En los últimos años los argentinos hemos podido constatar, una vez más, la incidencia que tienen en la vida interna del país acontecimientos externos. El mundo que nos rodea no nos es ajeno y tratar de comprenderlo es entonces una necesidad nacional.
Sin embargo no parece existir entre nosotros una capacidad de análisis del cuadro internacional que corresponda a tal necesidad. Se conocen y se comprenden aspectos parciales de la vida internacional que inciden más, directamente en la economía, la política y la seguridad del país. Pero es menor la capacidad de evaluación global de la situación internacional desde una perspectiva nacional, que permita insertar esos aspectos parciales en un enfoque general y coherente. Incluso, muchas veces los acontecimientos internacionales son apreciados a la luz de marcos conceptuales que ya han sido superados por la realidad o teñidos de fuertes connotaciones ideológicas de distintos signos. Ello conduce a extraer conclusiones operativas y a trazar líneas de acción que no se ajustan a la realidad internacional.
UN MUNDO QUE CAMBIA
Los vertiginosos cambios que se están operando en el mundo tornan más acuciante la necesidad de disponer de una adecuada inteligencia de los acontecimientos internacionales. Estamos en el medio de un período de transición en el sistema internacional y resulta difícil predecir el producto final. Corresponde entonces hacer un esfuerzo para captar las fuerzas profundas que inducen a los cambios internacionales y distinguirlas de las más superficiales y coyuntura-les. Si se considera sólo la dimensión Este-Oeste, parece aceptado que se trata de una transición con respecto al mundo emergente de Yalta, y todos sabemos que se está produciendo una nueva configuración de poder entre las grandes potencias y que el bipolarismo se atenúa. La confrontación industrial y tecnológica y la confrontación nuclear, cada una con sus propias características y exigencias, aparecen como los temas dominantes en la interdependencia del mundo Norte.
En las relaciones de ese mundo Norte, lo que más llama la atención como elemento diferencial a lo que ocurría hasta hace unos años, es la pérdida de poder relativo de los Estados Unidos. Es un hecho, sin embargo, que debe ser ponderado y evaluado correctamente, tan pronto se tiene en cuenta su supremacía tecnológica o se introduce en el análisis el factor voluntad entendido como la disposición de utilizar los recursos de poder disponibles. ¿Podremos denominarlo el «factor Haig»? Lo concreto es que la relación ruso-americana sigue siendo central en el juego del poder del mundo Norte, y por ende del mundo a secas, y que incluso en la era de Reagan-Haig seguirá condicionada por la necesidad de evitar un enfrentamiento nuclear. Creo esencial retener que si bien la confrontación ruso-americana tiene un fundamento ideológico y representa el enfrentamiento de dos concepciones de vida, ella se plantea también en términos de participación en el poder mundial. También es preciso retener el hecho que no siempre el factor ideológico es decisivo en el trazado del cuadro de alianzas internacionales. Los Estados Unidos y Rusia se entendieron cuando fue necesario oponerse a la voluntad expansionista de Hitler. Y Rusia y China se oponen a pesar de que pertenecen a una misma familia ideológica.
LOS CAMBIOS EN LAS RELACIONES NORTE-SUR
Si se considera la dimensión Norte-Sur, la transición internacional se manifiesta con respecto al mundo emergente de la revolución industrial. Es la resultante del proceso de descolonización y del carácter planetario que ha adquirido el sistema internacional. Parece indicar el fin de una etapa euro-centrista de la historia de la humanidad. El factor desencadenante ha sido la revalorización del petróleo. Pero lo esencial parece ser el acceso de otras culturas a posiciones de poder internacional. La importancia de los mercados del mundo en desarrollo y la magnitud de las reservas de recursos naturales existentes en el mundo Sur, explican el valor que éste adquiere en función de las dos grandes confrontaciones del mundo Norte. Tener una presencia significativa en el Sur puede ser una forma de definir las relaciones de poder en el Norte, tanto en cuanto a la confrontación industrial / tecnológica como a la nuclear.
