Dos procesos simultáneos se observan hoy a escala global. Ambos
tienen efectos actuales y potenciales, tanto en el intercambio mundial
de bienes y de servicios como en las negociaciones comerciales internacionales,
especialmente en la actual Rueda Doha en la OMC.
Si bien son dos procesos conectados entre sí, parecen requerir
diagnósticos y abordajes que pueden tener aspectos diferenciados
pero que, en todo caso, conviene que sean coordinados. Es lo que se expresa
con la afirmación que se suele escuchar en estos tiempos, en el
sentido de que es fundamental que los países tengan, a la vez,
una agenda de crisis y una referida al "día después",
es decir, para cuando los efectos más inmediatos de la actual situación
hayan sido superados y queden en plena evidencia los de la transformación
profunda que se está operando en el sistema internacional.
Uno de estos procesos, es el de la actual crisis financiera y económica
con las conocidas consecuencias, entre otros, en los niveles de producción
y consumo, y en los del comercio internacional de bienes y de servicios.
La caída de la actividad económica impacta en el nivel de
empleo y en el estado anímico de las poblaciones, transmitiendo
los efectos de la crisis al plano social y político. Según
sea la intensidad de tales efectos, una crisis internacional puede generar
problemas sistémicos que afecten la estabilidad política
de los países más vulnerables. Ello a su vez puede tener
efectos en cadena sobre otros países, especialmente de la misma
región.
Se trata de un proceso con efectos inmediatos muy visibles y con fuerte
requerimientos de respuestas en el corto plazo - especialmente en el plano
nacional, pero también en el de la coordinación entre países
a nivel global y regional -, precisamente por sus potenciales consecuencias
sociales y políticas.
El otro proceso es el de los desplazamientos del poder relativo entre
las naciones. Tiene raíces muy profundas. Se nutre en la historia
larga. Es un fenómeno que se ha acelerado en los últimos
veinte años. Se refleja en el surgimiento de nuevos protagonistas
- países, empresas, consumidores, trabajadores - con gravitación
en la competencia económica global, y también en las negociaciones
comerciales internacionales. Pero sus plenos efectos probablemente sólo
se observarán en un largo plazo, a veces a través de movimientos
poco perceptibles, casi de cámara lenta.
Muchas son las cualidades sociales, políticas y económicas
que se requieren para que un país pueda encarar ambos procesos
simultáneamente si es que así lo intentare. Esto es, para
que pueda navegar con relativo éxito la actual crisis financiera
y económica global y, a la vez, posicionarse para ser un protagonista
activo en el comercio mundial del futuro así como en las negociaciones
comerciales internacionales, tanto en la OMC como en los múltiples
espacios regionales, inter-regionales y bilaterales.
Tres pueden resaltarse como condiciones esenciales de la estrategia de
un país, como por ejemplo la Argentina, que aspire a aprovechar
los efectos de ambos procesos a fin de potenciar una inserción
favorable en la competencia económica global del futuro.
Ellas son la calidad institucional, las estrategias ofensivas de sus
empresas resultantes de una vocación de participación activa
en los mercados internacionales, y la coordinación de esfuerzos
con otros países a escala de la respectiva región.
La calidad institucional implica desarrollar capacidades para articular
en forma estable los distintos intereses sociales, a fin de poder luego
traducir objetivos acordados en realidades y comportamientos efectivos.
Es una condición esencial a fin de generar sinergias público-privadas.
Ellas son necesarias para definir los intereses nacionales ante las cuestiones
más relevantes de la agenda de la inserción comercial internacional,
traducirlos en estrategias y hojas de ruta, y reflejarlos en comportamientos
que los sectores gubernamentales y no gubernamentales - especialmente,
el empresariado - tengan en los múltiples escenarios externos en
los que opera el respectivo país.
En la competencia económica global y en el comercio internacional,
tal calidad institucional se nutre de la eficacia de las tecnologías
organizativas empleadas en el plano gubernamental a fin de permitir adoptar
y aplicar estrategias, decisiones, y políticas públicas,
que posean un fuerte potencial para penetrar en la realidad y para ser
sustentables a través del tiempo, incluyendo las flexibilidades
necesarias para continuas adaptaciones a la dinámica de cambio
del mundo actual.
Pero también se nutre de la calidad de la organización
del sector empresario y de su articulación con los otros sectores
sociales. Ello implica empresas con intereses estratégicos ofensivos
tanto en relación al mercado interno como a los múltiples
mercados internacionales, especialmente aquellos que son prioritarios
en función de las ventajas competitivas que puede desarrollar un
país. Relevar tales intereses es un factor fundamental a la hora
de trazar y llevar a la práctica la estrategia de inserción
comercial internacional de un país. El informe que en el 2007 publicara
la Confederación Nacional de la Industria (CNI) en el Brasil es
un ejemplo al respecto (ver http://www.cni.org.br).
