Este trabajo tiene por objeto plantear algunos interrogantes e ideas
en torno a la participación de la Argentina en la formación
del sistema latinoamericano de naciones. Entendemos participación
como capacidad para ejercer una influencia real sobre los acontecimientos
a efectos de otorgarles un signo determinado. [1] Además, pretendemos
esbozar algunas grandes líneas de un proyecto nacional para Latinoamérica
que procure asegurar la viabilidad de los países que la componen
como unidades autónomas del sistema internacional.
1
Argentina: la "dependencia consentida"
Puede afirmarse que, históricamente, Argentina ha sido un país
en situación de dependencia, total y formal primero, y luego parcial
e informal. Dependencia total y formal sería la situación
prevaleciente en el período colonial, en el que el sistema local
de decisiones está centrado en una autoridad administrativa designada
por la metrópoli. Dependencia parcial e informal sería la
situación que tiende a consolidarse a partir de la organización
nacional y, fundamentalmente, con la inserción de nuestra economía
en el sistema de división internacional del trabajo centrado en
Gran Bretaña. Se caracterizaría esta situación por
la existencia de un sistema nacional de decisiones, formalmente institucionalizado
e independiente de toda injerencia externa -"soberano"-, pero
fuertemente condicionado por la forma de vinculación externa. Es
lo que se ha llamado un sistema "penetrado", en el que algunos
de los actores significativos del sistema político nacional son,
a su vez, actores significativos de otro sistema político. [2]
Estos actores actúan como grupos de vinculación externa
y "penetran" el sistema nacional de decisiones, limitando de
hecho y en ciertos aspectos su autonomía frente al exterior.
Lo que más llama la atención de este último período
-que comienza a agotarse, aun cuando no lo percibiéramos tan pronto,
hacia los comienzos de la década de 1930-, es que lo que hoy en
día se considera que fue una situación de "dependencia':
con toda la connotación valorativa que el término implica,
no haya sido percibida como tal por los actores nacionales de la época.
Al menos, no existen contestaciones significativas al modelo de inserción
externa predominante, y en ese sentido es interesante analizar la continuidad
básica de nuestra política exterior en todo el período,
a pesar del cambio político que implica el acceso del radicalismo
al poder. Podría, entonces, hablarse en el caso argentino de una
situación de dependencia consentida.
La falta de contestación de esta situación de dependencia
que hemos caracterizado como parcial e informal podría quizá
ser explicada teniendo en cuenta, entre otros, los factores que presentaremos
a continuación. En primer lugar, por el hecho de que el modelo
de vinculación externa se ajustaba en sus grandes líneas
al proyecto nacional de la "generación del 80". Resulta
difícil saber si la citada generación "realizó"
un proyecto nacional de inserción en el sistema internacional,
o si, por el contrario, se afirmó como grupo "dominante interno
al recibir el apoyo de Gran Bretaña, a cuyo interés nacional
parecía adaptarse la función que dicha generación
asignaba a la Argentina en el mundo. Probablemente deba rechazarse en
este caso una explicación "monista", pero sí cabe
investigar más aún el impacto político interno del
modelo de vinculación externa que prevalece a partir de la década
del 80, a efectos de comprender mejor la capacidad de la citada generación
para concretar un proyecto nacional. Lo cierto es que el grupo dominante
era "europeísta", en la medida en que valoraba los modelos
europeos para su desarrollo político, económico y cultural,
y en que valoraba sus mercados. Pero esa europeización no se limita
al grupo dominante, ya que como consecuencia de la inmigración
masiva se extiende a sectores mayoritarios de la población. Ello
puede explicar el que no surgiera en el país una contestación
significativa a una política basada en considerar a Europa como
el principal "modelo" y "mercado" para la Argentina.
El vincularse a Gran Bretaña y a las potencias centrales de la
época no era percibido como una "dependencia" sino como
la oportunidad de realizarse como nación moderna y progresista,
y ocupar un status elevado en la pirámide internacional del poder
y del prestigio. Y es un hecho que la Argentina se percibía a sí
misma, y era percibida desde el exterior, como un país de rango
elevado y de gran futuro. Lo que la Argentina aportaba al sistema internacional
a través de Gran Bretaña y Europa -carnes, lanas y cereales-
era valorado, y esto satisfacía a un pueblo con una fuerte tendencia
a la autovaloración. Este es otro factor que explica la dependencia
consentida: la mayoría del país percibía beneficios
en la forma en que éste se vinculaba al exterior. El modelo de
vinculación externa producía beneficios y éstos eran
notorios en el nivel de vida de parte de la población urbana.
