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  Félix Peña

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 Revista Política Económica Internacional (FAPES) | Febrero de 1981

Argentina en el contexto Latinoamericano


 

Esta conferencia fue pronunciada en el mes de junio de 1980, es decir antes de que se firmara el Tratado de Montevideo de 1980 que creó la Asociación Latinoamericana deIntegración (ALADI).

Deseo referirme en este Coloquio organizado por FAPES (Fundación Argentina para el Desarrollo Económico y Social) al tema de la Argentina en el contexto internacional. Al hacerlo presentaré algunas ideas que estoy desarrollando actualmente para mi colaboración a un próximo libro que publicará Carlos Floria y que probablemente se titule "Reflexiones sobre la Argentina Política".

La inserción latinoamericana de la Argentina es un dato de nuestra realidad actual. De la región pueden originarse factores que condicionen, en forma positiva o negativa, el futuro desarrollo político y económico del país. Y es en la región donde el país puede encontrar algunos de los elementos básicos para la definición de un papel a desempeñar en el mundo, y de su modelo de inserción en el sistema internacional global.

Por cierto, es innecesario recordar que la región es sólo un aspecto de nuestra política internacional. No estamos desconociendo la importancia de las otras áreas, y en particular de América del Norte y de Europa. Sólo estamos aislando, a los efectos del análisis, uno de los componentes, que consideramos centrales de la totalidad de nuestro frente externo. Lejos están los días en que la Argentina podía pensar su inserción externa en términos de antinomias y compartimentos estancos, por ejemplo: Europa o América Latina; Brasil o los países andinos, etc. La realidad internacional es indivisible y también lo es la política de nuestro país hacia el mundo.

Si privilegiamos en nuestro enfoque a la región latinoamericana, es porque creemos que ella tiene una importancia particular para nuestro país, que trasciende a su propio ámbito para repercutir en forma decisiva en nuestra viabilidad como nación independiente y en nuestras aspiraciones crecientes de participación internacional. Es de la región de dónde provendrán en los próximos cinco años algunos de nuestros principales desafíos y nuestras mayores posibilidades que acrecentarán nuestra capacidad de acción externa.

Para fundamentar lo antes afirmado es preciso recordar que el sistema internacional es la resultante de la interacción de un conjunto de unidades —Estados-naciones en su versión contemporánea— desiguales, estratificadas unas con respecto a otras, y en donde, por consiguiente, se dan relaciones de dominación y subordinación. Con respecto a cada país, los demás se estratifican de acuerdo con la función que cumplen para la satisfacción de los objetivos nacionales de ese país. Esta suerte de estratificación subjetiva es la que permite determinar en cada momento histórico concreto el grado de prescindibilidad que para un país tienen los demás, y por cierto el que ese país tiene para los demás. El ejercicio de "borrar países del mapa" y tratar de imaginar las hipotéticas consecuencias que la desaparición de un país traería para el funcionamiento político y económico de las grandes potencias y para el sistema internacional en su totalidad, puede ser útil para tomar noción de la importancia relativa de los distintos países.

La estratificación subjetiva se puede establecer, en nuestra opinión, en función de lo que los demás países significan desde la perspectiva de un país determinado, para su supervivencia como unidad autónoma del sistema internacional (aliado, protector o enemigo), es decir, su seguridad; para la adquisición o colocación de insumos o productos de su sistema económico, es decir, como mercado; y para su forma de concebir la vida en sociedad, su modo de organizarse y desarrollarse, o sea, como modelo. La posibilidad de qué un país impida o posibilite la supervivencia de otro, o que sirva como mercado para su economía, o como modelo para su desarrollo político y económico, puede estar a su vez en función del grado de proximidad física existente entre ambos; la distancia física es una variable básica para explicar el grado y tipo de interacciones que se entablan entre las distintas unidades del sistema internacional.

