América Latina aparece hoy con una firme tendencia a salir de
una larga década de crisis. Sale, como era natural, cargada de
experiencias y de problemas. Experiencias en cuanto al agotamiento de
un modelo de desarrollo económico que respondió a otras
circunstancias históricas y que, más allá de cualquier
legítimo debate sobre sus defectos y virtudes, quedó superado
por las realidades internacionales. Problemas económicos y financieros,
de endeudamiento externo, pero por sobre todo de una inmensa deuda social
interna. Se han acentuado las inequidades en la distribución del
ingreso y, se han ampliado los sectores sociales en situación de
marginalidad y de extrema pobreza.
El optimismo empieza a ser hoy, la tónica dominante en relación
con la región. Un optimismo cauteloso pero que contrasta con el
pesimismo reinante hasta hace muy poco, tanto dentro de los países
como en el exterior con respecto a ellos. Esta nueva tónica se
refleja en el cambio de imagen que sobre América Latina se ha producido
en la prensa internacional. La pobreza y la injusticia social, la corrupción,
el narcotráfico, siguen siendo, y con razón, noticia. Pero
también lo es el hecho de que la región ha vuelto a crecer,
que la democracia se ha extendido a prácticamente todos los países
y, en particular, que vuelve "a ser de interés hacer negocios
e invertir en nuestros países.
Es un optimismo cauteloso por lo menos por tres razones. La primera es
que el grado de frustración, por momentos de irritación,
con respecto a la performance económica de los países latinoamericanos
ha sido muy grande. El legado en tal sentido de la década de los
'80 es muy negativo. América Latina no sólo fue sinónimo
de "deuda". Fue sinónimo de frivolidad y falta de seriedad
de su clase dirigente. Apreciación quizás exagerada, quizás
injusta, quizás también interesada. Pero lo cierto es que
ésta era la imagen dominante en él mundo industrializado
hasta finales de la década pasada.
La segunda razón es que se sabe que los problemas a encarar son
enormes. El endeudamiento externo aún tiene un peso significativo
en algunas de las principales economías del área. La lucha
por controlar la inflación y para crear condiciones macroeconómicas
sólidas favorables al crecimiento, está lejos aún
de haber terminado. En algunos casos recién esta empezando y los
resultados son inciertos. El caso Brasil demuestra qué la tarea
por delante es inmensa. Por sobre todo la cuestión social aparece
en toda la región agravada y sé traduce, ocasionalmente,
en manifestaciones de violencia callejera, como las que se han producido
en Venezuela.
La tercera razón es que la situación de la economía
mundial también es incierta. El mundo industrializado, en particular
los Estados Unidos, ofrece un cuadro de crecientes dificultades para superar
las tendencias recesivas y las consiguientes tentaciones proteccionistas.
Las dificultades para concluir siquiera con éxito relativo la Rueda
Uruguay en el GATT, alimenta un panorama económico internacional
sombrío. A ello se suma el clima de inestabilidad y de marcada
impredecibilidad que se manifiesta con respecto a la antigua Unión
Soviética, y en particular a Rusia. La desintegración del
imperio soviético no ha sido aún digerida por el mundo industrializado
y, en tal perspectiva, el "nuevo orden internacional" aparece
por momentos más qué cómo una realidad, como un intento
de exorcizar las tendencias centrífugas que amenazan al Este europeo.
Sin embargo, protagonistas, analistas y mercados, dentro y fuera de la
región, se inclinan a tener un comportamiento positivo con respecto
a América Latina. Se refleja ello en los mercados de capitales
y en los flujos de inversión hacia varios de los países
de la región.
Quizás tal actitud positiva esté basada en las siguientes
razones:
a) La tendencia secular al crecimiento de las economías latinoamericanas.
En efecto, si bien los años ochenta contribuyeron a generar la
imagen de que los países del Sudeste asiático han tenido
una mejor trayectoria de crecimiento económico que los del área,
lo cierto es que, en el largo plazo, son las economías latinoamericanas
las que más han crecido en el mundo. Un reciente estudio publicado
por la OECD (Angus Maddiaon, "The World Economy in the 20th Century",
1989), demuestra que entre 1900 y 1987, los países latinoamericanos
han tenido un crecimiento promedio del 38%, superior al promedio de los
otros grupos de países Objeto del estudio, que fueron los de Asia
con un promedio anual del 3.2% y los de la OECD con un promedio del 2.9%.
