La reunión de la Organización Mundial del Comercio en
Cancún, concluyó el 14 de septiembre sin que los 146 países
miembros pudieran llegar a adoptar el proyecto de declaración ministerial
presentado a su consideración el día anterior (www.ictsd.org).
El abrupto final de ese domingo por la tarde sorprendió. No porque
un fracaso no estuviera dentro de lo previsible. Pero sí porque
se habían logrado hasta ese momento, algunos avances significativos
en la cuestión más complicada que era la de la agricultura.
Cuando se levantó la reunión, faltaban aún varias
horas para continuar negociando y el proyecto de declaración, presentado
el 13 de diciembre, no había sido aún tratado precisamente
en relación a la cuestión agrícola.
Por lo menos dos cuestiones relevantes para la Argentina y el Mercosur,
surgen tras el fracaso de Cancún.
La primera tiene relación con el futuro de las negociaciones iniciadas
dos años antes en Doha y, aún más, con el propio
futuro de la OMC.
Se observa al respecto una tendencia firme -en muchos negociadores y
analistas- a no interpretar los resultados de Cancún como un fracaso
de la OMC. De los muchos artículos escritos al respecto, merece
destacarse el de un experimentado negociador y ex Director de la OMC,
Peter Sutherland, en el Financial Times del 18 de septiembre, p. 17 ("Cancún
was a setback but not a tragedy"). Sutherland preside hoy un consejo
consultivo del Director General de la OMC -integrado por experimentados
expertos en comercio internacional y en las negociaciones comerciales
de la OMC-, del cuál pueden esperarse ideas relevantes para el
futuro.
Lo razonable es considerar que Cancún ha significado un tropiezo
fuerte en un proceso negociador que debe continuar. De hecho, la próxima
etapa será la reunión del Consejo de la OMC el 15 de diciembre
en Ginebra. La eventual prórroga de la "cláusula de
paz" será una cuestión central (ver al respecto la
nota del autor, en el Suplemento Comercio Exterior de La Nación,
del martes 16 de septiembre, columna "Radar Internacional",
p. 12). Pero lo cierto es que lo ocurrido, acrecienta el pesimismo sobre
que se puedan concluir las negociaciones en los plazos originalmente previstos
en Doha, esto es, antes de fin del año próximo. Revertir
tal pesimismo será todo un desafío para los países
con mayor capacidad de liderazgo en la OMC, incluyendo al propio Grupo
de los 20 que integran entre otros, Argentina, Brasil, México y
Chile.
Lo más probable ahora es que se requiera mucho más tiempo
para que culmine con éxito el proceso negociador iniciado en Doha.
Ello al menos por tres razones. La primera es que las diferencias en torno
a la agenda negociadora -excesivamente amplia- son sustanciales y profundas.
La cuestión agrícola sigue siendo el principal foco de disidencias.
Pero no el único. De hecho, Cancún colapsó cuando
se constató la irreconciliable diferencia existente en torno a
los llamados temas de Singapur (inversiones, competencia, compras gubernamentales
y facilitación del comercio). Alivianar la agenda negociadora,
preservando el principio del equilibrio y del "single undertaking"
puede ser necesario para un lograr resultados razonables, en plazos también
razonables. La segunda razón es que los Estados Unidos han entrado
ya en pleno proceso electoral -con resultado incierto-, y hasta noviembre
del 2004 será difícil lograr en el Congreso americano respaldo
a cualquier modificación futura del Farm Hill. Y a su vez, la Unión
Europea deberá procesar los efectos de la incorporación
de los nuevos países miembros sobre su propia gobernabilidad y,
en particular, sobre su futura política agrícola común.
La tercera razón es que el tiempo disponible para concluir con
éxito las negociaciones -aún en la hipótesis de un
resultado intermedio que implique algún progreso sustancial en
todas las cuestiones relevantes de la agenda, incluyendo la cuestión
agrícola, para luego seguir negociando- es ahora muy corto.
Pero el principal problema que habrá que enfrentar en lo inmediato,
es que Cancún ha puesto de manifiesto serias deficiencias en la
capacidad de los mecanismos de trabajo de la OMC para articular los consensos
que se requieren. Se ha instalado la idea de que algo no funciona en la
"fabricación" de los consensos entre 146 países
-y el número tiende a aumentar- con marcadas diferencias de intereses,
de grados de desarrollo y de capacidades negociadoras. En particular,
Cancún ha puesto en evidencia fuertes clivajes entre los países
industrializados y los países en desarrollo -e incluso entre los
propios países en desarrollo- que la maquinaria institucional no
permite procesar adecuadamente. En los viejos tiempos -en particular en
la etapa del GATT, pero incluso en la pasada Rueda Uruguay- los países
industrializados, con el liderazgo de los Estados Unidos y de la Unión
Europea, tenían poder suficiente para definir la agenda negociadora
y para incidir en sus resultados. Un ejemplo es el acuerdo Blair House,
entre los Estados Unidos y la Unión Europea, que incidió
decisivamente en la conclusión de la Rueda Uruguay, aún
cuando estaba lejos de satisfacer los intereses de países como
la Argentina y sus socios del Mercosur.