Hasta antes de la década del 60 de este siglo, la región latinoamericana, como conjunto, ocupaba un lugar muy bajo en la estratificación internacional efectuada desde una perspectiva argentina. La importancia relativa crecía, en cambio, hasta tomarse en significativa en lo que se refiere al entorno inmediato o contexto contiguo. En efecto, los países fronterizos fueron siempre claves en términos de supervivencia o seguridad. También su importancia era mucho mayor que la del resto de América Latina, como mercados para algunos productos y como modelos o fuentes de inspiración de ideas y pautas de comportamiento social y de valores culturales. Ello nos llevó a acostumbrarnos a limitar la realidad regional al contexto inmediato o contiguo. Esta actitud se manifiesta incluso en la actualidad, donde se percibe una visible dificultad para aprehender la totalidad de la región como sujeto de interés para nuestra vida interna y externa. Para nosotros, y por mucho tiempo, el mundo ha sido Europa y los Estados Unidos y en la región, sólo los países fronterizos, como para que ahora nos resulte fácil razonar en otros términos. Superar esta limitación conceptual aparece, en nuestra opinión, como condición ineludible para entender cuanto está pasando hoy en día en América Latina.

A partir de los años sesenta, en parte como consecuencia de la ALALC y en mucho como consecuencia de los cambios operados en el desarrollo regional, América Latina acrecienta su importancia relativa para nuestro país. Cuba demostró que, en términos de seguridad, el contexto regional no se podía limitar al contexto contiguo. Desde entonces el mundo del Caribe y Centroamérica se aproxima al nuestro, y en los meses recientes, a partir de la caída de Somoza en Nicaragua, tal proximidad se hace evidente con los nuevos acontecimientos en El Salvador.

Tanto en términos de conflictos tradicionales que involucran nuestra integridad territorial, como de conflictos ideológicos y de base de sustentación geográfica para el desarrollo de las nuevas modalidades de cuestionamiento a nuestra seguridad nacional, la región ha adquirido una primera magnitud en el contexto internacional de la Argentina.

También lo es como fuente de ideas y de modelos que inciden en el desarrollo político y económico del país. Están frescos los recuerdos de la incidencia en nuestra vida interna del "modelo peruano" o del "modelo brasileño" de la forma, en fin, en que tal o cual personaje, fuerza política, o institución, han encarado problemas políticos y económicos, como para que se requiera abundar en ejemplos acerca de este aspecto del valor de la región. Quizás sólo podría agregarse —al menos para estimular reflexiones y discusiones— que el valor sólo podría parangonarse al que tiene y ha tenido el mundo del Mediterráneo como fuente de inspiración y de influencia cultural para nuestra vida interna.

En el plano económico se observa similar tendencia a la pérdida de marginalidad del área para nuestro país. De representar en 1962 un 12.7 °/o de nuestras exportaciones totales, la región ha pasado al 24,5 °/o en 1977. Y este porcentaje es mucho mayor para el comercio de productos manufacturados, alcanzando a más del 80 °/o en varios capítulos de la NADE. También se han operado cambios en la relación países fronterizos-resto de la región de nuestras exportaciones. En 1960, nuestros dos principales clientes, Brasil y Chile, absorbían el 73 °/o de las exportaciones regionales del país; en 1977, el 54 °/o. Los seis países que en 1960 representaban los menores porcentajes de nuestras exportaciones a la zona (Bolivia, Colombia, Ecuador, México, Uruguay y Venezuela), pasaron del 12.7 °/o al 36.4 °/o en 1977. Cuatro países que decididamente no forman parte de nuestro con­texto fronterizo (Colombia, Ecuador, México y Venezuela), pasaron de comprar el 3.7 °/o de nuestras exportaciones a la zona en 1960, al 192 °/o en 1977.

Existen en el campo económico datos que permiten aventurar el pronóstico de que la región en su conjunto tendrá para la Argentina una importancia creciente. La imagen del subdesarrollo latinoamericano impide a veces tomar clara conciencia del valor de la región para el mundo en cuanto a mercados y a recursos naturales. Pero destaquemos sólo la capacidad de compra existente en algunos de los países intermedios y menores, favorecidos por ser productores y exportadores de petróleo. La desagregación de las estadísticas de importación de los países de la región pone de manifiesto la magnitud de las compras de alimentos y de bienes de capital. También son significativas las importaciones de tecnología intermedia y de servicios de construcción y de ingeniería de los países intermedios y menores. Brasil, México y España, entre otros, han penetrado agresivamente en esta franja del mercado de importación de esos países.

