La crisis del desarrollo latinoamericano
Existe consenso dentro y fuera de la región, sobre la profundidad de la crisis de desarrollo por la que está atravesando en los últimos anos América Latina. Luego de disfrutar de un período de expansión ininterrumpida, que va desde 1964 hasta 1980, en el que la región experimentó un crecimiento promedio del 6% anual, en los últimos siete años ese crecimiento no ha llegado nunca 4% y según recientes estimaciones de la CEPAL, el producto total de la región crecerá este año, sólo un 0.6%. Peor aún, en casi todos los países el producto por habitante es actualmente inferior al alcanzado en 1980 y de confirmarse las estimaciones de la CEPAL, este año descenderá 1.5%. Son datos elocuentes de una interrupción del proceso de crecimiento que esta generando, por su magnitud, fuertes tensiones tanto en la cohesión social interna como en la estabilidad de los procesos de democratización y de transformación económica de las sociedades latinoamericanas.
Si se coloca la actual crisis latinoamericana en un contexto histórico y mundial más amplio, se observa que se esta viviendo un período de cambios profundos que abarcan todo el espectro de las relaciones económicas y financieras internacionales contemporáneas. Como señalaba recientemente Enrique Iglesias, "no hay país, no hay región, no hay institución, que no este sometida a las conmociones de nuevos desafíos y oportunidades que plantean a la comunidad internacional, entre otros, los cambios tecnológicos y los que se observan en las condiciones del financiamiento internacional". Y agregaba, que "estamos en los umbrales de un mundo distinto, en que los modelos de desarrollo que experimentaron los países latinoamericanos en décadas anteriores están agotados, y en que no están totalmente perfilados los rasgos que tendrán los nuevos modelos de desarrollo y de inserción en la economía internacional. Por ello estamos en crisis. Precisamente por estar en el medio del tránsito a un nuevo ordenamiento de las relaciones económicas internacionales y a una nueva etapa del desarrollo económico latinoamericano".
En una reciente y brillante conferencia, el embajador Rubens Ricúpero nos recuerda precisamente aquella famosa nota de Antonio Gramsci, en el sentido que la crisis consiste en el hecho que lo viejo está muriendo y lo nuevo no ha podido aún nacer, y que en el interím una gran variedad de síntomas parecen morbosos. Puedo agregar en tal perspectiva, que es una vieja América y un viejo mundo los que están desapareciendo en una lenta y por momentos dramática metamorfosis, sin que resulten claros aún los signos característicos de la nueva América Latina y del nuevo mundo que nos tocará vivir en el futuro.
El propio Ricúpero, al constatar lo duro de este tránsito por el desierto hacia una nueva tierra, nos dice que "antes que esa nueva tierra se revele en las tinieblas del futuro, América Latina aparece indefensa y perdida, estrangulada por la deuda y paralizada por contradicciones internas. Muchos de estos miles, incluso de millones de latinoamericanos que forman un desesperado "boat people" en búsqueda de las playas salvadoras de los Estados Unidos, no se dan cuenta que están repitiendo, 150 años más tarde, la terrible conclusión de Bolívar en la carta que escribió poco antes de su muerte desde Barranquilla al General Juan José Flores: "en nuestra América sólo hay una cosa a hacer: emigrar". Y concluye Ricúpero, en que no es necesario agregar que usa tal evocación, sólo como un medio retórico para resaltar la necesidad de una vigorosa reacción que depende no exclusivamente pero principalmente de nosotros mismos.
Es en torno a tal necesidad que quiero situar mis reflexiones de hoy, sumándome así a los muchos que ven en la actual crisis, un imponente estímulo a la imaginación y a la acción a fin de reconstruir, en las más adversas circunstancias, las condiciones para el desarrollo latinoamericano y para una inserción activa en las relaciones económicas internacionales.
Cambios en el sistema internacional
Se observa en la región, una fuerte perplejidad ante la naturaleza y el alcance de los cambios que se están operando en el sistema internacional, y sobre la forma en que ellos pueden condicionar su futuro. Son momentos en que es necesario, a pesar de las premuras del corto plazo político y económico, detectar las fuerzas profundas que ya están operando en el escenario internacional, a fin de detectar aquellos hechos portadores de futuro que permitan anticipar el mundo que nos rodeará en pocos años más.
