La construcción gradual de un sistema de interdependencia económica
entre los países latinoamericanos, en el que predomine la cooperación
sobre el conflicto, es una tarea de largo aliento, que ha estado caracterizada
y probablemente lo seguirá estando, por una marcada arritmia y
or un rumbo errático. No ha respondido, ni podría quizás
haber respondido a un programa único, de ejecución lineal,
con objetivos y plazos predeterminados. Por el contrario, la experiencia
demuestra que es una tarea en la que predominan marchas y contramarchas,
observándose una tozuda rebelión de la realidad ante las
pretensiones racionalistas. La explicación es simple: son muchos
los países, son dispares sus situaciones y sus intereses, las inestabilidades
políticas y económicas han sido frecuentes, las distancias
físicas y económicas enormes.
Queda incluso la impresión que es una tarea imposible y que América
Latina está condenada a la fragmentación en el marco de
una interdependencia en la que por lo demás predomine el conflicto.
En tal sentido, cabe reconocer que existe hoy, en muchos círculos,
una profunda brecha de credibilidad con respecto a la posibilidad de crear
para cada país un entorno regional de cooperación económica
efectiva. Muchos dudan que aún si tal entorno fuera efectivamente
establecido, pudiera tener m impacto significativo en el crecimiento y
desarrolló de las principales economías latinoamericanas.
Consideran que desde el punto de vista económico los mercados de
la región, salvo en algunos casos los contiguos, siguen siendo
marginales.
Convencionalmente se reconoce que 1960 es el año en que comienza
la historia contemporánea de la concertación económica
intralatinoamericana. Los Tratados de Montevideo (ALALC) y de Managua
(MCCA), son hitos generalmente aceptados para marcar el inicio de los
procesos de integración económica en la región. Es
que a partir de ellos se puede observar la aparición, al menos
en el plano comercial, de los primeros elementos distintos de nuevos subsistemas
internacionales o sistemas internacionales parciales (uno de alcance regional,
el otro subregional), en los que los países latinoamericanos participan
y que se distinguen del interamericano o panamericano, que había
sido hasta entonces el marco mas común para sus propias interacciones
políticas y económicas recíprocas.
Por cierto, nada comienza de la nada y toda historia tiene su prehistoria.
La prehistoria en este caso había sido larga, con etapas claramente
diferenciadas en los períodos precolonial y colonial, en el transcurso
del siglo XIX y mas recientemente, en la década del treinta. Sobretodo
en el denominado Cono Sur, se había enhebrado una incipiente interdependencia
económica cooperativa, de ámbito limitado como resultado
de la crisis del treinta primero y luego, por los efectos de la Segunda
Guerra Mundial. El instrumento principal fue una red dé convenios
bilaterales de comercio y pagos, a través de los cuales se canalizaba
lo esencial del intercambio intrarregional de aquellos años, concentrado,
por lo demás, en pocos productos primarios.
Pero es sólo a partir de finales de los años cincuenta
que comienza el desarrollo de un proceso de concertación económica
regional, con un alcance geográfico superior al de los respectivos
ejes bilaterales y al del Cono Sur. En tal sentido, la participación
de la ALALC en México, Colombia y Ecuador, y luego la de Venezuela,
adquirió un sentido político superior incluso a su relevancia
comercial, al transformar la Asociación en un proyecto de alcance
regional, incipiente expresión institucional contemporánea
quizás, de una idea de profunda raíz histórica e
innegable valor cultural y político actual, que es la de América
Latina.
La ALALC puede ser considerada entonces como el primer paso a la institucionalización
de una región que aspira tener identidad propia en el concierto
internacional de naciones. El bloque latinoamericano en Naciones Unidas
(años 50), los ensayos de conce.tación económica
externa al promediar los sesenta en el ámbito de la CECLA y lueyo
los GRULA, en distintos foros internacionales, son otras expresiones institucionales
de la idea de región, que la diplomacia multilateral latinoamericana
va desarrollando en el curso de estos años, que hoy podríamos
denominar los del "aprendizaje latinoamericano". La creación
del SELA, en 1975, es quizás un punto culminante de este proceso
incipiente de concertación externa. El Grupo de los 8, constituido
en 1986 en Rio de Janeiro, es la expresión más reciente
y sin duda, la de mayor alcance político. A partir de su formación,
la concertación latinoamericana trasciende lo económico
e incursiona decididamente en el terreno político, continuando
un proceso cuyo antecedente más inmediato son los Grupos Contadora
y de Apoyo.
Desde aquellos ya lejanos años sesenta, se plantea por lo demás,
el interrogante sobre si la integración y la cooperación
económica regional eran y debían ser procesos predominantemente
gubernamentales.
Algunos así lo visualizaban. La acción principal correspondería,
en esta visión, a los gobiernos quienes crearían los marcos
en los que canalizarían luego su acción los operadores económicos.
Cuanto más, éstos sólo deberían ser consultados
en el seno de organismos públicos de decisión, tanto nacionales
como multinacionales.
Otros, por el contrario, veían a los empresarios como los verdaderos
promotores y protagonistas de las acciones de integración. Entendían
el rol gubernamental como el de la eliminación de restricciones
e impedimentos a lo que debía ser el espíritu creativo de
los empresarios, quienes en mecanismos tales como las reuniones sectoriales
de la ALALC, o a través de entendimientos directos intra e inter-empresas,
serían entonces los verdaderos impulsores del comercio y de otras
formas de interacciones económicas transfronterizas.
Tensión conceptual, metodológica e ideológica, en
fin, que no dejaba de reflejar la que en el ámbito nacional marcaba
frecuentemente los debates sobre los caminos hacia el desarrollo económico.
Muchas energías se esterilizaron, en los países y en la
región en su conjunto, como consecuencia de tal tensión.
En el fondo, esta tensión ha puesto de manifiesto también,
en ese campo específico, la gran dificultad práctica que
ha habido en la región para reconocer la interacción entre
los distintos planos en que se desarrollan o en que- pueden desarrollarse
acciones orientadas a interconectar los mercados, a compartir la explotación
de recursos, a administrar colectivamente problemas económicos
comunes, a concertar negociaciones frente a terceros, en fin, a cooperar
en el amplio espectro de posibilidades que se abre en tal sentido, a países
que comparten una región o una subregión en el sistema internacional.
Por el contrario, ha existido una fuerte propensión a los compartimientos
estancos, conceptuales y operativos, expresados precisamente en esa falta
de comunicación entre los distintos planos en que pueden canalizarse
acciones de cooperación e integración. Quizás en
este hecho pueda encontrarse una de las claves de la limitada efectividad
de los planteos de concertación latinoamericana.
Creo que sin perjuicio de los que han derivado de la existencia de corrientes
ideológicas contrapuestas, han tenido gran importancia para explicar
tales dificultades de comunicación las propias organizaciones internas
de las administraciones públicas latinoamericanas y el exceso de
especialización del mundo académico y técnico, por
mucho tiempo poco propenso a los enfoques interdisciplinarios, a las visiones
de conjunto y a las perspectivas históricas. Sólo en los
años mas recientes se pueden observar estructuras gubernamentales
más aptas para captar, por ejemplo, el amplio y complejo mundo
de las relaciones económicas internacionales, concebido como campo
de interacción de factores de poder y de bienestar, así
como su intensa interacción con el no menos complejo mundo del
desarrollo económico, social y político de una comunidad
nacional. La ya clásica dicotomía entre las cancillerías,
por un lado y los responsables de las áreas de economía,
comercio y banca central, explican muchos de estos compartimientos estancos,
que han restado coherencia, efectividad y eficacia a la acción
económica externa de gobiernos latinoamericanos, contribuyendo
así a la distancia que se observa entre teoría y realidad
en materia de integración regional.
Estas notas están orientadas a explorar, precisamente, el tema
de la interacción entre los distintos planos y ámbitos de
la concertación económica latinoamericana.
Quiero referirme particularmente a la integración como un fenómeno
multidimensional, en el cual la efectividad y la eficacia de las acciones
de alcance regional de los gobiernos, de los distintos protagonistas sociales
y en particular de los operadores económicos dependen, en gran
medida, de los vasos comunicantes que se logren establecer entre los distintos
planos y ámbitos en que ellas se manifiestan.
Pienso que es el ámbito interno de cada país donde tales
vasos comunicantes parecen ser más necesarios. Ello implica un
esfuerzo de visualizar la interdependencia regional, sus costos y beneficios,
así como las desventajas de su ausencia, desde una óptica
nacional y de la de cada operador económico. Sólo desde
una perspectiva nacional puede plantearse y captarse la racionalidad política
y económica de una interdependencia regional cooperativa y su expresión
más avanzada, que es la integración económica. Sólo
en tal perspectiva pueden extraerse consecuencias operativas con respecto
a su vínculo con las relaciones internacionales globales de cada
país, así como con respecto a las modalidades organizativas
más apropiadas para actuar en el plano internacional, incluyendo
el regional. Por el contrario, la tendencia ha sido con mucha frecuencia
razonar lo regional no desde la perspectiva de cada interés nacional,
sino desde la más abstracta de una hipotética racionalidad
supranacional, encubierta por la expresión "interés
regional". Este es un defecto común en muchos planteos teóricos
de integración, en distintas latitudes, como lo ha puesto de manifiesto
Hans Cristoph Rie-ger. en el caso de la ASEAN, en Towards the making of
ASEAN Common Market: A concrete proposal", 1986.
Especial énfasis quiero poner en esta ocasión, en un primer
análisis, en la correlación entre la convergencia latinoamericana
frente a terceros y la intrarregional, y en la comunicación entre
las dimensiones macro y micro de la integración económica
regional.
En este análisis tomaré en cuenta, especialmente, las nuevas
tendencias que en materia de concertación latinoamericana se han
expresado en años recientes. Concluiré haciendo algunas
propuestas orientadas a reforzar tales tendencias.
1. Concertación e integración económica: el retorno
Los últimos años permiten constatar un revivir de la idea
de concertación e integración económica entre países
que comparten una región o una subregión. Recientemente,
por ejemplo, los jefes de Estado de la ASEAN se reunieron en Manila, en
la primera cumbre que celebran en diez años y fijaron ambiciosas
metas en materia de liberación del comercio intrarregional. Y en
Europa, parece ya un hecho que se ha de lograr en 1992 el objetivo del
mercado único, dentro del cual los empresarios podrán operar
libres de todo tipo de restric ciones tarifarias o no tarifarias, y en
el que se habría logrado para ese entonces un avanzado grado de
armonización de legislaciones y de coordinación de políticas.