Debe tenerse en cuenta, por otro lado, la influencia decisiva que ha
tenido, en el caso de la Argentina, su situación geográfica.
Centrado siempre sobre Europa -España primero, luego Gran Bretaña-,
el país puede ser asimilado a una isla, y como tal su vinculación
al "mundo" sólo se ha efectuado por mar. De ahí
que en el análisis de la forma en que el país se ha insertado
en el mundo tenga importancia la variable distancia física y el
modo de superarla. La Argentina ha sido siempre un país distante
del "centro" del mundo. Ello explica su constante marginalidad
con respecto a los conflictos bélicos de las grandes potencias.
Y explica la importancia adquirida por quienes controlaron en las distintas
épocas la forma de superar esa distancia: es decir, el transporte
marítimo. El país nunca controló el transporte marítimo
de su comercio exterior, y este hecho acentuó la dependencia externa
de su economía. No sólo el crecimiento interno dependía
de la demanda externa y de sus fluctuaciones, sino que se dependía
de quienes controlaban los circuitos de transporte y de comercialización
de lo que el país exportaba. Y por sobre todo, el país nunca
tuvo una influencia en el proceso de innovación tecnológica
que contribuiría con el tiempo a acortar su distancia física
con respecto del centro del mundo. En el período que nos interesa,
entonces, puede afirmarse que el país fue una isla sin el control
de los medios de vinculación física con el resto del mundo.
Y este mismo hecho puede explicar el que se aceptara la delimitación
que como consecuencia del control externo de los medios de vinculación
sufría el concepto "mundo": "mundo" era Gran
Bretaña y Europa y a él se llegaba con los medios que los
países centrales proveían. Para llegar al "resto del
mundo", supuesto el caso que se quisiera, era necesario o el consentimiento
de quienes controlaban los circuitos de transporte y comercialización
externa, o el obtener una mayor autonomía marítima mediante
el desarrollo de medios de transporte propios. Para evaluar el comportamiento
de quienes no eligieron esto último, se debería confrontar
el costo que ello hubiera implicado con los beneficios que se podrían
haber derivado de un modelo alternativo de inserción en el sistema
internacional.
En última instancia, el consenso sobre el modelo de vinculación
externa prevaleciente se refleja en el hecho de que no se buscara un modelo
alternativo o que implícitamente se lo rechazara. Cuanto más,
hubo variantes en la conducción de las relaciones con Gran Bretaña
dentro del marco del modelo de inserción. En 1890, la propuesta
de los Estados Unidos sobre la que giró la Primera Conferencia
Americana de Washington implicaba, de ser aceptada, un modelo alternativo
al de la inserción en el sistema británico. La propuesta
fue rechazada, y en su rechazo jugó un papel importante la delegación
argentina. Pero si resulta comprensible esta actitud de la Argentina,
es más difícil comprender la ausencia a través del
tiempo de una política argentina orientada a crear en América
Latina una alternativa o un complemento al modelo de vinculación
externa prevalente.
Ocurre, además, que si bien formalmente la Argentina obtuvo un
cierto triunfo diplomático en la conferencia del 90, no pudo evitar
que en los años siguientes se fuera real izando el objetivo que
de hecho perseguían los Estados Unidos desde el momento en que
comenzaron a valorar los mercados latinoamericanos. y en todo el período
en que se gesta y consolida el "interamericanismo" la política
de la Argentina en el área está orientada, más que
a aumentar su influencia real y a definir un, subsistema internacional
"latinoamericano", a impedir primero que la presencia americana
alterara sustancial mente el esquema de su propia inserción en
el sistema internacional, y luego a limitar la influencia regional de
los Estados Unidos. [3]
2
Caracterización de la dependencia
La política exterior del período de dependencia consentida
se nos presenta fundamentalmente como una política en 'la que predominan
objetivos de "autopreservación" en el sentido de Wolfers,
[4] por sobre los de "auto-expansión". La Argentina defiende
ante todo su modelo de vinculación externa, posiblemente porque
en éste percibía beneficios y no los percibía en
modelos alternativos. El objetivo de preservar un orden de cosas existente
parece conducirnos gradualmente a negar la búsqueda de una alternativa
y a negar de hecho la posibilidad de expandirnos en el sistema internacional.
