Desarrollar un clima de confianza recíproca entre los países
del espacio geográfico sudamericano e impulsar una cooperación
regional renovada, especialmente aquella que permita incentivar la proliferación
de redes empresarias transnacionales y la integración productiva,
parecen ser dos cursos de acción prioritarios que las actuales
circunstancias imponen en América del Sur. Ambos están vinculados
entre sí. Uno alimenta al otro generando un círculo virtuoso
entre confianza recíproca y densidad del tejido de intereses cruzados.
Tales circunstancias son la resultante de los efectos sobre la región
de la crisis financiera y económica global. Pero resultan en especial
de las profundas transformaciones que se están operando en la distribución
del poder global, con sus impactos en la competencia económica
global y en las negociaciones comerciales internacionales. Son transformaciones
que probablemente demandarán tiempo en madurar. Nada indica que
ello será la resultante de procesos lineales. Cabe recordar al
respecto que en la historia larga transformaciones profundas y guerras
han estado estrechamente vinculados, como nos lo recuerdan Ronald Findlay
y Kevin H.O'Rourke en su fascinante libro "Power and Plenty. Trade,
War, and the World Economy in the Second Millennium", Princeton University
Press, Princeton and Oxford 2007.
Son, además, transformaciones estructurales que están generando
gradualmente un amplio abanico de oportunidades para cada uno de los países
de la región, cualesquiera que sean su dimensión económica
y su poder relativo - tanto en términos de comercio exterior como
de flujos de inversiones productivas y de conocimientos técnicos
-. Pero a la vez pueden generar diferencias de perspectivas sobre cómo
aprovecharlas e, incluso, con respecto a las lecturas que predominan sobre
sus reales alcances e impactos.
En este contexto, el desarrollo de un clima de confianza recíproca
entre los países sudamericanos, surge como un curso de acción
prioritario en la región. La pregunta principal a responder es:
¿es posible construir un espacio geográfico regional en
el que predomine la lógica de la integración sin que exista
una base de confianza recíproca mínima entre los países
vecinos? En base a la experiencia histórica Jean Monnet, el inspirador
de la integración europea, sostenía que no. De allí
que propuso un plan orientado a generar solidaridades de hecho, especialmente
entre Francia y Alemania, como sustento de un clima de confianza que permitiría
luego desarrollar el camino que condujo a la Unión Europea.
La pregunta es válida hoy en nuestra región considerando,
además, los cincuenta años transcurridos desde que los países
sudamericanos - más México, un convidado no previsto originalmente
- iniciaran con la creación de la ALALC sus procesos de integración.
Desde entonces la trayectoria ha sido sinuosa. Lo retórico ha ganado
a veces a los resultados concretos. El objetivo procurado de una región
integrada y funcional a los objetivos de desarrollo de sus países
sigue sin lograrse plenamente. Quien tiene que adoptar decisiones de inversión
productiva en función de los mercados ampliados, tiene razones
para desconfiar de las reglas que inciden en el comercio recíproco
(ver al respecto este Newsletter, del mes de abril de 2009).
Precisamente la necesidad de desarrollar una plataforma de confianza
recíproca entre los países sudamericanos ha sido una cuestión
de notoria relevancia en la reciente Cumbre de la UNASUR (Bariloche, agosto
28, 2009) (ver
el texto de la declaración conjunta de la Cumbre de Bariloche).
Al más alto nivel político, los Jefes de Estado de los países
sudamericanos pusieron de manifiesto - en vivo y en directo gracias a
la acertada decisión de transmitir la sesión por la televisión,
tal como ocurriera antes con la Cumbre del Grupo Río en República
Dominicana - las conocidas diversidades existentes en la región,
pero también diferencias de perspectivas y de enfoques. En parte
ellas reflejan disonancias conceptuales y no sólo de intereses
nacionales.
La cuestión específica que estuvo en el centro de la agenda
de esta Cumbre extraordinaria, fue la de la utilización por parte
de los EEUU de bases militares en territorio colombiano como resultante
de un acuerdo bilateral. Pero el debate permitió apreciar los múltiples
desdoblamientos que derivan de los alcances regionales de las agendas
de seguridad de varios de los países. Son desdoblamientos que reflejan
un grado significativo de desconfianza recíproca sobre visiones
e intenciones. De allí que la resultantes prácticos de la
Cumbre fueran, por un lado, el procurar la preservación de un espacio
de diálogo multilateral sobre problemas de interés común
- en este caso los vinculados con la seguridad nacional y regional - y,
por el otro, iniciar el camino hacia el establecimiento de mecanismos
eficaces de verificación de hechos que puedan precisamente generar
la desconfianza recíproca.
En todo caso, la Cumbre de Bariloche fue un espejo de la realidad. Y
ese es uno de sus méritos. Por cierto que puso de manifiesto algunas
de las múltiples fracturas existentes en América del Sur.
Pero, a su vez, dejó la sensación de protagonistas que reconocen
los límites que impone un tejido cada vez más denso de todo
tipo de intereses cruzados. Lo acordado puede ser considerado tímido.
Pero fue lo posible y bien desarrollado podría ser un paso en la
buena dirección.
Por lo demás, la Cumbre reflejó la persistencia de una
voluntad colectiva dirigida a lograr que la paz y estabilidad política
predominen en la región. Sin ella es difícil avanzar en
una integración productiva basada en reglas que se cumplan. De
ahí que se deba resaltar el acierto de una diplomacia presidencial
orientada a construir gradualmente un clima más apropiado a la
convivencia razonable de las múltiples diversidades existentes.
