|  En épocas de marcadas incertidumbres e incluso de frecuentes 
        turbulencias, como sin duda es la actual, es normal que las respectivas 
        sociedades esperen de sus líderes orientaciones sobre cómo 
        superar situaciones críticas y sobre cómo construir un futuro 
        que hoy tiende a aparecer como difuso y, a veces, incluso como peor que 
        el presente. Cuando no perciben tal liderazgo, los ciudadanos se suelen 
        indignar o rebelar. En el plano internacional, tal expectativa social se suele concentrar 
        también en las Cumbres que periódicamente se realizan con 
        la participación de los líderes políticos de una 
        región o de un espacio inter-regional (o incluso pluri-regional 
        como es el caso del G20). La frecuencia con que se realizan las distintas 
        Cumbres y sus no siempre nítidos resultados, puede explicar un 
        cierto deterioro de su imagen y credibilidad ante la opinión pública. 
        A pesar de ello, son reuniones al más alto nivel político 
        de las que se espera poder visualizar el ejercicio de un liderazgo, en 
        lo posible colectivo, orientado a superar eventuales crisis y, en especial, 
        a señalizar rutas factibles sobre cómo un grupo de naciones 
        aspira a compartir sus acciones en procura de objetivos de gobernabilidad 
        (paz y estabilidad política) y de un desarrollo económico 
        y social que sea sustentable (bienestar, igualdad y empleo).  En el plano inter-regional al reunirse con sus respectivas contrapartes 
        europeas, los líderes políticos latinoamericanos tendrán 
        pronto -y en medio de la actual crisis económica y financiera que 
        afecta especialmente a Europa- oportunidad de apreciar y de demostrar 
        que la diplomacia de las Cumbres posee aún la vigencia necesaria 
        para producir resultados eficaces o, tan siguiera, mediáticos. 
        Son precisamente los casos de las Cumbres del espacio interregional iberoamericano, 
        a realizarse en Cádiz (España) los días 16 y 17 de 
        noviembre próximo (http://segib.org/), 
        y la del espacio interregional euro-latinoamericano, en Santiago de Chile 
        los días 26 y 27 de enero del 2013 (http://www.minrel.gob.cl/). 
       En tales oportunidades se espera que se reúnan al más alto 
        nivel, un número significativos de los líderes políticos 
        de dos espacios regionales que han experimentado profundas transformaciones 
        con respecto a los momentos en que el respectivo sistema de Cumbres fuera 
        lanzado -la primer Cumbre Iberoamericana tuvo lugar en 1991 en Guadalajara, 
        México y la primer Cumbre ALC-UE en Río de Janeiro en 1999-. 
       Son dos espacios diferentes, pero que tienen en común la participación, 
        por un lado, de un grupo significativo -en términos de dimensión 
        económica, poder relativo y población- de los países 
        latinoamericanos y, por el otro, de dos países europeos -España 
        y Portugal- con fuertes raíces e intereses en América Latina 
        y con la aspiración recurrente de ser voceros de los intereses 
        de la región ante los otros países de la Unión Europea. El espacio europeo es hoy más amplio tras la incorporación 
        de los nuevos países miembros, especialmente los de Europa del 
        Este. Pero, además, es un espacio regional que ha experimentado 
        en los últimos cuatro años los efectos desiguales de una 
        profunda crisis económica y financiera que tiene, incluso, connotaciones 
        sistémicas en el plano político interno de varios de los 
        países que integran la Unión Europea. Hoy es la propia idea 
        de integración la que comienza a cuestionarse. La crisis se ha 
        traducido en un debate sobre los métodos a emplear para continuar 
        y eventualmente profundizar, la construcción europea.
 También el espacio latinoamericano ha sufrido en estas dos décadas 
        profundas transformaciones. Se observan en el plano interno de los respectivos 
        sistemas políticos y económicos, donde si bien la democracia 
        aparece más consolidada, las expectativas con respecto al desarrollo 
        económico y social de cada país, así como las opciones 
        en materia de inserción en la economía mundial presentan 
        en muchos casos diferencias. Igualmente se observan diferencias con respecto 
        a cómo encarar las respectivas estrategias de integración 
        latinoamericana. Si bien se ha avanzado en la construcción de marcos 
        institucionales de alcance regional -tal los casos de la Comunidad de 
        Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) y, en el espacio regional 
        sudamericano, de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) (http://www.unasursg.org/)-, 
        se observa a su vez un mosaico más diverso en el plano de los procesos 
        de integración profunda, en el que existe una red de acuerdos comerciales 
        preferenciales en el marco de la Asociación Latinoamericana de 
        Integración (ALADI) (http://www.aladi.org/), y acuerdos subregionales 
        con distintos grados de efectividad y de eficacia -tal los casos del Mercosur 
        (http://www.mercosur.int/), 
        de la Comunidad Andina (http://www.comunidadandina.org/), 
        del Sistema de la Integración Centroamericana (SICA) (http://www.sica.int/), 
        de la Comunidad del Caribe (CARICOM) (http://www.caricom.org/), 
        y de la recientemente anunciada Alianza del Pacífico-. A ellos 
        debe sumarse la Alianza Bolivariana (ALBA) (http://www.alianzabolivariana.org) 
        y también el Sistema Económico Latinoamericano (SELA) (http://www.sela.org/). 
