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  Félix Peña

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  Revista Criterio | 26 de diciembre de 1991

América Latina, hoy


 

En un período de inestabilidad y de cambios revolucionarios en el sistema internacional resulta difícil hacer pronósticos acerca de la evolución futura de Latinoamérica. No obstante, la tónica dominante respecto de la región es el optimismo. Un optimismo cauteloso.

América Latina aparece hoy con una firme tendencia a salir de una larga década de crisis. Sale, como era natural, cargada de experiencias y de problemas. Experiencias en cuanto al agotamiento de un modelo de desarrollo económico que respondió a otras circunstancias históricas y que, más allá de cualquier legítimo debate sobre sus defectos y virtudes, quedó superado por las realidades internacionales. Problemas económicos y financieros, de endeudamiento externo, pero por sobre todo de una inmensa deuda social interna. Se han acentuado las inequidades en la distribución del ingreso y, se han ampliado los sectores sociales en situación de marginalidad y de extrema pobreza.

El optimismo empieza a ser hoy, la tónica dominante en relación con la región. Un optimismo cauteloso pero que contrasta con el pesimismo reinante hasta hace muy poco, tanto dentro de los países como en el exterior con respecto a ellos. Esta nueva tónica se refleja en el cambio de imagen que sobre América Latina se ha producido en la prensa internacional. La pobreza y la injusticia social, la corrupción, el narcotráfico, siguen siendo, y con razón, noticia. Pero también lo es el hecho de que la región ha vuelto a crecer, que la democracia se ha extendido a prácticamente todos los países y, en particular, que vuelve "a ser de interés hacer negocios e invertir en nuestros países.

Es un optimismo cauteloso por lo menos por tres razones. La primera es que el grado de frustración, por momentos de irritación, con respecto a la performance económica de los países latinoamericanos ha sido muy grande. El legado en tal sentido de la década de los '80 es muy negativo. América Latina no sólo fue sinónimo de "deuda". Fue sinónimo de frivolidad y falta de seriedad de su clase dirigente. Apreciación quizás exagerada, quizás injusta, quizás también interesada. Pero lo cierto es que ésta era la imagen dominante en él mundo industrializado hasta finales de la década pasada.

La segunda razón es que se sabe que los problemas a encarar son enormes. El endeudamiento externo aún tiene un peso significativo en algunas de las principales economías del área. La lucha por controlar la inflación y para crear condiciones macroeconómicas sólidas favorables al crecimiento, está lejos aún de haber terminado. En algunos casos recién esta empezando y los resultados son inciertos. El caso Brasil demuestra qué la tarea por delante es inmensa. Por sobre todo la cuestión social aparece en toda la región agravada y sé traduce, ocasionalmente, en manifestaciones de violencia callejera, como las que se han producido en Venezuela.

La tercera razón es que la situación de la economía mundial también es incierta. El mundo industrializado, en particular los Estados Unidos, ofrece un cuadro de crecientes dificultades para superar las tendencias recesivas y las consiguientes tentaciones proteccionistas. Las dificultades para concluir siquiera con éxito relativo la Rueda Uruguay en el GATT, alimenta un panorama económico internacional sombrío. A ello se suma el clima de inestabilidad y de marcada impredecibilidad que se manifiesta con respecto a la antigua Unión Soviética, y en particular a Rusia. La desintegración del imperio soviético no ha sido aún digerida por el mundo industrializado y, en tal perspectiva, el "nuevo orden internacional" aparece por momentos más qué cómo una realidad, como un intento de exorcizar las tendencias centrífugas que amenazan al Este europeo.

Sin embargo, protagonistas, analistas y mercados, dentro y fuera de la región, se inclinan a tener un comportamiento positivo con respecto a América Latina. Se refleja ello en los mercados de capitales y en los flujos de inversión hacia varios de los países de la región.

