Los resultados de las elecciones recientes en Brasil y en los Estados
Unidos, contribuyen a despejar algunas incertidumbres con respecto al
futuro de las negociaciones comerciales internacionales en las que participa
la Argentina. Muchas sin embargo quedan en pie y otras nuevas se han abierto.
En el caso del Brasil, la reelección de Lula tiene al menos tres
efectos en relación al Mercosur. Ellos son el que ahora el Presidente
tiene por delante cuatro años de mandato; el de una legitimidad
democrática renovada y el de su experiencia de gobierno. Ello significa
que si esa es su intención, se le ha abierto una oportunidad de
marcar con su liderazgo la construcción del Mercosur, en una forma
compatible para los objetivos más globales de la estrategia de
inserción internacional del Brasil. Al igual que para la Argentina
y los otros socios, cada vez es más obvio que el Mercosur no agota
las opciones en materia de negociaciones comerciales internacionales de
sus países miembros. Por el contrario, su sentido ha sido siempre
y sigue siendo, el potenciarlas.
Difícil que tal liderazgo pueda ser individual. En el espacio
sudamericano, ni el Brasil tiene la dimensión económica
ni los recursos necesarios para aspirar a un liderazgo individual y excluyente.
Tampoco lo tienen los otros países de la región. La capacidad
de cada país, incluyendo el Brasil, para incidir en la evolución
de las relaciones económicas en la región, dependerá
en gran medida de la habilidad para construir coaliciones estables que
permitan ejercer un liderazgo colectivo. Por lo demás, es preciso
tener presente que una eventual competencia por el liderazgo regional
- tendencia que suele observarse ocasionalmente, incluso a veces magnificada
por la prensa y por los analistas -, podría ser la antesala para
convertir el hecho geográfico de la vecindad inevitable, en una
realidad que potencie tendencias a la fragmentación y a conflictos
difíciles de resolver en la práctica.
En tal perspectiva, la articulación del Brasil especialmente con
la Argentina y con Chile, tendrá un peso decisivo en el desafío
que significa transformar un espacio geográfico compartido en un
espacio orientado a la cooperación y a la integración. Esto
es, como una alternativa a lo que suele ser una tendencia histórica
natural entre naciones contiguas, que es precisamente la mencionada tendencia
a la fragmentación y al conflicto.
Tres podrían ser las tentaciones de la diplomacia brasileña
en el nuevo período gubernamental del Presidente Lula. La primera
sería la de imaginar que el Mercosur es predominantemente el Brasil.
Esto es, que lo que conviene a su país, conviene al Mercosur y
que su país interpreta y refleja el interés común
de sus socios. Para quienes pudieran inclinarse a tal perspectiva, el
Brasil habría ya obtenido del Mercosur lo que necesitaba - especialmente
en su relación con la Argentina -, y no existirían estímulos
políticos y económicos a aceptar nuevos compromisos y reglas
de juego que le impongan limitaciones a su estrategia individual de inserción
comercial en la región, pero sobre todo, en el mundo.
La segunda tentación sería la de imaginar un Mercosur de
utilería. Esto es, un proceso de integración en el que las
apariencias mediáticas sean más importantes que las realidades.
Es una tentación que ha prevalecido por mucho tiempo en la historia
de la integración latinoamericana. En tal perspectiva, lo importante
sería producir hechos de impacto público - interno y externo
- pero no necesariamente asumir nuevos compromisos firmes y exigibles,
que lleven a una integración profunda entre los socios. Tal tentación
podría llevar incluso a licuar los compromisos ya asumidos en el
Mercosur, diluyéndolos en la construcción de un espacio
de cooperación más amplio - y más difuso en sus efectos
prácticos - especialmente en torno a la idea aún poco definida
de una Comunidad Sudamericana de Naciones. En tal sentido, la próxima
Cumbre Sudamericana a realizarse en Cochabamba los días 8 y 9 de
diciembre, no parecería que fuera a producir resultados concretos,
si se toman en cuenta lo que ha trascendido de lo acordado en la reunión
preparatoria celebrada el 24 de noviembre en Santiago de Chile. Los interrogantes
abiertos sobre la conveniencia de que tal Comunidad pudiera tener un alcance
latinoamericano - idea en la cual no es ajena la diplomacia mexicana -,
contribuyen quizás a explicar ciertas resistencias a formalizar
tal iniciativa sudamericana con un Tratado que sea vinculante. Por el
momento, tal Tratado habría quedado para una próxima Cumbre.
Y la tercera tentación sería la de reproducir en el plano
sudamericano, lo que aparenta ser la estrategia comercial americana en
el Hemisferio. Esto es, una red de acuerdos bilaterales preferenciales
con epicentro, en un caso en el Brasil, en el otro en los Estados Unidos.