Por lo demás, la confrontación entre lo que compran algunos países latinoamericanos, y lo que nosotros estamos en condiciones de ofrecer, teniendo en cuenta nuestro desarrollo tecnológico, puede ser un ejercicio útil para apreciar la brecha existente entre nuestra presencia actual en la región y nuestra presencia posible. Acortar tal brecha es un objetivo factible y atractivo para la economía nacional. La brecha es ilustrada en parte por nuestra participación relativa en las importaciones de los países de la ALALC en su conjunto (con la exclusión del nuestro), que fue en 1977 de sólo el 3,2 % y en las del Grupo Andino, que en el mismo año fue de 2.1 %. Brasil, por su lado, vende a la región (1977) el 5 % de lo que ésta compra al exterior, y al Grupo Andino (1977) el 3 % de sus compras totales. Es bueno recordar que en 1962 la Argentina vendía el 2.9 % de lo que la zona compraba y que el Brasil sólo vendía el 1.5 %.

En general, tenemos la impresión que la presencia Argentina en América Latina, no guarda relación aún con la importancia política y económica del área para nuestro propio desarrollo y seguridad, ni con las expectativas existentes en los otros países acerca de nuestros posibles aportes a la región. En tal perspectiva, nos parece sumamente positivo el hecho de haberse firmado a fines de 1979 el acuerdo tripartito entre nuestro país, el Brasil y el Para­guay, ya que se elimina así uno de los obstáculos que impedía que nuestra política exterior se concentrara en objetivos de mayor alcance dentro de la región. La aproximación creciente que se observa desde entonces con el Brasil constituye un indicador del rumbo que debe otorgarse a nuestra política latinoamericana y de las posibilidades que se abren en caso que tal rumbo se consolide. La transformación de la ALALC constituye, sin duda, otro hecho positivo e indicativo de los frutos que para el país puede tener una actitud de iniciativa e imaginación.

No debemos dejar de tener en cuenta que la región se encuentra en rápido proceso de cambio interno en cada uno de los países que la integran, o al menos en la mayoría, y que además se observen en ella los efectos de una distribución de poder entre los distintos países que es diferente a la que predominara hasta los años sesenta. Dos hechos son a la vez causa y efecto de una nueva configuración del poder regional y de una tendencia incipiente pero firme a entendimientos y tipos de acción antes inimaginables.

El "hecho petróleo" que hará que de ahora en más y por muchos años, el desarrollo nacional y la política exterior global y regional de tres de los cuatro grandes países latinoamericanos, gire en torno a la capacidad de exportar el vital producto (México y Venezuela), o de la necesidad de asegurarse su abastecimiento (Brasil). Y el "hecho andino" que sobre la base de un acuerdo de integración económica, ha introducido abruptamente un nuevo factor de poder en la política regional, y que en parte refleja una particular coyuntura política interna de los cinco países que integran el Grupo Andino durante el año 1979 y parte de 1980, así como la nueva capacidad de acción internacional de Venezuela. Probablemente el fenómeno andino cambiará sus características como consecuencia de los propios vaivenes políticos internos que en su momento lo fortalecieron, pero sí resulta posible predecir que en el futuro los países andinos, con deserciones o nuevas incorporaciones, continuaran ejerciendo alguna suerte de acción conjunta en el plano regional basada en alguna modalidad de concertación económica subregional. Podrá variar el Acuerdo de Cartagena o el actual Grupo Andino, pero el "hecho andino" como hecho político, probablemente continuará manifestándose como reflejo de una nueva distribución de los recursos de poder de la región.

Los cambios operados en la distribución del poder regional, se manifiestan en la aproximación del Brasil a México y Venezuela, y en genera al Grupo Andino; en la importancia creciente que tienen México y Venezuela para los Estados Unidos en cuanto al manejo de la situación crítica por excelencia dentro de la región, que es la producida por las crisis políticas de Centroamérica y el Caribe. A la antigua imagen de una América Latina dominada por la fuerte presencia del Brasil y de la Argentina, y con una participación muy marginal de México y de Venezuela, se la reemplaza gradualmente —sobre todo en los Estados Unidos y en Europa— con la de una región en la que se destacan cuatro grandes países (la Argentina, Brasil, México y Venezuela) y en la que también es notoria la influencia de los países andinos, actuando como conjunto. En cierta forma el eje de la imagen y de la acción latinoamericana, en cuanto a poder económico y político se refiere, se desplaza gradualmente del Cono Sur al Norte de Sudamérica. Sólo apuntamos que esta realidad, demostrada con una mezcla de indicadores de poder actual y potencial, coloca al Brasil en mejor posición que la Argentina en las relaciones de poder regional. Quizás en esta visión de las tendencias del poder regional pueda encontrarse una veta para evaluar correctamente la importancia estratégica de los países andinos para la Argentina.