Quizás tal actitud positiva esté basada en las siguientes razones:

a) La tendencia secular al crecimiento de las economías latinoamericanas. En efecto, si bien los años ochenta contribuyeron a generar la imagen de que los países del Sudeste asiático han tenido una mejor trayectoria de crecimiento económico que los del área, lo cierto es que, en el largo plazo, son las economías latinoamericanas las que más han crecido en el mundo. Un reciente estudio publicado por la OECD (Angus Maddiaon, "The World Economy in the 20th Century", 1989), demuestra que entre 1900 y 1987, los países latinoamericanos han tenido un crecimiento promedio del 38%, superior al promedio de los otros grupos de países Objeto del estudio, que fueron los de Asia con un promedio anual del 3.2% y los de la OECD con un promedio del 2.9%. De todos los países estudiados, el que más Creció en ese período de 87 años, fue el Brasil, con un promedio del 5% anual. En cuanto a la Argentina, su promedio anual en el mismo período fue de 3.3%.

b) La relativa consolidación de la democracia en la región, que a su vez refleja un cambio pronunciado de cultura política. No sólo se ha recuperado la democracia en todos los países latinoamericanos, salvo Cuba y Haití, cualesquiera que ¡sean las limitaciones e imperfecciones que se observan en varios de ellos, sino que aparecen signos evidentes de la emergencia de una Cultura política más proclive a la concertación y a la negociación. La forma en que se ha producido la transición democrática en Chile es un ejemplo, pero también lo es la administración del problema de la violencia en Colombia o la experiencia reciente de Nicaragua. Las frustraciones parecen canalizarse más dentro del sistema político democrático que a través de su ruptura. Una excepción notable lo es sin duda la contestación violenta que se manifiesta aún en el Perú y en El Salvador. Elijas nos recuerdan la dualidad de una realidad latinoamericana, en la que se observan a la vez el desmantela-miento de viejas revoluciones (por ej. Solivia o México) y el intento del armado de nuevas.

c) El cambio de actitud de los Estados Unidos con respecto a América Latina. Sin duda facilitado por el fin del impacto de la guerra fría en la región, lo cierto es que la administración del presidente Bush ha puesto de manifiesto un nuevo interés en América Latina, que se traduce en el nítido apoyo a la democracia y en el lanzamiento de la Iniciativa Empresa dé las Américas, anunciada en junio de 1990. Cualesquiera que sean los comentarios que puedan efectuarse en cuanto al contenido práctico de esta Iniciativa, lo cierto es que ha significado enviar el mensaje, especialmente a la comunidad de negocios, de que el gobierno norteamericano sí cree que están dándose las condiciones de un profundo cambio económico en el área y que para los Estados Unidos, América Latina tiene una alta prioridad, superior a la de Europa del Este. Recordemos que en el momento del lanzamiento de la Iniciativa, el temor que existía en la región era el de un fuerte desplazamiento del interés norteamericano hacia la Europa del Este conmovida por los hechos revolucionarios iniciados en 1989. La Iniciativa significa avalar en el más alto nivel político estadounidense, lo que Michel Camdessus y Enrique; Iglesias, venían sosteniendo desde sus altas posiciones en el Fondo Monetario Internacional y en el Banco Interamericano de Desarrollo, en el sentido que en América Latina se estaba produciendo una verdadera "revolución silenciosa", menos publicitada y menos espectacular, pero tan o más profunda que la de Europa del Este, y por cierto, en un terreno mucho más fértil para el florecimiento del espíritu de empresa y el restablecimiento de la tradición de crecimiento económico.

d) Se ha generalizado un consenso regional sóbrela necesidad de aplicar políticas económicas orientadas a superar la obsolescencia y a crear condiciones estructurales de competitividad internacional. Tres elementos caracterizan tal consenso regional. El primero es el reconocimiento de que los sistemas económicos se encontraban incapacitados de generar el bienestar requerido por los procesos de apertura democrática y esperada por poblaciones familiarizadas, a través de los medios de comunicación masivos, sobre el bienestar que el progreso técnico puede producir. En los países más avanzados de la región se reconoce además que la obsolescencia tecnológica generalizada los coloca aceleradamente fuera de condiciones de competir en el comercio mundial de manufacturas y de servicios. El segundo, es la aceptación de que sólo con el control de las respectivas macroeconomías, se pueden crear condiciones de mercado para que a través del florecimiento del espíritu de empresa y de la inversión privada, se opere la transformación productiva necesaria para competir en los mercados mundiales. Y el tercero, es precisamente el de que es necesario, si se quieren alcanzar niveles de bienestar y de equidad social compatibles con la consolidación de la democracia, hacer un enorme esfuerzo societal para capacitarse para competir como naciones en los grandes mercados industrializados. Este esfuerzo cruza por la transformación del Estado, la desregulación de la economía, la apertura al comercio mundial, la inversión privada y la modernización tecnológica, a fin de que a través de la incorporación de valor agregado intelectual a la actividad productiva, poder generar empleo y producir el tipo de bienes y de servicios, que demandan mercados internos y mundiales, cada vez más poblados de consumidores exigentes en calidad. El que nadie en el mundo compra caro lo malo, pudiendo adquirir barato lo bueno, se ha transformado en un axioma, que más allá de cualquier ideología, señala una regla central de la competencia económica internacional de este fin de siglo.