El predominio de iniciativas bilaterales en el propio Mercosur - incluyendo
las relaciones comerciales con la Argentina, pero también con el
Paraguay y el Uruguay - podrían estar reflejando en cierto modo
tal tentación.
Sin perjuicio de que dichas tentaciones pudieran existir, se observan
a la vez al menos tres posibles líneas de acción a través
de las cuales Lula podría marcar, desde el inicio de su próximo
mandato, la construcción de un espacio sudamericano de integración
que presuponga el fortalecimiento y la profundización del Mercosur.
La primera es la de plantear en vísperas de la Cumbre de diciembre
- o de enero ya que se ha instalado la idea de postergar su realización
-, aprovechando la Presidencia Pro-Tempore que ejerce este semestre el
Brasil, iniciativas fuertes y concretas con respecto al Mercosur. Iniciativas
que vayan más allá de la puesta en funcionamiento -ya acordada
- del Fondo de Convergencias Estructurales - de especial interés
para el Paraguay y el Uruguay - y del Parlamento del Mercosur - cuya instalación
formal se producirá en el mes de diciembre, tras la aprobación
parlamentaria del respectivo Protocolo -. Ellas no excluirían una
estrategia de alcance sudamericano e incluso latinoamericano. Por el contrario,
podrían fortalecerla y es por ello que es razonable esperar que
sean las que finalmente predominen, al menos con una visión optimista
del futuro de la región.
Tales iniciativas podrían referirse, en primer lugar, a la transparencia
en las propuestas que se debaten entre los socios - que sean todas accesibles
por Internet -; a una institucionalización basada en el modelo
de la Dirección General de la OMC - se está negociando actualmente
una revisión institucional cuyos alcances no han trascendido a
la ciudadanía -, y a la aceptación por los dos socios mayores
- esto es la Argentina y el Brasil - de efectivas disciplinas colectivas,
tanto en materia de acceso a sus mercados como de sus políticas
públicas que inciden en la competencia intra-regional.
En segundo lugar, podrían estar orientadas a construir una relación
funcional entre un Mercosur que profundice efectivamente sus compromisos
de integración económica y la idea, un poco más difusa,
de una Comunidad Sudamericana de Naciones. Aún cuando ésta
no se institucionalice, como se señaló antes, podría
ser un ámbito de impulso político de iniciativas concretas
para el desarrollo de la necesaria infraestructura física del comercio
regional - en el marco de la iniciativa conocida como IRSA (ver www.iirsa.org)
- y para la preservación de un clima de cooperación regional
funcional a la estabilidad política y a la consolidación
de las democracias en los países miembros. Tal iniciativa complementaría
las acciones en principio pactadas para generar un espacio de libre comercio
en el ámbito de la ALADI (ver www.aladi.org),
para lo cual se han avanzado propuestas concretas que permitan una mayor
convergencia de la actual red de acuerdos de alcance parcial concluidos
en los últimos años, incluyendo el acuerdo de complementación
económica entre el Mercosur y la Comunidad Andina de Naciones (ver
los documentos respectivos en www.mercosur.int).
Y, en tercer lugar, podrían estar orientadas a generar un debate
profundo sobre la integración energética en América
del Sur, que conduzcan a la concreción de reglas de juego estables
que aseguren condiciones de inversiones y de abastecimiento entre los
socios. El Tratado de la Carta de Energía puede ser un precedente.
La importancia de este frente en la concreción de un planteamiento
de integración en el espacio geográfico sudamericano, lo
ilustra las actuales tensiones que se observan en el espacio europeo,
en torno a la articulación de los intereses entre Rusia y los países
de la Unión Europea, especialmente en lo que se refiere a las condiciones
de producción y comercio del gas.
A su vez los resultados de la renovación parlamentaria a comienzos
de noviembre en los Estados Unidos, han abierto fuertes interrogantes
sobre la futura estrategia de Washington en el plano de las negociaciones
comerciales internacionales (ver al respecto, entre otros análisis,
el de Simon J.Evenett y Michael Meier, "The US Congressional Elections
in 2006: What Implications for US Trade Policy?", del 9 de noviembre
2006 en www.simon.evenettnisg.ch).
Más precisamente, los interrogantes son sobre la posibilidad que
el Presidente Bush pueda obtener el apoyo del Congreso para continuar
con la estrategia negociadora desarrollada hasta el presente. Todo indica
que el predominio demócrata - y los antecedentes de varios de los
nuevos legisladores - pueden generar dificultades adicionales a las ya
existentes, sea por su eventual propensión proteccionista o por
la posible demanda de incluir cláusulas ambientales y laborales
en los acuerdos comerciales que se celebren.
En tres planos tales dificultades pueden ser más evidentes. El
primero es el de la aprobación parlamentaria a acuerdos de libre
comercio ya concluidos con Colombia y con Perú. El segundo es el
del futuro de acuerdos de libre comercio que actualmente están
siendo negociados (ver al respecto, www.ustr.gov).