Si algo más puede pronosticarse para los próximos años, es un aumento constante de las interacciones políticas y económicas en el marco de un sistema regional que ha superado el "umbral de interdependencia". Y también puede pronosticarse, observando la realidad actual, que la energía, los alimentos y la tecnología intermedia, serán factores que impulsarán hacia una mayor interdependencia, sea ésta de signo conflictivo o cooperativo. En torno a los tres la Argentina tiene mucho que decir y que aportar; pero otros países de la región y de fuera de ella también.

Es del interés de la Argentina que la interdependencia latinoamericana sea organizada y de signo cooperativo. Tensiones y conflictos, cualquiera que sean sus orígenes, no contribuyen a los objetivos de desarrollo e independencia en un mundo en profunda crisis. En esta perspectiva cobra importancia política el proceso que se ha iniciado para reestructurar la. ALALC, transformándola en un mecanismo eficaz de promoción de comercio preferencia y de complementación industrial. La integración económica regional sigue siendo un objetivo político de magnitud para el país. Pero es preciso concebirla con criterios realistas en los medios y ambiciosos en los fines. El exceso de pragmatismo y de realismo muchas veces ha inhibido la capacidad del país a actuar con audacia en el plano regional. Y a, algunos de nuestros asociados les ha pasado lo contrario contribuyendo así a producir un desgaste de la idea misma de integración.

Múltiples caminos conducen al objetivo de una mayor integración económica en América Latina. Ello explica el pluralismo institucional existente en la región, en la que tanto la ALALC, como el SEL A y el Grupo Andino, como la OLADE (en la que nuestro país no participa aún sin que tenga­mos en claro la racionalidad política y económica de la decisión de abstenerse), son piezas claves para la construcción de un orden latinoamericano de cooperación y solidaridad económica. El SELA puede ser un instrumento de gran utilidad en las relaciones frente a terceros países y para contrarrestar las crecientes tendencias al proteccionismo en los países industrializados. Y también podría ser útil en muchos otros planos si el país se propone aprovechar su potencial de cooperación multilateral. La peor política que un país puede desarrollar con respecto a un organismo internacional es la de la "silla vacía" si es que ella no produce como resultado la paralización del organismo. Una modalidad de silla vacía es la de participar formalmente en el organismo y en sus órganos, pero sin darle ningún contenido concreto a tal participación. También el Grupo Andino requeriría de una mayor atención, tan pronto se evalúa su potencial económico y su importancia política en la configuración del poder regional. La Argentina debe aproximarse al Grupo Andino —y a cada uno de sus componentes— con criterio político y con agresividad, a fin de concretar un acuerdo de cooperación económica y técnica. Apostar al fracaso del Grupo Andino o inhibirse ante interpretaciones superficiales de su accionar político, puede ser contrario al interés nacional y a los criterios pragmáticos que deben orientar la política exterior de un país maduro. Es preciso reconocer, sin embargo, que en muchas oportunidades las dificultades para entablar un diálogo fecundo con el Grupo Andino se han debido a las sucesivas crisis que este proceso ha debido sufrir casi desde sus comienzos.

Para que sea eficaz la ALALC [1] debe profundizar, como resultado de la reestructuración que ha sido encarada en 1980 a través de las negociaciones de Caracas, Asunción y, en pocos días, de Acapulco, la estrategia de aproximaciones parciales al objetivo común. Era la estrategia original del gobierno de Frondizi cuando se creó la ALALC. Y aun cuando a algunos les costará creerlo y reconocerlo era también la estrategia que patrocinaba Raúl Presbich y la CEPAL. Y es la estrategia iniciada años atrás en la propia Asociación con los acuerdos de complementación industrial, y empujada con fuerza por los países andinos tras la firma en 1969 del Acuerdo de Cartagena. Acciones parciales, de tipo bilateral, sectorial o subregional, debidamente compatibilizadas-entre sí y en función de objetivos globales de mayor alcance, son los medios legítimos y realistas para construir un proceso de integración regional. Tal es el sentido de la propuesta que el gobierno nacional ha efectuado con respecto a la reestructuración de la ALALC y que compartimos como parecen compartirla los demás países asociados.

