Hace veinte años se negociaba el Tratado de Montevideo. Santiago
de Chile, Lima y Montevideo, fueron en ,1959 escenario de las reuniones
técnicas y negociadoras que concluirían, en febrero de 1960,
con la firma del tratado que instituyó la Asociación Latinoamericana
de Libre Comercio.
La negociación y la firma del citado tratado, fueron parte de
un proceso más amplio de creación institucional en el ámbito
interamericano, y de iniciativas y compromisos económicos y políticos,
en los que se destacaron por su liderazgo la Argentina y el Brasil. Se
estaban configurando los elementos institucionales de un sistema de interacción
económica y política más intensa entre los países
de la región. El BID, en el plano interamericano, y la ALALC, en
el latinoamericano, fueron las expresiones principales de dicho proceso.
Veinte años después la ALALC está en crisis. Algunos,
exagerando, afirman que de hecho ha dejado de existir, o al menos de constituir
un elemento significativo de las relaciones económicas de la región.
Quizás pierden de vista que un porcentaje elevado del comercio
intrazonal se beneficia todavía de los márgenes de preferencia
negociados en la Asociación, o de la no aplicación a los
productos negociados de aquellas restricciones que periódicamente
afectan a las importaciones de algunos de los países miembros (por
ej., la no aplicación de la exigencia de depósitos previos
para las importaciones originarias en la zona). O también se subestima
la importancia que desde un punto de vista jurídico y aún
político, tiene el Tratado de Montevideo para justificar preferencias
zonales o subregionales ante el GATT.
Los países miembros han reconocido la existencia de una crisis
de la Asociación y se han pronunciado por el objetivo de su "revitalización".
Más difícil ha sido coincidir en el cómo y en el
para qué del replanteo. En la última Conferencia de las
Partes Contratantes, celebrada en Montevideo en noviembre pasado, hubo
un acuerdo "metodológico". Consiste en fijar una mecánica
que puede conducir a la reestructuración de la ALALC. El Comité
Ejecutivo Permanente deberá encarar el análisis de una serie
de temas, que enumera la resolución 370 (XVIII) y luego deberá
establecer el programa de tareas y negociaciones a cumplirse, "el
que incluirá la convocatoria de una Conferencia Extraordinaria
de alto nivel gubernamental, la cual consolidará los acuerdos indispensables
para alcanzar la reestructuración de la ALALC". Todo este
proceso debe culminar "a la luz de los resultados obtenidos",
con la convocatoria del Consejo de Ministros para que se reúna
"a más tardar el 31 de julio de l980".
Un factor jurídico contribuyó a acelerar esta decisión:
el 31 de diciembre de 1980 vence el período de transición
para "el perfeccionamiento de la zona de libre comercio" que
estableciera originariamente el Tratado de Montevideo y prorrogara luego
el Protocolo de Caracas firmado en 1969. Las consecuencias jurídicas
de este hecho no son claras, pero en principio puede suponerse que de
no adoptarse una decisión de prórroga del citado plazo antes
de su vencimiento, las relaciones comerciales preferenciales originadas
en el Tratado de Montevideo entrarían en un "cono de sombra"
jurídico, más notorio aún en lo que respecta a la
posibilidad de otorgar nuevas preferencias.
En 1959 la Argentina tuvo una posición de liderazgo en la gestación
de la Asociación. Se buscaba claramente un marco preferencial para
el comercio regional, que sustituyera al agotado marco de los acuerdos
de compensación y trueque y que se adaptara a los compromisos que
en el plano internacional global habían adoptado o estaban por
adoptar los países de la región que más comerciaban
entre sí. La idea de un mercado común regional, impulsada
por la CEPAL, contaba en el país con fuertes simpatías,
y ello se reflejó en editoriales de los principales diarios y en
pronunciamientos gubernamentales y empresariales. Pero predominaba en
el fondo una actitud realista que mejor que nadie quizás, la había
expresado, ya en 1958, Arturo Frondizi cuando como Presidente electo visitó
algunos países latinoamericanos. En su discurso en la Universidad
de Chile decía: "el logro de todos estos objetivos (se refería
a los del desarrollo) pareciera presuponer la constitución de un
mercado común 'latinoamericano, tema que ocupa en estos "momentos
la atención de muchos economistas y hombres de gobierno. Compartimos
esa finalidad, que juzgamos de largo "alcance, pero consideramos
que ella no debe hacernos perder de vista la posibilidad "y la eficacia
de acuerdos bilaterales y regionales, que pueden resolver muchos problemas
particulares e inmediatos y pueden "contribuir, asimismo, a crear
un ambiente "favorable para la realización de aquella ambiciosa
iniciativa. Juzgamos que este tipo "de acuerdos es preferible a la
concertación "de las llamadas "uniones aduaneras",
cuya "aplicación resulta, en el estado actual de "nuestros
respectivos desarrollos económicos, "poco menos que "irrealizables".
