La tendencia hacia un mundo de grandes espacios económicos interconectados,
se está acentuando con las transformaciones observadas en el escenario
internacional en los últimos años. Está introduciendo
cambios graduales pero significativos en el mapa de la competencia económica
mundial. Probablemente también lo hará en la arquitectura
institucional del orden económico global del futuro.
Por su dimensión económica relativa, tales espacios podrían
movilizar suficiente masa crítica de poder como para tener una
mayor incidencia en la definición de las reglas de juego de las
relaciones económicas internacionales y en el funcionamiento de
las principales instituciones multilaterales globales. Podrán tener
entonces comportamientos propios de los "rule makers" en el
sistema del comercio mundial, entendido éste en el sentido más
amplio de flujos de bienes, servicios, tecnologías e inversiones.
Algunos de tales espacios económicos son actualmente países
individuales de dimensión continental. Y todo indica que lo seguirán
siendo. En efecto, hacia el año 2050, tres grandes espacios económicos
podrían sumar alrededor del 66% del producto bruto mundial (en
PPA). Corresponden a China, los Estados Unidos e India (en ese orden y
con marcada distancia entre China y los otros dos). Representaron el 51,8%
en el 2010. Los cuatro países que siguen (Brasil, México,
la Federación Rusa e Indonesia), sumados, alcanzarían sólo
el 13,7% del total. Alemania y el Reino Unido representarían cada
uno el 2.1% (son todos ellos aportes, basados en datos del FMI y con proyecciones
propias de los autores, presentados por Uri Dadush y William Shaw, en
la página 3 de un libro recientemente publicado con el sugestivo
título "Juggernaut"; ver la referencia en la Sección
Lecturas Recomendadas de este Newsletter).
Otros grandes espacios económicos, en cambio, podrían ser
la resultante de regiones geográficas organizadas por grupos de
países. Su institucionalización les permitiría, en
tal caso, expresarse -especialmente en muchos temas relevantes de la competencia
económica mundial- con una sola voz. Sería ésta quizás,
una expresión máxima del hecho político y económico
que significa el que un grupo de naciones soberanas pertenecientes a un
determinado espacio geográfico, decidan por propia voluntad construir
a través del tiempo -y con modalidades y metodologías que
pueden ser muy diferentes en cada caso concreto- una región institucionalizada,
en la que comparten mercados, recursos y estrategias. Se expresaría
en una construcción con la que se identifican sus ciudadanos, surgiendo
entonces el "nosotros" y "ellos" que constituye un
elemento fundamental de la legitimidad social y, por ende, de la sustentabilidad
en el tiempo de este tipo de emprendimiento regional conjunto.
Es el caso de la Unión Europea -al menos hasta la actualidad-.
En realidad es, por el momento, la única región geográfica
organizada que tiene una dimensión económica destacada.
En la medida que pueda continuar expresándose como una sumatoria
de países, que a la vez que se asocian preservan sus respectivas
soberanías, es posible prever que Europa como espacio regional
seguirá siendo un interlocutor relevante en el escenario económico
mundial de las próximas décadas. Sin embargo, la crisis
actual de su proceso de integración -¿sólo una crisis
del Euro? o quizás también ¿una crisis de gobernabilidad?
y, peor aún ¿una crisis de identidad y de legitimidad social
de la propia idea de región institucionalizada?- abre interrogantes,
incluso serios, sobre su papel futuro como gran espacio económico
organizado, al menos equivalente en magnitud y relevancia a lo que significan
cada uno de los tres países antes mencionados. El hecho que no
parecería que todos los ciudadanos de otros países miembros
de la Unión Europea consideren que los problemas de Grecia (o quizás
también de otros países miembros con fuertes dificultades
financieras) son "su problema", podría estar revelando
una crisis existencial de consecuencias más profundas.
Pero podrían ser también en el futuro, los casos de otras
regiones geográficas de grandes dimensiones tales como, por ejemplo,
la del Sudeste Asiático, la de África del Norte y también
la Sub-Sahariana y la del Medio Oriente. Y por cierto que también
podría ser el caso de América del Sur.
