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  Félix Peña

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INTERROGANTES SOBRE EL FUTURO:
Las negociaciones comerciales tras las elecciones en Brasil y en los EEUU.

por Félix Peña
Noviembre 2006


Los resultados de las elecciones recientes en Brasil y en los Estados Unidos, contribuyen a despejar algunas incertidumbres con respecto al futuro de las negociaciones comerciales internacionales en las que participa la Argentina. Muchas sin embargo quedan en pie y otras nuevas se han abierto.

En el caso del Brasil, la reelección de Lula tiene al menos tres efectos en relación al Mercosur. Ellos son el que ahora el Presidente tiene por delante cuatro años de mandato; el de una legitimidad democrática renovada y el de su experiencia de gobierno. Ello significa que si esa es su intención, se le ha abierto una oportunidad de marcar con su liderazgo la construcción del Mercosur, en una forma compatible para los objetivos más globales de la estrategia de inserción internacional del Brasil. Al igual que para la Argentina y los otros socios, cada vez es más obvio que el Mercosur no agota las opciones en materia de negociaciones comerciales internacionales de sus países miembros. Por el contrario, su sentido ha sido siempre y sigue siendo, el potenciarlas.

Difícil que tal liderazgo pueda ser individual. En el espacio sudamericano, ni el Brasil tiene la dimensión económica ni los recursos necesarios para aspirar a un liderazgo individual y excluyente. Tampoco lo tienen los otros países de la región. La capacidad de cada país, incluyendo el Brasil, para incidir en la evolución de las relaciones económicas en la región, dependerá en gran medida de la habilidad para construir coaliciones estables que permitan ejercer un liderazgo colectivo. Por lo demás, es preciso tener presente que una eventual competencia por el liderazgo regional - tendencia que suele observarse ocasionalmente, incluso a veces magnificada por la prensa y por los analistas -, podría ser la antesala para convertir el hecho geográfico de la vecindad inevitable, en una realidad que potencie tendencias a la fragmentación y a conflictos difíciles de resolver en la práctica.

En tal perspectiva, la articulación del Brasil especialmente con la Argentina y con Chile, tendrá un peso decisivo en el desafío que significa transformar un espacio geográfico compartido en un espacio orientado a la cooperación y a la integración. Esto es, como una alternativa a lo que suele ser una tendencia histórica natural entre naciones contiguas, que es precisamente la mencionada tendencia a la fragmentación y al conflicto.

Tres podrían ser las tentaciones de la diplomacia brasileña en el nuevo período gubernamental del Presidente Lula. La primera sería la de imaginar que el Mercosur es predominantemente el Brasil. Esto es, que lo que conviene a su país, conviene al Mercosur y que su país interpreta y refleja el interés común de sus socios. Para quienes pudieran inclinarse a tal perspectiva, el Brasil habría ya obtenido del Mercosur lo que necesitaba - especialmente en su relación con la Argentina -, y no existirían estímulos políticos y económicos a aceptar nuevos compromisos y reglas de juego que le impongan limitaciones a su estrategia individual de inserción comercial en la región, pero sobre todo, en el mundo.

La segunda tentación sería la de imaginar un Mercosur de utilería. Esto es, un proceso de integración en el que las apariencias mediáticas sean más importantes que las realidades. Es una tentación que ha prevalecido por mucho tiempo en la historia de la integración latinoamericana. En tal perspectiva, lo importante sería producir hechos de impacto público - interno y externo - pero no necesariamente asumir nuevos compromisos firmes y exigibles, que lleven a una integración profunda entre los socios. Tal tentación podría llevar incluso a licuar los compromisos ya asumidos en el Mercosur, diluyéndolos en la construcción de un espacio de cooperación más amplio - y más difuso en sus efectos prácticos - especialmente en torno a la idea aún poco definida de una Comunidad Sudamericana de Naciones. En tal sentido, la próxima Cumbre Sudamericana a realizarse en Cochabamba los días 8 y 9 de diciembre, no parecería que fuera a producir resultados concretos, si se toman en cuenta lo que ha trascendido de lo acordado en la reunión preparatoria celebrada el 24 de noviembre en Santiago de Chile. Los interrogantes abiertos sobre la conveniencia de que tal Comunidad pudiera tener un alcance latinoamericano - idea en la cual no es ajena la diplomacia mexicana -, contribuyen quizás a explicar ciertas resistencias a formalizar tal iniciativa sudamericana con un Tratado que sea vinculante. Por el momento, tal Tratado habría quedado para una próxima Cumbre.

Y la tercera tentación sería la de reproducir en el plano sudamericano, lo que aparenta ser la estrategia comercial americana en el Hemisferio. Esto es, una red de acuerdos bilaterales preferenciales con epicentro, en un caso en el Brasil, en el otro en los Estados Unidos. El predominio de iniciativas bilaterales en el propio Mercosur - incluyendo las relaciones comerciales con la Argentina, pero también con el Paraguay y el Uruguay - podrían estar reflejando en cierto modo tal tentación.

