Líderes políticos, altos funcionarios nacionales e internacionales,
intelectuales y especialistas, empresarios y formadores de opinión,
representantes de ONG's, provenientes de un amplio número de países
de muy distintas regiones del mundo, analizaron en la reunión anual
del Foro Económico Mundial de Davos, en los Alpes suizos, entre
el 23 y el 27 de enero 2008, algunos de las cuestiones más relevantes
de la agenda internacional.
El desplazamiento de poder relativo hacia nuevos protagonistas quedó
en evidencia la reunión. Se reflejó en el número
significativo de participantes provenientes de economías emergentes
y de países en desarrollo ricos en materias primas.
En realidad, fue una oportunidad para que muchas naciones "mostraran
su bandera". En cierta forma lo dijo el Primer Ministro de Francia,
François Dillon, cuando señaló que su presencia allí
era un símbolo de su país, que desea hablar con todo el
mundo, participar en todos los foros internacionales y recuperar su lugar
en los grandes debates sobre el futuro de la economía mundial.
Pero muchas naciones en desarrollo con economías emergentes hicieron
lo mismo. Es decir, ocuparon su espacio. Ocho Jefes de Estado, diez Jefes
y Vice-Jefes de Gobierno, decenas de Ministros, incluyendo varios Cancilleres
y Ministros de Finanzas y de Comercio, provenientes de países en
desarrollo, indican la importancia que estos países le atribuyeron
al hecho de tener una presencia activa en Davos. Presentaron sus puntos
de vista, explicaron sus políticas, interactuaron con otros dos
mil trescientos participantes de decenas de países incluyendo,
por cierto, los más desarrollados.
La presencia de los países del Asia fue un hecho destacado. Un
caso especial a destacar fue la de los diez países miembros de
la Asociación de Naciones del Sureste Asiático - ASEAN (Brunei,
Camboya; Filipinas; Indonesia; Laos; Malasia; Myanmar; Singapur; Tailandia
Vietnam) (http://www.aseansec.org).
Se presentaron en una sesión especial con un alto nivel político
(Jefes de Estado y de Gobierno, y Ministros) y acompañados del
Secretario General de la organización. Pusieron de manifiesto los
datos de su dimensión económica: población 570 millones;
producto bruto 1.300 billones de dólares con un crecimiento del
6% en el 2006; comercio exterior de 1.500 billones de dólares;
inversiones directas extranjeras 53 mil millones de dólares.
Explicaron su hoja de ruta para convertir el área en una gran
zona de libre comercio, inserta en el Este Asiático y proyectada
a China, India, Japón, Corea y Australia. Están desarrollando
su propia red de acuerdos de libre comercio, incluyendo la Unión
Europea, Estados Unidos y otros países de la APEC. En su última
Cumbre celebrada en Singapur en noviembre de 2007, firmaron la Carta que
compromete la creación de la Comunidad de la ASEAN con objetivos
políticos y económicos de una identidad regional a perfeccionarse
el año 2015.
El de la ASEAN es, sin dudas, un caso interesante de integración
con métodos flexibles y de geometría variable. Y, sobre
todo, con una clara vocación de competir y de proyectarse al futuro.
Es un buen precedente a examinar con atención por los países
del Mercosur.
Pero fueron sobre todo China, India y Rusia, con la fuerte presencia
de líderes políticos, funcionarios, banqueros y empresarios,
quienes pusieron de manifiesto que ahora ocupan un lugar importante en
el escenario global. Tienen conciencia de ser relevantes y son muy asertivos.
Saben que han comenzado a tener un poder económico del que antes
carecían. Y que lo harán valer. Este es un hecho muy cargado
de futuro.
Junto con varias otras naciones emergentes -algunas presentes en Davos,
otras ausentes - configuran una nueva realidad del poder mundial. Se caracterizan
por tener suficiente masa crítica (dimensión económica,
recursos naturales, población), vocación de protagonismo
y estrategias de largo plazo.
