¿La tensión entre tener que enfrentar los costos internacionales
de un fracaso de la Rueda Doha o, por el contrario, los costos políticos
internos de su eventual éxito, se ha acrecentado en estas semanas
previas a la Conferencia Ministerial de la Organización Mundial
del Comercio (OMC) a realizarse en Hong Kong en diciembre próximo
(ver este Newsletter del mes de julio pasado).
Es que por un lado, muchos gobiernos y negociadores están concientes
de los altos costos internacionales que tendría un fracaso de las
negociaciones comerciales multilaterales lanzadas en 2001 en Doha. Son
fundamentalmente costos relacionados con la posible erosión de
la legitimidad y eficacia del sistema comercial multilateral global institucionalizado
en la OMC. Pero son costos cuyos plenos efectos probablemente se notarían
sólo en el mediano y largo plazo.
Se tiene conciencia que en un contexto mundial de débil crecimiento
económico, y en el que predominan fuertes tendencias al proteccionismo
-estimuladas por los efectos del nuevo protagonismo de China e India en
el comercio mundial de bienes y de servicios- y a la proliferación
de acuerdos comerciales preferenciales -fenómeno en el que participan
ahora activamente países asiáticos relevantes, como Japón
y China-, una crisis de la OMC podría tener serios impactos en
el comercio mundial de bienes y de servicios.
Tal eventual crisis significaría, como mínimo, una sustancial
demora en el logro del objetivo de avanzar en el desmantelamiento de subsidios
y restricciones al comercio de productos agrícolas. Implicaría
además, un retroceso en el desarrollo de disciplinas colectivas
en el comercio mundial e, incluso, en la eficacia del sistema de solución
de controversias de la OMC. Sería este un cuadro de situación
que no parece convenir a ningún país.
Claramente no sería conveniente para la Argentina y sus socios
del Mercosur, con fuertes intereses agrícolas, con un comercio
exterior diversificado especialmente en el destino de sus exportaciones
y con baja capacidad para incidir en la formación de reglas de
juego del comercio mundial y para desarrollar una competencia agresiva
en materia de acuerdos comerciales preferenciales (ver al respecto, este
Newsletter de agosto pasado).
Pero a su vez, los costos del éxito -esto es, de una Rueda Doha
con resultados equilibrados y ambiciosos- pueden ser altos en el plano
político interno de algunos de los principales protagonistas de
estas negociaciones. Son costos que se pueden medir en plazos cortos en
las elecciones. Además, los acuerdos que se logren deben ser luego
ratificados por los respectivos Parlamentos. Las dificultades observadas
en el Congreso americano con motivo de la aprobación por un estrecho
margen del CAFTA-RD (ver al respecto este Newsletter de septiembre último)
y, en particular, el rechazo de la ciudadanía francesa a la nueva
Constitución europea (ver al respecto este Newsletter de junio
pasado), han puesto en evidencia la sensibilidad política de las
cuestiones relacionadas con las aperturas de los mercados y con las modificaciones
de las actuales políticas agrícolas.
En el caso de la Unión Europea tales cuestiones han introducido,
por lo demás, diferencias sustanciales entre los países
miembros reflejadas en las respectivas posiciones de los gobiernos de
Gran Bretaña y de Francia. Tales diferencias se han puesto de manifiesto
al promediar este mes de octubre, en el cuestionamiento que el gobierno
francés ha efectuado a planteamientos efectuados por Peter Mandelson,
el principal negociador comercial de la Comisión Europea. Paris
ha entendido que el Comisario Mandelson se extralimitó en su mandato
negociador al avanzar sus propuestas en materia agrícola. Ese cuestionamiento
explica en gran medida el fracaso de la última reunión del
influyente grupo de los 5 -Estados Unidos, Unión Europea, Australia,
India y Brasil- realizada en Ginebra durante los días 19 y 20 de
este mes de octubre. Tal fracaso ha acrecentado la incertidumbre que reina
sobre las posibilidades que la Conferencia Ministerial prevista para Hong
Kong, pueda lograr un mínimo de resultados que sean suficientes
para asegurar que la Rueda Doha pueda culminar hacia finales del año
próximo. Se sabe que esa sería la oportunidad, ya que en
junio de 2007 vence la actual autorización del Congreso americano
al Presidente para celebrar negociaciones comerciales internacionales.