Incluso la idea de una banca central europea podría haberse concretado
a esa fecha. En otro ejemplo significativo, el acuerdo de libre comercio
entre Canadá y los Estados Unidos aspira a producir un dramático
paso adelante en la integración de ambas economías.
El cuadro se enriquece y se vuelve más complejo, si se toma en
cuenta la red de relaciones económicas especiales que se ha ido
desarrollando entre países industrializados y los países
en desarrollo de su entorno inmediato. Tres redes comerciales sobresalen
de inmediato al observador: la de Japón con los países del
Sudeste Asiático; la de los Estados Unidos y Canadá, con
México y con los países de la -Cuenca del Caribe, y la de
la Europa comunitaria, con los países de la Cuenca del Mediterráneo
y con los de la Convención de Lomé. Cada red se enhebra
a través de una compleja trama de relaciones empresarias transnacionales,
de preferencias comerciales, de inversiones y de mecanismos financieros,
que permite, entre otras ventajas económicas a veces recíprocas,
intercambiar el acceso a una demanda externa de alto poder adquisitivo,
a tecnología, a capacidad empresaria y a financiamiento, por el
acceso a un mercado laboral extenso y barato, y a un amplio, aunque muchas
veces potencial, mercado consumidor.
Como telón de fondo a este renovado movimiento hacia bloques comerciales
y hacia distintas modalidades de procesos de integración, una amplia
y relativamente eficaz coordinación económica del mundo
industrializado se combina con una marcada pérdida de efectividad
de aquellos mecanismos económicos multilaterales más universales,
en los que la participación en las decisiones se rige por principios
de democratización del poder mundial. La de los ochenta es en tal
sentido, una década en que se contrasta la importancia relativa
creciente para las relaciones económicas internacionales de la
Cumbre de los Siete, con la decreciente de la UNCTAD. A diferencia de
lo que parecía ser la tendencia en la década anterior, manifestada
en iniciativas tales como las del Nuevo Orden Económico Internacional
. y el Diálogo Norte-Sur, en las que tantas esperanzas depositaron
los países en desarrollo, los años recientes parecen indicar
un mayor predominio de foros y mecanismos de concertación en los
que sobresalen la lógica pragmática de la estratificación
internacional, por contraposición a la más idealista de
la democratización internacional. Este es un tema que amerita una
reflexión detenida por los especialistas en relaciones internacionales,
pues quizás en este hecho se encuentran algunas de las claves para
entender fuerzas profundas que están operando en el sistema internacional
y que, tras la apariencia de una relativa estabilidad, puedan estar preanunciando
años difíciles para la convivencia entre las naciones.
Por el juego de distintos factores, la idea de integración también
ha retornado a la agenda de las relaciones económicas internacionales
de los países latinoamericanos. Sin duda, uno de los factores que
la impulsa es la percepción de tendencias internacionales como
las señaladas en el párrafo anterior. Los cambios que se
están operando en una economía mundial impactada por profundos
"shocks" tecnológicos y financieros, por la emergencia
de nuevos protagonistas-países y protagonistas-empresas, por una
gradual pero implacable redistribución del poder económico
relativo entre las grandes potencias y entre potencias emergentes, están
produciendo un fuerte impacto en la percepción que los países
dé la región tienen de desafíos y oportunidades externas.
El entorno económico externo plantea en América Latina un
imperativo que se está generalizando en el mundo contemporáneo,
de competitividad, de negociación, de desarrollo de alianzas y
de relaciones económicas preferenciales, que necesariamente está
conduciendo a una revaloración del entorno regional o subregional
en el que cada país se inserta. Se observa esta tendencia, por
lo demás, en todas las regiones del sistema internacional.
Pero dos son quizás los factores que se destacan para explicar
el retorno de la integración de América Latina. Uno, es
el fenómeno de la deuda externa. Por lo menos por tres razones
incide la deuda sobre la mayor propensión a la integración:
a) por la idea que una mayor concertación entre los deudores podría
contribuir a mejorar su capacidad relativa de negociación frente
a los bancos y a los países acreedores; b) por los efectos que
la escasez de divisas para importar de fuera de la región tiene
sobre la búsqueda de alternativas en un intercambio regional ahorrador
de divisas y sobre el desarrollo de estrategias para la sustitución
eficiente de importaciones, y finalmente, c) por los efectos de la noción
de "riesgo latinoamericano", que especialmente en los años
inmediatos al estallido de la crisis de la deuda, llevó a los bancos
y a los mercados a percibir la región como un conjunto, sin reconocer
situaciones diferenciales a pesar de la estrategia seguida de encarar
cada paso por separado.
La deuda externa acentúa en la región la idea de interdependencia.
La consecuencia es que cada país se percibe a sí mismo,
y es percibido por sus acreedores externos, como parte de un área
diferenciada del resto del mundo en la que, lo que ocurre con las otras
partes afecta de una manera positiva o negativa, al conjunto. De allí
la tendencia a desarrollar en la región una cierta disciplina colectiva,
orientada a impedir que comportamientos de uno de los deudores frente
a sus acreedores afecten a los demás o que se elaboren soluciones
individuales a expensas del grupo. Pero de allí, también,
surge la búsqueda de grados de concertación que permitiera
"a cada uno y al conjunto mejorar su posición negociadora
relativa frente a terceros. Caracas (1983), Quito (1984), Cartagena (1985)
y Acapulco (1987), son otros tantos hitos en la búsqueda de mecanismos
realistas de concertación frente a los acreedores. Cualesquiera
que hayan sido sus resultados efectivos, que en procesos de largo plazo
nunca pueden ser examinados por los impactos inmediatos, lo cierto es
que retoman un camino latinoamericano de concertación económica
externa, iniciado quizás en 1964 en Alta Gracia, continuado en
1969 en Viña del Mar y que deriva luego en la creación en
1975, del SELA.
El otro factor por destacar es el cambio que se está operando
en los intereses comerciales latinoamericanos, como consecuencia del desarrollo
industrial de las economías más avanzadas del área.
Tres países por lo menos se están transformando en activos
exportadores a la región de bienes de capital y de tecnologías:
Brasil, México y la Argentina. Los tres están manifestando
un creciente interés en penetrar los mercados en desarrollo del
área, apuntando especialmente a los mercados de proyectos. Comienzan
a percibir entonces más nítidamente que antes, cuatro aspectos
que parecen ahora como indisociables en una estrategia de aprovechamiento
de los mercados de la región: la racionalidad de desarrollar espacios
de comercio preferencial entre sí y con los demás países
del área, la necesidad de comprar para poder vender; la conveniencia
de encontrar soluciones prácticas al problema de la creciente deuda
intralatinoamericana, y la ventaja de promover relaciones empresarias
trasfronterizas, a través del empleo de distintas modalidades de
"contractual" y "equity joint-ventures", incluyendo
por cierto, la subcontratación internacional. El planteamiento
reciente de México con respecto a Centroamérica, en torno
al aprovechamiento del financiamiento resultante de los Acuerdos de San
José a fin de identificar y desarrollar proyectos de inversión,
es un ejemplo en tal sentido.
El efecto es una marcada tendencia al reconocimiento, desde una perspectiva
de interés nacional, de la importancia relativa de los mercados
regionales y de las condiciones que parece ineludible reunir, si es que
quieren competir en ellos con proveedores extrarregionales. En este reconocimiento
y en la mayor apertura que están introduciendo en sus propios mercados
a fin de acrecentar la eficiencia y la competitividad internacional de
sus economías, se encuentran factores dinámicos potenciales,
que de consolidarse podrían operar un cambio significativo en las
relaciones económicas intraíatinoamericanas. Cabrá
observar con detenimiento, en tal sentido, los efectos que se podrían
producir en el comercio intrarregional, como consecuencia de las recientes
innovaciones introducidas por el Brasil en sus políticas industrial
y de comercio exterior, sobre todo teniendo en cuenta el amplio poder
de compra relativo de su economía.
Cabe apuntar asimismo, que el hecho que algunas de las economías
del área están demostrando un mayor dinamismo relativo y
una mayor adaptabilidad a los actuales requerimientos de la competencia
económica mundial, podría estar introduciendo en la competencia
por los propios mercados" regionales, elementos de emulación
y efectos de "catch-up", relativamente ausentes hasta ahora
y que pueden ser sumamente positivos para estimular futuras acciones de
cooperación e integración económica. Quizás
sea todavía prematuro hablar de "locomotoras" intraíatinoamericanas
del desarrollo regional, pero es sin duda una perspectiva factible para
la década del noventa.
Las reuniones de Quito (1984), Montevideo (1985), Esquí-pulas
(1986-87), Quito (1987) y Acapulco (1987), son a su vez los hitos principales
del retorno de la integración económica en América
Latina. Jalonan un proceso, que ha sido estimulado por la revitalización
democrática de la región y que es alimentado por la percepción
de claros desafíos externos. Reflejan la alta prioridad política
que los gobiernos de la región quieren otorgarle al área,
como entorno económico externo que puede ser favorable a la consolidación
de la democratización, la transformación económica
y la modernización tecnológica de los respectivos países.
Pero expresan además, junto con iniciativas trascendentes como
las que han llevado adelante los países del Cono Sur, particularmente
.a través del Programa de Cooperación e Integración
Económica entre la Argentina y Brasil, la culminación de
una profunda renovación conceptual y metodológica que se
está operando en el área en materia de concer-tación,
cooperación e integración regional.
2. Concertación e integración económica: la renovación
¿En qué consiste esta renovación conceptual y metodológica?
Se están borrando, en primer lugar, las líneas divisorias
entre los conceptos de concertación, cooperación e integración
económica. Ponerse de acuerdo, actuar en conjunto, administrar
problemas colectivamente, compartir recursos y mercados, son tipos de
acción que, si bien distintos en sus alcances y características,
persiguen la misma finalidad de ayudar a enfrentar desafíos externos,
o de mejorar las condiciones externas para la transformación económica
interna y la modernización tecnológica. Desde una perspectiva
teórica sería posible, por cierto, reconocer las diferencias
que existen entre tales conceptos. Lo importante, sin embargo, es retener
el hecho que al menos en nuestra región, para los operadores políticos
gubernamentales y económicos, son en la práctica conceptos
intercambiables. Es en su finalidad que estos conceptos se identifican,
perdiendo en tal perspectiva relevancia práctica las diferencias
que tradicional-mente se reconocen en ellos. Para el hombre de acción
y quizás también para el ciudadano común, aparecen
como contrarios a aislamiento, conflicto y fragmentación.