El caso argentino parece mostrarnos que un país que, a través
de un modelo particular de vinculación externa, basado en el cumplimiento
de una función significativa para una potencia central del sistema
internacional, alcanza una mejor posición dentro de la pirámide
internacional del poder y una elevación sustancial de su nivel
de vida, tiende a desarrollar un tipo de política exterior defensiva
en la que se valora la preservación del modelo por sobre todo cambio
posible o deseable del mismo. Y esta negación implícita
de los objetivos de "auto-expansión" parece ser la que
de hecho consolida una situación de dependencia, ya que el país
acepta el condicionamiento externo de 'su desarrollo económico
y político, sin pretender controlarlo ni mucho menos alterarlo.
La falta de objetivos de "auto-expansión", la anulación
del espíritu de dominación, el predominio de la actitud
defensiva, parecen hacer perder con el tiempo la capacidad no sólo
para alterar el contexto externo, sino, lo que es más serio aún,
para prever con tiempo los posibles cambios que se operan en dicho contexto
externo. Y éste parece ser el caso de la Argentina, que comienza
a comprender los cambios de estructura operados a partir de la Primera
Guerra Mundial en el sistema de potencias centrales recién en la
década del 40, cuando estos cambios ya habían producido
todos sus efectos sobre nuestro modelo de vinculación externa.
De ahí esa sensación de frustración, de "expulsión
del paraíso" a que se refiere Grondona, [5] que tienen, aún
hoy, argentinos "de las viejas generaciones.
Argentina, sobre todo la Argentina de Perón con sus nacionalizaciones
y su política exterior, no altera, por su propia voluntad y por
no considerarlo favorable, su modelo de vinculación externa. Percibe
tarde el hecho consumado del agotamiento del modelo, y comprende también
tarde que había comenzado un período en que su situación
continúa siendo de dependencia, pero esta vez no consentida ni
privilegiada.
Podría argumentarse que durante mucho tiempo los Estados Unidos
estuvieron vinculados al sistema británico de una forma similar
a la de la Argentina. En parte es cierto. Pero debe tenerse en cuenta
que si bien los Estados Unidos obtuvieron beneficios de su vinculación
con Gran Bretaña, nunca renunciaron a sus objetivos de "auto-expansión"
ni a crearse un contexto externo favorable a su voluntad ya manifiesta
de industrializarse. Y es aquí donde probablemente encontremos
la diferencia más importante entre los casos de los Estados Unidos
y de la Argentina, y una de las explicaciones al distinto tipo de política
exterior de ambos países. Al industrializarse, los Estados Unidos
se ven obligados a hacer lo que hace todo país industrializado
vender productos en el exterior y, en particular, diversificar sus mercados.
Estados Unidos comienza a valorar a todo país, y en especial a
los de América Latina, como posible mercado, y no concentra sus
relaciones con aquel que resultaba su principal comprador de productos
primarios. El modelo de inserción en el sistema de división
internacional del trabajo como proveedor de productos primarios "es
aceptado por los Estados Unidos, pero sólo como un aspecto de la
totalidad de su modelo de vinculación al sistema internacional,
pues al mismo tiempo comienza a desempeñar un rol de país
industrial izado y a comportarse en el esquema de división del
trabajo como potencia central. La Argentina, en cambio, renuncia a la
complementación de modelos de vinculación externa al negarse
a la industrialización: no necesita entonces diversificar mercados,
no valorao los otros países en tal sentido, y sólo necesita
defender, y lo hace, el mercado que asegura su progreso y modernización.
Desde este punto de vista, es un país satisfecho. Y se comporta
como tal.
Este análisis esquemático del caso argentino nos permite
extraer una conclusión muy provisoria: lo que parece caracterizar
una situación de dependencia parcial e informal en la que se produce
una elevación del nivel de vida de la población del país
"dependiente" y un aumento de su status internacional, es que
el país tiende a aceptar como satisfactoria la situación
y renuncia a proponerse objetivos de "autoexpansión".