Se ha señalado antes que tal mandato difícilmente sería
renovado, especialmente sin han fracasado las negociaciones de la Rueda
Doha.
Los principales protagonistas se imputan la responsabilidad del punto
crítico que se ha alcanzado en las negociaciones. Los Estados Unidos
consideran que la Unión Europea y en particular Francia, no están
dispuestas a efectuar avances sustanciales en sus propuestas, en particular
en materia de subsidios internos y de apertura de sus mercados agrícolas
-en especial por requerir la inclusión de una lista amplia de productos
sensibles-. También cuestionan la posición de los países
de fuerte protección a su producción agrícola, como
son Japón y Corea, entre otros. A su vez, la Unión Europea
considera que las propuestas americanas son insuficientes en materia de
eliminación de subsidios a la producción y en especial a
las exportaciones -en particular por las distintas modalidades de créditos
a las exportaciones y de ayuda alimentaria-. El Grupo de los 20, en el
que participa la Argentina, junto con Brasil, India y otros países,
considera que tanto las propuestas agrícolas de los Estados Unidos
como las de la Unión Europea son insuficientes para lograr un acuerdo
equilibrado.
Y, finalmente, tanto la Unión Europea como los Estados Unidos,
imputan a Brasil y a los países del Grupo de los 20, el no estar
dispuestos a efectuar suficientes aperturas de sus mercados para productos
industriales y para servicios.
El 21 de octubre, Pascal Lamy, el Director General de la OMC, efectuó
una exhortación a los Estados Unidos y a la Unión Europea
a realizar mayores concesiones en materia agrícola, a fin de permitir
un avance real en las negociaciones antes de la Conferencia Ministerial
de Hong Kong. La impresión predominante es que el tiempo va a ser
escaso para poder llegar a acuerdos que permitan un balance entre intereses
manifiestamente contrapuestos. La complejidad técnica de los distintos
aspectos de las negociaciones contribuye a tal impresión.
Al promediar el mes de octubre, la pregunta principal entonces es saber
si finalmente el temor a los costos internacionales de un eventual fracaso,
será suficiente motivación para que los principales protagonistas
decidan finalmente enfrentar los costos políticos internos de un
eventual acuerdo.
Los más optimistas consideran que las tensiones puestas de manifiesto
en las últimas reuniones, son la resultante del hecho que finalmente
se está llegando a un punto crítico en que todos los protagonistas
tienen que poner sus cartas sobre la mesa. Se citan al respecto precedentes
de otras negociaciones, especialmente las de la Rueda Uruguay, donde también
el espectro de un fracaso fue la antesala a la conclusión de los
acuerdos que se lograron. Consideran que las propuestas avanzadas por
los Estados Unidos en los tres pilares de la cuestión agrícola
implican un progreso en la buena dirección (ver al respecto, la
propuesta avanzada por el USTR, en el documento "U.S. Proposal for
WTO Agriculture Negotiations", del 10 de octubre 2005, en www.ustr.gov
, así como otras notas informativas sobre la posición americana);
que la Unión Europea, necesita aún tiempo para conciliar
las posiciones divergentes entre sus socios, y que los países del
Grupo de los 20, especialmente Brasil e India, están indicando
disposición a poner sobre la mesa sus reales propuestas en relación
a los productos industriales y a los servicios (sobre las últimas
reuniones negociadoras desarrolladas en el mes de octubre, ver Bridges,
Weekly Trade News Digest, 19 October 2005, en www.ictsd.org).
En esta perspectiva más optimista, el ruido actual puede ser efectivamente
la antesala al momento en que se logre finalmente el punto de equilibrio
entre todos los intereses en juego. Pero dado lo contradictorio de tales
intereses y la creciente dificultad de desarrollar la ingeniería
del consenso entre 148 países -que son los miembros hoy de la OMC-,
el espacio para mantener una visión optimista es muy reducido.