De todos los países estudiados, el que más Creció
en ese período de 87 años, fue el Brasil, con un promedio
del 5% anual. En cuanto a la Argentina, su promedio anual en el mismo
período fue de 3.3%.
b) La relativa consolidación de la democracia en la región,
que a su vez refleja un cambio pronunciado de cultura política.
No sólo se ha recuperado la democracia en todos los países
latinoamericanos, salvo Cuba y Haití, cualesquiera que ¡sean
las limitaciones e imperfecciones que se observan en varios de ellos,
sino que aparecen signos evidentes de la emergencia de una Cultura política
más proclive a la concertación y a la negociación.
La forma en que se ha producido la transición democrática
en Chile es un ejemplo, pero también lo es la administración
del problema de la violencia en Colombia o la experiencia reciente de
Nicaragua. Las frustraciones parecen canalizarse más dentro del
sistema político democrático que a través de su ruptura.
Una excepción notable lo es sin duda la contestación violenta
que se manifiesta aún en el Perú y en El Salvador. Elijas
nos recuerdan la dualidad de una realidad latinoamericana, en la que se
observan a la vez el desmantela-miento de viejas revoluciones (por ej.
Solivia o México) y el intento del armado de nuevas.
c) El cambio de actitud de los Estados Unidos con respecto a América
Latina. Sin duda facilitado por el fin del impacto de la guerra fría
en la región, lo cierto es que la administración del presidente
Bush ha puesto de manifiesto un nuevo interés en América
Latina, que se traduce en el nítido apoyo a la democracia y en
el lanzamiento de la Iniciativa Empresa dé las Américas,
anunciada en junio de 1990. Cualesquiera que sean los comentarios que
puedan efectuarse en cuanto al contenido práctico de esta Iniciativa,
lo cierto es que ha significado enviar el mensaje, especialmente a la
comunidad de negocios, de que el gobierno norteamericano sí cree
que están dándose las condiciones de un profundo cambio
económico en el área y que para los Estados Unidos, América
Latina tiene una alta prioridad, superior a la de Europa del Este. Recordemos
que en el momento del lanzamiento de la Iniciativa, el temor que existía
en la región era el de un fuerte desplazamiento del interés
norteamericano hacia la Europa del Este conmovida por los hechos revolucionarios
iniciados en 1989. La Iniciativa significa avalar en el más alto
nivel político estadounidense, lo que Michel Camdessus y Enrique;
Iglesias, venían sosteniendo desde sus altas posiciones en el Fondo
Monetario Internacional y en el Banco Interamericano de Desarrollo, en
el sentido que en América Latina se estaba produciendo una verdadera
"revolución silenciosa", menos publicitada y menos espectacular,
pero tan o más profunda que la de Europa del Este, y por cierto,
en un terreno mucho más fértil para el florecimiento del
espíritu de empresa y el restablecimiento de la tradición
de crecimiento económico.
d) Se ha generalizado un consenso regional sóbrela necesidad de
aplicar políticas económicas orientadas a superar la obsolescencia
y a crear condiciones estructurales de competitividad internacional. Tres
elementos caracterizan tal consenso regional. El primero es el reconocimiento
de que los sistemas económicos se encontraban incapacitados de
generar el bienestar requerido por los procesos de apertura democrática
y esperada por poblaciones familiarizadas, a través de los medios
de comunicación masivos, sobre el bienestar que el progreso técnico
puede producir. En los países más avanzados de la región
se reconoce además que la obsolescencia tecnológica generalizada
los coloca aceleradamente fuera de condiciones de competir en el comercio
mundial de manufacturas y de servicios. El segundo, es la aceptación
de que sólo con el control de las respectivas macroeconomías,
se pueden crear condiciones de mercado para que a través del florecimiento
del espíritu de empresa y de la inversión privada, se opere
la transformación productiva necesaria para competir en los mercados
mundiales. Y el tercero, es precisamente el de que es necesario, si se
quieren alcanzar niveles de bienestar y de equidad social compatibles
con la consolidación de la democracia, hacer un enorme esfuerzo
societal para capacitarse para competir como naciones en los grandes mercados
industrializados. Este esfuerzo cruza por la transformación del
Estado, la desregulación de la economía, la apertura al
comercio mundial, la inversión privada y la modernización
tecnológica, a fin de que a través de la incorporación
de valor agregado intelectual a la actividad productiva, poder generar
empleo y producir el tipo de bienes y de servicios, que demandan mercados
internos y mundiales, cada vez más poblados de consumidores exigentes
en calidad. El que nadie en el mundo compra caro lo malo, pudiendo adquirir
barato lo bueno, se ha transformado en un axioma, que más allá
de cualquier ideología, señala una regla central de la competencia
económica internacional de este fin de siglo.