e) La generalización de políticas exteriores orientadas a la cooperación y la integración, dentro de la región y con el mundo. La crisis de los ochenta arroja el saldo de una América Latina más proclive al pragmatismo en su comportamiento internacional. Quizás como resultante de la nueva cultura política, que reconoce el valor de la competitividad, el compromiso y la negociación, es evidente en todas las latitudes nacionales e ideológicas de la región, la idea de trabajar dentro de las reglas de juego dominantes en el sistema internacional. Los viejos conflictos aparecen diluidos en espacios de cooperación y paz. El caso centroamericano es un ejemplo al respecto. Pero fue quizás en el Sur que se sentó el precedente de un nuevo espíritu de cooperación política y económica, a través de los entendimientos que se desarrollaron entre la Argentina y el Brasil a partir del acuerdo de tripartito de 1980 y, especialmente, a partir de la recuperación democrática y los acuerdos de 1985. Los acuerdos en materia nuclear fueron el comienzo de un proceso de claras señales al mundo sobre el espíritu de cooperación que reinaba en la región, reiterado con posterioridad por hechos concretos producidos por los gobiernos de los presidentes Menem y Collor.

Quizás sea la idea del MERCOSUR la que mejor refleja la nueva realidad latinoamericana y ello explique el interés que ha despertado en el mundo industrializado. A diferencia de experiencias anteriores en materia de integración, el MERCOSUR se presenta como una alianza para la consolidación democrática, la transformación productiva y la competitividad internacional. En una época en que el concepto, de zonas de libre comercio cualitativas, como lasque surgen en América del Norte y en Europa, caracterizadas por la sumatoria de las aperturas recíprocas de los mercados y una disciplina macroeconómica colectiva, tiende a borrar las tradicionales fronteras entre los conceptos de zona de libre comercio, unión aduanera y mercado común, lo relevante en el MERCOSUR no es tanto cuál de estas categorías predominará en 1994 al finalizar el período de transición, sino el hecho de que los cuatro países, y muy probablemente luego Chile y Bolivia, han aceptado compartir el objetivo de reconvertir sus economías creando en un nivel subregional, un hábitat favorable a los esfuerzos nacionales de competitividad estructural y empresarial. En esta perspectiva, la validez del MERCOSUR y su viabilidad, reside en el hecho de ser una alianza para la modernización y la inserción competitiva en todos los mercados mundiales. El formato final y los instrumentos son en cierta forma accesorios. Lo esencial es que se mantenga el sentido de dirección en los cambios políticos y económicos que se están operando, a veces quizás con distintos ritmos, y nunca por cierto en forma lineal, en las cuatro economías del área, como parte de un esfuerzo hemisférico más amplio, de crear en las Américas un espacio de crecimiento, de libertad y de equidad social.

En un período de inestabilidad y de cambios revolucionarios en todo el sistema internacional, difícil resulta hacer pronósticos sobre cuál será la evolución futura de América Latina. Son épocas ambivalentes: de cautela para el analista, de optimismo para el protagonista. La agenda latinoamericana del fin del siglo aparece plagada de dificultades y de desafíos. Pero quizás los cambios en la propia región sumados a los que se están operando, con signo equívoco, en la vieja Europa, abren una ventana de oportunidad para recolocar a los países latinoamericanos en la ruta del crecimiento y del desarrollo.

Estas notas sólo han intentado destacar algunos rasgos de una nueva realidad regional que quizás estén apuntando a una larga etapa de progreso y de libertad en la región. El trabajar para que ello sea realidad, puede ser el mejor homenaje a los cinco siglos del encuentro entre las Américas y el Occidente.


Félix Peña es Director del Instituto de Comercio Internacional de la Fundación ICBC; Director de la Maestría en Relaciones Comerciales Internacionales de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF); Miembro del Comité Ejecutivo del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI). Miembro del Brains Trust del Evian Group. Ampliar trayectoria.

http://www.felixpena.com.ar | info@felixpena.com.ar


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