Entre tanto, otras prioridades ocuparán en las próximas
semanas la atención de nuestro país y de los demás
países hemisféricos. Concretamente se trata de la próxima
Cumbre de las Américas a realizarse a principios de noviembre en
Mar del Plata. El Presidente Bush a confirmado su presencia. Pero también
en este plano los resultados son inciertos, especialmente en cuanto a
lo que los Presidentes podrán señalizar con respecto a la
idea de concretar un área de libre comercio de las Américas.
En vísperas de esta nueva Cumbre cabe preguntarse sobre cuál
es la situación actual del libre comercio hemisférico. Han
pasado quince años desde que el Presidente Bush (padre) lanzara
la Iniciativa de las Américas; once años desde que en la
Cumbre de Miami se planteara el objetivo del Área de Libre Comercio
de las Américas (ALCA) y siete años desde que se iniciaran
las negociaciones entre 34 países.
Tras todos estos años, los siguientes son los rasgos que sobresalen
en el actual cuadro de situación. Por un lado, se observa una significativa
fragmentación del sistema comercial hemisférico en múltiples
redes de acuerdo de libre comercio -siendo la enhebrada por los Estados
Unidos la principal -. Por otro lado, se observa también una tendencia
a la profundización de tal fragmentación - por ejemplo,
la reciente conclusión del CAFTA-RD, y las negociaciones de los
Estados Unidos con tres países andinos que podrían concluir
antes de fin de noviembre -. Y en tercer lugar, es evidente la crisis
del diseño de libre comercio acordado en 1994 en Miami y reformado
también en Miami en 2003.
Ante tal cuadro de situación, puede constatarse que la propuesta
original del libre comercio hemisférico presenta al menos tres
problemas principales. Uno es de eficacia, ya que no se han logrado los
resultados originalmente propuestos. El otro es de erosión de su
legitimidad, ya que el proceso negociador ha perdido credibilidad y sustento
político en muchos países y sectores. Y el tercero es que
no aparecen indicaciones claras sobre cómo seguir adelante.
Al menos dos factores pueden explicar la falta de los resultados esperados.
El primero es el de los profundos cambios que desde 1990 se han producido
en el contexto internacional, en el regional y en el interno de muchos
de los países participantes. En particular, el mapa de la competencia
económica internacional de hoy tiene diferencias sustanciales con
el de aquél entonces. El nuevo protagonismo chino y de otras grandes
economías emergentes, es sólo uno de los ingredientes del
cuadro de situación. El proyecto hemisférico no puede ignorar
estas realidades. El segundo es que hubo fallas sustanciales de diseño.
Leyendo lo acordado en la Cumbre de Miami, resulta claro que se conocía
lo difícil que sería construir un zona de libre comercio
entre un grupo tan numeroso y heterogéneo de países. Ya
entonces fueron evidentes diferentes perspectivas en torno al desarrollo
de la idea estratégica. Se observó, por un lado, el intento
de impulsar a escala hemisférica el "modelo NAFTA" y,
por el otro, el de construir el pilar comercial a partir de acuerdos subregionales
y de redes de libre comercio compatibles entre sí.
Precisar qué es lo que está en crisis parece esencial ahora
para seguir adelante. ¿Es la idea estratégica hemisférica?
¿O es, por el contrario, el camino que conducirá a su realización,
incluyendo las metodologías empleadas en las negociaciones?
Concebida como la vinculación entre el comercio, la democracia
y el desarrollo sustentable -tal como fuera formulada en 1994- la idea
estratégica hemisférica sigue siendo válida. Siendo
así, lo recomendable será concentrarse en la renovación
del diseño y de los métodos para negociar su construcción.
Ese sería ya de por sí un resultado positivo de la Cumbre
de Mar del Plata.
Para ello parece necesario aceptar lo que es evidente. Existen en el
hemisferio pluralidad de realidades, de perspectivas y de intereses. Reconocerlas
parece un paso indispensable a fin de concentrarse en una estrategia de
conexión sistemática de los distintos acuerdos y redes hoy
existentes. Sería ingenuo insistir en un modelo único.
