Es mucho lo que ha cambiado el mundo desde que el 1° de enero de
1995 entrara a funcionar la Organización Mundial del Comercio.
Fue construida en base al Acuerdo General de Comercio y Tarifas (GATT),
cuyo texto contractual absorbe en su sistema jurídico (sobre el
proceso de creación de la OMC y su vínculo con el sistema
del GATT originado en 1948, ver el libro de Craig VanGrasstek, "The
History and Future of the World Trade Organization", WTO, Geneva
2013, en: http://wto.org/.
Sobre una visión crítica del estado actual de la OMC y sobre
cómo el autor considera debería plantearse el futuro del
sistema multilateral del comercio internacional, ver el reciente libro
de Rorden Wilskinson incluido en la sección "Lecturas Recomendadas"
de este Newsletter).
Por ello es conveniente visualizar los aportes que ha efectuado y puede
seguir efectuando la OMC, en la perspectiva de una realidad internacional
cada vez más dinámica y compleja (esta nota incluye aportes
del autor al artículo que publicara Florencia Carbone en el Suplemento
Comercio Exterior de La Nación, el martes 27 de enero de 2015.
Ver su texto en http://www.lanacion.com.ar/).
Entre otros cambios relevantes de la realidad internacional que se observan
en relación al sistema multilateral del comercio plasmado en la
OMC, pueden destacarse los siguientes. En primer lugar, el de la redistribución
del poder mundial y el protagonismo creciente de las denominadas economías
emergentes -siendo varias de ellas en realidad "re-emergentes"-.
En segundo lugar, el de la mayor conectividad entre los mercados, en todos
los planos y no sólo en el físico. Y en tercer lugar, el
de la fragmentación de la producción en múltiples
modalidades de cadenas transnacionales de valor y de encadenamientos productivos
-fue la OMC quien instaló el concepto de "hecho en el mundo",
que es hoy esencial para entender el comercio de bienes y de servicios,
así como las inversiones y los flujos tecnológicos entre
los distintos países-.
¿Cuáles son algunos de los principales aportes positivos
que ha efectuado la OMC al desarrollo del comercio internacional en sus
veinte años de existencia?
Uno es el de las disciplinas colectivas en el comercio internacional.
Lejos de ser completas ni menos aún perfectas -sería difícil
aspirar a ello en un mundo que es y seguirá siendo caracterizado
por la distribución desigual de poder entre naciones que, al menos
formalmente, son soberanas-, las reglas y mecanismos de la OMC, provenientes
en buena medida del período del GATT, permiten un cierto orden
en la aplicación de políticas e instrumentos nacionales
que pueden incidir en el comercio mundial de bienes y servicios. Y es
ello algo que conviene tanto a países grandes con intereses comerciales
e inversiones muy diversificados a escala global, como a los países
con menor capacidad para imponer sus principios y reglas de juego en el
comercio mundial.
El otro se refiere a la transparencia en las políticas e instrumentos
que aplican los países a su comercio internacional, que en buena
medida se ha logrado a través de su revisión periódica
con participación del conjunto de los países miembros de
la OMC y con un activo papel del secretariado.
El tercer aporte es el de asegurar un sistema que permite abordar y resolver
disputas que surgen entre los países miembros como consecuencia
de un eventual y aparente incumplimiento de los compromisos asumidos.
Uno de los últimos casos ha sido precisamente el que involucró,
como país demandado, a la Argentina y que estuviera referido a
medidas que afectan a la importación de mercancías (ver
la información sobre el fallo del órgano de apelación
y sobre su aprobación por el órgano de solución de
diferencias en: http://www.wto.org/;
DS438
; DS444
; DS445).
Los tres aportes mencionados se refuerzan mutuamente y es ello lo que
contribuye a un grado razonable de efectividad, eficacia y legitimidad
del sistema multilateral. Sería fácil imaginar el cuadro
de situación que predominaría de no existir el sistema multilateral
de comercio. Es un cuadro que fácilmente sería caracterizado
como el del predominio de la "ley de la selva" o, lo que es
lo mismo, de él o los países con más poder relativo.
En otro plano, en cambio, los aportes de la OMC no se han terminado aún
de concretar, incidiendo a veces en su imagen ante la opinión pública.
Es el de las negociaciones comerciales multilaterales, concretamente las
que durante los últimos año se han desarrollado en la denominada
"Rueda Doha".
Una hipótesis plausible podría ser la de que las dificultades
en avanzar en tales negociaciones se deberían -en gran medida-
al hecho que algunos de los principales países miembros de la OMC
habrían privilegiado en los últimos tiempos la posibilidad
de concretar mega-acuerdos inter-regionales, especialmente en el ámbito
de los espacios Trans-Atlántico y Trans-Pacífico (ver este
Newsletter
del mes de marzo 2014).
Son negociaciones impulsadas especialmente por los países más
desarrollados, que en todo el período del GATT y en el fundacional
de la OMC se caracterizaron por ser los que de hecho fijaban las reglas.
Incluso podría visualizarse el interés por los "mega-acuerdos
preferenciales", como una modalidad más novedosa de seguir
generando reglas que luego el resto de los países miembros no tendrían
otra alternativa que aceptar.
¿Qué enseñan estos veinte años pasados sobre
la utilidad que el sistema de la OMC puede tener para un país miembro,
tal el caso de la Argentina?
Tres lecciones pueden considerarse como las más relevantes.