Palabras casi proféticas si se considera al conjunto de la región
en el momento actual.
Se sabe que la fórmula de "zona de libre comercio" que
finalmente adoptara el Tratado de Montevideo fue una respuesta a las exigencias
del marco jurídico del GATT, esquema internacional en el que participaba
Brasil y al que aspiraba a ingresar la Argentina. Y se sabe que a través
de ella se injertó al marco regional de comercio preferencial un
elemento de rigidez que conspiró luego contra el logro de los objetivos
buscados.
Desde 1959 mucho ha cambiado en nuestro país, en América
Latina y en el mundo, como para pretender que las relaciones comerciales
regionales continúen siendo encauzadas en un régimen legal
que desde su inicio tuvo defectos. No significa ello caer en el juicio
superficial de que la ALALC no produjo resultados positivos. Desde el
punto de vista argentino bastaría con examinar las cifras del comercio
zonal y los resultados de dicho comercio para el país. En 1960
la zona absorbía el 15.8% de nuestras exportaciones totales, en
tanto que en 1977 ese porcentaje se elevaba al 23.6. Entre 1961 y 1977
nuestro comercio zonal arrojó un superávit acumulado de
1.300 millones, de dólares. Otros países también
se han beneficiado. Desde el punto de vista de la estructuración
de un sistema de interdependencia regional, la ALALC ha aportado beneficios
directos de generación de comercio, e indirectos de generación
de interacciones económicas, incluyendo entre estos la promoción
de vinculaciones empresariales. En otros casos, la ALALC no ha sido un
obstáculo para que se hiciera dentro de su marco lo que grupos
o pares de países deseaban hacer en materia de integración
económica en forma más acelerada que otros: es el caso,
por ej. del Grupo Andino. O para que fuera de su ámbito se encararan
acciones multilaterales y bilaterales de cooperación económica,
e incluso se concretara la creación del SELA.
La ALALC en su forma actual es obsoleta, pero sigue siendo necesario
un marco institucional que permita estimular corrientes preferenciales
de comercio entre los países de la región, intensificar
las interacciones económicas y abrir camino para formas más
avanzadas de integración, entre quienes así lo deseen. Parecería
ser éste el consenso mínimo entre los países miembros.
De allí en más se abre un amplio campo para el debate y
la negociación, que pueden concluir en distintos grados de "reestructuración"
de la ALALC, o en la formulación de un esquema diferente que refleje
las exigencias de la época y de los próximos años.
O, una vez más, terminar en nada concreto como ya aconteció
en 1974.
Como en 1959, creemos que en 1979 la Argentina debería asumir
un papel de protagonista activo del debate regional sobre la ALALC. Las
dificultades crecientes que se manifiestan en el plano del comercio internacional,
y la importancia actual y potencial del área latinoamericana para
la economía del país, parecen ser factores que alimenten
un interés positivo de la Argentina por un esquema institucional
apto para dinamizar el comercio regional. Es prematuro avanzar aquí
ideas en cuanto a las fórmulas posibles. Sólo cabe decir
que sí son imaginables aquellas que permitan compatibilizar los
requerimientos de desarrollo nacional, de inserción en los mercados
mundiales, y de vinculación preferencia con la región.
Quizás sea recomendable que el país elabore su propia agenda
para el "debate ALALC". Ella debe contemplar, sin duda, la agenda
que los asociados se han propuesto al establecer los temas de trabajo
del Comité Ejecutivo Permanente (resolución 370). Pero debe
incluir aquellos otros que los propios interesados en operar en el ámbito
económico latinoamericano pueden fijar. Venezuela antes de entrar
al Grupo Andino promovió un gran debate nacional, en el que participaron
políticos, técnicos y empresarios, sobre las ventajas y
desventajas de una decisión que se percibía como vital para
el país. El debate concluyó en la realización de
un Foro de Integración, que respaldó la posición
favorable del gobierno a la adhesión al Acuerdo de Cartagena. Un
debate semejante, cualesquiera que sean sus modalidades, parece recomendable
para el país.