Es una nueva realidad que no implica que los viejos protagonistas hayan
dejado de serlo. Sería un serio error creer eso. Pero sí
significa que al encarar los problemas más serios de la agenda
internacional, viejos y nuevos protagonistas tienen desafíos comunes.
Genera la necesidad de redefinir las instituciones de cooperación
internacional. Entre otras, el Consejo de Seguridad de la ONU, el FMI,
el G8 -es decir, algunas de las principales organizaciones y mecanismos
originados en el mundo de un siglo XX que no existe más-, tendrán
que reformarse para incorporar en un plano de igualdad a los protagonistas
más relevantes del siglo XXI.
Por el momento muy particular en que se desarrolló, Davos permitió
tener claro tres planos principales en el que se manifiestan profundas
mutaciones de la realidad internacional. Son el financiero, el de la economía
real y el político. Los tres están vinculados entre sí.
No entenderlo así, aislar en el análisis sólo lo
que ocurra en un plano -por ejemplo el financiero-, desconocer los vasos
comunicantes que entre ellos existen, puede conducir a errores de apreciación
y, peor aún, a respuestas insuficientes.
En el plano financiero predomina la niebla. Se han introducido diferentes
virus y es difícil precisar sus alcances. El que un ignoto operador
de un banco internacional haya hecho temblar el sistema es todo un indicador
de lo que no funciona. Lo que está claro ahora es que los problemas
son serios, que sus alcances son imprecisos, que es difícil imaginar
que no sean globales y que ponen en evidencia fallas sistémicas
profundas resultantes de baja transparencia, de insuficiencias reguladoras
y de control. Las deficiencias son más evidentes en la capacidad
para evaluar y pronosticar riesgos financieros. Afectan la credibilidad
de la información financiera y por ende de los propios mercados.
En el plano económico predominan los desplazamientos del poder
relativo. Es en este plano donde el protagonismo de economías emergentes
-o, en algunos casos, re-emergentes en términos históricos-
cobra toda su importancia. La incorporación de cientos de millones
de nuevos consumidores y trabajadores a la competencia económica
global, significa una revolución profunda que recién comienza
a evidenciar todos sus efectos. Se refleja en la demanda de materias primas,
en los cada vez más evidentes problemas de insuficiencias de oferta
y, en particular, en la importancia creciente que tienen empresas internacionales
-incluso financieras- con epicentro en economías emergentes.
En el plano político predominan las deficiencias de los mecanismos
existentes para estructurar las necesarias respuestas colectivas a problemas
que también lo son. Incorporar a más protagonistas en la
mesa de las decisiones pasa por ser una de las principales prioridades
a escala global. Y no como "convidados para después de la
cena", como señalara acertadamente en esos mismos días
el Presidente Lula, refiriéndose al funcionamiento del G8.
Varios vasos comunicantes vinculan a estos tres planos entre sí.
Los más evidentes son el papel relevante de los fondos soberanos,
el precio de las materias primas y el costo de la mano de obra y, quizás
el más importante, la confianza de ahorristas, inversores, consumidores
y, en especial, de los ciudadanos.
Por el especial momento en que tuvo lugar la reunión de Davos,
lo cierto es que el espectro de una recesión en algunas de las
principales economías que alimente tendencias proteccionistas y
discriminatorias, estuvo muy presente en los debates. Por ello al apreciarse
el estado de salud delicado de la Rueda Doha, se la colocó en el
telón de fondo de una crisis internacional cuyo alcance global
es aún imprevisible, pero que tiene notorias implicancias que trascienden
al plano financiero en la cual se originó. Al así hacerlo,
se tornó evidente la importancia política que tiene el concluir
pronto con las actuales negociaciones comerciales multilaterales.
Dos preguntas estuvieron presentes en el análisis allí
efectuado sobre las perspectivas de la Rueda Doha: ¿es aún
posible concluirla antes de fin de este año? Y si no lo fuera ¿qué
impacto tendría en el sistema de la OMC un fracaso o una dilación
que podría ser de varios años?