Esta evolución se ha visto favorecida por tres factores relacionados
entre sí: el proceso de aprendizaje resultante de treinta años
de esfuerzos de integración regional; la consiguiente independencia
en relación a modelos teóricos y a- experiencias históricas
extrarregionales, en particular la europea, y como consecuencia de los
dos primeros, el desprendimiento con respecto a modalidades específicas
de integración, tales como las de mercado común, zona de
libre comercio o unión aduanera, no en cuanto ellas puedan significar
como resultado final, pero sí en cuanto a lo que significan como
procesos conducentes a tales resultados.
Mercado común, unión política, supranacionalidad,
fueron conceptos comunes en la primera fase de la historia contemporánea
de la concertación latinoamericana. Generaron interminables debates
que muchas veces trabaron la voluntad de acción y que también
distrajeron la atención sobre lo que era esencial. Alimentaron
la tradicional propensión latinoamericana a discutir conceptos
y restaron energías para operar sobre las realidades.
En particular, la idea de que la integración económica
suponía superar las realidades nacionales, diluyendo las soberanías
preexistentes en lo que era percibido como una utópica unión
política, produjo naturales reacciones contrarias en importantes
sectores políticos de la región, restando en muchos otros
interés por una propuesta que se había terminado por alejar
de la agenda de los problemas críticos, estructurales y cotidianos,
de los países latinoamericanos.
Lo que es peor, ese tipo de planteamientos integracionistas que se basaban
aparentemente en el modelo comunitario europeo, estaban poniendo de manifiesto,
como algunos lo destacamos en la época, un profundo desconocimiento
de la lógica interna del planteamiento originado en el plan Monnet
y encarnado luego en la Comunidad Económica Europea. El hecho que
en 1992 el mercado único europeo se ha de concretar en el marco
de la Europa de las Patrias de De Gaulle, con la supervivencia de los
Estados nación, demuestra lo afirmado.
Se está consolidando, en segundo lugar, la noción que el
foco de la acción -tanto a nivel de la región en su conjunto,
como en el de las distintas subregiones y en el de los ejes bilaterales,-
debe estar centrado en la organización y la administración
de la interdependencia política y económica de América
Latina.
Para emprender este último desarrollo, creo que puede resultar
práctico recurrir al concepto de subsistema internacional que implica
un ámbito particular de competencia internacional que es diferenciado
del sistema internacional global, sea por la especificidad del objeto
de las interacciones (por ej. comercio, financiamiento, tecnología,
seguridad, cultura, ideas) o sea porque ellas se limitan a un número
de países inferior al total de Jos que integran en un determinado
momento histórico el sistema internacional global.
Como mínimo, un elemento común contribuye a definir el
campo de interacción que configura un subsistema: puede ser un
espacio geográfico compartido; una función económica,
política o militar; una ideología, creencia o raza. A partir
del elemento común o de la confluencia de varios, se entablan las
relaciones de poder entre los países del grupo y surge el ámbito
de composición.
La interdependencia que se genera a partir del elemento común,
que hace que ninguna de las partes pueda ser indiferente a las actitudes
y comportamientos de los demás, puede ser predominantemente conflictiva
o cooperativa, según sea el grado de disparidad o afinidad de intereses
entre los países que integran el subsistema. Los subsistemas pueden
distinguirse por el grado de intensidad de sus interacciones y por el
signo predominante de éstas, pero también por ser potenciales
o activos.
Como por definición un subsistema no es un fenómeno aislado
en el sistema internacional, comprender su interacción con otros
subsistemas internacionales es esencial para describir y entender su estructura,
su funcionamiento y las fuerzas de cambio que en él operan. Por
lo demás, un país normalmente es simultáneamente
protagonista activo en distintos subsistemas internacionales. Y no todos
los países que integran un subsistema, tienen a la vez intereses
o grado de participación similares en otros subsistemas internacionales.
Por el contrario, los integrantes de un mismo subsistema pueden tener
una inserción diferenciada en el complejo de subsistemas internacionales
que se pueden distinguir en un momento histórico determinado en
el sistema internacional global.
Conocer quienes son los competidores, su naturaleza (son los propios
Estados nacionales, pero también lo son otros actores societales,
en particular los operadores económicos) y la forma en que el poder
se distribuye entre ellos, es esencial para la descripción de un
subsistema internacional y para entender su dinámica. Dos conceptos
pueden ser útiles al e-fecto: uno es el de estratificación
objetiva, entendida como la jerarquización de todos los competidores
en función de indicadores de poder seleccionados de acuerdo a la
naturaleza del subsistema; el otro es el de estratificación relativa,
entendida como la jerarquización de los demás competidores
desde la perspectiva de cada uno de los competidores, en función
de la importancia relativa que aquellos tienen en términos de seguridad,
mercados, modelos o influencias. Esta última forma de estratificación,
que no necesariamente coincidirá con la anterior, permite determinar
en cada situación concreta, el "grado de prescindibilidad"
que los demás competidores tiene en la perspectiva de cada uno
de ellos.
Es a partir precisamente de los años 60 que comienzan a manifestarse
signos evidentes del surgimiento de un subsistema internacional latinoamericano,
y la interdependencia que se genera hace que la vida política y
económica de cada uno de los países de la región
deje de ser indiferente para los demás. La Revolución Cubana,
con sus profundos efectos en las relaciones interamericanas y en la vida
política de cada país de la región, actuó
como acelerador de un proceso que desde entonces se ha ido enriqueciendo
en manifestaciones y matices.
Los denominados esquemas formales de integración, si bien son
parte del desarrollo de la interdependencia regional, sólo abarcan
un segmento muy limitado de la rica realidad del relacionamiento intralatinoamericano.
Por el contrario, la realidad de América Latina como subsistema
internacional los desborda, manifestándose a través de múltiples
planos de acción gubernamental o societal, como así también
de muy diversos medios institucionales, de alcance regional, subrégional
o bilateral, las más de las veces de características muy
informales. Si esto era cierto ya en los setenta, más lo es aún
en los años ochenta.
¿Interdependencia anárquica y conflictiva? ¿Interdependencia
organizada y cooperativa?. Tal parece ser el principal dilema que deberán
resolver en los próximos años los países latinoamericanos
como consecuencia de compartir un mismo espacio geográfico, económico
y finalmente político. La historia mundial está plagada
de casos de interdependencia del primer tipo. Menos frecuentes son los
casos históricos de interdependencia del segundo tipo. Sólo
en la perspectiva de tal dilema, puede analizarse y comprenderse la problemática
de la concertación regional y más precisamente, la de la
integración económica. Quienes pretenden captar este último
fenómeno desde una óptica parcial, por ejemplo la económica,
corren el riesgo de entender muy poco lo que en realidad ocurre.
Un enfoque como el propuesto tiene por lo menos cuatro consecuencias
metodológicas y operativas: a) la primera, es que se diluye la
distinción entre las dimensiones económica y política
de las relaciones intralatinoamericanas. Si el foco es el desarrollo y
la organización de un subsistema internacional de interdependencia
cooperativa, la interacción entre lo económico y lo político
pasa a ser tan natural como lo es en la realidad diaria; b) la segunda,
es que se acepta la existencia de una multiplicidad de planos y de medios
en que se pueden manifestar las acciones regionales (subregionales, sectoriales
o bilate rales) de los operadores gubernamentales y societales; c) la
tercera, es que se percibe más claramente la multidimensiona-lidad
del fenómeno de la concertación latinoamericana y su relación
dinámica con otras cuestiones claves de la actual agenda del desarrollo
regional, tales como las de la democratización, la apertura a la
competencia internacional, la transformación económica y
la modernización tecnológica y, finalmente, d ) la cuarta,
es que se reconoce la dimensión temporal prolongada de una empresa
histórica de la magnitud que ha encarado América Latina,
a fin de alcanzar objetivos de desarrollo económico, social y político,
que en otras latitudes costaron mucho tiempo e incluso mucha sangre.
Quizás a la luz de estas cuatro consecuencias convendría
releer el Compromiso de Acapulco, pues encontraríamos allí
su reconocimiento explícito y por ende, la expresión más
autorizada y actualizada de la renovación conceptual y metodológica
antes mencionada.
Pero Acapulco es, a la vez, culminación de una fase de redefinición
en enfoques, objetivos y métodos de trabajo, y punto de partida
de un camino que ahora hay que recorrer. Si bien la región parece
más equipada hoy, conceptual y operativamente, para evitar un nuevo
divorcio entre lo que se programa y lo que en la realidad ocurre, sí
parece necesario seguir extrayendo de la experiencia pasada lecciones
que permitan tornar efectivos los esfuerzos de concertación que
se realizan.
Quiero examinar este último tema a continuación, en relación
a dos ámbitos en que en el pasado el grado de efectividad ha sido
relativamente bajo. Me refiero al de la convergencia entre concertación
externa e intrarrégional, y al de la correlación entre las
dimensiones macro y la micro de la concertación latinoamericana.
No son los únicos. Pero en mi opinión son dos de los que
merecen atención prioritaria.
3. Concertación externa y concertación intralatinoamericana
La experiencia pasada pone de manifiesto una cierta inconsistencia y
falta de vinculación, entre los esfuerzos regionales de coordinación
frente a terceros y los esfuerzos de concertación (cooperación-integración),
intrarrégional.
Un ejemplo reciente ilustra el caso: la participación latinoamericana
en las actuales negociaciones comerciales en el GATT (Rueda Uruguay) y
las que simultáneamente se realizan en el ámbito de la ALADI
(Rueda Regional de Negociaciones). Parecerían no existir vasos
comunicantes entre ambos procesos negociadores, como si se tratara de
dos realidades comerciales internacionales sin puntos de conexión.