       Sin embargo parece posible sostener que en esta oportunidad, la posibilidad 
        de poner de manifiesto la vigencia y eficacia de los respectivos sistemas 
        de Cumbres interregionales dependerá, en gran medida, del interés 
        que demuestren los líderes políticos de España y 
        Portugal, en un caso y de la Unión Europea en el otro, en reafirmar 
        la idea y en actualizar los objetivos de la respectiva asociación 
        inter-regional (dimensión existencial) y en renovar las modalidades 
        del trabajo conjunto (dimensión metodológica).  Y ello parece ser así, dado que a diferencia de las dos décadas 
        transcurridas desde el inicio del sistema de estas Cumbres inter-regionales, 
        se presenta hoy un cuadro de situación en el que el interés 
        por construir relaciones más estrechas con países latinoamericanos 
        se observa en muchos de otros protagonistas relevantes de la competencia 
        económica global. En particular la activa y creciente presencia 
        del Asia -y en particular de China- en América Latina, está 
        poniendo de manifiesto un cambio estructural muy profundo en la inserción 
        internacional de cada uno de los países latinoamericanos (ver al 
        respecto el reciente libro de Rosales y Kuwayama incluido en la sección 
        Lecturas Recomendadas de este Newsletter). Éstos tienen hoy múltiples 
        opciones en sus estrategias de inserción internacional, aún 
        cuando también se observa un interés en asegurar contrapesos 
        a cada una de las opciones existentes. Es el antes mencionado un cambio que hoy se expresa en numerosos hechos 
        cargados de futuro, que van mucho más allá del intercambio 
        comercial y que se manifiesta en inversiones directas -especialmente originadas 
        en China- en diversos sectores tales como, entre otros, el de los hidrocarburos, 
        la energía, los alimentos, la construcción, el financiero 
        y el automotriz. En este último sector la tendencia de largo plazo 
        empieza a manifestarse en inversiones orientadas a instalar fábricas 
        especialmente -por su magnitud relativa- en el Brasil, como es el caso 
        de la empresa Chery. Son esos hechos que anticipan una tendencia que parece 
        ser fuerte e irreversible y que puede estar señalizando -al menos 
        en América del Sur- el fin de una larga época de predominio 
        de inversiones originadas en Europa y en los Estados Unidos. Quizás por primera vez desde que se realizan estas Cumbres inter-regionales, 
        se podrá observar entonces una región latinoamericana que 
        presenta países que tienen un comportamiento más asertivo 
        y que procuran potenciar múltiples opciones en el abanico de sus 
        relaciones económicas internacionales. Y, también por primera 
        vez, se observa una región europea con países que atraviesan 
        profundas crisis y que tienen quizás prioridades más inmediatas 
        que las que implicaría la renovación y profundización 
        de alianzas con otras regiones. Por lo demás, la crisis de la integración 
        europea ha reforzado en América Latina la idea de que no existen 
        modelos únicos de cómo encarar el trabajo conjunto entre 
        naciones que comparten un mismo espacio geográfico regional. Por 
        el contrario, se está acentuando la idea de que incluso Europa 
        pueda tener algo que aprender de la aparente heterodoxia de los caminos 
        que utilizan los países latinoamericanos para asegurar una razonable 
        gobernabilidad de su propio espacio regional e integrar sus mercados. ¿Qué puede entonces razonablemente esperarse de las dos 
        próximas Cumbres inter-regionales? ¿Cuáles pueden 
        ser sus resultados más valiosos? En el caso de la Cumbre de Cádiz tres resultados podrían 
        contribuir a que sea visualizada como un éxito. Trabajar para que 
        ellos se concreten es una de las prioridades que requerirán fuerte 
        atención del liderazgo político en ambos lados del Atlántico. El primero de estos resultados sería el hecho que España 
        pueda poner de manifiesto el que preserva su poder convocatoria. Esto 
        es que la Cumbre se realice con la participación de un amplio número 
        de países representados al más alto nivel político. 
