En un mundo "multiplex", en el sentido planteado por el profesor
Amitav Acharya en uno de sus dos recientes libros (ver "The End of
American World Order", citado en la sección Lecturas Recomendadas
de este Newsletter), todos los protagonistas, grandes o chicos, tienen
opciones en su inserción internacional. Incluso pueden tener múltiples
opciones a su alcance (ver al respecto este Newsletter
de mayo 2012). A condición, por cierto, que tengan una estrategia
sobre cómo aprovecharlas. Esto implica tener claro lo que un país
-o una región organizada- quiere y puede obtener. Se precisa a
tal efecto un diagnóstico certero sobre necesidades y posibilidades.
Y en un mundo en rápido y continuo proceso de cambio, como es el
actual, supone actualizar tal diagnóstico en forma constante. Pero
requiere, además, una fuerte capacidad para articular los intereses
en juego -tanto los internos como los externos- y para lograr puntos de
equilibrio a través de negociaciones inteligentes.
Es el actual, en definitiva, un mundo muy poco amistoso para visiones
voluntaristas, cualesquiera que sean sus raíces -racionales, emocionales
o ideológicas -, que excluyan la idea de cooperación con
otros protagonistas, especialmente con los que se comparten espacios regionales
(ver este Newsletter
de los meses de marzo 2014, y julio
2013). Es, además, un mundo en que ningún protagonista
tiene suficiente poder como para imponer las reglas, sea a nivel global
o de su respectiva región.
En la perspectiva anterior cabe reflexionar sobre la más reciente
iniciativa que se ha planteado en el plano de la integración regional
latinoamericana. Ella surge en momentos en que el sistema comercial multilateral
sigue sin poder ofrecer perspectivas negociadoras interesantes -más
allá de los esfuerzos realizados en la Conferencia Ministerial
de la OMC en Bali e incluso recientemente, con el lanzamiento del proceso
negociador orientado a la conclusión de un acuerdo plurilateral
sobre bienes ambientales (ver al respecto: http://wto.org/)-
y en que las negociaciones de los mega-acuerdos interregionales en los
espacios del Pacífico y del Atlántico, respectivamente,
presentan ahora perspectivas menos promisorias que hasta hace poco, al
menos en plazos cortos o incluso medianos debido, entre otros, a factores
geopolíticos.
Pero aún cuando tales perspectivas cambiaran hacia la vertiente
optimista, la iniciativa que se ha planteado en el ámbito de la
Alianza del Pacífico resulta oportuna, ya que puede dar lugar a
una renovación en los métodos de puesta en valor del espacio
regional en función del desarrollo productivo de cada país
y de su inserción en la competencia económica global.
Tal iniciativa se planteó el 20 de junio en Punta Mita, México,
donde se realizó la Novena Cumbre de la Alianza del Pacífico
(Chile, Colombia, Perú y México). Entre otros puntos, en
ella se acordó "celebrar una reunión ministerial de
carácter informativo sobre la Alianza del Pacífico con Estados
miembros del Mercosur". Además, "con el mismo espíritu
informativo", los Presidentes acordaron "la realización
de un seminario de académicos, empresarios, emprendedores y altos
funcionarios de la Alianza del Pacífico, Mercosur y otros países
de la región, incluyendo Centroamérica y el Caribe".
Es posible que la redacción del párrafo, evidentemente
muy cuidadosa, esté reflejando la necesidad de conciliar visiones
distintas sobre la conveniencia de impulsar tal encuentro. Puede así
suponerse ya que se observan evidencias en el sentido que distintos sectores
de algunos países de la Alianza parecerían seguir viendo
ambos procesos como contrapuestos y, eventualmente, incompatibles. Ellas
se reflejan en visiones académicas y empresarias, y muy en especial,
en el plano mediático.
Al respecto cabe destacar que el Canciller de Chile, consultado sobre
el alcance de la propuesta de la Cumbre (según el diario "La
Tercera" de Santiago de Chile, del 20 de junio 2014), señaló
que "Chile hizo una propuesta en el seno de la Alianza del Pacífico
para realizar una reunión ministerial con el Mercosur. Esa propuesta
se aprobó. Ahora, nuestro propósito no es una fusión
o unión de ambos grupos. Tal hipotético propósito
no sería realista, pues entre ambos esquemas hay diferencias marcadas
en aranceles y regulación". Y agregó que "sí
podemos explorar áreas de acuerdo en temas de interés común.
Podemos discutir asuntos de natural convergencia en el corto, mediano
y largo plazo".