e) La generalización de políticas exteriores orientadas
a la cooperación y la integración, dentro de la región
y con el mundo. La crisis de los ochenta arroja el saldo de una América
Latina más proclive al pragmatismo en su comportamiento internacional.
Quizás como resultante de la nueva cultura política, que
reconoce el valor de la competitividad, el compromiso y la negociación,
es evidente en todas las latitudes nacionales e ideológicas de
la región, la idea de trabajar dentro de las reglas de juego dominantes
en el sistema internacional. Los viejos conflictos aparecen diluidos en
espacios de cooperación y paz. El caso centroamericano es un ejemplo
al respecto. Pero fue quizás en el Sur que se sentó el precedente
de un nuevo espíritu de cooperación política y económica,
a través de los entendimientos que se desarrollaron entre la Argentina
y el Brasil a partir del acuerdo de tripartito de 1980 y, especialmente,
a partir de la recuperación democrática y los acuerdos de
1985. Los acuerdos en materia nuclear fueron el comienzo de un proceso
de claras señales al mundo sobre el espíritu de cooperación
que reinaba en la región, reiterado con posterioridad por hechos
concretos producidos por los gobiernos de los presidentes Menem y Collor.
Quizás sea la idea del MERCOSUR la que mejor refleja la nueva
realidad latinoamericana y ello explique el interés que ha despertado
en el mundo industrializado. A diferencia de experiencias anteriores en
materia de integración, el MERCOSUR se presenta como una alianza
para la consolidación democrática, la transformación
productiva y la competitividad internacional. En una época en que
el concepto, de zonas de libre comercio cualitativas, como lasque surgen
en América del Norte y en Europa, caracterizadas por la sumatoria
de las aperturas recíprocas de los mercados y una disciplina macroeconómica
colectiva, tiende a borrar las tradicionales fronteras entre los conceptos
de zona de libre comercio, unión aduanera y mercado común,
lo relevante en el MERCOSUR no es tanto cuál de estas categorías
predominará en 1994 al finalizar el período de transición,
sino el hecho de que los cuatro países, y muy probablemente luego
Chile y Bolivia, han aceptado compartir el objetivo de reconvertir sus
economías creando en un nivel subregional, un hábitat favorable
a los esfuerzos nacionales de competitividad estructural y empresarial.
En esta perspectiva, la validez del MERCOSUR y su viabilidad, reside en
el hecho de ser una alianza para la modernización y la inserción
competitiva en todos los mercados mundiales. El formato final y los instrumentos
son en cierta forma accesorios. Lo esencial es que se mantenga el sentido
de dirección en los cambios políticos y económicos
que se están operando, a veces quizás con distintos ritmos,
y nunca por cierto en forma lineal, en las cuatro economías del
área, como parte de un esfuerzo hemisférico más amplio,
de crear en las Américas un espacio de crecimiento, de libertad
y de equidad social.
En un período de inestabilidad y de cambios revolucionarios en
todo el sistema internacional, difícil resulta hacer pronósticos
sobre cuál será la evolución futura de América
Latina. Son épocas ambivalentes: de cautela para el analista, de
optimismo para el protagonista. La agenda latinoamericana del fin del
siglo aparece plagada de dificultades y de desafíos. Pero quizás
los cambios en la propia región sumados a los que se están
operando, con signo equívoco, en la vieja Europa, abren una ventana
de oportunidad para recolocar a los países latinoamericanos en
la ruta del crecimiento y del desarrollo.
Estas notas sólo han intentado destacar algunos rasgos de una
nueva realidad regional que quizás estén apuntando a una
larga etapa de progreso y de libertad en la región. El trabajar
para que ello sea realidad, puede ser el mejor homenaje a los cinco siglos
del encuentro entre las Américas y el Occidente.
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