Es un ejercicio que también requiere de continuas adaptaciones
a los cambios que se producen. Ello excluye operar con la aptitud mental
de cazadores de blancos fijos.
La otra condición es precisamente tener estrategias ofensivas
de sus empresas que resulten de una vocación de participación
activa en los mercados internacionales. Implica diagnósticos actualizados
sobre las oportunidades que se le ofrecen a la capacidad de producir bienes
y de prestar servicios del respectivo país en los distintos mercados
internacionales. Y tienen que ser permanentemente renovados ya que los
efectos de la actual crisis global como de los cambios estructurales que
se están operando en los escenarios mundiales, pueden alterar en
forma muy dinámica las oportunidades que existen para las empresas
que operan en el país, desplazando sea a su favor o en contra sus
ventajas competitivas relativas.
Pero tal vocación requiere asimismo una actitud optimista sobre
las oportunidades que tienen el país y sus empresas en los mercados
mundiales. En lenguaje deportivo implica operar con mentalidad ganadora.
Es éste un factor cultural que está presente en los países
en desarrollo que en los últimos años han dado origen a
un número creciente de empresas internacionalizadas. Por no ser
precisamente una de las economías emergentes de mayor dimensión,
el ejemplo de Chile y de muchas de sus empresas es interesante al respecto.
Y la tercera condición es la de coordinación de esfuerzos
con países con los que se comparte una región - pero también
con aquellos con los cuáles se comparten condiciones relativas
e intereses similares como es el caso, por ejemplo, de los países
productores de alimentos -.
En el plano regional sudamericano, ello implica el impulso de un proceso
continuo de desarrollo de una conectividad física de calidad (que
abarca cuestiones como las del financiamiento de proyectos de infraestructura
física - incluyendo los ejes trans-oceánicos - y la facilitación
del comercio), que sea favorable a un tejido creciente de intereses compartidos
que se alimente de corrientes comerciales recíprocas y de redes
productivas transnacionales (que incluye cuestiones vinculadas a la aplicación
al nivel regional de programas de ayuda al comercio, especialmente a favor
de las economías de menor desarrollo). En la inversión que
se requiere para ello, un país puede encontrar elementos de convergencia
entre la agenda de medidas destinadas a superar efectos de la crisis global,
con la de la transformación productiva necesaria para navegar con
éxito hacia el mundo del futuro.
Implica por lo demás, una mayor coordinación entre los
países sudamericanos, tanto en los respectivos diagnósticos
sobre los dos procesos antes mencionados, como en las estrategias para
abordar las negociaciones comerciales internacionales, especialmente en
el ámbito de la OMC y con los principales protagonistas del comercio
mundial. Las relaciones con los Estados Unidos, con los países
de la Unión Europea y con las economías emergentes - en
particular con China - ocupan en tal sentido un lugar prioritario.
Ello también es válido para las negociaciones relacionadas
con las adaptaciones de organismos internacionales multilaterales a la
nueva realidad internacional, especialmente en el ámbito del denominado
Grupo de los 20 (la próxima Cumbre a realizarse en Pittsburg, EEUU,
será una oportunidad para que los países latinoamericanos
que participan puedan efectivamente reflejar puntos de vista de la región
en su conjunto - o al menos de la respectiva sub-región -, es decir,
que hayan sido previamente debatidos en foros regionales).
En este plano de la coordinación regional, tres frentes de acción
aparecen como más relevantes para la Argentina, al menos para los
próximos meses. Ellos son: el de la VIIa Conferencia Ministerial
de la OMC, los días 30 de noviembre y 2 de diciembre (ver http://www.wto.org/);
el del relanzamiento y eventual conclusión de la Rueda Doha (ver
las declaraciones de Pascal Lamy, Director General de la OMC, en Paris
el 25 de junio: http://www.wto.org/.
En su reunión de L'Aquila, Italia, este mes de julio, los países
del G8 reunidos con los del G5 - Brasil, China, India, México y
Sudáfrica - se comprometieron a concluir la Rueda Doha antes de
fines del 2010. Una mini-ministerial tendrá lugar en Nueva Delhi
en el próximo mes de septiembre), y el del fortalecimiento de los
espacios institucionales existentes en la región, especialmente
la ALADI, la UNASUR (su convenio constitutivo aún no ha entrado
en vigencia) y el Mercosur (no se prevén novedades en la próxima
Cumbre a realizarse en Asunción el 23 de julio, con respecto a
las cuestiones pendientes relacionadas con el funcionamiento de la unión
aduanera; sigue pendiente la aprobación del Protocolo de Caracas
en los Parlamentos del Brasil y del Paraguay y, sobre todo, sigue sin
concluirse la negociación sobre la incorporación de Venezuela
a la unión aduanera, en la que sobresalen como cuestiones centrales
a definir los requerimientos venezolanos en torno a lo se consideran productos
sensibles y que, por lo tanto, deberían contar con plazos más
amplios para su adaptación final a la unión aduanera).