La iniciativa de la Cumbre de Punta Mita, de concretarse en los términos
mencionados, significaría abrir una ventana de oportunidad para
la "convergencia en la diversidad" que planteara Heraldo Muñoz
desde el inicio de su gestión como Canciller de Chile. En su visión,
ese será un eje principal en la política latinoamericana
de su país (ver este Newsletter de marzo en http://www.felixpena.com.ar/
y, el artículo allí citado del Canciller Muñoz en
El País de Madrid, del día 13 de marzo 2014, en: http://elpais.com/).
Un planteamiento en esa dirección ya lo había efectuado
Ricardo Lagos, el ex Presidente de Chile, en una conferencia pronunciada
en marzo pasado en la Universidad de Säo Paulo. Señalaba el
gran error de concebir una América Latina del Pacífico como
contrapuesta a otra del Atlántico. Afirmaba que "si la fuerza
del comercio mundial está pasando entre el Atlántico y el
Pacífico y nosotros estamos entre ambos océanos, entonces
tenemos algo que decir en este cambio de época que se está
produciendo en el planeta" (sobre la tendencia de algunos sectores
a visualizar la Alianza del Pacífico y el Mercosur como procesos
antagónicos y con notorias diferencias, incluso ideológicas,
ver este Newsletter
del mes de junio 2013).
Como resultado de lo acordado en su Cumbre, los países de la Alianza
han convocado a sus colegas del Mercosur a una reunión informativa
en Cartagena de Indias (Colombia).
Lo inteligente sería aprovechar la ventana de oportunidad que
se está así abriendo para iniciar un proceso, primero de
diálogo político y técnico, y luego de adopción
de decisiones efectivas, orientado a definir una metodología de
trabajo conjunto entre países del Mercosur y de la Alianza del
Pacífico. Implica reconocer que más allá de las diferencias
que puedan existir -originadas en múltiples factores que no son
sólo económicos, ni políticos o ideológicos-
el contexto internacional torna recomendables respuestas concertadas de
la región en su conjunto.
Al menos en tres planos es posible imaginar acciones de convergencia
que puedan generar ganancias mutuas entre países de ambos esquemas.
Uno es el de los encadenamientos productivos de alcance regional, concebidos
en sus diferentes modalidades como instrumentos que faciliten la articulación
transnacional en distintos sectores de la producción. Son éstas,
acciones que tendrían que realizarse con enfoques sectoriales,
y con una activa participación de todos los protagonistas de los
actuales o potenciales encadenamientos productivos entre países
de la región. Otro es el de la calidad de la conectividad física
y la facilitación de comercio en los principales ejes de articulación
productiva regional. Y el tercero es el de algunas de las principales
cuestiones de la agenda global y, en particular, las referidas al sistema
del comercio mundial y al cambio climático.
En los tres planos, tanto los países europeos como los asiáticos
han acumulado una interesante experiencia. Quizás uno de los resultados
de la próxima Cumbre de Bruselas entre los países de la
Unión Europea y de América Latina nucleados en la CELAC,
podría ser colocar a la Fundación EU-LAC, creada en la VI
Cumbre bi-regional de Madrid, en condiciones -esto es con recursos suficientes-
para identificar modalidades eficaces de convergencia entre distintos
ámbitos de integración regional en función, en particular,
de la articulación de los sistemas productivos.
Una agenda posible de convergencia que permita potenciar, con acciones
de geometrías variables y de distintas velocidades, los múltiples
canales institucionales de vinculación entre los sistemas productivos
de los países de la región -algunos bilaterales y otros
de alcance subregional, sudamericano y latinoamericano-, puede nutrirse
no sólo de las experiencias de otras regiones pero, muy en particular,
de valiosos informes recientes -tales como el de la CEPAL, titulado "Integración
regional. Hacia una estrategia de cadenas de valor inclusivas" (ver
http://www.cepal.org/);
del denso acervo normativo e instrumental que brinda la ALADI -muchas
veces subutilizado a pesar de la variedad de instrumentos adaptados a
las necesidades actuales que pueden derivarse del Tratado de Montevideo
de 1980, teniendo en cuenta por lo demás, su inserción en
el ámbito de la OMC a través de la Cláusula de Habilitación-,
y del aporte que pueden efectuar, por su rica experiencia en el desarrollo
productivo y de la infraestructura de la región, instituciones
como la CAF-Banco de Desarrollo de América Latina.
Lo más importante de la iniciativa que resultó de la Cumbre
de Punta Mita, es entonces la idea de abrir un diálogo entre países
de la región interesados en construir espacios de cooperación
que sean efectivos y acordes con los desafíos de estos tiempos.
Para ello tiene que ser un diálogo orientado a concretar acciones
viables, que reflejen razonables equilibrios de intereses y de visiones
sobre el desarrollo productivo de la región. Y capaces de atraer
e ilusionar a mucha gente, especialmente la juventud y los pobres, ávida
de horizontes de futuro que permitan trascender las incertidumbres del
corto plazo.
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