Pero para que sea realmente un instrumento de desarrollo nacional, "la ALALC de las acciones parciales", debe fundarse en un mínimo de estabilidad de sus reglas de juego. La carencia de estabilidad y de predictibilidad, afecta la seguridad jurídica y desestimula la adopción de decisiones de inversión en el sector empresarial. Las preferencias comerciales deben brindar un horizonte temporal suficientemente amplio para tener un efecto en las inversiones de los operadores económicos. Caso contrario son intrascendentes.

La ALALC o el organismo que surja de su reestructuración y el SELA pueden y deben complementarse en sus funciones. La Argentina obtendría provecho participando activamente en una y otra organización, y para ello parece fundamental que las decisiones al respecto no queden libradas a niveles burocráticos inferiores que en el pasado no han demostrado mayor capacidad de imaginación ni eficacia, ni sean adoptadas en función de "slogans" o lugares comunes que han poblado nuestra vida internacional. Pero la participación activa en foros multilaterales no es excluyente de las necesarias relaciones bilaterales. Por el contrario, la realidad bilateral es la primera realidad de nuestras relaciones externas. La dimensión multilateral -que contrariamente a lo que se suele afirmar también es parte de la realidad internacional— debe ser funcional a las respectivas dimensiones bilaterales, sirviendo para facilitar las relaciones de cooperación estrecha con todos los países de la región, o para mejor administrar situaciones de conflicto con algunos de ellos. Brasil, los otros países contiguos, los países andinos, México, son todos socios de interés para un país que debe volcarse a la región, sin comple­jos ni preconceptos, a fin de fortalecer su propia presencia en el mundo. Atender con intensidad todos los frentes de nuestra política regional, significa no atarse a falsos prioridades y antinomias. No existe una limitación conceptual o estratégica para hacerlo: sólo se requiere asignar suficientes recursos humanos a la elaboración y ejecución de la política exterior, y entendemos que el país los tiene.

El "acuerdo tripartito" ya mencionado ha abierto el camino a un entendimiento sin límites entre la Argentina y el Brasil. Sin dejar de tener presente los profundos cambios operados en las realidades nacionales y externas de  ambos países, y en las regionales e internacionales, quizás ha llegado el momento de proyectar a la década del 80 el espíritu de Uruguayana. La reciente entrevista presidencial de Buenos Aires es un importante paso en tal dirección. Sumados a Venezuela y México, los dos países estarían en condiciones de asumir iniciativas concretas en el campo de la cooperación regional. En conjunto, los cuatro representan el 64 % de la población latinoamericana, el 75 % del producto bruto regional, y el 55 % de las exportaciones de América Latina. Sus posibilidades son tan inmensas como las energías que requerirá la aventura de un desarrollo racional de la región. Por ello entendemos que una prioridad de nuestra acción regional debe serla de profundizar una mecánica de trabajo conjunto entre estos cuatro países, que lejos de debilitarlos esquemas multilaterales existentes debería tender a fortalecerlos, inyectándoles realismo y efectividad a través de su capacidad de transformar en hechos las decisiones que se adopten.

Cuestionario
P — ¿Cuando uno analiza el desarrollo de la integración de América Latina, especialmente en lo que se ha producido a trapes de una visión que es a veces demasiado economicista, me vengo preguntando en los últimos años si el tema de la integración desde un punto de vista político como Ud. dice, no del técnico, no necesita renovar en alguna medida una idea fuerza que le dé capacidad de decisión, de esperanza y de capacidad de entendimiento de nuestros pueblos. Y me pregunto si la idea fuerza no debería ser el desarrollo científico y tecnológico, ya que esta idea fuerza puede movilizar la integración mas allá de los necesarios acuerdos económicos y de otra naturaleza?