Muchas veces, ni siquiera existe a nivel nacional coordinación
entre las respectivas estrategias negociadoras, ni entre los equipos que
se hacen cargo de una negociación y de la otra. Hasta el discurso
y la retórica parecen divergentes. Se dice en un frente lo contrario
a lo que se practica en el otro.
Esto último suele ser válido para muchas de las cuestiones
que los latinoamericanos negociamos, a la vez, en foros internacionales
multilaterales y en los regionales. Por ejemplo, comparemos las argumentaciones
que esgrimen los países latinoamericanos económicamente
más avanzados en foros como el de la UNCTAD, en materia de tratamientos
preferenciales para los países en desarrollo, con la práctica
concreta que se manifiesta en la región cuando se trata de las
relaciones económicas con los países de menor desarrollo
económico relativo. Hay excepciones por cierto. Pero en general,
nos costaría encontrar modelos efectivos y eficaces de tratamiento
preferencial que luego pudiéramos proyectar al plano de las relaciones
Norte-Sur. Entre las excepciones más recientes podemos mencionar
las propuestas avanzadas por México en su relación con Centro-américa.
Por cierto, también debemos mencionar las propuestas incluidas
en el Compromiso de Acapulco con respecto a la misma subregión.
La inconsistencia marcada implica una gran debilidad de la experiencia
integradora en América Latina. Se supone que la concertación
y la integración deben fortalecer la capacidad regional para negociar
con terceros países. Pero no se transmite al exterior la sensación
de que la acción coordinada ante el exterior se sustenta realmente
en una intensa coordinación dentro de la región. La imagen
de un bloque hacia terceros no llega a basarse en la realidad de un bloque
económico hacia adentro, sustentado en los mismos principios de
justicia y de solidaridad que se reclama del mundo industrializado. La
alianza hacia afuera no descansa necesariamente en un tejido de intereses
producto de la alianza hacia adentro. No llega a ser entonces una alianza
que goce de credibilidad internacional. En realidad, en el plano internacional
contemporáneo, sólo la Comunidad Europea ha logrado crear
un poder de negociación económica internacional creíble,
basado en la realidad de un espacio económico integrado. Es el
denso tejido de intereses intracomunitarios lo que explica que en última
instancia, y cualquiera que sean las disidencias de intereses y de enfoques
entre sus miembros, la CEE se "presenta como un verdadero bloque
negociador en los foros económicos multilaterales. La meta del
mercado único en 1992, está acrecentando dramáticamente
este efecto, según se observa en el interés que este hecho
ha despertado en la prensa y en el mundo de los negocios, particularmente
en los países industrializados.
Convergencia intrarregional y convergencia externa suponen, además,
un camino de doble vía. La externa debe sustentarse, para ser viable
y eficaz, en la intrarregional. Pero a su vez, ésta no puede hacerse
a costa de las relaciones de cada país con el resto del mundo.
Está claro, en mi opinión, que la inserción económica
internacional es propia de cada país de la región y que
la concertación regional debe servir para fortalecerla pero no
necesariamente para diluir la individualidad nacional. Imaginar un modelo
de integración de alcance regional, no sóló implica
negar las individualidades nacionales que se expresan incluso en modelos
alternativos de desarrollo, sino que tampoco implica desconocer las conveniencias
nacionales de desarrollar modelos de inserción económica
externa, en que se maximicen las oportunidades que brinda a cada país,
su relación económica con el resto del mundo. En esta visión,
la alianza económica latinoamericana no puede ser ni exclusiva
ni ex-cluyente. Es parte, esencial si se quiere, del tejido de alianzas
económicas internacionales que cada país traza en función
de sus intereses, sus propias realidades y sus ventajas comparativas.
Una vez más, para entender este tema el foco de análisis
debe ser el de cada estado.
Como señalamos antes, la idea de integración, entendida
en su versión más amplia y realista de interdependencia
cooperativa, se relaciona con la creación de un entorno político
y económico regional, que sea funcional a las respectivas individualidades
nacionales en su legítima búsqueda de modelos eficaces de
desarrollo interno y de inserción internacional. La metodología
adecuada será entonces la que en cada circunstancia histórica
permita, al conjunto de países, un equilibrio razonable entre requerimientos
económicos y políticos que tendrán una fuerte propensión
a ser contradictorios. De allí que tal metodología deba
renovarse en función de realidades esencial mente dinámicas
de los propios países, de la región y del sistema internacional.
No creo que sea sólo en el plano regional ni en el de sus ámbitos
institucionales principales, tales como el SELA o la ALADI, donde deban
efectuarse esfuerzos por desarrollar los necesarios vasos comunicantes
entre las dimensiones externa e intrarregional de la convergencia latinoamericana.
Por cierto que una más intensa coordinación entre esos dos
organismos intergubernamentales', podría mejorar el actual cuadro
en la materia. También es cierto que en la agenda del Grupo de
los 8, tal coordinación debería ocupar un lugar prioritario.
Temas tales como el del tratamiento preferencial para los países
centroamericanos, acordado por la reunión de Acapulco y su extensión
en el ámbito de la ALADI, a todos los países latinoamericanos
considerados de menor desarrollo económico relativo, deberían
ser objeto de acción inmediata, con el adecuado apoyo financiero
del mundo industrializado. Los países de mayor desarrollo económico
relativo, no sólo efectuarían así un innegable aporte
a una solidaridad efectiva en la región, que pudiera ser fuente
de modelos de acción en el marco de las relaciones Norte-Sur, sino
que estarían contemplando su propio interés nacional de
concretar un espacio de relaciones económicas preferenciales que
abarque a toda la región. El tema de la deuda externa intralatinoamericana,
que en 1986 alcanzara cerca de los 12.000 millones de dólares,
también se presenta como propicio para experimentar fórmulas
imaginativas de solución, que indiquen un camino aplicable en el
ámbito internacional en las relaciones entre deudores y acreedores.
Es en cambio, en el ámbito de cada país latinoamericano,
donde tales esfuerzos deben ser, más intensos. Es precisamente
en cada capital, donde debería profundizarse la relación
entre los distintos planos de la estrategia y las políticas de
inserción en la economía mundial, incluyendo la inserción
en la economía regional. Ello implica vincular, conceptual y operativamente,
la idea del aprovechamiento tanto de los mercados internos como de los
externos, en función de lo que cada país intente hacer para
transformar su economía, modernizarse tecnológicamente y
administrar sus problemas de coyuntura.
Es sólo en el ámbito nacional donde puede tenerse una visión
de conjunto de las relaciones económicas internacionales del respectivo
país, y es en tal perspectiva que podrá el gobierno y podrán
sus operadores económicos, trazar su estrategia de penetración
de mercados externos o de negociaciones comerciales internacionales.
Plantea este enfoque, en muchos casos, requerimientos de cambios o ajustes
en las estructuras gubernamentales internas, en particular en la distribución
de competencias dentro y entre ministerios de relaciones exteriores, de
finanzas, de desarrollo, etc. Incluso en relación a los mecanismos
multilaterales de cooperación económica, como los ya citados
del SELA y la ALADI, poco podría avanzarse en la coordinación,
si es que en las capitales respectivas no se coordinan quienes envían
las instrucciones a sus representantes, o si tales instrucciones no responden
a una visión de conjunto, sea de corto o largo plazo, de los requerimientos
que a cada país plantea su inserción en la economía
internacional.
Una cuestión de innegable importancia para las economías
latinoamericanas, permitirá observar en los próximos años
hasta qué punto se ha avanzado en la aceptación de un enfoque
como el planteado en el párrafo anterior. Me refiero a la conciliación
entre las políticas de apertura económica (o quizás
mejor, de competitividad internacional), resultantes a la vez de las propias
definiciones internas sobre el modelo de desarrollo más apropiado
para alcanzar las aspiraciones de bienestar de las respectivas poblaciones,
como de requerimientos de la interdependencia económica internacional,
con las de participación de cada país en los procesos de
integración regional o sub-regional. En el caso de Centroamérica
este ejercicio de conciliación resultará inevitable si se
concretan las actuales negociaciones de acceso de Costa Rica, El Salvador,
Honduras y Guatemala al GATT. Pero creo que el tema ha de ser de gran
actualidad en todos los países de la región e implicará
un serio esfuerzo de cada país por desarrollar una visión
de conjunto y adecuados vasos comunicantes entre todos los frentes componentes
de una estrategia de participación nacional activa, en la dramática
competencia por la conquista de mercados mundiales de bienes y servicios,
que caracterizará el mundo de los '90.
4. Las dimensiones macro y micro de la concertación regional:
los empresarios y la integración
El tema de la participación de los empresarios en las relaciones
de cooperación e integración económica de América
Latina, ha sido objeto de particular atención, desde que en 1960
los países de la región iniciaron los procesos de integración,
con la creación de la ALALC y del Mercado Común Centroamericano.
Los propios empresarios han reclamado reiteradamente una más amplia
participación en las decisiones nacionales y multinacionales en
materia de comercio e integración regional, y un apoyo financiero
y técnico que les facilite operar en el ámbito de los mercados
ampliados. Consideran que si estuvieran libres de las regulaciones y restricciones
que imponen los gobiernos, lograrían entre ellos un progreso sustancial
en la interconexión de los mercados latinoamericanos.
El argumento suele ser que los gobiernos deberían limitarse a
eliminar trabas internas al comercio exterior, a desarrollar la infraestructura
y a facilitar foros negociadores en los que ellos concreten sus entendimientos
e incluso se pongan de acuerdo sobre aperturas de mercados, que luego
formalizarían los respectivos gobiernos.
Quienes han estado o están cumpliendo funciones gubernamentales
en los países de la región, en áreas vinculadas al
comercio exterior y a las relaciones económicas internacionales,
dudan de que esto sea así, pues muchas veces han percibido que
en el sector empresario, incluyendo las filiales de empresas transnacionales,
predominan actitudes y comportamientos más proclives a bloquear
la competencia externa, y a proteger, que a la apertura externa y que
de no mediar la intervención gubernamental, los resultados de las
negociaciones comerciales internacionales serían aún más
limitados y por ende menos efectivos, en términos de creación
de condiciones de competencia y eficiencia en el marco de una mayor integración
de las economías latinoamericanas.
