¿Es factible relanzar la Rueda de Doha a fin de que concluya a
comienzos del año próximo? Tres datos al respecto son ciertos:
las negociaciones están suspendidas; los nudos que la trabaron
-fundamentalmente, el agrícola- siguen con bajas posibilidades
de desatarse, y las elecciones norteamericanas no permiten ver un Congreso
inclinado a prorrogar la autorización que tiene el presidente George
W. Bush para negociar y que vence a fin de junio próximo, al menos
sin poner condiciones inaceptables para los países en desarrollo.
Si se preserva el nivel de ambición que se tuvo en 2001 en Doha,
es difícil que en estos pocos meses se logre lo que no se pudo
en cinco años de negociaciones. Una razón fundamental es
que el mapa de la competencia económica global ha sufrido desde
entonces fuertes alteraciones. La importancia creciente de grandes economías
emergentes -no sólo de China- y el nuevo vínculo entre agricultura
y energía, resaltado con acierto por Ted Turner en un reciente
foro público en la Organización Mundial del Comercio (OMC),
son sólo algunos factores que están incidiendo en la Rueda
de Doha.
Sensibilidad
La importancia del tema de la "mundialización" en la
campaña electoral francesa ilustra lo sensible que es la opinión
pública frente a los efectos de la nueva realidad global sobre
la preservación de las fuentes de producción y el empleo.
Un acuerdo ambicioso significaría, para los gobiernos de países
industrializados claves, costos políticos elevados en el corto
plazo y sólo beneficios económicos tangibles en el largo
plazo.
Lo recomendable parecería ser entonces reducir las expectativas
de lo que se pueda lograr con la Rueda de Doha y concluirla lo antes posible.
No es tampoco fácil, ya que implicaría un difícil
ejercicio de equilibrio de intereses entre 150 países. Sean mediocres
o ambiciosos sus resultados, la cuestión del balance de costos
y beneficios para países con tantas diferencias de desarrollo es
siempre crucial.
Pero si esa fuera la opción razonable, lo fundamental es incluir
entre sus resultados una agenda de trabajo futuro que sea ambiciosa en
cuanto al vínculo entre el sistema de la OMC y el desarrollo económico.
Si así no fuera, lo que resulte de la Rueda de Doha será
percibido como un fracaso. Y, entonces, el costo lo pagaría la
OMC, que podría deslizarse gradualmente hacia una creciente irrelevancia.
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