Tengamos en cuenta que la dependencia en cualesquiera de sus formas implica
un grado de dominación por parte de una potencia externa. Dominación
entendida como capacidad para influir decisivamente, por muy distintos
medios, en el contenido de decisiones básicas de una comunidad
nacional. En tal caso, lo contrario de la dependencia parecería
ser, no la independencia que es un estado difícil de definir en
términos que no sean formales, sino la situación de Estado
dominante o al menos con vocación de dominación. Si se acepta
que el sistema internacional global es un campo de acción de unidades
que cooperan, compiten o combaten, [6] y en el que la configuración
de las relaciones de fuerza implica estratificación del poder con
bipolaridad y multipolaridad en la cúspide, observaremos que hay
unidades que dominan y otras que son dominadas. O mejor aún, que
hay unidades que tienen vocación de dominación y unidades
que tienen vocación de dominadas. En un proceso dinámico,
en que el cambio es continuo y a veces rápido, el problema de una
unidad no es tanto el estar en un momento histórico determinado
en situación de dominada, sino el carecer de vocación de
dominación. En la metáfora de Servan-Schreiber, el problema
de un país es saber si tiene vocación de patrón o
vocación de peón. Y es en" esta perspectiva que el
tipo de actitud defensiva frente al contexto externo que se desarrolló
en la Argenti.na en el período de dependencia consentida puede
ser de consecuencias más serias.
3
América Latina: sus contextos externos
Dijimos anteriormente que el sistema internacional es un conjunto de
unidades -Estados-naciones- desiguales, estratificadas unas con respecto
a otras, y en donde, por consiguiente, se dan relaciones de dominación
y subordinación. Con respecto d cada país, los demás
se estratifican de acuerdo a la función que cumplan para la satisfacción
de los objetivos nacionales de ese país.
En nuestra opinión, esta estratificación se establece en
función de lo que los demás países significan para
su supervivencia como unidad autónoma del sistema internacional
(aliado, protector o enemigo); para la adquisición o colocación
de insumos o productos de su sistema económico, es decir como mercados;
y para su forma de concebir la vida en sociedad, su modo de organizarse
y desarrollarse, o sea como modelo. La posibilidad de que un país
impida o posibilite la supervivencia de otro, o que sirva como mercado
para su economía, o como modelo para su desarrollo político
y económico, está a su vez en función del grado de
proximidad física existente entre ambos: la distancia física
es una variable básica para explicar el grado y tipo de interacciones
que se entablan entre las distintas unidades del sistema internacional.
Esta estratificación hace necesario referirse no al contexto externo
de un país concreto, sino a sus contextos externos. [7] Desde la
óptica de un país concreto podríamos distinguir el
contexto contiguo, compuesto por los países fronterizos; el contexto
regional, compuesto por los países que comparten una misma área
geográfica; el contexto de las potencias centrales, compuesto por
los países de mayor poder en el sistema internacional global y
entre los cuales se entabla lo que se ha llamado la "línea
de principal tensión" internacional; y el contexto privilegiado,
compuesto por la potencia o las potencias que cumplen una función
decisiva para la supervivencia del país, o como mercados o modelos
para el mismo.
Una característica central en el período de vida independiente
de la mayoría o de todos los países de América Latina
es la relativa carencia de significación, en su vida interna y
en su política externa, de sus contextos contiguo y regional. [8]
El contexto privilegiado de cada uno de ellos ha estado constituido por
una o dos potencias centrales del sistema internacional, de las cuales
ha dependido su supervivencia como países formalmente autónomos,
en cuyos mercados han colocado sus productos, y de los cuales se han abastecido,
y en donde han buscado sus modelos políticos, económicos
y culturales. El contexto regional sólo ha existido en el plano
de la diplomacia formal, casi siempre en función de las relaciones
con los Estados Unidos. El contexto contiguo ha tenido, desde el punto
de vista de la supervivencia, una importancia más imaginada que
real, y dicha importancia ha estado centrada en las exigencias ciertas
o supuestas de afirmación territorial y alimentada por una necesidad
psicológica de demostrar al mundo que también en América
latina había "equilibrio de poder" y "juego de grandes
potencias". Aun así los conflictos territoriales reales que
se han producido no son comparables, por su gravedad, a los que se producen
por los mismos motivos en otras áreas del mundo. Desde el punto
de vista del mercado, el contexto contiguo también ha sido ¡marginal,
aun cuando las relaciones alcanzaran un nivel significativo, en especial
entre los países del sur. Mayor ha sido la importancia que el contexto
contiguo ha alcanzado como modelo político, económico y
cultural. Sin embargo, el grado de comunicación entre los países
fronterizos ha- sido menor que el existente con las potencias centrales,
y como fuente de ideas ninguna capital ha jugado, para las otras de América
Latina, el papel de las grandes del mundo.