Y el tercero y más fundamental, es el de la eventual prórroga
del Trade Promotion Authority que vence a fines de junio próximo
y que podría ser necesaria a fin de concluir en el 2007 la actual
Rueda Doha.
En los tres planos mencionados los pronósticos por el momento
son inciertos y cautelosos. Sólo podrán despejarse una vez
que asuman los Senadores y Representantes recientemente electos. Pero
también lo son, por el hecho que las incertidumbres que caracterizan
el actual escenario internacional - entre otros, Corea del Norte, Irak
y Medio Oriente, son algunas de las principales fuentes más notorias
de posibles alteraciones drásticas a las proyecciones que se efectúan
sobre la evolución del cuadro político internacional -,
pudieran introducir nuevos factores de imprevisibilidad en el comportamiento
futuro del Congreso americano.
Por otro lado, una pregunta domina hoy todos los debates y análisis
sobre el futuro de las negociaciones comerciales internacionales (este
fue un tema debatido en el Multi-Stakeholder Dialogue III, realizado en
el IMD en Lausanne los días 10 al 12 de noviembre, convocado por
el Evian Group y la Fundación Friedrich Ebert, ver www.eviangroup.org).
Tal pregunta es la siguiente: ¿es que es factible relanzar la
Rueda Doha a fin de que concluya durante el año próximo?
Tres datos al respecto son ciertos.
El primero es que las negociaciones están formalmente suspendidas,
aún cuando en los últimos días de noviembre han recomenzado
en Ginebra los trabajos a nivel técnico (ver al respecto Bridges
Weekly Trade News Digest, volume 10, number 39 del 22 de noviembre 2006,
en www.ictsd.org, así
como las palabras de Pascal Lamy, Director General de la OMC, en la reunión
informal del Comité de Negociaciones Comerciales, en Ginebra el
16 de noviembre 2006 y luego en Montevideo, el 22 de noviembre 2006, en
ocasión del seminario de conmemoración del vigésimo
aniversario del lanzamiento de la Rueda Uruguay, en www.wto.org).
El segundo y más importante, es que los nudos que la trabaron
- fundamentalmente el agrícola - siguen con bajas posibilidades
de desatarse.
Y el tercero es el ya mencionado, en el sentido que las elecciones americanas
no anticipan un Congreso inclinado a prorrogar la autorización
que tiene el Presidente Bush para negociar - al menos sin imponer condiciones
inaceptables para los países en desarrollo -.
Si se preserva el nivel de ambición que se tuvo en el 2001 en
Doha, parecería difícil que en estos pocos meses se logre
lo que no se pudo en cinco años de negociaciones. Una razón
fundamental es que el mapa de la competencia económica global -
tanto cuestiones centrales como protagonistas - ha sufrido desde entonces
fuerte alteraciones. La importancia creciente de grandes economías
emergentes - no sólo China - y el nuevo vínculo entre agricultura
y energía - resaltado con acierto por Ted Turner en un reciente
Foro Público en la OMC (ver este Newsletter del mes de octubre
2006) -, son sólo algunos factores que están incidiendo
en la Rueda Doha. La importancia del tema de la "mundialización"
en la campaña electoral francesa, ilustra sobre la sensibilidad
que las opiniones públicas tienen sobre los efectos de la nueva
realidad global en la preservación de fuentes de producción
y empleo. Un acuerdo ambicioso significaría para los gobiernos
de países industrializados claves, costos políticos elevados
en el corto plazo y sólo beneficios económicos tangibles
en el largo plazo.
Lo recomendable parecería ser entonces reducir las expectativas
de lo que se pueda lograr con la Rueda Doha y concluirla lo antes posible
(en tal sentido se pronuncia Peter Sutherland, el ex Director General
del GATT y de la OMC, en su conferencia en Chatham House, el 14 de noviembre
de 2006, ver al respecto Bridges Weekly Trade News, volume 10, number
38, del 15 de noviembre, en www.ictsd.org).
No es tampoco fácil, ya que implicaría un complejo ejercicio
de equilibrio de intereses entre 150 países. Sean mediocres o ambiciosos
sus resultados, la cuestión del balance de costos y beneficios
para países con tantas diferencias de desarrollo, es siempre crucial.
Pero si esa fuera la opción razonable, lo fundamental es incluir
entre sus resultados una agenda de trabajo futuro, que sea ambiciosa en
cuanto al vínculo entre el sistema de la OMC y el desarrollo económico.
Si así no fuera, lo que resulte de la Rueda Doha será percibido
como un fracaso. Y entonces el costo lo pagaría la OMC, que podría
deslizarse gradualmente hacia lo peor que le pudiera ocurrir. Esto es,
su inclinación hacia una gradual pero creciente irrelevancia.
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