Pero a su vez el mundo Sur tiende a diferenciarse en varios sub-mundos, lo que torna relativa la idea de in Tercer Mundo unificado y homogéneo. Este es uno de los varios motivos por los que se requiere la revisión de un concepto -el de un Tercer Mundo- fue originado en los países industrializados se ha tornado insuficiente para abarcar la rica diversidad del Sur. Dejo anotado este tema para la confección de una agenda de replanteos conceptuales que trasciendan las aproximaciones ideológicas.
América Latina y dentro de ella Brasil, México, Venezuela y nuestro país; el Sudeste Asiático; el Mediterráneo y los países de la OPEP, conforman otros tantos submundos, que en términos de desarrollo tienden a aproximarse a niveles correspondientes a os escalones más bajos del Norte. Cada vez más se diferencian de algunos de los países más pobres y subdesarrollados de África, Asia y el Caribe. En mucho se diferencian también entre sí. Pero por lo menos dos rasgos los distingue: aspiran a ser Norte y por lo tanto cuestionan en forma más o menos abierta la tentación de las grandes potencias de «congelar» a distribución del poder mundial; y pueden cumplir una función de puente entre los países industrialízalos y los más subdesarrollados, tanto en términos eolíticos como económicos.
Poco hemos reflexionado en la Argentina sobre la relación Norte-Sur y sobre el «mundo intermedio». Así diría que nos hemos ausentado de los debates internacionales en la materia y en lugar de intentar asumir un liderazgo intelectual aportando conceptos e deas, nos hemos quedado rumeando en nuestra soledad, a veces añorando épocas pasadas, otras viendo visiones. Como decía hace poco Víctor Massuh, el país se ha aislado de «la inteligencia internacional». No nos debe sorprender entonces que quienes en otras latitudes sí están interesados en estos temas, sean políticos o académicos, tengan poco interés en conocer nuestras opiniones.
LA DEFINICIÓN DE AMIGOS Y ADVERSARIOS
El sistema internacional tiende a ser más planetario, multipolar y pluri-ideológico. Gradualmente están cambiando principios, valores, normas e instituciones, de un mundo que fue norte-centrista y bipolar en lo nuclear, lo económico y lo ideológico. Las dos grandes familias ideológicas de la postguerra comienzan a dispersarse en múltiples especies de los troncos originales, que muchas veces entran en abierto conflicto entre sí. Así Vietnam hasta el 74 fue un ejemplo de los conflictos del mundo anterior, y por el contrario, los recientes enfrentamientos del Vietnam actual parecen ser un ejemplo del mundo de la transición. Y cada vez más existen zonas grises y entrecruzamientos entre quienes pertenecen a una familia o a otra. Irán, por lo demás, puso en evidencia la reaparición del factor religioso en la política internacional, y ha contribuido a la erosión de categorías que eran familiares hasta hace pocos años para analizar la realidad internacional.
Las categorías «mundo libre» y «mundo marxista» no alcanzan a ser suficientes para definir una política internacional en la realidad actual. Ello no quiere decir que un país, por ejemplo el nuestro, vaya a ser indiferente a su adscripción a los valores que caracterizan uno u otro mundo, o a los resultados de una confrontación abierta entre los Estados Unidos y Rusia, o al hecho que en el mundo o en la región haya más o menos países que respondan a una ideología marxista. Lo que quiere decir, en términos realistas, es que la definición de amigos y adversarios, o mejor aún de amigos más próximos o más lejanos, no podrá hacerse exclusivamente en función de criterios ideológicos, esperando de quienes pertenecerían a la misma familia una respuesta acorde con la definición ideológica que se haya efectuado. El cuadro de alianzas se traza en el mundo contemporáneo respondiendo a criterios mucho más complejos y variados. Y los económicos ocupan un lugar importante. Pero incluso éstos juegan más por el valor que un país tiene en función de la economía de otro (por ej. poseer determinados recursos, o un mercado de gran dimensión) que por afinidades ideológicas entre los sistemas económicos.
El juego del poder internacional carece a veces de la sutileza necesaria para valorar las afinidades ideológicas. Al menos cuando no van acompañadas de cosas más tangibles y concretas. Tales como la situación relativa en el gran juego estratégico internacional, o recursos naturales valiosos o poder de compra significativo. La pertenencia al mundo libre es sobre todo valorada por las grandes democracias industriales cuando está acompañada de una posición geográfica determinada, o de mercados o de recursos estratégicos. Y a veces ellos son bienvenidos aunque pertenezcan al mundo de Khomeini o de Marx. Si es cierto que la perspectiva Haig del sistema internacional está emparentada con la de Kissinger ¿cabe esperar en esta materia y más allá de la retórica; ambos dramáticos en la realidad de la conducción externa de los Estados Unidos? Por ahora es una pregunta de respuesta abierta.