La primera es que la OMC, como sistema de reglas y mecanismos que inciden
en el comercio mundial, sólo puede ser bien aprovechada en la medida
que un país -y no sólo a nivel gubernamental- tenga claro
que quiere y que puede lograr en sus relaciones comerciales con otros
países y regiones del mundo. Esto es lo que normalmente se denomina
"estrategia-país" en el comercio y las inversiones internacionales.
Ello implica, por cierto, definir bien los intereses ofensivos y defensivos,
así como el necesario balance entre ellos. Y, además, implica
tener una apreciación correcta del valor que el país tiene
-por distintos motivos que pueden trascender a los comerciales- para otros
países y, en particular, para los que tienen mayor incidencia económica,
o en el plano global o en el de cada una de las regiones, en particular
la propia de un país -en nuestro caso América Latina-. Ello
permite apreciar el margen de maniobra disponible para el cumplimiento
de los compromisos asumidos. Permite, sobre todo, apreciar qué
margen tiene un país para no cumplir plenamente con sus compromisos
-por cierto que, en tal caso, haciéndolo sin proclamarlo y de manera
que no se note-.
La segunda es que para todo ello se requiere que el país tenga
muy buenos especialistas en las reglas y mecanismos de la OMC. Un buen
especialista es el que, gracias a su formación y a su experiencia,
domina las sutilezas propias de un sistema jurídico de claro origen
anglo-sajón, dada la incidencia que tuvieran los Estados Unidos
y Gran Bretaña desde los momentos fundacionales del GATT. Ello
es más importante aún cuando las circunstancias de un país
pudieran indicar en algún momento, que no se pueden cumplir con
las reglas interpretándolas al pie de la letra, esto es, sin aprovechar
las flexibilidades implícitas que siempre existen y que un buen
experto se supone que conoce.
Un país socio que tiene clara la importancia de conocer bien las
reglas de la OMC y sus matices, para mejor aplicarlas en función
de su interés nacional, es Brasil. Que Brasil valora la OMC se
puso de manifiesto en el proceso de elección de su actual Director
General. Además, por lo menos tres de los Cancilleres de los últimos
años (Luiz Felipe Lampreia, Celso Lafer y Celso Amorim) se desempeñaron
previamente como representantes del país en Ginebra. De sus últimos
Secretarios de Comercio Exterior, por lo menos tres son especialistas
de prestigio en derecho del comercio internacional e incluso de la OMC
(Welber Barral, Mario Marconini y Tatiana Prazeres). Asimismo, varios
de sus diplomáticos de más alto nivel, como también
de los que fueron responsables de la política de comercio exterior
y de los expertos más destacados en el comercio internacional,
se desempeñan hoy en instituciones empresarias o son asesores en
cuestiones vinculadas al comercio exterior y a la OMC (entre otros, ejemplos
de ello, son Sergio Amaral -quien fuera Ministro de Desenvolvimiento-;
los ya mencionados Mario Marconini, y Welber Barral, y Rubens Barboza
-quien fuera Embajador del Brasil en Londres y Washington, y también
ante la ALADI, además de haber sido el responsable de las negociaciones
en el Mercosur-). Y el país tiene además algunos de los
centros más prestigiosos de la región en el seguimiento
del sistema comercial global, con un enfoque interdisciplinario y una
perspectiva en función del interés nacional del país
(entre otros cabe mencionar el caso de la profesora Vera Thorstensen,
quien además de desempeñarse hoy en la Fundación
Getulio Vargas, lo hizo durante varios años en la Misión
del Brasil ante la OMC).
Y la tercera lección es que operar en la OMC implica por parte
de un país miembro, tener una fuerte vocación y capacidad
para tejer alianzas con otros países, tanto a nivel gubernamental,
como empresario y de la sociedad civil. Ello también implica un
intenso aprovechamiento de la gente con experiencias prácticas
en la competencia comercial global y en el sistema multilateral de comercio.
Hacia adelante al menos tres frentes temáticos actuales adquirirán
creciente relevancia para los países miembros de la OMC. Uno es
el de la cuestión ambiental y sus efectos sobre comercio internacional.
Otro es el de cómo lograr un razonable grado de articulación
entre múltiples acuerdos comerciales preferenciales y el sistema
multilateral de comercio. Y el tercero se refiere a la incidencia de los
distintos tipos de marcos regulatorios, tanto sobre el comercio de bienes
y de servicios, como sobre las inversiones y las cadenas transnacionales
de valor.
En los tres frentes es posible que se requieran nuevos enfoques y, también,
nuevas reglas y mecanismos. Negociarlos llevará tiempo y requerirá
de cada país o grupo de países, tener ideas claras sobre
qué necesitan obtener y sobre cómo lograrlo.
Pero más importante aún será instalar un debate
franco y amplio sobre cómo adaptar el sistema multilateral del
comercio a los requerimientos de igualdad de oportunidades para el desarrollo
económico de todos los países miembros y, sobre cómo
lograr que sea un aporte útil a los desafíos crecientes
que se observan en el plano de la gobernanza global. ¿Son suficientes
planteos como los que se ha efectuado para avanzar hacia una OMC 2.0?
O, por el contrario, ¿lo que se requerirá será un
cambio profundo en una estructura institucional que trascienda el plano
del comercio y penetre hondo en la compleja agenda multidimensional del
desarrollo y la gobernanza a escala global? (ver al respecto el libro
de Rormer Wilkinson, incluido en la sección lecturas recomendadas
de este Newsletter).
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