R — Mi respuesta ha de ser muy categórica y se expresará con un sí con mayúscula, con respecto a lo de la "idea fuerza". Parece fundamental que un proceso de integración, cualquiera que sea la metodología que se utilice, en la medida que supone la movilización de voluntades soberanas, para que en base al consenso puedan alcanzar objetivos comunes, requerirá de un alto grado de motivación. La integración económica es siempre un proceso político y por ello la presencia de ideas fuerza es esencial a su vitalidad. Las ideas fuerzas están nítidamente presentes en las iniciativas de Jean Monnet y Robert Schuman cuando en los años 50 se inicia el proceso de integración europea. Son ideas que tienen que ver con las ansias de paz y progreso de una Europa destrozada por años de guerra; que tienen que ver con la búsqueda de un rol histórico para una Europa que observaba el surgimiento de las dos grandes hegemonías de la posguerra; que tienen que ver incluso con la valoración de la democracia como sistema político ante los avances visibles del comunismo soviético en Europa. También observamos la presencia de ideas fuerza en la gestación y posterior puesta en funcionamiento del Grupo Andino, y ellas se expresan incluso en decisiones de contenido económico como pudo ser aquella que estableció el régimen común de inversiones extranjeras. La superación de la brecha tecnológica, o mejor aún de la brecha de capacidad tecnológica y no sólo del disfrute tecnológico, que existe entre el mundo Norte y el mundo Sur, y la neutralización o alteración de los efectos políticos de tal brecha traducidos en la existencia de países de primera, segunda y varias otras categorías, sí puede ser una idea fuerza que justifique la voluntad asociativa de un grupo de paces, su decisión de poner en común recursos y mercados en aras de objetivos comunes.

P - ¿No cree que los distintos regímenes políticos, los distintos esquemas de culturas y valores impedirán la integración en profundidad?

R — La homogeneidad política y económica no puede ser requisito para continuar con los esfuerzos de integración económica de América Latina. Así lo han reconocido recientemente los países andinos en la reunión de Presidentes que tuviera lugar en Cartagena (mayo de 1979). Por cierto que a mayor disparidad de circunstancias políticas y económicas mayores serán las dificultades. Pero en la etapa actual de la integración —lejos aún de lo que podría denominarse "integración en profundidad"— las disparidades existentes no constituyen obstáculos insuperables para avanzar en el desarrollo de preferencias económicas regionales o subregionales, y de otros mecanismos de cooperación económica y en el campo de la infraestructura. Tampoco impiden necesariamente la coordinación de posiciones latinoamericanas en el campo económico externo, por ejemplo ante las tendencias proteccio­nistas y discriminatorias que se manifiestan en la Comunidad Europea.

P — ¿Hasta qué punto es conveniente la integración para la Argentina y con qué países? ¿nos resulta peligrosa la integración con Brasil?

R — Depende de que contenido le damos ala palabra integración y en que dimensión temporal imaginamos el logro de los objetivos que se persigan. Nadie creo puede imaginar como posible, no digo deseable, que todos los países de la región se comprometan de inmediato a lograr en plazos perentorios la conformación de un sólo espacio económico, en el que circulen libremente los productos y los factores de la producción, y en el que existan una barrera aduanera común y una política comercial externa común. En sentido estricto ésta sería la meta del Mercado Común Latinoamericano.

En cambio sí parece razonable que a través de la reestructuración de la ALALC, la consolidación del SELA y de los esquemas subregionales como el Grupo Andino, y el desarrollo de múltiples esquemas de cooperación bilaterales en materia de infraestructura y explotación de recursos naturales, pueda acentuarse la interdependencia económica y política regional, otorgándosele un firme signo cooperativo y solidario. Serían, o son, éstos pasos concretos para disminuir cualquier tendencia que exista ala desintegración, a la fragmentación latinoamericana. Integración sería entonces concebida como lo contrario a la tentación tan real de la desintegración regional.