Sin embargo, pocos dudan hoy en día que sea necesario estimular
y fortalecer el protagonismo de los propios empresa rios en las relaciones
económicas intralatinoamericanas, y de que hay aún mucho
margen para lograr sustanciales progresos en la materia. Se tiene la impresión
que en esta participación puede estar la clave para la superación
de la brecha existente, entre lo que se programa o acuerda a nivel macro
en materia de integración, y lo que luego ocurre en los comportamientos
económicos concretos, no sólo en cuanto a flujos de comercio,
pero especialmente en cuanto a inversiones en función de expectativas
de comercio futuro.
4.1 La participación empresario: experiencias
La participación empresaria en las relaciones económicas
intralatinoamericanas, puede ser enfocada desde por lo menos tres perspectivas:
a. la de los procesos de decisión, tanto nacionales como multinacionales,
relacionados con la definición de los marcos de acción
y de las reglas de juego, que cada gobierno o conjunto de gobiernos,
establece en materia
de relaciones económicas internacionales, de comercio exterior
y de integración.
b. la de la gestión de los asuntos económicos externos
de cada país, incluyendo la administración y aplicación
de, los instrumentos de política comercial creados a nivel nacional
o multinacional para regular el comercio
internacional y el intralatinoamericano, así como la negociación
de ventajas comerciales concretas dentro de los marcos y las reglas
de juego establecidas, y
c. la de las acciones u operaciones desarrolladas para aprovechar las
oportunidades económicas que se gene ran como consecuencia de
las decisiones nacionales o multinacionales que se adoptan en materia
de proyec
ción externa de la capacidad de producir bienes y servicios de
un país, y en materia de apertura de mercados de la región.
La experiencia demuestra que para tornar efectiva la participación
empresaria en cualquiera de los ámbitos antes mencionados, se requiere
de las siguientes condiciones:
a. una actitud política societal y gubernamental estable, que
valore y favorezca el protagonismo empresario en las relaciones económicas
externas y .en particular, en las intralatinoamericanas, y
b. la existencia de operadores económicos con mentalidad innovadora,
y con voluntad y capacidad de correr riesgos y de competir en mercados
externos, así como de procurar agresivamente condiciones económicas
y reglas de juego, que permitan tanto su proyección a mercados
externos, como la de sus competidores externos en sus propios mercados.
Si bien, por muchas razones, esas dos condiciones no siempre se han dado
con suficiente intensidad y simultaneidad en los últimos veinte
años de esfuerzos de integración económica de América
Latina, es posible constatar que se han efectuado algunos progresos significativos,
tanto en la valoración del protagonismo empresario en las relaciones
económicas intralatinoamericanas, como en el desarrollo de mecanismos
apropiados al efecto. Primero se mencionarán tales esfuerzos y
sus aspectos positivos. Luego se mencionarán algunos factores que
han limitado su eficacia.
La vieja ALALC ha cumplido una función destacada en promover la
participación empresaria en los esfuerzos de integración
regional. Tres han sido sus principales contribuciones en este campo:
a. la de involucrar a los empresarios en las negociaciones comerciales
que se desarrollaron en su ámbito, en particular para la integración
de las Listas Nacionales y para la celebración de los Acuerdos
de Complementación Industrial. La mecánica negociadora,
por pares de países y producto por producto, así como
las reuniones sectoriales, fueron medios conducentes a una intensa actividad
empresaria en torno a la ALALC, tanto en su sede en Montevideo, como
en las respectivas negociaciones comefciales internacionales. Influyó
para ello, la necesidad de preparar y de adoptar posi
ciones de concesiones destinadas a integrar las Listas Nacionales;
b. la de facilitar el aprendizaje de los empresarios en materia de
competencia externa, dentro de un ámbito geográfico, cultural
y económico, que les resultaba relativamente más familiar,
en particular a las empresas industriales y de servicios, que el de
cualquier otra región del mundo. En efecto, fueron muchas las
empresas que efectuaron sus primeras experiencias de competir en mercados
externos, dentro del espacio de comercio préferencial que generó
el sistema de Listas Nacionales y de Acuerdos de Complementación
de la ALALC, así como el mecanismo de pagos recíprocos
que se estableció. El hecho que muchas veces el aprovechamiento
del espacio préferencial de la ALALC estuviera concentrado en
empresas transnacionales que operaban en más de un país
miembro de la Asociación o que incluso éstas y otras empresas
utilizaran los mecanismos de la ALALC para bloquear las posibilidades
de competir, no disminuye la importancia relativa de la Asociación
en este proceso de aprendizaje de competencia externa, que sirvió
por lo demás, en el caso de muchas empresas, como plataforma
para experiencias más complejas en los mercados del resto del
mundo, y
c. la de contribuir, a veces en forma directa, a veces por su sola
presencia y por sus actividades, al desarrollo de una red de contactos
formales e informales entre empresarios de la región, de la que
han derivado en muchas ocasiones todo tipo de negocios, así como
el desarrollo institucional expresado en la creación de un vasto
espectro de instituciones empresarias regionales, muchas de ellas de
carácter sectorial. Estas han cumplido y siguen cumpliendo en
la actualidad, una variada e intensa actividad de apoyo a la participación
empre-saria en la integración y el comercio regional, así
como de defensa de los intereses empresarios en estos campos. Por los
servicios que en general prestan, muchas veces han desempeñado
y pueden seguir desempeñando, sobre todo con un adecuado esfuerzo
de cooperación técnica internacional, un papel significativo
en la reducción de los costos de información y de transacción,
que por su importancia relativa suelen limitar la participación
de las pequeñas y medianas empresas y las de los países
de menor desarrollo económico relativo, en las relaciones económicas
intralatinoamericanas. En general, estas instituciones están
basadas en la representatividad de las asociaciones y cámaras
empre sarias, también muchas veces sectoriales, que existen a
nivel nacional.
Similares experiencias a las de la ALALC, aún cuando con características
distintas y a veces también con diferente intensidad, se pueden
observar en los tres procesos subregionales de integración, el
MCCA, el Grupo Andino y CARIFTA-CARICOM.
La ALADI ha continuado la tradición en el campo empresario de
su predecesora, la ALALC, aún cuando las formas de participación
empresaria han cambiado, desde el momento que se dejan de lado las modalidades
de negociación que caracterizaron el período las Listas
Nacionales y de las conferencias de Partes Contratantes. El eje de la
actividad negociadora se ha trasladado a los Acuerdos de Alcance Parcial,
previstos en el Tratado de Montevideo de 1980, y de los cuales se han
celebrado ya varias decenas, incluyendo aquellos firmados con países
latinoamericanos no miembros de la Asociación.
Pero es en el ámbito bilateral, donde se observa en los últimos
años una intensa acción de participación directa
de los empresarios en la promoción del comercio y de la integración.
En lo institucional se ha multiplicado, como canales muchas veces muy
eficaces para asegurar tal participación empresaria, las cámaras
o consejos empresarios y de comercio binacionales, algunas de las cuales,
como por ej. la Cámara Colombo-Venezolana de Comercio e Integración,
han cumplido una importante función para atenuar el impacto que
han tenido en el comercio intrarregional, la crisis económica que
afecta a América Latina en los últimos años.
También cabe mencionar, por su originalidad, la experiencia de
GEICOS (Grupo Empresario de Integración del Centro-Oeste de Sudamérica),
como un novedoso intento empresario de promocionar acciones de integración
económica, entre el Noreste de la Argentina, el Norte de Chile,
el Sur del Perú, el Suroriente de Bolivia y el Paraguay. Ejemplos
como éste se están observando en forma creciente en otras
áreas fronterizas de América Latina, a veces al margen de
toda acción previa gubernamental. Se trata de casos concretos de
iniciativa privada, que deberían merecer todo el apoyo internacional
para extraer de ellos el gran potencial de integración y de cooperación
que ofrecen.
Otra dimensión de la reciente experiencia latinoamericana en materia
de participación empresaria en el comercio y la integración
regional, que cabe destacar, es la de la realización de distintas
modalidades de encuentros, ruedas y foros de negocios e inversiones, en
los que los operadores económicos acuerdan entre sí aperturas
de mercados, que luego se formalizan en acuerdos gubernamentales, o concertan
múltiples variantes de negocios que involucran comercio e incluso
inversiones y transferencia de tecnología, así como otras
formas de entendimientos empresarios de corto o de largo plazo. En la
preparación de estas modalidades de promoción del intercambio
comercial y de las inversiones, a través de la cooperación
empresarial, desempeñan un activo papel instituciones regionales
como la ALADI, el Grupo Andino y el INTAL, y también instituciones
empresarias como la ALIDE y la FELABAN.
Recientemente, en el marco de una clara tendencia a la revalorización
de la integración económica regional, como pieza clave de
las estrategias nacionales de enfrentamiento de la severa crisis económica
que afecta a América Latina, así como también de
las estrategias de recreación de condiciones para la modernización
y el crecimiento económico, se han producido nítidas definiciones
gubernamentales sobre el papel que cabe a los empresarios en las relaciones
económicas intralatinoamerica-nas. El ejemplo más notable,
es el del Programa de Integración y Cooperación Económica,
entre la Argentina y el Brasil, acordado en la reunión presidencial
de julio de 1986.
En otras regiones, se ha acumulado también una vasta experiencia
en materia de participación empresaria en el comercio y la integración
económica entre varios países. Cabe destacar, por cierto,
la experiencia europea en la materia, y el papel que la Comisión
de la CEE ha desarrollado, junto al Banco Europeo de Inversiones, en la
promoción del protagonismo empresario en el Mercado Común,
en particular en relación a la cooperación empresaria entre
pequeñas y medianas empresas y en materia de desarrollo de nuevas
tecnologías de punta. Pero también cabe destacar la experiencia
de esquemas de cooperación entre países en desarrollo, como
es en particular, el caso del grupo ASEAN a través de los muy activos
y originales mecanismos de "club sectoriales" establecidos por
Cámaras de Comercio e Industria de la ASEAN (ASEAN-CCI Ver el ensayo
de Mols en este volumen).