En tal sentido, quiero situar mi análisis en una perspectiva teórica de las relaciones internacionales, en la que las unidades autónomas de poder que conforman un sistema internacional concreto, aparecen compitiendo entre si en planos de cooperación y de conflicto, en torno a recursos de poder, de espacio territorial, de mercados, de ideas y valores. Las características de la competencia, están fuertemente determinadas por la configuración de la distribución de poder relativo entre todas ellas, pero en particular entre aquellos que pueden movilizar mayor cantidad y mejor calidad de recursos de poder. La tendencia histórica de las potencias ubicadas en 105 planos más elevados de la estratificación internacional es, como señalaba con acierto Araujo Castro, la de tratar de congelar la distribución del poder mundial, logrando que las reglas de juego de la competencia internacional, entendida esta casi con un sentido deportivo, reflejen sus valores e intereses. De allí resulta una puja también histórica, entre lo que podemos denominar la "lógica de la estratificación" frente a la "lógica de la democratización", cuando se trata de definir nuevas reglas de juego de la competencia internacional. Esta puja es más acentuada y visible, en períodos de tránsito de una forma de ordenar las relaciones internacionales a una nueva, es decir los períodos que el profesor Stanley Hoffman denomina como “revolucionarios", por contraste a aquellos caracterizados por un orden internacional acentado y legitimado.
En la perspectiva antes apuntada, se observa en los umbrales de la década de los noventa un sistema internacional que comienza a caracterizarse por una acentuada Y por momentos agresiva, competencia económica entre sus principales protagonistas. La mayoría de los países aparecen interrogándose sobre cómo prepararse mejor para competir en el nuevo escenario económico internacional. En la conferencia antes citada, Ricúpero nos recuerda que ningún país tiene garantizada su supervivencia o su participación, si es incapaz de acompañar los cambios que están ocurriendo en el plano internacional. Y casi simultáneamente, desde su perspectiva americana, el profesor Raymond Vernon, en la presentación de su muy reciente libro nos dice: "today, a new international order is emerging, shaped by revolutionary technologies of production and communication. In this new order, international capital flows and multinational enterprises play a much greater role. No nation can insulate itself from exposure to such outside economic influence except at very high cost. Nor can any nation alone determine the character of the restructuring of the international economy".
Como nunca en la historia se observa hoy en todo tipo de sociedades, cualquiera que sea la ideología predominante en la articulación de sus relaciones intra-societales, una dinámica de un cambio interno impulsado básicamente por la necesidad de ajustarse a los requerimientos de los cambios externos. La necesidad de prepararse para competir en el plano internacional, consecuencia a su vez de los imperativos de una interdependencia económica global cada vez más intensa y alimentada por profundos cambios tecnológicos, sustenta una nueva cultura que emerge en el mundo contemporáneo, reflejada tan nítidamente en la ya popular expresión de la "perestroika". No es el cambio por el cambio mismo. No es el cambio por imperativos ideológicos. Es el cambio por agotamiento de lo anterior. Es el cambio para no quedar marginado históricamente de una suerte de maratón internacional, en que los ritmos los fijan quienes hacen punta a partir del control de la dinámica de las innovaciones tecnológicas. Maratón que genera sus propias reglas de juego. Que genera sus propias "fatigas" y tentaciones al abandono. Maratón que es por momentos agobiante. Que tiene un alto costo social el seguir. Pero tiene también un alto costo social el abandonar.
