Los casi cincuenta años que han transcurrido desde el inicio de
los procesos formales de integración latinoamericana brindan una
oportunidad para reflexionar sobre su futuro. Estimula a ello el nuevo
contexto internacional que se está poniendo de manifiesto con la
actual crisis global.
En estas cinco décadas pueden distinguirse por lo menos dos etapas
en el desarrollo de la integración regional. Todo indica que se
estaría abriendo ahora una nueva etapa. Sus alcances y características
aún no se han manifestado en todos sus alcances.
Como idea estratégica los precedentes de la integración
regional se remontan por cierto al siglo XIX. Pero una primera etapa de
concreciones, empieza a manifestarse con la negociación y luego
firma del Tratado de Montevideo de 1960 - resultante de iniciativas y
negociaciones durante los dos años precedentes -, que crea la Asociación
Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC) (el libro reciente de Edgar
J.Dosman sobre Raúl Prebisch, incluido en la sección "Lecturas
recomendadas", plantea el contexto en el que la ALALC fue creada).
La incorporación de México, no prevista en los planteamientos
originales que tenían un alcance sudamericano, extendió
esta iniciativa de integración comercial al espacio latinoamericano.
Simultáneamente los países centroamericanos retomaban su
propio proceso de integración sub-regional, de profundas raíces
históricas.
Una segunda etapa de la integración regional se inicia con la
transformación de la ALALC en la Asociación Latinoamericana
de Integración (ALADI), mediante el Tratado firmado también
en Montevideo en 1980. Resultó de la constatación que una
zona de libre comercio entre un grupo numeroso de países - en aquel
entonces menos conectados y más distantes que ahora -, con fuertes
asimetrías de dimensiones y grados de desarrollo, era inviable.
En cierta forma, la creación del Grupo Andino con la firma en 1969
del Acuerdo de Cartagena fue una primera expresión de tal reconocimiento.
Y en tal sentido lo que ocurrió con la ALALC, fue un precedente
de lo que luego se constató con el fracaso de la iniciativa americana
de una zona de libre comercio de un alcance hemisférico (ALCA),
es decir más amplia aún que la otra.
Pero la transformación de la ALALC en la ALADI tuvo un significado
más profundo. Era el de aceptar que las diferencias existentes,
requerían aproximaciones parciales, de múltiples velocidades
y de geometría variable. Ello implicó reconocer la realidad
de distintas sub-regiones y de sectores, con densidades de interdependencia
e intereses que no necesariamente se extendían al resto de los
países. Se invirtió entonces el enfoque original de la ALALC,
según el cual los instrumentos regionales eran la regla, y los
sub-regionales y sectoriales la excepción. Por el contrario, se
hizo de lo parcial - grupo de países o sectores determinados -
la regla principal, siendo lo regional el marco y, a la vez, un objetivo
final no demasiado definido ni en su contenido, ni en sus plazos.
Esta segunda etapa abrió el camino a profundas transformaciones
en la estrategia de integración regional que maduraron en los años
siguientes. Además, en contraste con la etapa anterior, se observa
a partir de los años ochenta y en particular de la década
de los 90, una mayor sensibilidad a las demandas diferenciadas planteadas
a los países latinoamericanos por nuevas realidades internacionales.
Ello produce, como consecuencia, respuestas también diferenciadas
en el plano de las políticas comerciales externas y de las estrategias
negociadoras.
En esta nueva etapa que se extiende hasta el presente, entre otros hechos
relevantes, se reconvierte el original Grupo Andino en la Comunidad Andina
de Naciones (CAN); se inicia el proceso bilateral de integración
entre la Argentina y el Brasil, con fuerte énfasis en determinados
sectores, como por ejemplo, el automotriz; se crea luego el Mercosur;
se incorpora México al área de libre comercio de América
del Norte, y comienza el proceso de concreción de acuerdos comerciales
preferenciales bilaterales con países del resto del mundo, comenzando
con los EEUU y con la Unión Europea. Surge además un interesante
precedente de conciliación, entre la integración de un espacio
geográfico regional y la inserción a terceros países
a través de acuerdos comerciales preferenciales. Tal precedente
resulta del acuerdo de libre comercio entre los países centroamericanos
y la República Dominicana con los EEUU (CAFTA-RD).