Por último, cabe mencionar que ya desde comienzos de los años
70 el BID, a través de INTAL, ha atribuido una particular importancia
al tema de la participación empresaria en el comercio y la integración
regional. El papel pionero del INTAL en materia de emprendimientos conjuntos
entre empresas de la región, se tradujo en una primera experiencia
de reunión conjunta del INTAL con el sector privado latinoamericano,
que se celebró en Medellín en 1976, patrocinada por la ANDI
de Colombia. De ella resultó la propuesta de creación en
el marco del Instituto, del Servicio de Cooperación Empresaria,
idea original en su momento y que cubrió un vacío institucional
existente. Pero el propio Banco ha desarrollado una vasta actividad, a
través de sus préstamos y de su cooperación técnica,
para fortalecer la participación del sector privado latinoamericano
en el comercio y en las inversiones intrarregionales, muchas veces a través
de instituciones que ha contribuido a crear o que ha apoyado, como es
el caso de las instituciones financieras subregionales, o de instituciones
como ALIDE, FELABAN y BLANDEX, todas ellas con una intensa trayectoria
en estos campos. Más recientemente, la creación de la Corporación
Interamericana de Inversiones abre nuevas posibilidades para una acción
efectiva de apoyo al sector empresario de América Latina, el que
sin duda debería encontrar en acuerdos como los celebrados entre
la Argentina y el Brasil, o entre el Uruguay y la Argentina, el Brasil
y México, marcos apropiados para encarar nuevas actividades productivas,
aumentar su eficiencia y su competitividad internacional, y modernizar
sus tecnologías.
4.2 Algunos factores limitantes de la participación empresaria
Los resultados de los esfuerzos tendientes a acrecentar la participación
empresaria en las relaciones de cooperación e integración
económica de América Latina, han sido limitados en su eficacia
por el efecto de algunos factores, entre los que cabe mencionar:
a. En muchos casos y en particular hasta la década de 1970,
los empresarios han preferido orientar sus operaciones en función
de mercados internos altamente protegidos, de manera tal que, frecuentemente,
su participación en la integración o en otras formas de
cooperación ha estado limitada a acciones marginales de comercio
y a aquellas tendientes a restringir importaciones, con el fin de reducir
las posibilidades de competencia de empresas de otros países;
b. La idea de que el mercado debiera tener un papel secundario en los
procesos de integración ha predomi nado en ocasiones, con el
resultado de que muchos gobiernos han tenido hasta años recientes
un interés limitado en las actividades del sector empresario
como protagonistas de estos procesos, y en general, como impulsores
del comercio y de la cooperación económica
regional;
c. Frecuentemente, la idea de "sector privado" ha estado
asociada, a nivel popular, con la de un sector dominado por filiales
de corporaciones transnacionales, con el resultado de que en muchos
países, en momento de
predominio de tendencias nacionalistas, tal asociación se ha
traducido en cierta resistencia política a facilitar la participación
del sector privado en los procesos de cooperación e integración
económica, y en particular, en las instancias de decisión
de negociación.
d. La insuficiente dimensión, particularmente a escala internacional,
de muchas empresas privadas nacionales y consecuentemente, su falta
de recursos financieros y de capacidad de gestión, han limitado
sus posibilidades de absorber los a veces significativos costos de informa
ción y de transacción que demandan la preparación
y concreción de operaciones externas, y también han dificultado,
y hasta impedido, el diseño e implementación de decisiones
de largo plazo en materia de comercio e inversiones intrarregionales.
Este factor se ha acentuado en años recientes en muchos países,
como consecuencia de los severos efectos que la crisis del
crecimiento y de la, deuda externa ha tenido sobre el sector privado
latinoamericano. Por lo demás, el insuficiente desarrollo de
los sistemas de información comercial y de las estructuras de
comercialización externa,
torna más difícil aún para empresas pequeñas
y me dianas, o para empresas de países de menor desarrollo económico
relativo, explorar siquiera ideas de penetra ción en otros mercados
latinoamericanos y, menos aún,
las de ampliar su oferta exportable en función de las oportunidades,
muchas veces nominales, que puedan derivarse de acuerdos de comercio
o de integración firmados por los gobiernos; y finalmente,
e. El hecho que los empresarios no han podido desarrollar expectativas
de estabilidad con respecto a las condiciones jurídicas y económicas
que han caracterizado las aperturas de mercado, que se han negociado
en el marco de los acuerdos multilaterales y bilaterales de integración
y cooperación económica. Ello se ha debido a que muchas
veces estos acuerdos han sido concebidos por los gobiernos como instrumentos
promotores de un comercio de corto plazo, respondiendo más a
la idea de préstamo coyuntural de mercados o a la de comercio
de excedentes y faltantes, que a la de creación de condiciones
de largo plazo para inducir inversiones, así como la expansión
y la modernización de actividades productivas. Los principales
factores de inestabilidad en las aperturas de mercado, conducentes a
una situación de impredecibilidad que ha afectado el comportamiento
empresario en el comercio intrarregional, han. sido: la precariedad
jurídica de las preferencias otorgadas, ya que ellas pueden ser
fácilmente alteradas por medidas o comportamientos unilaterales
del país otorgante, y las fluctuaciones bruscas y erráticas
de las paridades cambiarías. El ambiente de inestabilidad ha
desestimulado a los empresarios impidiendo, muchas veces, "la adopción
de decisiones de negocios que justificaran el costo de emprender acuerdos
comerciales o de inversión, con efectos de largo plazo, entre
empresas de. distintos países de la región. Como se ha
afirmado con razón, esta precariedad es de hecho una de las restricciones
no arancelarias más significativas al comercio regional.
Por cierto que este cuadro de factores debe insertarse, para tener una
comprensión global de los problemas que han encarado los empresarios
de la región, frente a las propuestas integracionistas, en el
cuadro más amplio de discontinuidades que ha caracterizado por
largo tiempo a muchas de ellas. Resulta difícil para cualquier
hombre de negocios, correr riesgos apostando a favor de oportunidades
que se generan en compromisos internacionales endebles, cuando además
las condiciones macro-económicas, determinadas por las políticas
fiscales, cambiarías y financieras, no favorecen la proyección
externa de su capacidad para producir bienes o para prestar servicios.
4.3 La participación empresario y la actual coyuntura económica
latinoamericana
Como se señaló antes, los gobiernos latinoamericanos reconocen
cada vez más, que el protagonismo empresario es esencial para la
vitalidad de las relaciones de cooperación e integración
económica entre los países latinoamericanos. En la visión
que parece predominar actualmente, de lo que se trata es de dejar aflorar
el espíritu de empresa que poseen tantos hombres de la región,
y que muchas veces aparece esterilizado por condiciones económicas
y por políticas y comportamientos gubernamentales que les son adversas.
Se sabe que las oportunidades de negocios y de cooperación existen
en América Latina, y que son los hombres de empresa quienes deben
aprovecharlas y desarrollarlas.
Sin embargo, en una hora en que el sector empresario de la región
está sufriendo todas las dificultades de una crisis económica,
que en muchos casos está cuestionando su propia supervivencia,
parecería poco realista esperar que asuma los costos y los riesgos
inherentes, tanto a la apertura a la competencia de origen regional en
sus propios mercados, como a la difícil tarea de penetrar todo
caso, no debe sorprender que se observe un comportamiento más proclive
a tratar de exportar que a aceptar que otras empresas compitan en sus
propios mercados.
La actitud es más vendedora que compradora. Y cuando es compradora,
tiende a limitarse a "préstamos de mercados" de corto
plazo, con el fin de subsanar limitaciones coyunturales de oferta nacional.
Tal actitud origina presiones constantes sobre los gobiernos para proteger
el mercado interno, tornando inefectivas muchas veces las medidas preferen-ciales
que se pueden haber pactado a nivel multilateral o bilateral, o ampliando
las excepciones de productos incluidos en los mecanismos de liberación
comercial, o vaciando de antemano de todo contenido sustantivo cualquier
negociación comercial que se intente y que pretenda tener efectos
estables y de largo plazo. Este comportamiento, si se reitera en cada
uno de los países integrantes de un mercado regional o subregional,
no sólo impide cualquier progreso sustancial en los objetivos de
acuerdos dé integración o de cooperación económica,
sino que torna ilusoria la posibilidad de concretar en forma estable objetivos
de exportaciones hacia la región. Estas se tornan entonces en esporádicas
y quedan sometidas a discontinuidades que terminan por desestimular corrientes
de comercio, anulando toda idea de invertir en función de mercados
que no son confiables.
No parecería entonces realista esperar cambios profundos en las
actuales tendencias al deterioro del comercio intrarre-gional, si no se
crean condiciones económicas y jurídicas, tanto a nivel
de cada país como a nivel multinacional, que permitan operar un
cambio en el comportamiento y en las expectativas del sector empresario,
con respecto a su relación con los mercados de los otros países
latinoamericanos. En América Latina, a nivel intrarregional, el
problema no es la carencia de oportunidades de negocios, de comercio y
de inversiones, sino de condiciones económicas, de estructuras
y de reglas de juego, adecuadas para encarar en forma rentable tales negocios.
¿Cómo facilitar la creación de tales condiciones
y así facilitar el cambio en el comportamiento empresario en relación
al comercio exterior en general y al comercio intralatinoamericano en
particular? Pero a la vez, casi como la otra cara de una misma moneda,
¿cómo inducir innovaciones en el sector empresario, que
impliquen la modernización de estructuras y la asimilación
de nuevas técnicas de comercialización externa, a fin de
contribuir a crear condiciones para el aumento de la inversión
y la incorporación de modernas tecnologías?
Por cierto que las respuestas a estas preguntas no pueden disociarse
de la adopción de políticas macro-económicas, que
permitan el relanzamiento de los objetivos de desarrollo y crecimiento
de los países latinoamericanos, dentro de condiciones de eficiencia
y de estabilidad. El comportamiento empresario concreto, dependerá
en gran medida de la creación de un marco económico nacional
y multinacional, que estimule la inversión y la búsqueda
de nuevos mercados. Es conocida, por ejemplo, la influencia negativa que
la disparidad y la inestabilidad de las políticas cambiarías
han tenido en el intercambio regional, como así también,
la forma negativa en que la sobrevaluación de la moneda ha afectado
la continuidad de muchos de los esfuerzos exportadores encarados por empresarios
de algunos países latinoamericanos.