Por el momento, sin embargo, es difícil prever cuándo es
que esos otros espacios geográficos podrán expresarse con
una sola voz, con todo lo que ello implica en términos de densidad
y sustentabilidad en la construcción de una región. No parece
suficiente atribuir a los países de mayor dimensión del
respectivo espacio geográfico regional -o que ellos se la auto-atribuyan-
la cualidad de poder expresarse en nombre del resto de los países
que lo conforman. En la actualidad, por ejemplo, ni Brasil o Argentina
en Sudamérica, ni Sudáfrica en el África Sub-sahariana,
ni Arabia Saudita o Turquía en el Medio Oriente, ni Indonesia en
el Sudeste Asiático, podrían aspirar a reflejar per-se,
formal y sistemáticamente en el marco del G20, los puntos de vista
y las expectativas de los otros países de su respectiva región.
Tampoco pueden hacerlo en Europa e individualmente Alemania, Francia,
Italia o el Reino Unido. De allí que en el G20 también participa
la Unión Europea.
En el caso específico del Mercosur, cabe formular las siguientes
preguntas: ¿podrá ser percibido en el futuro como un espacio
económico regional que se exprese con una sola voz -al menos en
cuestiones relevantes de la agenda económica internacional, incluyendo
las negociaciones comerciales internacionales?, y ¿podrá
incluso reflejar los intereses del espacio regional sudamericano más
amplio, de concretarse la anunciada incorporación como miembros
plenos de países como Bolivia, Ecuador, eventualmente Colombia,
además de consumarse la incorporación aún pendiente
de Venezuela?
Son ellos sólo algunos de los interrogantes que se pueden formular
dado el hecho, por un lado, que el espacio regional sudamericano reúne
el requisito de gran dimensión económica y de significativa
masa crítica de poder -al menos potencial- y, por el otro lado,
que dos países de esta región geográfica -Argentina
y Brasil- participan hoy del G20, el que aspira a transformarse en un
núcleo institucional relevante para la construcción de una
nueva arquitectura económica mundial. Pero sobre todo, dado el
hecho que aquello que se pactó en el momento fundacional, fue precisamente
crear, a través de pasos incrementales, un espacio económico
común abierto a la participación de otros países
sudamericanos.
Son las Cumbres Presidenciales semestrales del Mercosur, una oportunidad
para ir respondiendo a tales interrogantes al más alto nivel político.
Cabe precisamente a las Cumbres el introducir nuevas energías y
orientaciones al proceso de construcción de un espacio regional
de alcance sudamericano. Renovar el necesario impulso político,
simbolizar el valor estratégico del proyecto común, y brindar
el espacio para diálogos francos al más alto nivel, son
tres funciones que se puede esperar de este sistema de Cumbres Presidenciales.
Incluso puede sostener que, en cierta forma, son su razón de ser.
En tal sentido, la última Cumbre celebrada recientemente en Asunción
ha sido la ocasión para otorgar impulso político al inicio
del proceso que debería conducir a la incorporación de Bolivia
y Ecuador como nuevos miembros. Se sumarían así a Venezuela,
una vez que culmine la formalización de sus membrecía, que
sigue pendiente de la aprobación del Protocolo de Caracas por el
Congreso del Paraguay. A su vez Chile tiene una relación especial
con el Mercosur que implica un fuerte grado de integración económica.
Y también se ha mencionado la eventual incorporación de
Colombia.
Un papel relevante en el necesario impulso político a la construcción
del espacio regional expresado en el Mercosur, le corresponde a quien
preside el país que ejerce en el respectivo semestre la presidencia
pro-tempore. En este segundo semestre del año, es al Presidente
del Uruguay a quien le toca la oportunidad de plantear iniciativas que
puedan aspirar a lograr el consenso de los otros socios y luego, a penetrar
en la realidad.
Pueden ser iniciativas vinculadas a la agenda prioritaria que en cada
semestre tenga el Mercosur. En la actualidad ellas son, entre otras, las
del perfeccionamiento de la unión aduanera, el tratamiento de las
asimetrías, la integración productiva y las negociaciones
comerciales externas (ver al respecto el Comunicado Conjunto de los Presidentes
de los países miembros del Mercosur y el acta de la reunión
del Consejo del Mercado Común, en www.mercosur.int).