Tres tendencias de las relaciones internacionales contemporáneas
Tres tendencias caracterizan crecientemente al sistema internacional actual. La primera, es la que podríamos denominar la comercialización de las relaciones internacionales. Lo económico, y más concretamente lo comercial, comienza a dominar la agenda de las relaciones internacionales contemporáneas. Ello es consecuencia, por un lado, de la relativa distensión política que ha creado el entendimiento ruso-americano en el plano estratégico-militar, incluyendo el de los conflictos regionales. Pero por otro lado, es consecuencia: de la globalización de la interdependencia económica, acelerada en los sectores de alta tecnología en que las inversiones necesarias requieren aprovechar ventajas competitivas operando a escala mundial; de la emergencia de nuevos protagonistas dispuestos a competir a escala global, tal el caso de los países del sudeste asiático, así como el del gradual pero decisivo ingreso de la Unión Soviética y de China a la competencia por los mercados mundiales; del desarrollo de vastas redes de comercio internacional por los grandes bloques económicos organizados en torno a los Estados Unidos, al Japón y a la Comunidad Económica Europea. También es resultado del éxito de lo que el profesor Rosecrance, denomina los "trading states" por contraposición a los "territorial states" en su importante libro "The Rise of the Trading State", publicado en 1986. La segunda, es la de la ampliación del propio concepto de comercio internacional, que abarca cada vez más, no sólo productos, sino que también servicios, inversiones, financiamiento y aún mano de obra. De allí la tendencia del GATT a ampliar sus fronteras temáticas, aproximándose así a lo que en la Conferencia de la Habana se imaginó como una organización mundial del comercio. Y finalmente, la tercera tendencia, es la de la politización del comercio internacional, consecuencia obvía de las dos primeras, y que se expresa en la creciente incidencia de consideraciones de poder en la administración del comercio exterior, práctica a la que han sucumbido incluso aquellos países que aspiran al ideal de un comercio mundial libre de restricciones e interferencias estatales. Casi es una paradoja, que cuanto más avanza en muchos países la idea de un repliegue del Estado con respecto a la sociedad civil y a la actividad económica, más se torna evidente la forma en que a través de restricciones no arancelarias, cuotas voluntarias, compras estatales, sectores reservados a nacionales, subsidios, financiamiento de exportaciones, etc., los gobiernos tratan de proteger sus mercados, conquistar porciones de los externos, en fin administrar el acceso a los propios operadores económicos en los de terceros países.
Integración regional, realidades nacionales e inserción internacional
La idea de integración, en el mundo y en América Latina, también está viviendo su periodo de "revolución cultural". Ha retornado a la agenda de las cuestiones criticas del desarrollo y de las relaciones económicas internacionales de los países latinoamericanos, favorecida por la profundidad de la crisis del desarrollo económico regional, por el problema de la deuda externa y por el revivir democrático.
Pero retorna renovada en los planos conceptual y metodológico. Renovación conceptual, pues no se la asocia necesariamente a formas preconcebidas de interconectar sistemas económicos ("mercado común", "zona de libre comercio", "unión aduanera", etc.). Incluso creo, que el operador económico la asocia crecientemente con la necesidad de poner en común mercados y recursos, a través de cualquier medio eficaz y efectivo, que garantice una razonable estabilidad en las reglas de juego que inciden sobre las decisiones de comercio e inversión. O el operador político la visualiza, pragmáticamente, con evitar lo contrario que seria la desintegración, el conflicto como hipótesis de trabajo prioritaria en las relaciones con los vecinos, los compartimientos estancos, el potencial de negocios no aprovechado la asocia con la idea de una interdependencia en la que predomine la cooperación por sobre el conflicto. Y renovación metodológica, pues el operador político actual está visiblemente independizado de formas rígidas y juridicistas, confiando más que antes, en la imaginación y capacidad innovadora del operador económico, buscando liberar energías que tornen posible lo que antes se consideraba imposible o difícil, y si bien reconoce la realidad de "Europa 1992", no sueña como antes si, en reproducir en América Latina el modelo comunitario.
La integración es hoy entonces, parte de la profunda renovación de ideas y de forma de acción, que se evidencia en todos los planos en la actual América Latina. Un elemento esencial de esa renovación y también es cultural, es la aceptación de la idea que en una interpedendencia económica global, que aparece como ineludible, corresponde realizar un amplio esfuerzo societal para competir y negociar, en todos los planos y ámbitos imaginables.
Curiosamente, en tal perspectiva, la idea de nación aparece más estrechamente vinculada a la idea de región que antes, tomándose la región como el ámbito para la realización nacional. Esta simbiosis de dos nociones aparentemente contrapuestas, esta presente en el actual debate europeo sobre las consecuencias políticas del mercado único de 1992 y fue expuesta por la Primer Ministro británica en su ya famoso discurso, en agosto reciente, en Brujas. Casi dos décadas después se ha recreado un debate europeo en la materia, en el que el enf oque de la señora Tatcher retorna el que entonces planteaba el General De Gaulle, si bien hay razones para argumentar que uno y otro, entienden la idea de Europa en su relación con el resto del mundo, de una forma esencialmente diferente.
