Suele haber escepticismo en torno al valor práctico de las cumbres
presidenciales. Muchos se preguntan qué es lo que de ellas surge
que contribuya a mejorar las condiciones de vida de la gente. Y lo preguntan
aun cuando en sus agendas figuren cuestiones tan relevantes como las que
hacen a la pobreza y la cohesión social, al cambio climático
y al desarrollo sustentable.
La pasada Cumbre de Lima, que reunió a líderes gubernamentales
de Europa y de América latina, no parece haber contribuido demasiado
a cambiar la imagen que la gente tiene de este tipo de costosas reuniones.
Tuvo un buen nivel de participación y dio lugar a una extensa Declaración
Final, con unos 57 puntos referidos a cuestiones sociales relevantes.
Pero es difícil imaginar que haya sido leída por mucha gente.
Y a quienes sí la lean, no les resultará fácil encontrar
demasiados puntos que prevean cursos de acción concretos orientados
a cambiar las realidades.
Pero más allá de las opiniones que uno tenga, lo cierto
es que la diplomacia de las cumbres es hoy una parte inevitable de la
vida internacional. Seguirá ocupando un lugar en la agenda externa
de nuestro país. Son varias las cumbres previstas hasta 2010, sea
en el ámbito del Mercosur (la próxima será en Tucumán),
en el de la recién creada Unasur, en el hemisférico (la
próxima será en abril en Trinidad y Tobago), en el iberoamericano
o en el eurolatinoamericano.
Dado que son inevitables, la cuestión sobre su relevancia relativa
se centra entonces en lo que cada país espera y puede lograr participando
en ellas. El país sede suele ser el más beneficiado. Las
encuestas indican que la imagen del presidente de Perú, Alan García,
subió tras la reciente Cumbre de Lima. Pero los otros países
que se benefician son los que saben qué es lo que pretenden obtener
para sus intereses nacionales. Puede ser en términos de imagen
externa y capacidad de liderazgo. O en el desarrollo de un entorno externo
más favorable. O en la atracción de inversiones productivas
y en la promoción del comercio exterior. O en el continuo tejido
de alianzas externas (parte ineludible de la diplomacia de un país
-incluyendo la empresarial-) que aspira a tener una presencia internacional
activa en función de las necesidades de su gente.
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