Sin perjuicio de la necesaria acción de liderazgo gubernamental,
se observa en este plano de la coordinación regional, al menos
en el espacio geográfico sudamericano, un amplio margen para impulsar
iniciativas que surjan de los respectivos sectores empresarios. Son iniciativas
que tendrían que perseguir como objetivo, por ejemplo, un diagnóstico
sobre el aprovechamiento del stock de instituciones, experiencias y compromisos
acumulados a través de los años - especialmente en términos
de acceso preferencial a los respectivos mercados, así como de
los mecanismos de pagos y de financiamiento tanto del comercio como las
inversiones productivas y de infraestructura física -, y también
propuestas constructivas sobre cómo evolucionar hacia metas conjuntas
que combinen realismo con ambición.
Una iniciativa de ese tipo, al menos en una primera etapa, podría
provenir de las instituciones empresarias de los países sudamericanos
más vinculados por redes de comercio y producción (los del
Mercosur y Chile). Entre ellos se observa, además, una mayor densidad
de inversiones cruzadas tanto en sectores agro-industriales e industriales,
como en el de los servicios. Operan en ellos un número creciente
de empresas multilatinas, especialmente si se incluye en tal concepto,
cientos de empresas de toda dimensión que tienen una presencia
comercial y productiva, sostenida y simultánea, en varios de los
mercados. Junto con las respectivas instituciones empresarias, son éstas
las empresas que mayor interés deberían poner de manifiesto
en impulsar medidas que permitan potenciar el pleno aprovechamiento de
los acuerdos preferenciales ya existentes y de avanzar en metas más
ambiciosas.
Como ocurriera en el pasado, en el momento fundacional del proceso de
integración comercial de la región - cuando la creación
hace cincuenta años de la ALALC (ver al respecto este Newsletter
del mes de mayo pasado) -, organismos como la Comisión Económica
para América Latina y el Caribe (CEPAL) podrían brindar
el necesario apoyo técnico a una iniciativa empresaria como la
planteada. Un precedente más reciente, es su informe de diciembre
pasado sobre "Crisis internacional y oportunidades para la cooperación
regional" (ver la referencia más abajo en la Sección
Lectura Recomendadas). Uno de los apartados de este informe, titulado
"Perder la carrera de la competitividad puede ser más peligro
que la actual crisis financiera", va en la línea planteada
más arriba sobre la necesaria correlación de las agendas
para enfrentar la crisis con las del "día después".
La Corporación Andina de Fomento, con su vasta experiencia así
como la de su Presidente, puede también efectuar aportes sustantivos
a un ejercicio del sector empresario como el aquí propuesto.
Experiencias de otras regiones ilustran sobre los alcances que pueden
tener iniciativas empresarias. Una de ellas es la del Trans-Atlantic Business
Dialogue (http://www.tabd.com) entre los sectores empresarios de los Estados
Unidos y de la Unión Europea. Pero es sobre todo en el Sudeste
Asiático donde pueden encontrarse experiencias inspiradoras sobre
el papel de los empresarios y sus instituciones en la promoción
de la cooperación regional. Ejemplos al respecto son el del ASEAN
Business Advisory Council (http://www.asean-bac.org)
y el de la Confederation of Asia-Pacific Chambers of Commerce and Industry
(CACCI) (http://www.cacci.tw).
Son tales experiencias, las que han contribuido a acreditar la metodología
"bottom-up" en la construcción de un espacio regional,
en la que las redes de instituciones empresarias y, en especial, las de
cadenas productivas de alcance transnacional han desempeñado un
papel central.
Recientemente la Comisión Económica y Social para el Asia
y el Pacífico (ESCAP) ha publicado un estimulante informe cuyo
título mismo ilustra sobre su enfoque eminentemente práctico:
"Navigating Out of the Crisis: A Trade-led Recovery. A practical
guide for trade policy makers in Asia and the Pacific", Bangkok 2009
(en http://www.unescap.org).
Es un informe que contiene propuestas de acción muy concretas,
en las que se combinan las medidas requeridas en el corto plazo para encarar
en conjunto los efectos de la actual crisis global, especialmente a través
del incremento del comercio regional, con aquellas necesarias para asegurar
la competitividad de largo plazo en el nuevo escenario internacional.
Lo ilustran los dos apartados finales de este informe, titulados respectivamente
"Promoting Asia-Pacific Businesses for Long Term Competitiviness"
y "Looking Beyond the Crisis: Positioning the Asia-Pacific Region
for the Future". Es un informe con contenidos y recomendaciones de
validez para nuestra región.
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