislaciones relacionadas con el comercio, las
inversiones y la propiedad intelectual. Podría incluso quizás,
el compromiso de aumentar en el futuro los niveles arancelarios con respecto
a los existentes en el momento de entrada en vigencia del acuerdo, acordemos
al respecto, que los países del Mercosur ya se han comprometido
en la reciente Cumbre con un arancel externo bajo.
La segunda pregunta es como se puede vincular el acuerdo de libre comercio
con Estados Unidos, con tales alcances con los otros ejes de nuestra estrategia
de integración, en especial con Chile y con la CEE, en el marco
de un GATT fortalecido. Es una cuestión central para países
como el nuestro, con intereses económicos fuertemente diversificados
a escala global. Una estrategia de alianzas múltiples que tiene
en cuenta la creciente vinculación de nuestra economía a
la de los países europeos, puede ser la más conveniente
para el interés nacional.
Y la tercera pregunta es como pueden las empresas argentinas extraer
provecho de las oportunidades de inversión que se generarían
en un acuerdo entre el Mercosur y los Estados Unidos. Es en definitiva
la pregunta clave: es en que medida los acuerdos de integración
y de libre comercio, se justifican por un lado, como pasos transitorios
hacia una economía globalmente abierta, pero sobre todo, con resultados
prácticos de desarrollo del marco apropiado para los intentos internos
de modernización tecnoloógica y de reconversión industrial
a fin de alcanzar, en un clima de estabilidad macroeconómica, reglas
de competitividad empresaria a escala global. Concebidas las alianzas
para la productividad y competitividad y en la medida que sean efectivos,
estos acuerdos pueden ser un instrumento central de una política
activa de transformación productiva.
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