Pero también es posible concebir una agenda específica
de acciones que faciliten el activo protagonismo empresario en las relaciones
económicas intralatinoamericanas, a través de apoyos financieros
y técnicos, que contribuyan a la generación de nueva oferta
exportable o al mejor aprovechamiento de la existente; a la reducción
de costos de información y de tran sacción, que en tanta
medida inciden en el comportamiento internacional de pequeñas y
medianas empresas, y en particular de las de los países de menor
desarrollo económico relativo; a la identificación de proyectos
que requieran de un "pool" de recursos y mercados provenientes
de otros países latinoamericanos; a la capacitación de personal
especializado en relaciones económicas internacionales y en comercio
exterior; al financiamiento del comercio y de las inversiones intrarregionales,
estas últimas a través del aporte de equipamiento y de tecnología;
al establecimiento de nuevas estructuras de comercialización y
al desarrollo de técnicas modernas de "marketing" internacional,
y al financiamiento de la reconversión de actividades económicas
para ajustarías a los efectos de la apertura a la competencia intrarregional,
así como de la recapacitación de mano de obra.
Dentro del marco de las pautas que los gobiernos están estableciendo,
para promover la expansión del comercio in trarregional y la integración
económica de América Latina, parece urgente el desarrollo
de un esfuerzo conjunto de los organismos de integración, las agencias
de cooperación internacionales, las instituciones nacionales y
multilaterales de financiamiento del desarrollo y los propios empresarios
a través, en particular, de sus instituciones nacionales y regionales
o subregionales, que permita contribuir a una efectiva moviliza ción
de las energías creativas del empresariado para el aprovechamiento
de las oportunidades de comercio y de inversiones que se dan en América
Latina.
4.4 La relación entre comercio, inversiones y proyectos bancables
En la perspectiva que se ha planteado, parece necesario ahora privilegiar
un enfoque que facilite una visión integral del desarrollo del
comercio intrarregional, en la que el comercio se vincule con la inversión
para el desarrollo de nueva oferta exportable o el mejoramiento de la
existente, y para el desarrollo y perfeccionamiento de estructuras de
comercialización y de la infraestructura física necesaria,
así como con la identificación y concreción de proyectos
nacionales bancables que requieran para ser viables, de un 'pool"
de recursos y de mercados de la región. En este último caso,
la ampliación de la cartera de proyectos bancables de un país,
en particular de los países de menor desarrollo económico
relativo, puede estar directamente relacionada con la posibilidad de tener
asegurado el acceso, para los bienes o los servicios que resulten del
proyecto, al mercado de otro u otros países que por lo general
estarán interesados en participar, por ejemplo, con su equipamiento
y su tecnología en la ejecución del proyecto.
Esta última idea está muy vinculada a la necesidad de facilitar
la participación de las empresas de los países de menor
desarrollo económico relativo, en la expansión del comercio
intrarregional y en los procesos de integración y de cooperación
económica. En efecto, las diferencias de grado de desarrollo entre
los países de América Latina, ha sido percibida muchas veces
como un obstáculo a los procesos de integración y cooperación
económica regional. Hoy, sin embargo, existen elementos de juicio
para poder afirmar que se está frente al surgimiento de una nueva
realidad económica regional, que puede ser caracterizada como de
complementariedad de intereses entre países de distinto grado de
desarrollo, que puede cambiar los términos en que se han planteado
hasta ahora sus relaciones recíprocas, y que aún no ha sido
explorada en todas sus consecuencias. Por un lado, los países de
mayor desarrollo, y en cierta medida los intermedios, se han transformado
en los últimos años en exportadores de bienes de capital,
de tecnología y de servicios. En la actualidad, tienen serias dificultades
para expandir esas exportaciones a los países industrializados,
y también al resto del mundo en desarrollo. El proteccionismo creciente
amenaza con aumentar en el futuro esas dificultades. Por el otro lado,
en términos relativos, el conjunto de países de menor desarrollo
económico relativo de la región, posee un poder de compra
que es de particular interés para los de mayor desarrollo relativo,
en particular en sus mercados de proyectos, que demanda muchas veces el
tipo de bienes de capital, de tecnologías y de servicios que éstos
pueden ofrecer. Pero a su vez, están ávidos de mercados
externos a los cuales tengan un acceso preferencial estable y que les
permita estimular inversiones en nuevas actividades productivas, en términos
similares, por ejemplo, a los que se han planteado en la Iniciativa de
la Cuenca del Caribe.
Parece claro hoy en día, que explorar y explotar la complementariedad
de intereses arriba mencionada, puede contribuir a un ejercicio de revisión
profunda de los términos en los que hasta el presente se ha planteado
este aspecto de la integración y la cooperación regional.
Es un ejercicio que puede tener dimensiones teóricas, y en las
que pueden aportar su capacidad de reflexión instituciones académicas
y de investigación económica de la región, y dimensiones
prácticas. Es aquí donde se abre un amplio campo de cooperación
internacional e intra-latinoamericana, en particular, para que a través
de mecanismos de cooperación técnica y económica,
los propios países de mayor desarrollo, puedan contribuir con sus
instituciones de fomento, sus empresas, sus tecnologías y sus servicios
técnicos, a la generación de oferta exportable en los países
de menor desarrollo económico relativo, abriéndoles simultáneamente
sus mercados para los productos así originados y sus canales de
comercialización externa para los que no puedan absorber. Esta
acción de fomento, necesariamente de largo plazo, les permitiría
desarrollar una actitud compradora en un segmento significativo del mercado
latinoamericano, que hoy en día se ve inhibida por falta de oferta
exportable y de especialización en las producciones. A su vez los
países industrializados, y en particular aquellos que también
han acumulado significativos superávit a través de los años
en su comercio con los países de menor desarrollo económico
relativo de América Latina, podrían aportar su apoyo financiero
y técnico a la concreción de una acción cooperativa
intralatinoamericana, que podría tener un impacto significativo
en los esfuerzos de ajusté estructural y de modernización
de las economías de la región.
En las agendas de trabajo de los organismos de integración y de
cooperación económica de América Latina, y en particular
en la de la ALADI, existen diversas acciones previstas y susceptibles
de apoyo técnico y financiero internacional, orientadas a vincular
las aperturas de mercado que se negación, en particular con los
países de menor desarrollo, con el desarrollo de oferta exportable,
en muchos casos con el aporte de equipamiento y tecnologías originadas
en otros países de la región.
Esas y otras propuestas que se plantean a nivel sub-regional y bilateral,
están indicando un curso de acción futuro de la cooperación
e integración regional, donde será necesario operar simultáneamente
para lograr:
a. la creación a nivel nacional de condiciones macro-económicas
apropiadas para la apertura y la Modernización económica,
y para la proyección externa, incluyendo a la región,
de parte de la capacidad de producción de bienes y de prestación
de servicios existente o que se pueda desarrollar en un país;
b. la formulación de políticas nacionales y de acuerdos
regionales, subregionales y bilaterales, tendientes a la liberación
del comercio y a la complementación económica;
c. la identificación de proyectos vinculados a aperturas negociadas
de mercados, sean ellas de alcance general, sectorial o específico
a un proyecto concreto, y
d. la movilización empresaria para concretar corrientes comerciales,
intercambio de tecnologías e inversiones.
Se puede observar en los recientes acuerdos entre la Argentina y el Brasil,
y en las políticas económicas y de comercio exterior de
ambos países, la presencia de estos cuatro elementos, e incluso
se observa la previsión de un instrumento que puede llegar a desempeñar
un papel esencial en la corrección de los desequilibrios comerciales
que se presenten y en la identificación y financiamiento de proyectos
concretos en función del mercado ampliado, que es el Fondo de Inversiones
binacional. En muchos sentidos este acuerdo binacional, inserto en los
planteamientos multilaterales más amplios de la ALADI, está
indicando caminos que en la medida que sean efectivamente recorridos,
podrían ilustrar sobre nuevas metodologías a aplicarse en
la tarea de integrar las economías latinoamericanas y de expandir
el comercio y las inversiones intrarregionales. Incluso se introducen
ideas innovadoras en materia de corrección de desequilibrios comerciales
bilaterales, que podrían ser aplicadas también a las relaciones
con otros países de la región, y en particular con los de
menor desarrollo económico relativo.
El enfoque de la integración que lleva a vincular el comercio
y las aperturas comerciales con inversiones y proyectos, otorga un nuevo
relieve a la función de los bancos de fomento, de las compañías
de comercialización y de las de promoción de inversiones
de riesgo, tanto nacionales como subregionales, en la promoción
del comercio y las inversiones intralatinoamericanas. En efecto, en la
región como en el resto del mundo, la distancia entre teoría
y realidad en materia de liberación comercial y de apertura de
mercados, puede depender de la capacidad institucional y empresarial que
exista, o se establezca, para desarrollar a nivel microeconómico,
acciones de"ingeniería" financiera, tecnológica
y comercial, a través de la puesta en común en proyectos
concretos, de recursos financieros y tecnológicos, y de accesos
efectivos y estables a mercados. La capacidad de producir este tipo de
"ingeniería de negocios", en la cual se han especializado
en los últimos años la banca internacional de inversiones
y las "trading companies", puede ser esencial para la viabilidad
y el éxito de la proyección internacional de las economías
latinoamericanas, y en particular para la construcción de un sistema
efectivo de cooperación e integración regional.
5. Algunas conclusiones: de la arquitectura de integración
a la ingeniería de negocios.
El desarrollo de un sistema de interdependencia latinoamericana basado
en la cooperación económica es un proceso de largo plazo,
que transcurre en múltiples planos y ámbitos de acción
de los Estados y de los protagonistas sociales.
La desconexión frecuente entre tales planos, resultante de múltiples
compartimientos estancos, conceptuales y operativos, ha introducido elementos
adicionales de demora e ineficacia en la evolución de un proceso,
por demás difícil y de suerte incierta.
Visualizar las acciones gubernamentales de integración, como partes
de procesos autónomos y con identidad propia, muchas veces disociadas
de otras acciones de concertación regional y de las que configuran
el complejo de relaciones económicas internacionales globales de
cada país, ha sido un defecto observable en los planteamientos
regionales en la materia.
No siempre ha sido así en el momento inicial de una propuesta
de integración. En muchos casos éste ha sido el punto más
alto de correlación entre una propuesta e intereses nacionales
concretos. El foco que ha permitido delinear la propuesta de integración
ha sido, en tales casos, el de uno o más de los países partícipes,
cuyo gobierno e incluso a veces, los empresarios, han percibido en su
concreción, una forma de satisfacer intereses nacionales en materia
de desarrollo y de inclusión con el sistema internacional. Es el
caso, por ej., de los planteamientos Frei-Lleras Restrepo, que dieron
origen en 1966 al Grupo Andino, y de los Alfonsín-Sarney-Sanguinetti,
que originaron, en 1985, el actual programa tripartito de cooperación
e integración en el Cono Sur.