Lo cierto es que el hecho de desarrollar una metodología efectiva de trabajo en conjunto, así como el hecho de compartir mercados y recursos, no ha debilitado sino que ha fortalecido, las realidades nacionales europeas. Por el contrario, en Europa como en otras regiones, la dureza de la competencia económica internacional, parece haber reforzado la necesidad de basar en firmes solidaridades intrasocietales, el esfuerzo nacional para penetrar mercados y asegurarse el abastecimiento de los recursos necesarios para la respectiva economía interna. Las ventajas parecen inclinarse, como lo demuestra el caso de Japón, hacia quienes pueden ser eficientes a partir de la solidez de su propia organización interna y de la eficaz movilización de energías nacionales, en base a un sistema político y social, distinguido por notas de solidaridad, estabilidad, legitimidad y consenso. En tal sentido, capacidad para competir no es contradictorio con las ideas de solidaridad y cooperación, sino que las supone en cada ámbito nacional y en el de las naciones que se agrupan en torno a distintas modalidades de procesos de integración.
Este esfuerzo nacional para participar en un sistema internacional con las características apuntadas, requiere a su vez modalidades y tecnologías organizativas muchos más sofisticadas que las que normalmente han empleado gobiernos y empresarios de la región. Requiere por cierto, de un gran esfuerzo de concertación interna entre fuerzas políticas, sociales y económicas. Requiere además, de condiciones macroeconómicas que faciliten el espíritu de empresa y el surgimiento del empresario innovador schumpeteriano. Requiere, asimismo, quebrar mentalmente, especialmente por parte de los operadores gubernamentales y económicos, la distinción entre mercados internos y externos, ya que de lo que se trata es de ser competitivo en cualquier mercado y en tal perspectiva, el primer mercado "internacional" pasa a ser el propio mercado interno. Por cierto que ello dependerá del tipo de bienes o de servicios de que se trate, pero precisamente la tendencia debería ser la de limitar gradualmente a lo mínimo, el área de lo que quede excluido de los requerimientos y del impacto de la interdependencia económica global.
En la perspectiva antes apuntada, no parece haber una antinomia entre "integración transnacional" e "integración regional". Si tal antinomia existiera, cabe preguntarse si es que no querría decir que algunas de las dos ideas estuviera, desde el punto de vista práctico, mal planteada? Si parece necesario en cambio, discutir las modalidades operativas de la interconexión entre ambas dimensiones externas de cada economía latinoamericana, los ritmos de avance en un plano y en el otro, y la racionalidad económica y política, de los tratamientos preferenciales que se negocien, por acuerdos bilaterales o multilaterales, en determinados ámbitos económicos externos de cada país. Pero en definitiva, ambas parecen ser dimensiones complementarias de la inserción económica externa de un país en un sistema económico internacional que está caracterizado a la vez, por la fuerte presión hacia la interdependencia global, por las realidades del comercio administrado, por el predominio de los requerimientos financieros, por la emergencia de las redes de comercio internacional en torno a algunas de las grandes "fortalezas'” económicas del mundo industrializado, de las cuales "fortaleza Europa" es sólo la más publicitada.
Competencia y negociación internacional
Participar en un sistema internacional con las características apuntadas, requerirá a nivel gubernamental y empresario no sólo capacidad, voluntad y organización para competir, sino que también para negociar. Competencia y negociación, son dos estados mentales y aptitudes que deberán ser acentuadas por parte de los países que no quieran ceder, de antemano, ventajas competitivas a los demás protagonistas del sistema internacional.
Negociar, supone saber qué es lo que se quiere como comunidad nacional, es decir tener una estrategia nacional. Supone espíritu de compromiso y capacidad para transar. Supone conocer lo que los demás competidores quieren y pueden hacer Supone desarrollar alianzas con otros competidores. Competencia y cooperación son en tal sentido elementos indisociables de una estrategia nacional para participar en un juego internacional complejo y lleno de matices. Negociar supone, una vez más, organización. Tanto a nivel macro como a nivel micro. Tanto a nivel nacional, como a nivel de la región o subregión en la que un país se inserta para maximizar su potencial participativo en los escenarios económicos mundiales.