En esta, perspectiva ¿quién podría dudar de la conveniencia para la Argentina de desarrollar un entorno externo de cooperación y progreso? Son estas épocas difíciles para la convivencia internacional y las amenazas de grandes conflictos son tangibles, ciertas. Incluso por razones de seguridad económica, América Latina adquiere un valor alto para nuestro interés nacional. Pero es también en la perspectiva de la proyección externa de nuestra capacidad de producción y de servicios que la región —con su poder de compra actual y potencial— adquiere una importancia significativa para una Argentina moderna y saludablemente ambiciosa. ¿Con qué países? En principio con todos, sin perjuicio que sean los próximos los que ofrezcan desde el punto de vista económico un interés y una factibilidad mayor. Sin embargo, debe tenerse en cuenta que los cambios operados en los transportes y en las comunicaciones, han afectado también la noción de "proximidad" en el comercio internacional. La Argentina puede aportar mucho y también recibir mucho, a través de una inteligente política de vinculación con toda América Latina, poniendo énfasis en su contexto contiguo, y en los otros tres países (Brasil, México y Venezuela) que junto con el nuestro concentran las mayores posibilidades de transformar en hechos decisiones colectivas que se adopten. Una acción conjunta con estos otros países puede tener efectos muy positivos en el desarrollo de la interdependencia latinoamericana, e incluso en la eficacia de los organismos multilaterales existentes en la región. La relación con el Brasil debe ser intensa en todos los planos. El cambio operado a partir del acuerdo tripartito entre la Argentina, Brasil y el Paraguay, es sumamente positivo. No se trata de ver esta relación en términos de bloques exclusivos, o excluyentes, ya que ello no correspondería a la realidad internacional ni a los intereses nacionales de ambos países. Se trata sí de aprovechar el extraordinario potencial de acción conjunta que existe en lo económico, lo político y lo cultural. En cuanto a peligros, por temperamento prefiero examinar nuestra acción en términos de posibilidades y desafíos. Con mentalidad creativa y positiva. No con mentalidad defensiva. Nuestra política exterior ha estado muy marcada por mucho tiempo por una menta­lidad defensiva. Es hora de actuar con espíritu de ganador y no de perdedor. En esta perspectiva la relación con el Brasil es una gran posibilidad, y también un gran desafío.

P — ¿Existe para Ud. alguna relación entre el rol que juega Venezuela en el ámbito internacional trilateral, y el papel que juegan las corporaciones transnacionales en el proceso de integración en América Latina?

R — La Comisión Trilateral es producto de una realidad económica y política internacional, y que es el grado de poder mundial que concentran las grandes democracias industrializadas. No creo que tenga sentido exagerar su influencia sobre tal realidad. Reconocer el hecho de la Comisión Trilateral es distinto a atribuirle a ese hecho una incidencia significativa en la realidad trilateral. En concreto, no soy partidario de interpretaciones conspirativas de la realidad internacional que tiendan a magnificar el rol de determinados agentes de esa realidad. No significa eso desconocer su influencia en la generación de ideas, y en el desarrollo de una racionalidad política y económica funcional a las tendencias al congelamiento al poder mundial que se observan en el segmento Norte del sistema internacional. Pero sí significa resistirse a visiones simplistas de la vida internacional, que al desconocer su complejidad pueden tomar equivocado el diagnóstico e ineficaz la acción. Es interesante seguir el pensamiento de la denominada Comisión Trilateral, como el de otros centros de pensamiento y acción internacional. Es peligroso exagerar su influencia.

El tema de las corporaciones internacionales en la integración latinoamericana es muy amplio y complejo. Supone introducirse muy a fondo en el mundo de las transnacionales y en el de la integración. Lo cierto es que las transnacionales son un hecho, que su participación en el comercio intralatinoamericano también es un hecho, y que también lo es su interés por el desarrollo de esquemas de integración económica en América Latina. Son hechos que tienen mucho que ver con el origen de nuestra industrialización, con las primeras políticas de sustitución de importaciones y con las posteriores de fomento de exportaciones. Pero también es un hecho que estos hechos no siempre han producido resultados positivos para nuestros intereses nacionales. Una política realista tiene que estar orientada a la creación de contrapesos a través del fortalecimiento de las empresas nacionales, de su proyección al mercado regional, y en particular a través de un serio, constante y costoso proceso de desarrollo tecnológico propio. Sólo con tal acción es factible conciliar el hecho de las transnacionales con una integración económica regional que no sea prioritariamente aprovechada por ellas.

P — ¿Cree viable la cooperación horizontal entre países latinoamericanos de distintos niveles de desarrollo?

R —  No sólo creo que es viable, sino que también creo que al demostrar su viabilidad estaríamos efectuando un aporte positivo al conjunto de las relaciones económicas internacionales. Si no fuera viable, ¿cómo sería posible plantear la necesidad de cooperación entre países altamente industrializados v los países en desarrollo, incluyendo el nuestro?


Félix Peña es Director del Instituto de Comercio Internacional de la Fundación ICBC; Director de la Maestría en Relaciones Comerciales Internacionales de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF); Miembro del Comité Ejecutivo del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI). Miembro del Brains Trust del Evian Group. Ampliar trayectoria.

http://www.felixpena.com.ar | info@felixpena.com.ar


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