Un eslabón está notoriamente ausente en la cadena de acuerdos
que permitan desarrollar el pilar comercial de la idea estratégica
hemisférica. Involucra los espacios económicos de mayor
potencial de desarrollo de la región. Se trata del eslabón
conformado por los Estados Unidos y el Mercosur -el "4+1"-.
En una visión pragmática podría existir la tentación
de reducirlo al eje Brasil y los Estados Unidos, simbolizado en la actual
presidencia conjunta, de hecho ya superada. Se trata sin embargo de una
visión simplista, tan pronto se toma en cuenta la importancia que
la calidad de la relación entre la Argentina y el Brasil tiene
para el pilar democracia de la idea estratégica hemisférica,
en particular en relación a un espacio sudamericano con manifiestas
turbulencias y tendencias alarmantes. Más allá de sus evidentes
dificultades y su déficit de eficacia, lo cierto es que el Mercosur
visto en la perspectiva de la idea estratégica hemisférica,
en sus tres pilares sustanciales, es un bien público que no sólo
debe preservarse, pero que fortalecido podría implicar una contribución
valiosa al predominio de la racionalidad en la región.
La Cumbre de Mar del Plata puede ser una oportunidad para relanzar negociaciones
en el marco del artículo 5º del acuerdo "4+1" que
se firmara en 1991, sin que parezca conveniente aún avanzar en
la definición de una agenda concreta. Ella debería resultar
de una primera reunión de trabajo a nivel, preferentemente, de
representantes personales de los respectivos Presidentes y con una activa
presencia del sector privado.
Sin embargo, no parece ser ese un escenario probable. El hecho que se
haya anunciado en Salamanca -en ocasión de la última Cumbre
Iberoamericana- el ingreso de Venezuela como miembro pleno del Mercosur,
podría incluso tornar más hipotético tal escenario
a pesar de ser uno recomendable. Un dato a tener en cuenta al respecto
es que aún cuando fuera miembro del Mercosur, Venezuela no es país
signatario del mencionado acuerdo "4+1".
Lo concreto es que no está claro aún el alcance del anuncio
realizado por el Presidente Chávez en Salamanca. Hasta el momento,
los gobiernos de Argentina y del Brasil no han efectuado pronunciamientos
formales oficiales sobre el alcance del mencionado anuncio. Sólo
ha habido declaraciones de prensa de distintos funcionarios expresando
una actitud positiva con respecto al anuncio.
Al respecto cabe tener en cuenta que, por un lado Venezuela ya tiene
status de país asociado del Mercosur (Decisión CMC nº
42/04). Por otro lado, el artículo 20 del Tratado de Asunción
prevé que todo país miembro de la Asociación Latinoamericana
de Integración (ALADI) podrá solicitar su adhesión
al Mercosur. Pero, a su vez, establece que tal adhesión deberá
efectuarse mediante negociación y que la aprobación de la
solicitud deberá ser objeto de decisión unánime de
los cuatro socios.
En particular fuentes uruguayas han señalado que tal decisión
podría adoptarse en ocasión de la Cumbre del Mercosur, a
realizarse en Montevideo en diciembre próximo. En tal caso, tres
complejas cuestiones deberán ser luego tenidas en cuenta. La primera
es la incorporación de Venezuela -que a su vez es país miembro
de la Comunidad Andina- al régimen de libre comercio intra-Mercosur.
La segunda es la adaptación de su arancel comercial, al Arancel
Externo del Mercosur. Y la tercera es la incorporación al ordenamiento
jurídico interno de Venezuela de todos los compromisos ya asumidos
por los países del Mercosur y que forman parte integral del Tratado
de Asunción, incluyendo por ejemplo, el Protocolo de Olivos sobre
solución de controversias.
La negociación que tendrá que desarrollarse para definir
las condiciones de la eventual incorporación de Venezuela como
miembro pleno del Mercosur, debería ser recogida luego en un instrumento
jurídico internacional multilateral, firmado por los cinco países
y debidamente ratificado por sus respectivos Parlamentos. Si ello fuera
así, el proceso de incorporación demandaría un cierto
tiempo, probablemente un año.
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