Por el momento, son dos los grandes frentes negociadores económicos internacionales, en que están envueltos los países latinoamericanos y que más pueden incidir en su capacidad para participar con razonables ventajas, en el sistema económico internacional de los noventa. Uno, es el que se relaciona con la distribución internacional de los costos del ajuste, consecuencia e~ste de los desajustes económicos en que se incurrieron en el mundo en los eufóricos años 70. Participaron de ellos los acreedores, que prestaron dinero sin adecuado control de calidad y los deudores, que no siempre utilizaron ese ahorro externo, proveniente en gran parte de los sucesivos shocks petroleros, para invertir en actividades productivas capaces de generar los recursos necesarios para el repago de los préstamos. Es el frente en que se negocian las deudas externas. De allí la tesis latinoamericana sobre la corresponsabilidad. El otro frente negociador, se relaciona con la distribución internacional de las oportunidades para producir y comerciar. Es principalmente el de la Rueda Uruguay. Pero también lo es el de las negociaciones bilaterales con los Estados Unidos y con las otras potencias comerciales mundiales, o las que éstas celebran entre si, bilateralmente o como grupo.
Interdependencia global, disciplina económica y orden mundial
Estos dos ámbitos de negociación internacional, son los que condicionarán en definitiva, el tipo de disciplina económica individual y colectiva de las naciones que tornará viable una razonable convivencia económica en un mundo signado por la interdependencia global. Y ésta es una cuestión central de comprender en América Latina. Es la interdependencia económica de alcance global, impulsada por factores tecnológicos y no exclusivamente por voluntades políticas o por convicciones ideológicas, la que crea ineludibles exigencias objetivas de disciplina individual y colectiva de las naciones. Lo contrario, seria alimentar la tendencia a la anarquía en el sistema económico internacional, que históricamente ha conducido a la guerra.
El problema es cómo y con que criterios se determinan las reglas de juego que hagan posible esta disciplina económica internacional, las que a su vez condicionarán los alcances de la disciplina económica individual de cada nación. La única fórmula que indica la razón, es la de la negociación, en definitiva, la de la concertación. Antes podía definirse el orden internacional, ya que es de eso que estamos hablando, a través de la fuerza, es decir de la guerra. Hoy también seria posible hacerlo así.
Pero sería éste un recurso irracional, en términos claros, la locura, dado el estado actual de la tecnología militar. Y hay conciencia en tal sentido, al menos en la mayoría de las naciones.
Cómo conciliar la histórica propensión de las grandes potencias a aplicar lo que hemos denominado la lógica de la estratificación, con la necesidad de concertar un orden internacional compatible con los requerimientos de la interdependencia económica global, pero también con los de valores de justicia y equidad?. Cómo tornar viable una transición concertada hacia un orden internacional basado en la lógica de la democratización, que atienda tanto a tales valores como a los requerimientos de eficiencia económica?. He aquí quizás el gran desafío contemporáneo de la humanidad de cuya respuesta dependerá la suerte de un orden internacional eficaz, estable y legitimado, condiciones casi ineludibles para el rechazo de cualquier tentación a la irracionalidad en el comportamiento individual y colectivo de las naciones. Tema éste clásico de las relaciones internacionales, sobre el cual en tiempos de incertidumbres conviene meditar.
Parece prudente aspirar a que a través de un gran esfuerzo de organización individual y colectivo para competir y negociar, América Latina pueda contribuir a desarrollar la idea de una transición dialogada, concertada, negociada, de un orden económico internacional agotado hacia otro más apropiado para los requerimientos de la interdependencia económico global y adaptado no tanto a la distribución real del poder económico mundial del periodo que hemos vividos desde la última post-guerra, sino a la que se vislumbra para las próximas dos décadas, más dispersa en un número amplio de países o de grupos de países.
Es en esta última perspectiva que cabe reenfocar toda la discusión actual sobre el multilateralismo, en particular en relación a los mecanismos que intentan institucionalizar una disciplina económica individual y colectiva de las naciones, que en el campo de comercio internacional, en su acepción ampliada, lo es sin duda el del GATT.
Pero cabe preguntarse también sobre si pueden los ámbitos de negociación interna de la propia región, en lo comercial y hoy en día también en materia de deuda, quedar disociados de lo que ocurre en el plano de las negociaciones a escala global? Puede disociarse una estrategia negociadora de cada país en el ámbito de la ALADI, por ejemplo, con lo que es la estrategia negociadora en el ámbito de la Rueda Uruguay del GATT? Pueden ambas estrategias y su implementación, caer bajo la órbita de distintos ámbitos gubernamentales dentro de cada país, como suele ocurrir en la actualidad?