Se cuentan con los elementos necesarios: el país tiene una vasta
experiencia en la ALALC y son numerosos los empresarios que negocian o
han negociado en los países de la región. El gobierno ya
ha dado su opinión sobre la necesidad de encarar la reforma de
la ALALC y de insertar dicha reforma en un marco más amplio de
la organización de un sistema de comercio preferencial regional.
El 29 de junio de 1977 al visitar la sede de la ALALC fijó la posición
argentina el presidente de la Nación, y el 29 de marzo de 1978,
en ocasión de su visita a la sede del Grupo Andino en Lima, nuestro
Canciller decía "la "creación de un área
de preferencias económicas parece ser el auténtico camino
realista "que permitiría a los países latinoamericanos
"construir un instrumento apto de integración "ajustado
a su actual etapa de desenvolvimiento histórico. Pero, si por cualquier
razón se "decidiese mantener la actual filosofía de
integración que preside la ALALC, cabe también la posibilidad
de imaginar y concretar "algunos enriquecimientos básicos
al enorme "acerbo jurídico de la institución, para
lo cual "está mi Gobierno preparado para presentar "propuestas
que estimamos equitativas para "todas las partes y realistas en sus
fundamentos". Por otra parte, nuestro representante ante la ALALC,
el embajador Carlos García Martínez, ha avanzado una propuesta
fundada y sistemática, que en sí misma brinda los elementos
para un debate serio y profundo sobrio cómo organizar el comercio
y las relaciones de integración en América Latina. En apretada
síntesis, podemos recordar que la propuesta se basa en la firma
de un nuevo tratado de integración económica, cuyo objetivo
central sería "la constitución, negociada y flexible,
"de un área latinoamericana de preferencia económicas,
sin plazos determinados, sin metas cuantitativas y sin compromisos irrevocables
fijados obligatoriamente a priori". El tratado sancionaría
"el principio fundamental "de que los objetivos principales
de la integración pasan por las subregiones, acordándose
"en consecuencia la libre negociación entre "todas las
partes interesadas para realizar con "quienes juzguen adecuado la
formación de "polos subregionales de integración".
Los polos de integración, para cuya formación regiría
el principio de la libertad de creación institucional, se interconectarían
entre sí de acuerdo a los mecanismos previstos en el tratado a
tal efecto, y también se preverían mecanismos de interconexión
entre "polos" y Estados individuales y entre estos entre sí.
La propuesta comentada contiene, por cierto, otros elementos técnicos
que permiten configurar un cuadro de suma flexibilidad.
Al igual que hace veinte años, el "debate ALALC" no
podría estar disociado de un planteo de fondo sobre nuestra política
exterior en la región, entendida ésta corno pieza clave
de la política exterior global del país. La Argentina no
se puede dar el lujo de carecer de iniciativas y de presencia activa en
la región. El tema del futuro de la ALALC no agota, por cierto,
el de la presencia regional del país ni el campo para sus iniciativas.
Sin duda, que éstas deben darse en muchos otros planos y en todas
las ocasiones. Pero tampoco caben dudas que en la discusión sobre
el futuro de la ALALC, la Argentina ha de encontrar uno de los campos
y de las ocasiones más inmediatos y propicios.
Como en 1959, el "debate ALALC" es importante por sí
mismo. Pero mucho más aún por brindar una oportunidad para
definir nuestro estilo de acción regional y para contribuir a modelar
un marco de cooperación latinoamericana en el cual el país
y sus socios, puedan canalizar sus aspiraciones de desarrollo y de participación
internacional. [1]
[1] Ver "Hacia un esquema realista de integración económica
en América Latina", conferencia pronunciada por Carlos García
Martínez en el ciclo Cátedra INTAL, el 28 de septiembre
de 1977, y publicada en Integración Latinoamericana, revista del
INTAL, N° 18 octubre 1977, ps. 24 y ss.
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