Esta característica central del modelo de vinculación externa
de los países latinoamericanos comienza a cambiar aproximadamente
a partir de la década de 1950, y en los últimos años
dicho cambio se ha acentuado. Los contextos contiguo y regional comienzan
a cobrar una significación mayor en la realidad latinoamericana,
y más aun en la forma en que muchos latinoamericanos imaginan el
futuro de su país en el mundo. Podría hablarse ya del surgimiento
de un "sistema latinoamericano de naciones", como un subsistema
internacional o sistema internacional parcial, en el cual todos los países
tenderán a interactuar en forma significativa entre sí,
y en el que cada uno de ellos constituirá para los otros un elemento
importante en su política interna y externa. Sistema internacional
parcial con su propia configuración de la relación de fuerzas,
sus propias reglas del juego, su propia forma de organizar las relaciones
de poder, sus propias instituciones, y en el cual quienes lo componen
se perciben como una unidad y se diferencian del resto del sistema internacional
en el que se insertan. [9] En el cual, sobre todo, los países comienzan
a percibirse y a buscarse, como mercados y como modelos, y en especial
para asegurar su supervivencia como unidades autónomas en el mundo
futuro.
Hemos hecho mención a una tendencia, y no a una realidad ya concretada.
El actual es un período en el que persisten las características
del anterior, si bien éstas coinciden con las que muchos aspiran
que sean las que predominen en el futuro. Examinaremos a continuación
algunas características de las relaciones latinoamericanas actuales.
4
El sistema latinoamericano de naciones
En la última década las relaciones entre los países
latinoamericanos han estado dominadas por tres temas principales: en los
tres ha tenido una influencia variada pero siempre decisiva la relación
con los Estados Unidos. El primero de los temas ha sido el de la aceptación
o rechazo de la heterogeneidad ideológica dentro de la región.
Guatemala primero, y luego Cuba, fueron la "piedra del escándalo".
La guerra fría había penetrado en América Latina.
El tema fue planteado esencialmente en términos de "seguridad
interna" y llegó a cuestionarse la compatibilidad de la disidencia
ideológica con la participación formal en la vida de relación
del sistema interamericano y aun del subsistema latinoamericano. Por distintos
factores, que no cabe analizar en este artículo, parecería
consolidarse una tendencia entre los componentes latinoamericanos del
sistema interamericano a aceptar la heterogeneidad ideológica en
la medida en que la misma no implique intervención en los asuntos
internos de tos otros países. En otros términos, la actitud
parecería ser la de "pluralismo político y económico",
sí; "exportación de revoluciones", no.
El segundo tema central ha sido el del llamado "proceso de integración
económica". Iniciado formalmente con los proyectos de integración
formulados en los Tratados de Montevideo (1960) y Managua para Centroamérica
(1960) esta idea responde, por un lado, a la penetración en los
países medios y chicos de la región de las ideas elaboradas
primero en la CEPAL, y luego en otros organismos internacionales como
el BI D. Por otro lado, responde a necesidades concretas de los principales
países que comerciaban en América Latina para encontrar
fórmulas que les permitieran mantener sus corrientes de comercio
e ingresar en los esquemas multilaterales que comenzaban a imponerse en
el sistema internacional en materia de comercio y de pagos. La ALALC,
más que un proyecto político imaginado como el comienzo
de la organización de un sistema latinoamericano de naciones"
es visualizada por sus principales actores (Argentina y Brasil) como un
proyecto de índole estrictamente comercial.
Es evidente que en los últimos dos años se ha encarado,
por distintos motivos, un replanteo de los proyectos de integración.
La manifestación más relevante del replanteo lo constituye
el Acuerdo de Cartagena; En una iniciativa que ha correspondido a los
gobiernos del Grupo Andino, y en especial a los presidentes Lleras Restrepo
y Frei, y no a organismos internacionales, los países del Pacífico
han planteado a nivel subregional una estrategia de integración
económica basada en mecanismos de desgravación comercial,
y en particular en una política de distribución de inversiones,
de programación industrial conjunta, de' coordinación de
planes de desarrollo y de una actitud y legislación comunes frente
al capital extranjero. Lo que por mucho tiempo propusieron en el seno
de la ALALC, estos países lo han proyectado finalmente a nivel
subregional: transformar el inicial proyecto "comercialista"
en un audaz proyecto de, integración de sus economías con
profundas motivaciones políticas. Y en especial, el vincular en
este proyecto el tema "integración", es decir la unidad
interna, con el tercer tema a que queremos referimos: el de la unidad
frente a la dependencia externa.