Ninguna de estas preguntas y otras similares podrían tener una respuesta negativa, si es que los países latinoamericanos tiene clara conciencia de lo que significa prepararse para competir en los noventa y negociar en el ámbito económico internacional con las grandes "fortalezas económicas", resultantes de los acuerdos de integración del mundo industrializado. Al menos, observemos lo que hacen nuestros potenciales competidores. Ya que hacer menos que ellos, en términos de organización, es concederles de antemano una ventaja decisiva.
Tres cuestiones relevantes de la integración regional
Deseo primero referirme a una primera cuestión crucial que se vislumbra ya en el horizonte de la agenda de las relaciones económicas internacionales de la América Latina de los noventa. Es la de la coherencia entre la visión latinoamericana de un orden económico mundial y la visión de los países mayores de la región con respecto al desarrollo de un orden económico intra-latinoamericano. Convergencia interregional y convergencia frente a terceros, deberían ser percibidas como dos caras de una misma moneda. Se trata en definitiva de la relación que se entable entre el tejido de intereses económicos y políticos, interno a un grupo de países, y el tejido de sus intereses frente a terceros. El haber comprendido esta relación, es quizás una de las claves del relativo éxito europeo en construir un sistema administrable de interdependencia económica cooperativa, es decir, un marco legitimo para un esfuerzo de disciplina económica colectiva a escala de una región.
Pero, ¿no será que a su vez la clave para encarar ese aspecto del relacionamiento económico intralationoamericano cruza por una redefinición que los propios países de mayor dimensión económica hagan de su rol en la integración y el desarrollo económico regional? ¿No estará la clave en fin, en que puedan asumir por propia conveniencia un papel de países más preocupados en comprar para poder vender dentro de la región, más orientados a una actitud de donantes, más proclives a compartir con el mundo industrializado responsabilidades en relación al desarrollo de los países de menor dimensión económica de la propia región? Este es un tema que merece ser examinado en todo su alcance y en todas sus consecuencias prácticas.
Quizás en el Compromiso de Acapulco del Grupo de los 8 y en el programa de México con Centroamérica, así como en la facilidad petrolera del Acuerdo de San José, se encuentre el sentido de dirección que habría que tomar con firmeza en el futuro para el desarrollo de una efectiva solidaridad latinoamericana. Quizás reflexionar sobre estas ideas, desde la perspectiva de cada uno de los países mayores y de su sector empresario, permita demostrar que una profunda racionalidad económica puede sustentarías, sin mencionar por cierto, los beneficios políticos que podrían derivarse, no siendo los menores los que se refieren a acreditar en el mundo, un nuevo modelo de relacionamiento económico entre países de distinto grado de desarrollo económico.
Por años nos hemos acostumbrado, especialmente en los organismos internacionales, a visualizar la integración latinoamericana desde el prisma de una hipotética racionalidad supranacional, a escala regional o subregional. Esta es la segunda cuestión que quiero plantear. Creo que no se ha hecho un esfuerzo similar, ni se ha hecho siempre en los propios países ni entre sus empresarios, para examinar la idea de integración o siquiera la del aprovechamiento sistemático del respectivo entorno económico regional o subregional, desde la perspectiva de cada país o de la perspectiva de sus operadores económicos. Si la integración es un instrumento de desarrollo debe tener un claro impacto en la inversión. Pero nos hemos colocado en los zapatos de inversores potenciales de carne y hueso, cada vez que hemos diseñado mecanismos de integración o de expansión del comercio? Pondríamos los "arquitectos" de la integración, nuestro propio dinero a correr riesgo en una inversión destinada a aprovechar un mercado ampliado por los acuerdos que diseñamos? En general diría que no, pues más que preferencias o condiciones de acceso a los mercados definidas sobre bases sólidas v estables, hemos practicado sistemáticamente bajo el nombre de integración, lo que en realidad han sido préstamos precarios de mercados que desaparecen con rapidez, normalmente la presión de algún sector proteccionista que actúa con argumentos legítimos o no. Ese hecho, explica muchas distorsiones en el libreto integracionista (nítidas en los sesenta) y la tendencia a lo que recientemente un periodista ha denominado con acierto, el "silopsismo", que lleva a creer que lo que se sueña o desea, se transforma por ese sólo hecho en realidad.