No hubo respuestas contundentes. Pero sí puede destacarse una
aparente convicción de que si hubiera suficiente voluntad política,
es factible concluir con las negociaciones antes de fin de este año.
Factible no quiere decir de que ello será así. En un contexto
global de marcadas incertidumbres, la complejidad de las cuestiones que
se enfrentan en la Rueda Doha, la multiplicidad de protagonistas, la debilidad
de algunos de los liderazgos políticos, explican un relativo pesimismo
sobre su futuro.
De atenernos a lo manifestado por algunos de los principales protagonistas
de la Rueda Doha presentes en Davos -incluyendo a Pascal Lamy, el Director
General de la OMC-, la voluntad política de concluirla sí
existe. De acordarse en un plazo corto las modalidades de la negociación
-esto es, números, metas, plazos y sensibilidades- ello es aún
factible. En los primeros días de febrero, los responsables de
los grupos de negaciones agrícolas y de productos no agrícolas
(NAMA), habrán presentado sus propuestas revisadas. Debería
luego abrirse una negociación horizontal que comprenda las propuestas
en ambos sectores. Una próxima reunión ministerial, que
podría concretarse en marzo o abril, sería la indicación
más clara de que el objetivo puede lograrse. Serían necesarios
luego entre seis y ocho meses para concluir las negociaciones, incluyendo
los otros temas que configuran el single undertaking (ver al respecto
el análisis efectuado bajo el título "Davos meet urges
new push for doha deal, amidst economic uncertainty", en Bridges
Weekly Trade News Digest, publicación del ITCSD, Volume 12, Number
3, 30 January 2008 (en http://www.itcsd.org),
así como la presentación de Pascal Lamy, Director General
de la OMC, en la reunión de Jefes de Delegaciones del Comité
de Negociaciones Comerciales, del 30 de enero 2008).
El problema es que los incentivos para negociar pueden disminuir en la
medida que sigan predominando intereses defensivos sobre los ofensivos.
Los cambios estructurales que se están produciendo en el comercio
de productos agrícolas -un cuadro de demanda ilimitada y de restricciones
por el lado de la oferta-, las dificultades para atender las múltiples
sensibilidades tanto en el plano agrícola como en el industrial,
pueden ser factores que contribuyan a un escenario de dilación
prolongada -se estima que en tal caso antes del 2010 sería difícil
concluir-.
El hecho que varios países -incluso China- están reduciendo
o eliminando sus aranceles a las importaciones de productos agrícolas,
podría acentuar las dudas en países exportadores sobre las
ventajas de tener que efectuar contrapartidas en productos industriales
y en servicios. ¿Porqué hacerlo si de todas formas ya están
obteniendo el acceso a mercados que significan una demanda creciente que
no siempre podrán satisfacer - al menos en plazos cortos y medianos
- por limitaciones del lado de la oferta? Es una buena pregunta, pero
cabe recordar que tales aperturas unilaterales de mercados son precarias.
No significan obtener lo que sí puede resultar de las negociaciones
multilaterales, esto es, la consolidación de las aperturas comerciales
en compromisos exigibles e irreversibles.
Por otro lado, existe conciencia sobre los impactos sistémicos
negativos de un eventual fracaso. Peter Mandelson, el negociador europeo,
lo dijo con claridad: de no concluirse este año los países
procurarán alternativas a través de acuerdos preferenciales.
Según él ello no sería negativo para el sistema comercial
multilateral. Con razón muchos tienen dudas al respecto.
Las incertidumbres que se han acentuado en el escenario internacional
global, sin bien por un lado tornan más difíciles las negociaciones,
deberían ser un incentivo a concluirlas este año. Aún
cuando, eventualmente, fuera necesario disminuir sus ambiciones. Lo importante
es evitar una erosión adicional del sistema multilateral y preservar
en los resultados que se logren, un equilibrio proporcionado de los intereses
en juego.
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