        La pasada Cumbre de Asunción no contó, en tal sentido, con 
        la presencia de varios de los Jefes de Estado. El segundo resultado relevante sería reafirmar las razones que 
        justifican la existencia de un espacio iberoamericano diferenciado en 
        el sistema internacional. Y son razones que tienen que ver con la identidad 
        cultural iberoamericana, y lo que ella significa como aporte a la convivencia 
        política en un sistema internacional cada vez más global 
        y marcado por todo tipo de diversidades.
 Finalmente el tercer resultado podría estar relacionado con la 
        renovación de los métodos de trabajo en el ámbito 
        de la comunidad iberoamericana de naciones, incluyendo un significativo 
        fortalecimiento de la Secretaría General Iberoamericana como factor 
        central del sistema, y un cambio en las modalidades de preparación 
        y en la periodicidad de las Cumbres que, desde el inicio, han tenido una 
        frecuencia anual. A su vez, en el caso de la Cumbre de Santiago de Chile, uno de los resultados 
        significativos sería que se ponga de manifiesto la utilidad de 
        la CELAC para generar la capacidad de la región latinoamericana 
        de expresarse con una sola voz, en lo posible o, al menos, con un marcado 
        grado de coordinación. Pero quizás el principal resultado 
        sería el que se concluya -o al menos que se haya avanzado sustancialmente 
        hacia su conclusión- el postergado acuerdo de asociación 
        entre la Unión Europea y el Mercosur.  Esto último es factible. Dependerá en mucho de tres factores. 
        Los tres son viables a condición que la negociación se sitúe 
        en un plano en el que pueda ponerse de manifiesto suficiente voluntad 
        política. El sentido estratégico del acuerdo que se logre 
        debe permear todos los aspectos de la negociación, incluyendo por 
        cierto los comerciales. El primer factor es que los países de la UE -o al menos aquellos 
        más relevantes para esta relación transatlántica, 
        por ejemplo por la magnitud de sus inversiones directas en los países 
        del Mercosur- reafirmen su voluntad política de concluir un acuerdo 
        bi-regional, dejando de lado toda tentación a replegarse hacia 
        modalidades de acuerdos bilaterales con algunos de los países miembros 
        del Mercosur. Son muchas las razones que se pueden invocar para desaconsejar 
        tal opción. Pero las principales cruzan por el plano de lo político. 
        Todo intento de dividir a los países del Mercosur puede alimenta 
        tendencias a la fragmentación del espacio sudamericano. No parece 
        ello conveniente para nadie.  Un segundo factor es que se deje de lado la idea un poco dogmática 
        de un acuerdo que contenga desde el inicio una cobertura ambiciosa en 
        el plano de la liberación comercial en materia de bienes y de servicios. 
        Un avance gradual hacia una cobertura amplia, que incluya con el tiempo 
        sectores muy sensibles, podría realizarse incluyendo cláusulas 
        evolutivas y mecanismos de salvaguardia imaginativos. Ellos serían 
        compatibles con una lectura factible del artículo XXIV, párrafo 
        8 del GATT, en la que el rigor jurídico se combine con las flexibilidades 
        que derivan de la inteligencia política.  Y el tercer factor, es que se apele a la imaginación creativa 
        y al aprendizaje acumulado a través de los años para el 
        abordaje de otras cuestiones sensibles de la agenda negociadora como puede 
        ser el tratamiento a las inversiones directas. Al respecto una idea basada 
        en la experiencia que se ha acumulado en la materia, podría ser 
        el vincular el acceso al sistema de protección de inversiones directas 
        extranjeras que se incluya eventualmente en el acuerdo bi-regional, con 
        el cumplimiento por parte de los respectivos inversores de un código 
        de conducta que incluya fuertes elementos de transparencia y de responsabilidad 
        social, entendida ésta en un sentido amplio. Podría constituirse 
        así un precedente que conduciría a renovar el algo obsoleto 
        sistema actual de protección de inversiones -con sus epicentros 
        en una vasta red de acuerdos bilaterales provenientes de otras épocas 
        y en el papel que se le ha atribuido al CIADI-, facilitándose así 
        la superación de los problemas de credibilidad y legitimidad que 
        se observan en muchos países y sectores sociales. |