En Cancún, por el contrario, fue el acuerdo agrícola entre
los dos protagonistas principales del mundo industrializado, lo que precipitó
la formación de una nueva coalición, el originalmente denominado
grupo de los 20, que se articuló en torno al liderazgo del Brasil,
Sudáfrica y la Argentina, y que tuvo la habilidad de lograr incluir
a la India y a China, países que no siempre han compartido la posición
que en materia agrícola tienen los tres países que convocaron,
por iniciativa del Brasil, al nuevo grupo.
La aparición del G.20 y su influencia en Cancún, sorprendió
y por momentos irritó a los negociadores americanos y europeos.
Pero lo cierto es que se constituyó en un factor importante en
el desarrollo de la reunión. Es un grupo heterogéneo y su
futuro también es incierto. Ha demostrado capacidad para neutralizar
un liderazgo de los Estados Unidos y de la Unión Europea, que se
tradujo en una propuesta insuficiente -incluso fue considerada inaceptable-
en relación a la cuestión agrícola. Deberá
demostrar en el futuro lo que no tuvo tiempo de lograr en Cancún,
esto es, que también tiene la capacidad para incidir decisivamente
en la articulación del necesario consenso.
El desafío ahora es de evitar que el fracaso de Cancún
se refleje en un debilitamiento extremo de la propia OMC. No parece ello
ser de interés de ningún país. Pero menos de los
que tienen una limitada capacidad para incidir en la definición
de las reglas de juego del comercio internacional, como es el caso concreto
de la Argentina e incluso del Mercosur.
El riesgo es que los países industrializados consideren que es
más conveniente a sus intereses el buscar mecanismos alternativos
a la OMC. Una posibilidad cierta es la de que se produzca un recrudecimiento
del desarrollo de acuerdos preferenciales bilaterales, en particular entre
los Estados Unidos y un grupo creciente de países en desarrollo,
e incluso con países como Australia. Altos funcionarios americanos
han sido muy claros en tal sentido, luego del fracaso de Cancún.
Ello podría fragmentar y finalmente erosionar el principio de no
discriminación, que es esencial en el sistema multilateral global.
Otra posibilidad es que los países industrializados busquen desarrollar
acuerdos comerciales entre ellos. La vieja idea de una zona de libre comercio
transatlántica, entre los Estados Unidos y la Unión Europea,
puede volver a resurgir. O alguna variante original e inimaginable al
momento actual.
En lo inmediato, la idea de que a través de la OMC no es posible
lograr acuerdos razonables, puede no sólo estimular la multiplicación
de acuerdos bilaterales y/o regionales. También puede fortalecer
en los países industrializados, las tendencias proteccionistas
y el recurso a acciones unilaterales discriminatorias en el comercio internacional.
Todo ello implicaría un creciente debilitamiento del sistema comercial
multilateral global y alejaría las posibilidades de alterar, quizás
por mucho tiempo, las políticas agrícolas del mundo industrializado.
No parece un escenario conveniente ni para la Argentina, ni para sus socios
del Mercosur.
La segunda cuestión relevante se relaciona con el futuro de las
negociaciones de la Argentina y el Mercosur, en el ALCA y con la Unión
Europea. La muy probable dilación de las negociaciones agrícolas
en la OMC, tendría un impacto aún difícil de predecir
en ambas negociaciones.
En relación al ALCA, las posibilidades de concluir las negociaciones
en la fecha prevista -enero de 2005- dependerán de lo que ocurra
en la reunión Ministerial de Miami, los días 20 y 21 de
noviembre próximo. Antes, entre el 29 de septiembre y el 3 de octubre
se reunirá en Puerto España (Trinidad y Tobago), el Comité
de Negociaciones Comerciales. Su principal objetivo será evaluar
los resultados técnicos alcanzados en cada uno de los Grupos Negociadores.
De allí deberá surgir la propuesta que considerarán
los Ministros en Miami, sobre el formato final que adoptará la
negociación hemisférica. Luego de lo ocurrido en Cancún,
tampoco hay que descartar un fracaso en Miami. O al menos un resultado
insuficiente para todos.