En el inicio y en la evolución de esas dos primeras etapas de
la integración regional latinoamericana, tuvieron un impacto significativo
los cambios que simultáneamente se operaban en el contexto global.
En las últimas dos décadas, el mundo post-guerra fría
y su reflejo en una competencia económica más multipolar;
el cambio de estrategia comercial global de los Estados Unidos con el
impulso de su propia red de acuerdos preferenciales; la ampliación
de lo que luego sería la Unión Europea; el creciente protagonismo
de economías emergentes y re-emergentes - tal el caso de China
-; la conclusión de la Rueda Uruguay y la creación de la
Organización Mundial del Comercio (OMC), y el desarrollo de redes
de producción y cadenas de suministro de alcance transnacional
fueron, entre otros, factores que alteraron profundamente el entorno externo
en el que se ha desarrollado la integración latinoamericana y,
en particular, la sudamericana.
A ello se suman las profundas transformaciones económicas y políticas
que se han operado - también con un alcance diferenciado - en la
región y en cada uno de sus países. América del Sur,
en particular, presenta un cuadro de mayor densidad en las conexiones
entre sus sistemas productivos y, en particular, en el campo de la energía.
Y muchos de sus países han experimentado muy notorias evoluciones
en sus experiencias, tanto en el plano económico como en el político.
El papel relevante que ha ido adquiriendo el Brasil, no es un dato menor
en la diferenciación entre lo que era esta región hasta
la década de los 90 y lo que es en la actualidad.
¿Se está iniciando ahora una nueva etapa de la integración
regional en América Latina? Hay elementos para una respuesta afirmativa.
La nueva etapa estaría siendo impulsada por varios factores. Un
primer factor es el surgimiento de una pluralidad de opciones en la inserción
de cada país latinoamericano en los mercados del mundo, resultante
del número creciente de protagonistas relevantes en todas las regiones
y del acortamiento de todo tipo de distancias. El segundo, es el hecho
que tales opciones pueden ser aprovechadas simultáneamente. Y el
tercero, es que es factible desarrollar en la mayoría de las opciones
abiertas, estrategias de ganancias mutuas, en términos de comercio
de bienes y de servicios, de inversiones productivas y de incorporación
de progreso técnico.
Pero quizás el factor principal que impulsa hacia nuevas modalidades
de integración en el espacio regional latinoamericano, así
como en sus múltiples espacios sub-regionales, es la creciente
insatisfacción que se observa en varios de los países con
los resultados obtenidos con los procesos actualmente en desarrollo. Ello
es notorio en el caso de la CAN, pero también lo es en el caso
del Mercosur.
Tal insatisfacción puede dar lugar al menos a dos escenarios.
Ellos no pueden ser considerados como que sean convenientes, ni que estén
a la altura de los desafíos que se enfrentan a escala global. El
primero es el de una cierta inercia integracionista. Implica continuar
haciendo lo mismo que hasta ahora, es decir, no innovar demasiado. El
riesgo es que el respectivo proceso de integración se torne irrelevante
para determinados países. En tal caso, podría terminar predominando
sólo una apariencia de algo de creciente obsolescencia y baja incidencia
en las realidades. El segundo escenario es el de una especie de síndrome
fundacional. Esto es, echar por la borda lo hasta ahora acumulado - y
tanto en el Mercosur como en la CAN, es mucho lo ya acumulado -, tanto
en términos de estrategia regional compartida como de relaciones
económicas preferenciales y, una vez más, intentar comenzar
de nuevo.
Hay sin embargo un tercer escenario imaginable. Probablemente sea el
más conveniente y, en todo caso, es factible. Es el capitalizar
las experiencias y los resultados acumulados, adaptando las estrategias,
los objetivos y las metodologías de integración a las nuevas
realidades de cada país, de la región y de sus sub-regiones,
y del mundo. Tales adaptaciones parecen más necesarias en los acuerdos
sub-regionales como el Mercosur y la CAN, que en los marcos más
amplios, como la ALADI - cuya función en el plano del comercio
regional mantiene toda su vigencia - y la UNASUR - que, sin embargo, todavía
no ha pasado el test de su real eficacia -.
¿Qué indican las experiencias acumuladas en estos cincuenta
años? Pueden destacarse algunas lecciones más significativas.