El papel desempeñado esta vez por nuestro país debe ser,
en tal sentido, resaltado. Pero en realidad, la Cumbre permitió
observar - al igual que antes las Cumbres de Santo Domingo y de la Moneda
- la importancia de una diplomacia presidencial que refleje la vocación
y capacidad de liderazgo colectivo de, al menos, un núcleo duro
de países que privilegian la estabilidad política de la
región.
La esencia de Bariloche ha sido entonces el reconocimiento, al más
alto nivel y en público, de la necesidad de construir confianza
recíproca entre los países de la región. No será
tarea fácil ya que las diferencias existentes son por momento muy
pronunciadas y a veces tienen raíces profundas. Pero se ha dado
un paso importante que consiste en reconocer que los problemas deben ser
abordados a través del diálogo y con la participación
de todos los países de la región. Siguiendo el precedente
de la Cumbre de la Moneda, se ha enviado una señal clara sobre
la disposición de una región de encarar sus propios problemas.
Una visión optimista impone una lectura positiva de los resultados
de una Cumbre que quizás permita, de traducirse luego en hechos
concretos, dotar a los procesos de integración regional, cualesquiera
que sean sus modalidades, de una base política más sólida
- la de la confianza recíproca - para su futuro desarrollo.
Pero si la confianza recíproca es una condición necesaria
para la gobernabilidad regional, parece existir consenso que no es suficiente
para lograr el predominio de la paz, la democracia y la estabilidad política
en el espacio geográfico sudamericano.
De ahí que impulsar una cooperación regional renovada es
un segundo curso de acción necesario. Tiene sentido político
y no sólo económico. Si es encarada con sentido práctico,
de ella puede resultar una mayor densidad en el tejido de múltiples
intereses cruzados que sustenten, a su vez, el clima de confianza recíproca.
Tal tejido tiene entre sus protagonistas centrales a las empresas que
internacionalizan sus operaciones a escala transnacional - especialmente
articulando cadenas productivas - y que contribuyen a la conectividad
física de los respectivos mercados. Pero también se nutre
de redes en campos diversos, tales como la energía, la innovación
y el desarrollo tecnológico, la educación y la solidaridad
social.
Precisamente la Comisión Económica para América
Latina y el Caribe (CEPAL) ha dedicado a la cuestión de la cooperación
regional renovada una parte sustancial de su reciente informe "Panorama
de la Inserción Internacional de América Latina y el Caribe.
Crisis y espacios de cooperación regional - 2008-2009" (ver
la referencia más abajo en la Sección Lecturas Recomendadas).
El informe refuerza la idea que el impulso a una cooperación regional
renovada implica construir sobre lo ya adquirido, y de aprovechar todo
lo disponible en materia de acuerdos y mecanismos regionales. Más
que objetivos ambiciosos difíciles de concertar y de alcanzar en
las actuales circunstancias, la realidad parece imponer la necesidad de
reconocer diversidades y diferencias, incluso las disonancias conceptuales
- utilizando a tal fin una amplia variedad de aproximaciones de geometría
variable y de múltiples velocidades -; de capitalizar experiencias
y activos provenientes de cincuenta años de experiencias de integración
regional - incluyendo al Mercosur -, y de poner el acento en algunos ejes
prioritarios tales como los que enuncia la CEPAL en su informe.
Una idea central del informe es que "el nuevo contexto internacional
exige una mayor cooperación entre los países de la región,
no solo por la necesidad de limitar los efectos de la crisis, sino también
por la urgencia de mejorar su inserción en la economía mundial".
En tal sentido se reitera una idea ya avanzada por la CEPAL con anterioridad,
en el sentido que "las consecuencias de perder la carrera de la competitividad
global serían mucho más graves que los efectos de la crisis
actual, puesto que por duros que sean, estos últimos serán
transitorios. Por el contrario, los rezagos en competitividad, innovación
y productividad constituyen un obstáculo permanente para avanzar
en la estrategia de crecimiento con equidad".
En sus recomendaciones, el informe parte de la base que el nuevo contexto
regional exige una mayor cooperación regional; que la integración
puede y debe renovarse, pero mediante compromisos realistas, y que en
la actualidad la cooperación regional es más importante
que avanzar en la liberalización comercial. En parte esto último
se debe al hecho que los costos de la conectividad física tienden
hoy a superar - a veces en forma significativa - a los originados en los
aranceles aduaneros que inciden en el comercio sudamericano.
Las propuestas concretas se refieren a: conservar y estimular la inversión
en infraestructura; un programa para fomentar el comercio intrarregional;
aumentar la cooperación regional en innovación y competitividad;
reforzar el tratamiento de las asimetrías; fortalecer el ámbito
social de la integración; aprovechar el vínculo con la región
de Asia y el Pacífico para profundizar la integración regional,
y abordar conjuntamente los desafíos del medio ambiente y el cambio
climático. Como señala el informe "todas ellas son
elementos determinantes de la competitividad, la innovación y la
productividad de la región a mediano y largo plazo".
El informe de la CEPAL brinda la base técnica para lo que debería
ser un intenso debate sobre el futuro de la cooperación regional.
Tal debate intenso, con la participación de múltiples protagonistas
y en particular de los empresarios, puede contribuir ahora a traducir
las recomendaciones de la CEPAL en acciones concretas (ver al respecto
los planteado en este Newsletter del mes de julio pasado y en nuestro
artículo "Para
el día después", en la revista AméricaEconomía
de agosto 2009 y en www.felixpena.com.ar).
La concreción de los cursos de acción recomendados involucrará,
por lo demás, a los distintos ámbitos institucionales regionales
y sub-regionales ya existentes. Precisamente su geometría variable
permite contemplar las diversidades y diferencias existentes hoy, no solo
en el espacio sudamericano, pero también en el más amplio
de América Latina y el Caribe.
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