La dependencia externa es' el tercer tema central de la última
década. En el plano económico los países latinoamericanos
entienden que esta dependencia se ha agudizado y ha cambiado de forma,
como consecuencia de la acción en la región de las filiales
de corporaciones internacionales. 'Se teme que éstas, a través
del empleo de técnicas de penetración más sofisticadas,
y en especial a través del control tecnológico, "desnacionalicen'"
las industrias de la región, y "deslatinoamericanicen"
el proceso de integración económica. Un indicador en tal
sentido es el elevado grado de participación de las filiales de
corporaciones internacionales en el comercio intrarregional que de hecho
tienden a convertirlo en comercio interno de estas corporaciones. Los
países latinoamericanos comienzan a visualizar una nueva división
internacional del trabajo, en la cual sus economías se industrializarán
y se insertarán en el sistema económico internacional dominado
por grandes corporaciones localizadas en los países más
industrial izados, pero cumpliendo funciones subalternas y utilizando
tecnología, de "segunda mano". Es decir, anticipan un
mundo futuro en el que han de cumplir una función que se ha llamado
de "países sucursales", quedando marginados del proceso
de innovación científica y tecnológica, con lo que
se consolidaría su dependencia.
Frente a esa "visión" reaccionan. Sea acertada o no
esta forma de imaginar el mundo de un futuro cercano, es' un hecho que
comienza a existir consenso en la región de que es necesario unir
fuerzas para aumentar su poder de negociación frente a las grandes
corporaciones internacionales. Un ejemplo es el régimen común
de inversión extranjera. Otro ejemplo lo constituyen los intentos
de actitud externa común en las negociaciones sobre las preferencias
comerciales y, en general, ante los problemas actuales del comercio internacional
y la colocación de productos en los países industrializados.
5
Argentina en América Latina
¿Qué papel puede desempeñar la Argentina en el proceso
de organización del sistema latinoamericano de naciones?, y ¿qué
papel puede desempeñar América Latina en función
deo una política que tenga como objetivo lograr que nuestro país
sea viable y autónomo en el mundo de los próximos decenios?
Sería imposible intentar aquí una respuesta completa a estas
dos preguntas. Sólo intentaremos plantear a la luz de nuestro análisis
anterior un principio de respuesta que requeriría un examen más
profundo para ser completada.
La idea central que deseamos proponer es la de que la Argentina de los
próximos años deberá cambiar su actitud internacional
defensiva, y en función de una identificación de su interés'
nacional, deberá proponerse objetivos audaces de "auto-expansión",
que le permitan alterar sustancialmente su actual modelo de vinculación
externa, caracterizado por una fuerte dependencia económica con
respecto a los Estados Unidos y otras potencias industrializadas de Occidente,
y por un residuo significativo de la tradicional dependencia cultural
con respecto a Europa. Una característica del nuevo modelo de vinculación
externa ha de ser la de que se privilegiará el contexto contiguo
y el regional, intensificándose en los mismos las interacciones
en función de la seguridad, los mercados,. y los modelos, que el
país necesita obtener y puede proveer, y sin por ello cerrarse
a una apertura al sistema internacional global, y en particular a aquellos
países que comparten los valores privilegiados de nuestra vida
en sociedad. La Argentina debe imaginar y lograr que históricamente
se concrete la organización de un sistema latinoamericano de naciones,
en el que todas las unidades cooperen y compitan y, por cierto, no combatan.
Nuestra idea supone que otros países latinoamericanos intentarán
también concretar objetivos de "auto-expansión"
privilegiando su propio contexto contiguo y el regional. En caso de no
existir esta vocación expansiva en la mayoría de los países
del subsistema latinoamericano, el mismo será débil e incapaz
de alterar la influencia extrazonal. Del equilibrio de poder que se logre,
y de lo acertado de las reglas de juego que se establezcan, dependerá
que el área sea campo de cooperación y competencia, o campo
de combate. Lo que sí creemos excluido, teniendo en cuenta la historia
de las relaciones interlatinoamericanas y la presencia decisiva de una
potencia hegemónica en el área, es la posibilidad de que
un solo país pueda autoexpandirse de forma tal que termine dominando
América Latina.