La primera se refiere a la importancia de conciliar conducción
política con solvencia técnica. Ello implica una participación
directa del más alto nivel político en el trazado y seguimiento
de la respectiva estrategia y, a la vez, una adecuada formulación
técnica en cuanto a objetivos y métodos de trabajo. La segunda
se refiere a la necesidad de adaptar en forma constante objetivos e instrumentos
a las cambiantes realidades, preservando a la vez un cierto grado de previsibilidad
en torno a reglas de juego y disciplinas colectivas que se puedan cumplir.
Y la tercera lección, se refiere a la importancia de que cada país
tenga una estrategia nacional propia con respecto al respectivo proceso
de integración. El que el camino a lo regional comienza en una
correcta definición del interés nacional de cada país,
es una constatación que deriva de la experiencia concreta de estos
años. Los países con una idea más clara de sus intereses,
son los que quizás mejor han aprovechado los acuerdos de integración.
Es además, una garantía contra la generación de una
especie de romanticismo integracionista, según la cual hipotéticas
racionalidades supranacionales constituyen la fuerza motora de un determinado
proceso regional.
¿Cuál es el capital acumulado a preservar? El primero se
refiere a la valoración de un proceso de integración como
factor esencial de la gobernabilidad, en términos del predominio
de la paz y la estabilidad política, de un determinado espacio
geográfico regional o sub-regional. El segundo es el del stock
de preferencias económicas ya pactadas y que inciden hoy en los
flujos de comercio e inversión. Y el tercero es del valor de determinadas
"marcas" en la imagen internacional de un grupo de países.
Es el caso concreto de la "marca" Mercosur.
¿Cuáles son las adaptaciones en las estrategias, los objetivos
y métodos de un proceso de integración que pueden resultar
del nuevo escenario internacional y, en especial, de su más probable
evolución futura? La primera se refiere a la profundización
de metodologías flexibles, que combinen geometrías variables,
múltiples velocidades y aproximaciones sectoriales. Ellas no siempre
se ajustarán a modelos de otras regiones ni a lo que suelen indicar
los libros de texto. Sin embargo, ellas pueden funcionar y ser compatibles
con la normativa del sistema jurídico GATT-OMC. La segunda se refiere
a las instituciones y a las reglas de juego. Para orquestar intereses
nacionales bien definidos entre países diversos en sus dimensiones
y grados de desarrollo, parece fundamental poner el acento en la capacidad
de formulación de visiones e intereses comunes que puedan tener
órganos con un grado de independencia, al menos técnica,
con respecto a los respectivos gobiernos. No necesariamente deban responder
al modelo de instituciones supranacionales originado en la experiencia
europea. Tampoco tienen que ser complejos ni costosos. Al respecto, las
funciones del Director General de la OMC pueden representar un precedente
más adecuado a las sensibilidades nacionales. Y la tercera se relaciona
con la importancia que tiene el que en cada país, exista un grupo
mínimo de empresas con intereses ofensivos en relación a
los mercados de la respectiva región o sub-región, y ello
implica una aptitud para trazar estrategias empresarias de internacionalización,
incluso a escala global. Esta es una condición necesaria para avanzar
en forma relativamente equilibrada en procura del objetivo, siempre valorado,
de la integración productiva.
Quizás a la integración latinoamericana y a sus distintos
ámbitos institucionales, se le puedan aplicar los consejos que
uno de los protagonistas de una novela sobre la India contemporánea
(el libro de Rohinton Mistry incluido en la sección "Lecturas
Recomendadas") le da a su joven y ocasional compañero de viaje:
"el secreto de la supervivencia es la aceptación del cambio
y la adaptación
.".
Difícil es aún visualizar si el escenario de adaptación
se producirá o no. Pero el derrotero de estos cincuenta años,
con sus avances y frustraciones, permite anticipar que la integración
regional continuará siendo valorada por los respectivos países
y por sus opiniones públicas. Al menos, parece haber cierto consenso
en que los costos de la no-integración pueden ser elevados. Y ello
inclina el pronóstico a predecir un avance sinuoso, con avances
y retrocesos, heterodoxo pero persistente, hacia un mayor grado de integración
en todos los planos - no sólo en el económico - entre los
países de la región y de sus distintas sub-regiones. Es
posible imaginar al respecto, una mayor aproximación a lo que ha
sido en los últimos años el modelo asiático y, eventualmente,
al que también podría llegar a ser en el futuro el modelo
europeo.
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