O pueden ser iniciativas dirigidas a introducir enfoques orientados a
una renovación del proceso de integración, adaptándolo
a nuevas realidades globales y regionales.
En la reciente Cumbre de Asunción, lo que trascendió de
las reflexiones del Presidente José Mujica ante sus colegas, nos
permite avanzar una visión sobre algunos ejes temáticos
en los que podría concentrarse el ejercicio de su función
temporal de este semestre (sobre las reflexiones del Presidente del Uruguay,
ver http://www.presidencia.gub.uy/).
En nuestra interpretación, de lo que habría señalizado
Mujica sería posible destacar tres ejes temáticos que, sin
ser los únicos, se destacan por su potencial trascendencia.
Un primer eje se refiere a la necesidad de interpretar "la época
que nos toca vivir y hacia dónde vamos". Implicaría
desarrollar a escala del Mercosur esfuerzos orientados a "decodificar"
el mundo que nos rodea y entender los efectos de las fuerzas profundas
que en él operan, todo ello desde una perspectiva de nuestra propia
región.
Ello requeriría encarar la elaboración de diagnósticos
compartidos sobre oportunidades y desafíos que plantean a nuestros
países algunas tendencias que se están poniendo en evidencia
en el escenario internacional. Energía y alimentos; creatividad,
progreso técnico e innovación, y capacidad de consumo y
de producción, son algunas cuestiones centrales que podrían
nutrir una agenda estratégica conjunta de los países del
Mercosur, en un mundo de grandes espacios económicos interconectados,
y con fuertes desplazamientos del poder económico relativo y de
las capacidades para competir a escala global.
La capacidad instalada en los países socios para elaborar diagnósticos
que ayuden a entender la realidad internacional desde una perspectiva
de la región del Mercosur, es muy amplia y puede ser articulada
en una red de inteligencia competitiva. Un ejemplo es lo que significa
en el Brasil, el Instituto de Pesquisa Econômica Aplicada (IPEA).
Un segundo eje temático se refiere al plano institucional. Tiene
múltiples desdoblamientos posibles, entre otros los orientados
a dotar a los métodos de trabajo que se emplean en el Mercosur,
de una mayor racionalidad, efectividad y eficacia.
Pero un aspecto prioritario a la luz de lo planteado más arriba,
sería precisamente el poder avanzar en la capacidad de los socios
de tener una sola voz en cuestiones relevantes de la agenda externa del
Mercosur. Requeriría responder a la pregunta: ¿quién
y por qué puede decir que habla por todos los socios? Tanto el
ámbito de la Rueda Doha como el del G20, son los apropiados para
avanzar en una expresión conjunta, previamente acordada, de los
socios del Mercosur. Ello parece más importante aún, precisamente
si se concreta la incorporación de nuevos países miembros.
Y el tercer eje, quizás el más provocativo, es la idea
de avanzar en modalidades de "democracia digital". Propuestas
orientadas a un Mercosur 2.0, con fuerte énfasis en la transparencia
y en el acceso efectivo a la información relevante para los ciudadanos,
contribuiría a acrecentar la credibilidad y legitimidad social
del proceso de integración.
Un avance significativo podría producirse en relación a
la calidad informativa de las páginas Web de los órganos
del Mercosur. Teniendo en cuenta la situación actual, es mucho
lo que se puede progresar en cuanto a la información que en ellas
se incluyen y en cuanto a su carácter interactivo.
Uruguay en su momento impulsó la iniciativa Somos Mercosur (ver
http://www.somosmercosur.net/). Quizás ella pueda ser ahora profundizada
en la dirección del concepto de "democracia digital",
incluyendo toda la información relevante, incluso la de alcance
económico, para que los ciudadanos de los países miembros
puedan seguir bien de cerca la construcción del espacio regional,
en todo aquello que de una forma u otra pueda afectar su vida diaria,
sea como ciudadanos, trabajadores, emprendedores, consumidores o desde
otras facetas de la actividad social.
En tal sentido, un foco principal podría ser todo lo relacionado
con los múltiples desdoblamientos de los impactos actuales y potenciales
del Mercosur y de sus instrumentos, en la creación de empleo productivo.
|