Rusia a su vez valora a un socio por los mismos motivos, o por el rol que puede desempeñar en su; confrontación con los Estados Unidos. Si además es marxista, mejor. Y si para asegurar su lealtad debe ser transformado al marxismo, se hace lo necesario para que así sea. Pero el ser marxista no garantiza “per se” su cualidad de socio: ejemplos. China y Yugoeslavia.
CARTAS DE TRIUNFO... Y EL ARTE DE JUGARLAS
Un país vale por lo que aporta al sistema internacional. Por lo que valen sus aportes a otros países, que en la medida que necesitan de ellos harán lo necesario para obtenerlos. Por negociación o por dominación. Para cada país los otros se jerarquizan en función del criterio tangible y pragmático del valor de sus aportes, medido en términos del funcionamiento de su sistema político y económico, y en términos de seguridad y supervivencia.
La Argentina valía mucho para Gran Bretaña antes del 30. Su valor para los Estados Unidos ha sido siempre moderado. Si se descubrieran grandes reservas de petróleo su valor aumentaría en el acto. Hasta tanto, lo que corresponde es determinar el valor que el país tiene en distintos planos para distintos países y en especial para los grandes. Este ejercicio parece central a todo intento de fundar en la realidad una política exterior argentina.
Nuestro país puede valer por su capacidad para producir alimentos; por su desarrollo nuclear; por su tecnología industrial intermedia; por su ubicación en el Atlántico Sur y su presencia antártica, y fundamentalmente por su rol actual y potencial en la región latinoamericana. En lenguaje del poder internacional (o mejor del truco, ¡juego caro a nuestra política actual!), estas son algunas de nuestras principales cartas de triunfo.
Una Argentina aislada vale poco, cualquiera que sea su definición ideológica interna, o las características de su sistema político y económico. Recordemos que el mundo actual no tolera a solitarios. Un país que vale poco puede ser manoseado por otros sin que ello perjudique sus intereses. En torno a esta idea pueden examinarse las relaciones con los Estados Unidos y con algunos de los países de Europa Occidental, y encontrarse un principio de explicación a la reacción diferencial que en ellos se produce frente a temas como el de los derechos humanos según sea el valor del país cuestionado. Si existe la tentación de denominar hipócrita o cínica a la política exterior de un país que tiene esa reacción diferencial, no olvidemos que cierta dosis de hipocresía y cinismo puede ser tan esencial a la conducción de las relaciones exteriores, como la mentira y las señas lo son al truco. En lugar de juzgar estas actitudes, imitemos...
La política exterior de la Argentina tiene que estar dirigida a extraer consecuencias del valor de nuestros aportes al mundo que nos rodea. No al mundo idealizado, sino al mundo real. El rol de la Argentina en la región latinoamericana parece ser uno de los factores más importantes para la valoración que las grandes potencias efectúan de nuestro país . Si la Argentina aislada puede tener un valor relativamente bajo, América Latina como conjunto tiene un gran valor, tanto por sus problemas como por sus posibilidades. De allí que además del valor propio que la región tiene para nuestro desarrollo y nuestra seguridad, adquiere un significado mayor en función de nuestra política con respecto al mundo Norte. Se lo ha dicho antes, pero vale la pena repetirlo: la región no es para a Argentina un ámbito externo más; es el ámbito natural para sustentar su proyección a Europa, a los Estados Unidos y al resto del mundo.
Conocer y comprender el mundo que nos rodea es esencial para nuestra vida interna. Hacernos fuertes en el valor de nuestros aportes es condición básica de una política exterior efectiva. Pero también es fundamental que ésta sea conducida con inteligencia y habilidad. Con hechos y con retórica acordes con el mundo actual. Es que como en el truco, no basta con tener cartas de triunfo. Hay que saber jugarlas. Y se las juega mejor si se conoce bien al contrincante… y sus mañas. |