En la perspectiva de la Argentina y del Mercosur, lo fundamental ahora
es conocer la reacción final de los Estados Unidos a la idea de
que las negociaciones de acceso a mercados para bienes agrícolas
e industriales se realice en el formato "4+1". Lo mismo ocurriría
con las inversiones y servicios. Las cuestiones de los subsidios agrícolas,
de la defensa comercial, de la propiedad intelectual y de la política
de competencia quedarían para el ámbito multilateral de
la OMC. Sin embargo, podrían incluirse mecanismos en materia de
subsidios a la exportación -especie de "pactos de no agresión"-
como el incluido hace varios años en el acuerdo de libre comercio
entre Canadá y los Estados Unidos. Las demás reglas que
inciden sobre el comercio -por ejemplo, régimen de origen y salvaguardias-,
así como el sistema de solución de controversias, serían
definidas para todos los países en el nivel del ALCA. Es la fórmula
que se ha denominado de los tres carriles para las negociaciones, esto
es, el del "4+1" dentro del ALCA, el del propio ALCA de alcance
hemisférico, y el de la OMC. Un componente importante del desarrollo
del ALCA, será el Programa de Cooperación Hemisférica,
aprobado en la última reunión ministerial de Quito, en noviembre
pasado. Al respecto habrá una reunión con potenciales donantes
en Washington, los días 14 y 15 de octubre próximo. El BID
ya ha aprobado un programa al respecto (www.iadb.org).
En relación a la Unión Europea, está prevista la
reunión de negociadores comerciales a nivel ministerial para el
mes de octubre, en Bruselas. Tres temas serán prioritarios: la
evaluación general del estado de las negociaciones; el inicio de
la etapa final de las negociaciones, y la discusión sobre el borrador
de texto consolidado del Acuerdo de Asociación Interregional. Es
intención del Mercosur presentar una propuesta de texto único
conteniendo los consensos y disensos existentes en cada uno de los temas
y disciplinas del futuro acuerdo. A su vez, el sector empresario tendrá
su propia reunión en Brasilia, los días 28 y 30 de octubre,
en el marco del Foro Empresario Mercosur-Unión Europea (MEBF) (www.mebf.arcelor.com).
Por lo menos tres conclusiones preliminares pueden extraerse, en una
perspectiva argentina, a la luz de los resultados de Cancún y teniendo
en cuenta las próximas etapas de las negociaciones comerciales
en las que participa nuestro país.
La primera es que debemos asumir la idea de que negociar en la OMC es
una tarea permanente, que adquiere luz pública en ocasiones relevantes
como fue Cancún, pero que requiere atención constante del
gobierno y de los sectores interesados.
La segunda conclusión, es que la calidad de las coaliciones que
se enhebren para negociar, impactan en el logro de lo que al país
le conviene. En Cancún operaron por lo menos cinco coaliciones
significativas, una de las cuáles -el G.20 en el participó
activamente la Argentina- tuvo un papel relevante. Son coaliciones dinámicas,
de geometría variable y casuísticas. No son permanentes
ni tienen un carácter ideológico. Como todo en la OMC, se
enhebran en torno al logro de intereses nacionales muy concretos. Siempre,
en última instancia, se vinculan con la necesidad de preservar
o generar fuentes de empleo. Un país como la Argentina, con un
papel marginal en el comercio mundial de bienes y de servicios, y con
algunos problemas de imagen, no puede sobreactuar, ni le conviene enhebrar
alianzas exclusivas ni excluyentes.
La tercera conclusión, es que la organización nacional
para negociar es más importante cuánto menor es el poder
de negociación de un país. Ella es la resultante de una
"cadena de valor" dinámica e interactiva. Todos los eslabones
demandan profesionalidad y continuidad en los esfuerzos. La debilidad
de unos afecta los otros. Si los funcionarios que negocian cambian continuamente
o si no siempre tienen experiencia previa; si la información oficial
relevante no es fácilmente accesible por Internet -como es el caso
de Australia- sin necesidad de telefonear al Ministro o a los negociadores;
si la representación empresaria -y sindical- es dispersa y no se
sustenta en "think tanks" propios o contratados; si la actividad
académica no asume toda la complejidad de las negociaciones -incluyendo
el enfoque interdisciplinario entre factores políticos, económicos
y legales, y el evitar afirmaciones que no se sustenten en investigaciones
rigurosas (por ejemplo, sobre los efectos de la Rueda Uruguay)- y, en
particular, si todo ello ocurre simultáneamente, entonces es factible
que el país tenga dificultades a la hora de definir lo que le conviene
y puede obtener, con realismo, en las mesas negociadoras.
En relación a ello, tres hechos positivos merecen ser destacados
de la reciente experiencia de la Argentina en Cancún. El primero
es precisamente la calidad de la interacción entre los negociadores
gubernamentales y el grupo numeroso de representantes privados que asistió
a Cancún. Ello está reflejando un trabajo profesional intenso
de unos y otros, y los frutos del mecanismo que ha establecido la Cancillería
a través del Consejo de Comercio Internacional, cuya sexta reunión
se celebró en el Palacio San Martín el pasado 19 de septiembre,
precisamente para informar sobre los resultados de Cancún y sobre
los pasos futuros. El segundo hecho positivo, es el de la participación
activa de la Argentina en la constitución del G.20 y en su protagonismo
en Cancún. El tercero es el del creciente profesionalismo que se
observa en la cobertura de prensa de las negociaciones, en particular
en relación a la cuestión agrícola, tal como se refleja
por ejemplo, en los Suplementos "Rural" del Clarín y
"Campo" de La Nación, ambos del sábado 20 de septiembre.
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