Otras veces, en cambio, los esfuerzos orientados a lo que podemos denominar
la arquitectura de una estrategia global de integración, han estado
relacionadas con planteamientos elaborados en base a una hipotética
racionalidad supranacional, según la cual lo que es conveniente
para cada país debe resultar de lo que quienes proponen, interpretan
como conveniente para la región en su conjunto. En estos casos,
los eventuales méritos de la propuesta se debilitan por su falta
de base nacional. El conocido "informe de los 4" en 1964, a
pesar de haber sido encomendado por un Presidente, es un ejemplo. No es
el único.
También han habido casos en que la "arquitectura de integración"
ha sido la resultante de requerimientos políticos internos o externos,
de corto plazo, o de la necesidad de darle contenido a reuniones de "alto
nivel", convocadas con apremio.
Incluso en el caso más notorio, Punta del Este 1967, tales apremios
no fueron internos de la región. Estos requerimientos de corto
plazo han sido frecuente fuente de "imaginería integracionista"
sin impacto histórico positivo, pero sí con fuerte capacidad
para nutrir la frustración latinoamericana en la materia.
Incluso cuando las acciones de integración o las de concertación
externa han estado basadas en un diseño arquitectónico originado
en intereses nacionales concretos, muchas veces han terminado con el transcurso
del tiempo en el terreno de lo nominal o de lo irreal. Diseño y
realidad han recorrido caminos divergentes. Una causa frecuente ha sido
la discontinuidad de los planteamientos nacionales, producto a su vez
de la inestabilidad política y de cambios abruptos en el cuadro
económico interno o externo. A esto se han sumado rigideces derivadas
de la cristalización del plan original en instrumentos jurídicos
poco flexibles y de la burocratización del esquema institucional
montado para desarrollar tal plan. En tales casos ha habido una propensión
a concebir el plan, su instrumentación jurídica y su expresión
institucional, como un fin en sí mismo. La historia de la ALALC
y del Grupo Andino en la década de los 70 son ilustrativas al respecto.
Con sentido práctico, los países han querido muchas veces
obviar los nconvenientes de los planteamientos más formales y multilaterales
de concertación e integración, sustituyéndolos o
complementándolos con medios informales, bilaterales o de conexión
directa. El Tratado de Montevideo de 1980, que creó la ALADI, es
un intento precisamente de conciliar la aproximación multilateral
y formal, con la menos formal, bilateral y directa. Los acuerdos de alcance
parcial son el instrumento. También el Convenio de Panamá,
que creó en 1975 el SELA, es un intento en la misma dirección,
a través de los Comités de Acción.
Los métodos bilaterales o sectoriales, formales o informales,
pueden ser sin duda eficaces para diseñar sistemas e impulsar acciones
de cooperación e integración. Son por lo demás el
carril más común por el que transcurre el relacionamiento
económico externo de cualquier país. Sin embargo, si no
se insertan en un diseño más global, implícito o
explícito, que exprese una cierta visión de conjunto de
la región como un todo, o de alguna de sus subregiones, pueden
terminar por no ser funcionales al desarrollo de una interdependencia
económica latinoamericana basada en la cooperación.
Pero en todo caso los diseños, sean globales o parciales, son
de por sí insuficientes para garantizar la efectividad y menos
la eficacia de la acción gubernamental. O sea, para penetrar en
la realidad en la que se mueven los operadores económicos, que
son quienes en definitiva adoptan las decisiones de comprar, de vender
y especialmente, de invertir.
Cualquiera que sea el alcance del diseño, el desarrollo de un
sistema y de acciones de integración requiere carriles diferentes
a los de la sola decisión olítica. Ellos son, por un lado,
los de la administración y los de la gestión diaria. Estos
carriles pueden ser básicamente nacionales o incluir también
instancias multinacionales a través de mecanismos u órganos
comunes. No creo que pudieran ser sólo multinacionales. Órganos
comunes sin fuerte conexión con las administraciones nacionales,
terminan pronto en fábricas de decisiones de papel.
Lo cierto es que sin estos carriles, la obra de los arquitectos de la
cooperación y la integración regional puede ser importante,
incluso espectacular, pero también puede ser efímera y hasta
desgastante ante la opinión pública interna y la de terceros
países. En tal caso, no trasciende en términos históricos
y termina alimentando períodos de fatiga integracionista.
Por otro lado, están los carriles de los negocios concretos que
son viables como resultado de los marcos que son establecidos por los
gobiernos y que son desarrollados por el nivel administrativo y el de
gestión diaria. Los protagonistas son en este caso los operadores
económicos, quienes tomarán en serio en sus cálculos
tales marcos sólo en la medida que los perciban como relativamente
estables y efectivos. ¿Correría Ud., señor Presidente
o señor Ministro, riesgos en base a su capital, invirtiendo en
una nueva planta industrial, ampliando la capacidad de producción
de la existente, incorporando nuevas tecnologías productivas o
de organización, en función del mercado aparentemente abierto
por un acuerdo preferencial o de integración, que ha firmado con
su colega o colegas de América Latina? Tal es la pregunta clave
que debe responder el operador político cuando concreta en acuerdos,
su visión arquitectónica de la integración. Si la
respuesta fuera negativa o dubitativa, por qué debería esperarse
una respuesta positiva de un inversor local o extranjero que actúe
racionalmente?
Para decidir, el empresario no sólo se fijará en la seriedad
del diseño. Se interrogará sobre su aplicabilidad práctica
cuando su producto llegue a la frontera aduanera del otro país.
Relacionará la prometida apertura de mercado con los otros factores
económicos, internos y externos, del país de exportación
y del de importación, que puedan incidir en el cálculo de
rentabilidad de la inversión que deberá efectuar para aprovechar
la oportunidad de negocio que se le ofrece.
Trabajar para los operadores económicos implica también
trabajar con los operadores económicos. El papel de las cámaras
empresarias y de mecanismos empresarios binacionales, puede ser crucial
en una etapa de la concertación latinoamericana en que más
que nuevas iniciativas de arquitectura de estrategias globales, parece
necesario transitar los carriles de la gestión diaria y de lo que
hemos denominado antes la "ingeniería de negocios".
Dos parecen ser vías de acción recomendables en el futuro
inmediato para concretar la movilización en el desarrollo y aprovechamiento
de los mercados de la región, a través del comercio y de
la inversión. En ambos casos, el enfoque deberá ser multidimensional,
reconociéndose explícitamente todos los planos de la proyección
externa de la capacidad nacional de producción de bienes y de servicios,
así como la interacción entre adecuadas condiciones macroeconómicas,
acceso estable a los mercados y apoyo promocional del empresario con escasa
experiencia de operar con el exterior y sin dimensión suficiente
para adquirirla por sus propios medios.
La primera es la elaboración, a nivel de cada país y de
la región en su conjunto, de estrategias de desarrollo del comercio
exterior, que trascendiendo al enfoque más limitado de promo economía
y a sus operadores, en condiciones de penetrar mercados externos, incluso,
los de la región, y en condiciones de aprovechar las mejores oportunidades
de abastecimiento externo de bienes y de servicios.
La segunda, es la de fortalecer la capacidad promotora de negocios dentro
de la región, a través de apoyo financiero y técnico
para el desarrollo de la intermediación, entre oportunidades de
negocios existentes o que resulten de los acuerdos gubernamentales que
se celebren, y empresarios e inversores con posibilidades de aprovecharlas.
Tal intermediación es necesaria especialmente en el caso en empresas
medianas y pequeñas, y empresas de los países de menor desarrollo
de la región. Cámaras empresarias, nacionales y binacionales;
bancos comerciales y de fomento; compañías de comercialización;
compañías de capital de riesgo y de desarrollo del comercio,
pueden ser canales apropiados a tal fin.
Quizás en la multiplicación de experiencias como la de
Latinequip, caso piloto en el desarrollo de una capacidad regional de
"ingeniería de negocios", en otros sectores de actividad
económica e incluso con otras modalidades, incluyendo la participación
de capital privado de riesgo, junto con capital semilla de instituciones
de desarrollo, puedan encontrarse caminos de acción apropiados
para acrecentar el potencial de efectividad de acuerdos de integración,
como los recientemente celebrados o rejuvenecidos por los países
latinoamericanos, incluyendo por cierto, los del Cono Sur.
Esta capacidad de "ingeniería de negocios", aplicada
a aprovechar oportunidades de comercio e inversión a favor de los
países de menor desarrollo, generados por acuerdos prefe-renciales
celebrados con los países más desarrollados de la región,
en el marco de la ALADI y de los compromisos del Grupo de los 8 en Acapulco,
puede significar una eficaz contribución a atacar uno de los más
serios factores restrictivos al desarrollo del comercio intrarregional,
cual es el de la limitación o ausencia de oferta exportable, e
insuficiencia de estructuras de comercialización en aquellos países,
lo que se traduce en amplios desbalances comerciales y más recientemente
en la acumulación de deuda intralatinoamericana.
Este eje Norte-Sur de la interdependencia regional, puede ser de los
más fructíferos en la expansión de las relaciones
económicas intralatinoamericanas, en la medida que se establezcan
adecuados vasos comunicantes entre la arquitectura de integración,
centrada en una estrategia de desarrollo del comercio externo de la región,
la ingeniería de negocios y la convergencia intra y extra-regional,
ya que permitiría acreditar en la práctica un modelo de
desarrollo solidario, entre países de distinto grado de desarrollo
económico y brindaría un campo propicio a la cooperación
del mundo industrializado con un esfuerzo propio de América Latina.
Una agenda de acciones prácticas en tal sentido, debería
resultar de una interacción efectiva entre gobiernos y operadores
económicos de cada uno de los países, en la que los elementos
que la compongan resulten de un ejercicio previo de definición
de intereses concretos, de costos y beneficios, por parte de todos los
protagonistas llamados a participar. Sólo en base a tal agenda,
debería convocarse al apoyo financiero y técnico de los
países industrializados, así como el de los organismos de
cooperación internacional.
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