Sin perjuicio de que dichas tentaciones pudieran existir, se observan a la vez al menos tres posibles líneas de acción a través de las cuales Lula podría marcar, desde el inicio de su próximo mandato, la construcción de un espacio sudamericano de integración que presuponga el fortalecimiento y la profundización del Mercosur.

La primera es la de plantear en vísperas de la Cumbre de diciembre - o de enero ya que se ha instalado la idea de postergar su realización -, aprovechando la Presidencia Pro-Tempore que ejerce este semestre el Brasil, iniciativas fuertes y concretas con respecto al Mercosur. Iniciativas que vayan más allá de la puesta en funcionamiento -ya acordada - del Fondo de Convergencias Estructurales - de especial interés para el Paraguay y el Uruguay - y del Parlamento del Mercosur - cuya instalación formal se producirá en el mes de diciembre, tras la aprobación parlamentaria del respectivo Protocolo -. Ellas no excluirían una estrategia de alcance sudamericano e incluso latinoamericano. Por el contrario, podrían fortalecerla y es por ello que es razonable esperar que sean las que finalmente predominen, al menos con una visión optimista del futuro de la región.

Tales iniciativas podrían referirse, en primer lugar, a la transparencia en las propuestas que se debaten entre los socios - que sean todas accesibles por Internet -; a una institucionalización basada en el modelo de la Dirección General de la OMC - se está negociando actualmente una revisión institucional cuyos alcances no han trascendido a la ciudadanía -, y a la aceptación por los dos socios mayores - esto es la Argentina y el Brasil - de efectivas disciplinas colectivas, tanto en materia de acceso a sus mercados como de sus políticas públicas que inciden en la competencia intra-regional.

En segundo lugar, podrían estar orientadas a construir una relación funcional entre un Mercosur que profundice efectivamente sus compromisos de integración económica y la idea, un poco más difusa, de una Comunidad Sudamericana de Naciones. Aún cuando ésta no se institucionalice, como se señaló antes, podría ser un ámbito de impulso político de iniciativas concretas para el desarrollo de la necesaria infraestructura física del comercio regional - en el marco de la iniciativa conocida como IRSA (ver www.iirsa.org) - y para la preservación de un clima de cooperación regional funcional a la estabilidad política y a la consolidación de las democracias en los países miembros. Tal iniciativa complementaría las acciones en principio pactadas para generar un espacio de libre comercio en el ámbito de la ALADI (ver www.aladi.org), para lo cual se han avanzado propuestas concretas que permitan una mayor convergencia de la actual red de acuerdos de alcance parcial concluidos en los últimos años, incluyendo el acuerdo de complementación económica entre el Mercosur y la Comunidad Andina de Naciones (ver los documentos respectivos en www.mercosur.int).

Y, en tercer lugar, podrían estar orientadas a generar un debate profundo sobre la integración energética en América del Sur, que conduzcan a la concreción de reglas de juego estables que aseguren condiciones de inversiones y de abastecimiento entre los socios. El Tratado de la Carta de Energía puede ser un precedente. La importancia de este frente en la concreción de un planteamiento de integración en el espacio geográfico sudamericano, lo ilustra las actuales tensiones que se observan en el espacio europeo, en torno a la articulación de los intereses entre Rusia y los países de la Unión Europea, especialmente en lo que se refiere a las condiciones de producción y comercio del gas.

A su vez los resultados de la renovación parlamentaria a comienzos de noviembre en los Estados Unidos, han abierto fuertes interrogantes sobre la futura estrategia de Washington en el plano de las negociaciones comerciales internacionales (ver al respecto, entre otros análisis, el de Simon J.Evenett y Michael Meier, "The US Congressional Elections in 2006: What Implications for US Trade Policy?", del 9 de noviembre 2006 en www.simon.evenettnisg.ch). Más precisamente, los interrogantes son sobre la posibilidad que el Presidente Bush pueda obtener el apoyo del Congreso para continuar con la estrategia negociadora desarrollada hasta el presente. Todo indica que el predominio demócrata - y los antecedentes de varios de los nuevos legisladores - pueden generar dificultades adicionales a las ya existentes, sea por su eventual propensión proteccionista o por la posible demanda de incluir cláusulas ambientales y laborales en los acuerdos comerciales que se celebren.

En tres planos tales dificultades pueden ser más evidentes. El primero es el de la aprobación parlamentaria a acuerdos de libre comercio ya concluidos con Colombia y con Perú. El segundo es el del futuro de acuerdos de libre comercio que actualmente están siendo negociados (ver al respecto, www.ustr.gov). Y el tercero y más fundamental, es el de la eventual prórroga del Trade Promotion Authority que vence a fines de junio próximo y que podría ser necesaria a fin de concluir en el 2007 la actual Rueda Doha.