Pensar el mercado y los recursos del entorno latinoamericano, desde la perspectiva de cada país y de la de sus operadores económicos, es un ejercicio pocas veces ensayado. He aquí un vasto campo de acción para los institutos académicos como el CEPEI, que sin duda forman parte de la enorme reserva de inteligencia que los países de América Latina deben movilizar, en aras a incrementar su capacidad participativa y competitiva en el escenario económico internacional.
Finalmente, la tercera cuestión se refiere a la conexión entre el mundo de la arquitectura estratégica o de los diseños en materia de integración, y el de las realidades de los negocios. Es ésta otra cuestión prioritaria en la agenda latinoamericana de integración. Ella se pone de manifiesto hoy por ejemplo, en el ámbito de la integración del Cono Sur. Sin duda que hay voluntad política de integración entre la Argentina, Brasil y Uruguay. Sin duda que hay "arquitectura integracionista", es decir, un diseño estratégico. Quizás se ha exagerado al insistir en no aceptar algún tipo de esquema institucional común entre la Argentina y el Brasil. El rechazo de lo "supranacional" ha generado temores, en mi opinión infundados, derivados la más de las veces, de una incorrecta definición de la naturaleza de los órganos comunes que pueden crear dos o más países para llevar adelante un proyecto de puesta en común de mercados y de recursos, y de una más incorrecta apreciación aún, de la experiencia comunitaria europea. Pero si parece en cambio haber en el programa del Cono Sur, como en otros ámbitos de integración de América latina, incluyendo el propio Grupo Andino, un fuerte déficit de acción en el plano micro de la promoción de negocios concretos dentro del marco integrador.
En este campo, como lo ha reconocido la reciente Declaración del Uruguay del Grupo de los 8, se abre un vasto campo de acción para la ALADI y los bancos de desarrollo, a fin de lograr el fortalecimiento de una actividad promotora de negocios regionales, dentro de lo que se puede denominar la "ingeniería de negocios". Es decir, una actividad empresaria orientada a poner juntos, en proyectos concretos, capitales, tecnología, capacidad empresaria y acceso a mercados, utilizando para ello algunas de las modalidades posibles de "contractual" o "equity" “joint ventures". En tal sentido, Latinequip es una experiencia que habría que intentar multiplicar en otros sectores o con enfoques multisectoriales. Corporaciones de capital de riesgo (venture capital corporations) del propio sector privado (como las que la Corporación Financiera Internacional esta ayudando a desarrollar), pero que aporten a la vez que capital de riesgo y experiencia financiera, "know how" en el campo del comercio exterior, incluyendo la difícil tecnología de acceso a mercados que pueden muchas veces adquirirse a través de "export oriented joint-ventures (en definitiva, que puedan actuar como verdaderas "trade development corporations"), pueden desempeñar también un papel crucial. Las compañías de comercialización internacional, concebidas no sólo como casas de exportación o de comercio exterior, pero también como promotoras de proyectos de inversión orientados al comercio exterior y al comercio intralatinoamericano, pueden asimismo transformarse en elementos importantes de la red institucional empresaria que se requerirá fortalecer para una estrategia de cada país y de la región como un todo, orientada al desarrollo del comercio exterior de América Latina y al comercio intrarregional.
Quizás, en la visualización de esta estrategia y en el desarrollo de la red institucional empresaria para la "ingeniería de negocios", se encuentre la clave del éxito de la renovación metodológica que esta requiriendo la voluntad política, expresada al más alto nivel político recientemente en las cumbres latinoamericanas del Grupo de los 8, en Acapulco primero y luego en Punta del Este, de colocar la integración como parte de una estrategia más amplia de transformación económica, de consolidación de la democracia y de inserción activa de los países latinoamericanos en el sistema económico internacional.
Quizás en tal renovación metodológica, reflejo a su vez del proceso más amplio de cambios económicos, políticos y sociales por el que atraviesa nuestra América Latina, podamos encontrar parte de la respuesta a los desafíos nítidos que nos plantea, en los umbrales de los noventa, un sistema internacional que a su vez cambia radicalmente, en una dirección que no podemos alterar por nuestra propia voluntad y de la que no podemos marginamos sin costos elevados para nuestras propias sociedades. |