Un liderazgo de nuestro país en la región sólo se
logrará en la medida en que se tome la iniciativa de proponer reglas
de juego para las relaciones económicas de la región que
satisfagan el interés nacional del país, y que sean aceptables
para los otros países. Lo primordial en este sentido es definir
previamente cuál es, a mediano y largo plazo, ese interés
nacional, pues para negociar es preciso saber qué se quiere lograr
y cómo. Pero es imposible caer en la actitud ingenua de pretender
que durante mucho más tiempo los países del área
han de aceptar que la Argentina satisfaga su interés nacional sin
adoptar medidas requeridas por el interés nacional de los otros
países. Las estadísticas prueban hasta qué punto
el país ha obtenido beneficios de su comercio en el área
de la ALALC, en particular en el comercio de manufacturas, y si las proyecciones
que pueden efectuarse acerca de la evolución de este comercio son
las que justifican la valoración por nuestra parte del área
latinoamericana, también son las que explican las exigencias de
los otros países para obtener contrapartidas especialmente en el
plano de las inversiones.
Creemos que en los tres próximos años se ha de dar una
excelente oportunidad de reformular los proyectos de integración
económica de la región. La forma en que se encarará
la renegociación de estos proyectos, los objetivos, métodos
y plazos que se adoptarán, dependerán en gran parte de:
a) el resultado que hayan obtenido los países del Grupo Andino
en la aplicación del Acuerdo de Cartagena, y b) la situación
de los países latinoamericanos en el contexto económico
internacional, y en especial, de las negociaciones encaradas para obtener
acceso a los mercados de los países industrial izados. Pero puede
preverse que el peligro del acentuamiento de la dependencia económica
externa será el principal factor que impulsará a los países
a buscar en la región un apoyo sólido. En tal sentido, el
llamado "nacionalismo latinoamericano" puede ser el común
denominador del cual partir en el replanteo de las relaciones económicas
y políticas de la región.
En este replanteo de los proyectos de integración económica,
y en general en la formulación de su política hacia América
Latina, nuestro país, al aceptar desarrollar en el área
una política agresiva y constructiva de liderazgo, deberá
buscar: a) maximizar las posibilidades de entendimiento y de cooperación
entre los países del área, que derivan de una común
percepción de la situación de dependencia externa, y que
está conduciendo a algunos países a desarrollar aisladamente
o en conjunto (Grupo Andino) políticas nacionalistas en lo económico
y a valorar la unidad externa de la región; y b) minimizar las
posibilidades de. conflicto derivadas de la heterogeneidad ideológica
de la región, de la pluralidad de regímenes políticos
y económicos, imponiendo reglas de juego basadas fundamentalmente
en la no-intervención y' en la no aceptación de ideas que
impliquen cambiar una dependencia externa por otra, o de transformar América
Latina en campo de conflicto abierto entre los Estados Unidos y los países
socialistas.
Es evidente que en los años 1971 y 1972 el gobierno Lanusse ha
encarado una apertura a la región, continuando un proceso ya iniciado
en ocasión del encuentro Frei-Onganía en Viña del
Mar en 1970. Los viajes del presidente a un grupo de países de
la región y la aproximación al Grupo Andino son los primeros
indicios de un cambio de actitud que en cierta forma ha penetrado a parte
del sector empresarial nacional. Podremos observar en los próximos
meses si ese cambio se consolida o ha sido sólo una reacción
a una determinada coyuntura interna y externa.
Una América Latina, organizada corno subsistema internacional
con reglas de juego e instituciones propias, en la que preservando su
identidad nacional, los países valoren: la autonomía de
su desarrollo económico con respecto a centros de decisión
extrazonales; la unidad interna y la integración como medio de
hacer viable su propio desarrollo nacional; la unidad externa como medio
de afirmar su personalidad internacional y marcar con su presencia la
evolución del mundo; y el pluralismo político, económico
y cultural dentro de un marco de respeto mutuo es, por cierto, un proyecto
atractivo que nuestra comunidad nacional puede proponerse realizar y aun
lograrlo. Así podremos demostrar al mundo que somos lo suficientemente
maduros como para encarar y superar nuestro subdesarrollo y el de América
Latina. Eso de por sí sería un signo de desarrollo.
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