En los tres planos mencionados los pronósticos por el momento son inciertos y cautelosos. Sólo podrán despejarse una vez que asuman los Senadores y Representantes recientemente electos. Pero también lo son, por el hecho que las incertidumbres que caracterizan el actual escenario internacional - entre otros, Corea del Norte, Irak y Medio Oriente, son algunas de las principales fuentes más notorias de posibles alteraciones drásticas a las proyecciones que se efectúan sobre la evolución del cuadro político internacional -, pudieran introducir nuevos factores de imprevisibilidad en el comportamiento futuro del Congreso americano.

Por otro lado, una pregunta domina hoy todos los debates y análisis sobre el futuro de las negociaciones comerciales internacionales (este fue un tema debatido en el Multi-Stakeholder Dialogue III, realizado en el IMD en Lausanne los días 10 al 12 de noviembre, convocado por el Evian Group y la Fundación Friedrich Ebert, ver www.eviangroup.org).

Tal pregunta es la siguiente: ¿es que es factible relanzar la Rueda Doha a fin de que concluya durante el año próximo? Tres datos al respecto son ciertos.

El primero es que las negociaciones están formalmente suspendidas, aún cuando en los últimos días de noviembre han recomenzado en Ginebra los trabajos a nivel técnico (ver al respecto Bridges Weekly Trade News Digest, volume 10, number 39 del 22 de noviembre 2006, en www.ictsd.org, así como las palabras de Pascal Lamy, Director General de la OMC, en la reunión informal del Comité de Negociaciones Comerciales, en Ginebra el 16 de noviembre 2006 y luego en Montevideo, el 22 de noviembre 2006, en ocasión del seminario de conmemoración del vigésimo aniversario del lanzamiento de la Rueda Uruguay, en www.wto.org).

El segundo y más importante, es que los nudos que la trabaron - fundamentalmente el agrícola - siguen con bajas posibilidades de desatarse.

Y el tercero es el ya mencionado, en el sentido que las elecciones americanas no anticipan un Congreso inclinado a prorrogar la autorización que tiene el Presidente Bush para negociar - al menos sin imponer condiciones inaceptables para los países en desarrollo -.

Si se preserva el nivel de ambición que se tuvo en el 2001 en Doha, parecería difícil que en estos pocos meses se logre lo que no se pudo en cinco años de negociaciones. Una razón fundamental es que el mapa de la competencia económica global - tanto cuestiones centrales como protagonistas - ha sufrido desde entonces fuerte alteraciones. La importancia creciente de grandes economías emergentes - no sólo China - y el nuevo vínculo entre agricultura y energía - resaltado con acierto por Ted Turner en un reciente Foro Público en la OMC (ver este Newsletter del mes de octubre 2006) -, son sólo algunos factores que están incidiendo en la Rueda Doha. La importancia del tema de la "mundialización" en la campaña electoral francesa, ilustra sobre la sensibilidad que las opiniones públicas tienen sobre los efectos de la nueva realidad global en la preservación de fuentes de producción y empleo. Un acuerdo ambicioso significaría para los gobiernos de países industrializados claves, costos políticos elevados en el corto plazo y sólo beneficios económicos tangibles en el largo plazo.

Lo recomendable parecería ser entonces reducir las expectativas de lo que se pueda lograr con la Rueda Doha y concluirla lo antes posible (en tal sentido se pronuncia Peter Sutherland, el ex Director General del GATT y de la OMC, en su conferencia en Chatham House, el 14 de noviembre de 2006, ver al respecto Bridges Weekly Trade News, volume 10, number 38, del 15 de noviembre, en www.ictsd.org). No es tampoco fácil, ya que implicaría un complejo ejercicio de equilibrio de intereses entre 150 países. Sean mediocres o ambiciosos sus resultados, la cuestión del balance de costos y beneficios para países con tantas diferencias de desarrollo, es siempre crucial.

Pero si esa fuera la opción razonable, lo fundamental es incluir entre sus resultados una agenda de trabajo futuro, que sea ambiciosa en cuanto al vínculo entre el sistema de la OMC y el desarrollo económico. Si así no fuera, lo que resulte de la Rueda Doha será percibido como un fracaso. Y entonces el costo lo pagaría la OMC, que podría deslizarse gradualmente hacia lo peor que le pudiera ocurrir. Esto es, su inclinación hacia una gradual pero creciente irrelevancia.


Félix Peña es Director del Instituto de Comercio Internacional de la Fundación ICBC; Director de la Maestría en Relaciones Comerciales Internacionales de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF); Miembro del Comité Ejecutivo del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI). Miembro del Brains Trust del Evian Group. Ampliar trayectoria.

http://www.felixpena.com.ar | info@felixpena.com.ar


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